Era una aristócrata, enamoró a hombres y mujeres y sus libros gustan cada vez más: hace 30 años moría Silvina Ocampo

Es un error creer que vivió opacada por su marido, Adolfo Bioy Casares, o su hermana Victoria. Talentosa, impredecible, sexualmente libre hasta la crueldad de incluir a una adolescente en su luna de miel, la escritora está siendo reeditada. Una mirada a su vida y por dónde empezar a leerla.

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1 - Fotografía_ Herederos de
1 - Fotografía_ Herederos de Silvina Ocampo - Gentileza Penguin Random House Grupo Editorial

El 14 de diciembre de 1993 murió Silvina Ocampo, casi tan discretamente como había vivido lejos de los flashes y la fama que tenía, por ejemplo, su hermana Victoria, su esposo, Adolfito (Bioy Casares) o el gran amigo de su esposo, Jorge Luis Borges.

La silenciosa Silvina, irónica, inteligente, narradora genial, eligió vivir de manera menos estridente, encerrada en su casa y entre libros, creando una obra divertida y cruel en partes iguales, que se mantuvo (al menos en Argentina) en cierta zona marginal –¿de culto?- y que, sin embargo, ha ido creciendo en lectores, lecturas y difusión en los últimos años.

Porque, además de ciertas antologías y obras completas publicadas después de su muerte, este año, para el 120 aniversario de su nacimiento, el sello editorial Lumen ha reeditado su obra completa, a la que se sumó algún tomo con papeles hasta ahora inéditos: cartas, escritos y algunos poemas tomados de (quizá) el fondo de un cajón perdido en los recovecos del departamento de la calle Posadas, donde el matrimonio Bioy- Ocampo tenía su domicilio.

Gracias a la difusión editorial local, la autora de Los días de la noche, La furia y Las invitadas (entre otros muchos libros de cuentos) está ganando cierta popularidad entre los lectores de Argentina. Porque, y esto quizá es un dato poco conocido, mientras Silvina vivía, en Italia y otros países de Europa sus libros se vendían en kioscos y se consumían cuantiosamente. Pero en la Argentina, no.

“El mundo aprendió a inventar tantos argumentos que nos hace, a los escritores, una competencia desleal”. S.O.

¿Habrá sido Silvina una de las “incomprendidas para su época”? ¿O quizá el mercado y su afición por la novela –por entonces de autoras como Silvina Bullrich, Marta Lynch y Beatriz Guido- opacó la genialidad de los cuentos de la chica Ocampo? ¿Acaso se leen más cuentos que novelas en este presente y entonces se torna conveniente reeditar a Silvina?

Nunca sabremos con certeza el motivo y seguramente haya más de uno: lo cierto es que a medida que pasan los años la figura de Silvina Ocampo –y su producción literaria – se difunde más, se estudia más, se reedita, aparecen nuevos papeles, archivos, textos, fotos, y el mito se agranda.

En estos días, además, y con motivo del aniversario de hoy, se presenta un nuevo tomo de la Biblioteca Silvina Ocampo: Y así sucesivamente. Publicado por primera vez en España en 1987, es un volumen de relatos insólitos, poéticos, experimentales. La colección incluye dos cuentos que habían sido publicados en la revista Sur en 1938 (y nunca antes recogidos en un libro), como si la autora hubiese descubierto, pasados los ochenta años, que aún tenía toda su juventud por delante.

En estos cuentos, un niño prodigio toca con el dedo gordo del pie en un piano desafinado obras de grandes compositores inspiradas en el agua; una mujer se transforma en automóvil; una estatua ecuestre ejecuta una venganza; un jardinero echa raíces en la tierra y un perro se enamora de un trapo de piso. Muchas historias, muchos relatos, muchos libros.

¿Por dónde comenzar?

“Cielo de claraboyas”, “Las fotografías”, “La boda”, “La soga”, “Carta bajo la cama”, “Las invitadas” son algunos de los cuentos imperdibles si el lector quiere adentrarse en una narrativa de escenas absurdas, desopilantes o tragicómicas, de prosa limpia y siempre adictiva.

“Los cuentos de Silvina Ocampo son recuerdos enmascarados de sueños; sueños de la especie de los que soñamos con los ojos abiertos”, dijo alguna vez su hermana mayor, Victoria Ocampo, la directora de la revista Sur y la más famosa de las chicas Ocampo. “La amistad o la enemistad de las cosas inanimadas pueblan estos relatos como poblaban nuestra infancia o como pueblan la vida de las tribus salvajes”, remató Victoria, cuyos comentarios hacia la prosa de su hermanita menor solían ser distantes y ambiguos, dando cuenta siempre de la incomprensión que primaba entre ambas.

