La señora Komachi es bibliotecaria y, entre las visitas de los sucesivos lectores y sus recomendaciones, cose muñequitos de paño lenci: un cangrejo, una luna, una cucharita. La señora Komachi tiene una caja de galletas donde va guardando sus manualidades. Detrás del mostrador de la biblioteca es toda una autoridad, una mujer grande (de edad y de cuerpo): tiene más de cuarenta y pico, y algún lector la describe como “el gigante de malvavisco” de Los cazafantasmas.
Pero la señora Komachi es (aparentemente) inofensiva: cose, lee, y tipea raudamente listas de libros para recomendar a los lectores que se acercan a su mostrador. Entre tanto, es el personaje central (o eje) de esta novela coral, contada desde la voz en primera persona de cinco voces muy distintas, todas atravesadas por preguntas definitorias para sus vidas.
La biblioteca de los nuevos comienzos, escrita por Michiko Aoyama y editada por el sello Planeta, es una novela atrapante, entretenida. El esquema coral pone al lector en el ejercicio de entrar y salir de la piel de gente con problemas muy diferentes. Se juegan en sus páginas sentimientos, sensaciones, en definitiva, vidas vibrando en momentos puntuales, esos momentos de volantazo o golpe de timón, cambios de ruta más o menos bruscos que urgen (¿quién está exento?). Además, en estos cinco personajes, ese cambio de vida tiene que ver con alguna decisión (desazón también) respecto del trabajo, de la profesión, del estar en el mundo productivo. ¿A quién no le suena el tema?
No casualmente en este siglo XXI -tan endemoniado como todos, pero con la particularidad de que nos toca a nosotros ahora atraversarlo-, el trabajo se ha convertido en el eje afectivo, anímico, formativo y central de la vida de las personas y personajes diversos. Y en La biblioteca de los nuevos comienzos el dato del trabajo es central.
En la novela aparecen: una chica de veintipocos que llega desde un pueblo a la gran ciudad para realizar su sueño de adulta independiente pero…; un hombre que es contador en una empresa y que está super hastiado de su trabajo pero…; otro hombre de alrededor de treinta que aún no ha logrado “realizarse” (si tal cosa existe y, en el universo de la novela, tal cosa existe); una mujer madre profesional de cuarenta aprox que padece todos los inconvenientes conocidos que puede tener una madre-profesional en el capitalismo; otro hombre de entre sesenta y setenta que está jubilándose y entonces se siente inútil pero también feliz, y entonces decepcionado de sí mismo. Así las vidas alrededor de esta biblioteca y de su bibliotecaria, la señora Komachi.
Y por si todo esto fuera poco, estamos en la Tokyo actual: ciudad de consumo, profesionales y comerciantes, tecnología y escepticismo, con gente dirimiendo sus vidas entre elecciones (im)posibles que tienen que ver con variables como dinero, tiempo libre, vocación, placer, realización personal y no muchos más etcéteras. Realismo puro, claro que sí. De todo esto –nada menos- trata la novela.
La estructura es transparente. Capítulo a capítulo, los personajes llegan a la biblioteca donde se encontrarán con la señora Komachi que enfrentará al desprevenido visitante a una tremenda y conmovedora pregunta: “¿Qué es lo que buscas?”.
La señora Komachi pregunta y el mundo se detiene, la respiración del lector queda suspendida, el abismo se abre entre el mostrador y el solicitante descolocado, hay un ruido blanco en el fondo de sus oídos, mientras que ella sigue impertérrita tamborileando sutil sus manitos sobre el mostrador.
Entonces, el balbuceo: “libros de computación”, “libros para un curso de go”, “libros para entretener a un