Se mencionan y confirman algunos amoríos de la escritora. Y con mujeres.

Pero más allá de la trama familiar de la autora, es interesante volver a repasar su obra: por el lado de los cuentos, además de Viaje olvidado (que fue su libro debut en 1937) otro de los imperdibles es Autobiografía de Irene (1948), La furia (1959), Las invitadas (1961), Cornelia frente al espejo (1988).

Fascinación por los pobres

Los relatos de Silvina parten de situaciones realistas, concretas, reconocibles. A menudo están protagonizados por niñas, mucamas, costureras, cocineras. Silvina creció en la fascinación por los pobres: nunca se sintió aliada o solidaria hacia la clase social baja –recordemos que era la hija menor de una familia patricia, de mucho dinero- sino que los pobres le parecían pintorescos, vistosos, dignos de ser retratados en sus dichos y en sus modos. Su mirada hacia pobres y sirvientes era totalmente clasista, es decir, miraba desde su propia clase pero sin soberbia ni altanería sino con sobrada ironía y cierta crueldad. Una experiencia.

En ese mundo reconocible y real empiezan a pasar cosas raras, es decir, se cuela el fantástico: las situaciones se desmadran, el cuento alucina. Algo inesperado se agiganta y toma la escena. También el amor se desborda, cuando los cuentos se tratan de parejas y sensualidad. Todo es pasión en sus palabras.

Silvina Ocampo y Adolfo Bioy
Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares.

Sin embargo, en algún momento de su vida de escritora, la misma Silvina quiso tensar la cuerda de su propia escritura fantástica para derivarla hacia otro lugar, el realismo. En una entrevista realizada en 1979 por Luis Mazas, incluida en el tomo El dibujo del tiempo, podemos leer:

“-¿De qué modo la realidad influye en su obra; de dónde proviene el deseo de abandonar la literatura fantástica?

-Siempre se ha dado el hecho de que anticipo la moda porque, de algún modo, la estoy imaginando. Y esto ocurre cíclicamente. Con Borges y Bioy Casares pusimos “de moda” lo que dio en llamarse literatura fantástica. Ahora quiero mudarme, salirme de ella, precisamente por eso, porque está otra vez de moda. El mundo aprendió a inventar tantos argumentos que nos hace, a los escritores, una competencia desleal. Pienso que la realidad es mucho más fantástica todavía. Por eso el periodista es un escritor de este tiempo.

Quizá en esta última frase Silvina ya está prediciendo – (o “poniendo de moda”, como ella misma sugiere) la no ficción, el nuevo periodismo narrativo de nuestra época. Quién sabe.

Un poco de poesía

Si bien Silvina Ocampo no es recordada ni estudiada por su poesía, también escribió y publicó varios libros de poemas que merecen ser traídos a la luz. Enumeración de la patria (1942), Espacios métricos (1945), que fue premio Municipal de poesía, Sonetos del jardín (1948), Poemas de amor desesperado (1949) y el genial Lo amargo por dulce, que fue Premio Nacional de Poesía en 1962 y condensa en su título el oxímoron (la contradicción de los términos) tan apreciada como poética, como insignia de vida en la obra de esta autora. Los libros de poesía se juegan como sus ideas, como su imparable escritura, en una zona que responde a términos clásicos.

En “Cuestionario sobre la poesía”, uno de los textos publicado también en El dibujo del tiempo, Silvina Ocampo define:

“-¿Cuál es la tarea del poeta?

-Conmover, grabar en la memoria de los otros un sentimiento o una idea para que perdure. Inspirar tal vez otros versos mejores.

Silvina Ocampo, enigmática. (Herederos de
Silvina Ocampo, enigmática. (Herederos de Silvina Ocampo - Gentileza Penguin Random House)

-¿Qué hace a un verso bueno y a otro malo?

-Un verso bueno ante todo expresa algo, algo que el poeta ha necesitado expresar. Un verso bueno expresa límpidamente un sentimiento, un recuerdo, una descripción. Aunque parezca increíble, puede expresar también –pienso en Lewis Carroll – un absurdo, cómico o filosófico. Tiene que estar bien medido y bien acentuado, si el poema que lo sustenta respeta la métrica. Decir un verso adecuado a un acto o a un momento une un poco, sin mediocridad, a las personas reunidas que lo dicen. Un verso malo es el que nunca se recuerda, o casi nunca”.

Quién es esa chica

Junto con la actual difusión de su obra, llegan o se renuevan algunas anécdotas de su vida. El escritor Edgardo Cozarinsky dijo alguna vez que cada persona que conoció a Silvina tiene su “anécdota Silvina”, como si fuera un género particular, una marca personalísima que Silvina dejaba siempre a su paso.

Mariana Enríquez, en La hermana menor (una biografía publicada por Anagrama), escribe:

“Ella era muy original”, solía decir Bioy Casares, tratando de ser caballeroso, elegante, tratando de no decir que su esposa era excéntrica. Desopilante, impredecible, graciosa, perversa: todos los adjetivos de la sorpresa perpetua. Decía Juanjo Hernández en una entrevista con Leila Guerriero: “Era... insólita. Se levantaba muy temprano, y una mañana, seis y media, me llama por teléfono y me dice: ‘¿Te desperté?’. Claro que me había despertado. ‘No, le dije, no me despertaste.’ ‘¿Estás solo?’ ‘Sí, estoy solo.’ ‘¿Seguro?’ ‘Sí.’ Silencio. Me dice: ‘Ay, oigo como una respiración de león al lado tuyo’. ‘Ah, claro, le digo, lo que pasa es que hay dos camitas y una persona se quedó a dormir y ronca un poco.’ Silencio. ‘¿Yo conozco a esa persona?’ ‘No, no la conocés.’ ‘¿Qué sexo tiene?’, me pregunta. Y le contesto: ‘Silvina, ¿cómo suponés que a una persona que se queda a dormir en mi casa le voy a preguntar el sexo? Es una descortesía’. Y escucho un aullido de placer ante esa respuesta”.

El anecdotario amenaza ser infinito.

Cuenta Cozarinsky: “Superadas las primeras invitaciones a comer en la calle Posadas, empezamos a encontrarnos en otros lugares, generalmente inesperados para mí, y que suscitaban en ella no sé qué asociaciones: por ejemplo, el Rosedal de Palermo. Allí llegué una tarde de primavera a eso de las 6 y la vi charlando animadamente con un hombre enfundado en un impermeable sucio y gastado. Vacilé en acercarme, pero al verme ella me saludó con una sonrisa y me llamó con un gesto. Me presentó como un joven escritor; el hombre, que no tardó en retirarse, fue presentado como ‘el exhibicionista del Rosedal’. Una vez solos, Silvina me explicó que él le tenía miedo: ‘La primera vez que se abrió el impermeable le pedí que esperara un momento y me puse los anteojos’”.

Irreverente, audaz, genial: Silvina es un misterio que nunca termina de revelarse.

“El más común de los lugares comunes sobre Silvina Ocampo es considerar que quedó a la sombra, oscurecida, empequeñecida por su hermana Victoria, su marido y el mejor amigo de su marido, Jorge Luis Borges. Que la opacaron. Pero es posible que la posición de Silvina haya sido más compleja. Quienes la admiran fervorosamente decretan que sin duda que fue ella quien eligió ese segundo plano. Dicen que desde allí podía controlar mejor aquello que deseaba controlar. Que nunca le interesó la vida pública sino, más bien, tener una vida privada libre y lo menos escrutada posible. Que, en definitiva, ella inventó su misterio para no tener que dar explicaciones”, detalla Enriquez en La hermana menor.

Amorosas

Por el lado de la vida conyugal, el acusado fue siempre Adolfito. Los amigos, los conocidos, la prensa, los rumores coinciden en señalar al marido como engañador, mujeriego, infiel. Sin embargo, en esta nueva vuelta sobre la (vida y) obra de Silvina se mencionan y confirman algunos amoríos de la escritora. Y con mujeres.

En primer lugar, el episodio bochornoso (y más aún ante la mirada severa de Victoria) que aconteció con su sobrina Jenka.

Jenka, hija de Pancha, otra de las hermanas Ocampo, era adolescente cuando su tía Silvina se casó con Adolfito y fue invitada a viajar con ellos a su luna de miel, una gira por Europa, como se estilaba en la época. Lo que no se estilaba era compartir la escena sexual de a tres y menos aún si se trataba de una menor y menos aún si esa menor era de la familia. Lo que pasó en los cuartos de hotel de París, Londres, Madrid durante la luna de miel de los Ocampo perturbó fuertemente a Jenka – que vivió recluida el resto de su vida.

Alejandra Pizarnik, apasionada por Silvina
Alejandra Pizarnik, apasionada por Silvina Ocampo. (Flia D'Amico Digisi. Cedida por editorial Huso/EFE)

Así eran Adolfito y Silvina: más modernos que la propia Modernidad, tan libres sexualmente que se tornaban incomprensibles (¿incomprendidos?), tan desenfadados en su deseo que el placer se medía con la vara del sufrimiento. ¿Quién da más? ¿Quién sufre o ama menos?

Lo que aconteció en aquel viaje sembró una ruptura, quizás eterna, en la familia Ocampo. Victoria jamás se los perdonó.

Pero la cuestión familiar-incestuosa había comenzado antes, y con la madre del novio (nada menos). Hay fuertes indicios –cartas y relatos de testigos –que señalan a Silvina como protagonista de un tórrido romance con Marta Casares, su (futura) suegra, antes de conocerlo a Bioy. Y que Casares, para impedir que Silvina se alejara de su vida, le presentó a su hijo, con quien finalmente se casó. Esta versión, sin embargo, fue rebatida por algunos biógrafos y volvió a revivir con algunas declaraciones de Bioy, que admitió que su madre sufrió mucho el día de su casamiento.

Alejandra, por ejemplo

Una vez casados y con varios años de matrimonio, la dupla Bioy-Silvina se dedicó a acumular amantes.

“Oh Sylvette, si estuvieras. Claro es que te besaría una mano y lloraría, pero sos mi paraíso perdido. Vuelto a encontrar y perdido. Al carajo los greco-romanos. Yo adoro tu cara. Y tus piernas y tus manos que llevan a la casa del recuerdo-sueños, urdida en un más allá del pasado verdadero”. Las cartas de Alejandra Pizarnik -en Pizarnik. Nueva Correspondencia (1955-1972) publicado por Lumen- revelan el amor que hubo entre ella y Silvina Ocampo. La correspondencia de Alejandra Pizarnik sigue en esta línea:

“Silvine, mi vida (en el sentido literal) le escribí a Adolfito para que nuestra amistad no se duerma. Me atreví a rogarle que te bese (poco: 5 o 6 veces) de mi parte y creo que se dio cuenta de que te amo sin fondo. A él lo amo pero es distinto, vos sabés, ¿no? Además lo admiro y es tan dulce y aristocrático y simple. Pero no es vos. Te dejo: me muero de fiebre y tengo frío. Quisiera que estuvieras desnuda, a mi lado, leyendo tus poemas en voz viva. Sylvette, pronto te escribiré. Sylv, yo sé lo que es esta carta. Pero te tengo confianza mística. Además la muerte tan cercana a mí, tan lozana, me oprime. Sylvette, no es una calentura, es un re-conocimiento infinito de que sos maravillosa, genial y adorable. Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré. Pero te quiero, oh no imaginás cómo me estremezco al recordar tus manos que jamás volveré a tocar si no te complace puesto que ya lo ves lo sexual es un “tercero” por añadidura. En fin, no sigo. Les mando los 2 librejos de poemas póstumos –cosa seria — . Te beso como yo sé, a la rusa (con variantes francesas y de Córcega). O no te beso sino que te saludo, según tus gustos, como quieras”.

¿Quién pudiera contar mejor que la misma Pizarnik de su amor contrariado y sufriente?

¡Oh, musas!

Dicen los biógrafos que la trágica Alejandra era muy querida y bien recibida en el matrimonio Bioy- Silvina. Se presume también que Adolfito, que jamás pudo abandonar su pasión por las mujeres, tuvo un vínculo más íntimo con Pizarnik. De hecho, hasta la visitó en el sanatorio donde estuvo internada en una de sus crisis psiquiátricas, mientras que Silvina le dedicó su libro Los días de la noche: “A Alejandra en agradecimiento por un cuadro que me encanta. Con cariño”.

Las últimas cartas redactadas por Pizarnik a Ocampo, días antes de su muerte, tienen, sin lugar a dudas, rastros de desesperación y se percibe, por el otro lado, bastante desinterés de parte de Ocampo.

Alejandra Pizarnik, posiblemente la poeta argentina más atormentada del siglo XX, se suicidó el 25 de septiembre de 1972 luego de ingerir cincuenta pastillas. Tenía 36 años. Silvina, 33 años más que ella. Pocos días antes, le había enviado una misiva desesperada, de la que nunca recibió respuesta.

Aunque parezca delirante, pueden verse ciertas similitudes entre las vidas de Jenka y de Alejandra Pizarnik luego de pasar por la vida de Silvina. Amores tempestuosos que a su paso desarman en pequeños pedazos al sujeto amado.

Quienes conocieron a Silvina decían que era una “hechicera” de escasa hermosura, (ella a sí misma se veía fea) pero de gran sugestión, una especie de perversa encantadora. Dicen también que era difícil escapar de sus redes, de su amistad amable, de su seducción.

Pero nada de esto importa –o podemos dejarlo de lado – porque se trata de adentrarse en sus cuentos y en su poética profunda y audaz. Para descubrir un universo de fantasía en expansión, de una inteligencia narrativa muy especial que pone en relieve las contradicciones humanas desde una mirada sanamente incorrecta. ¡Todos bienvenidos!

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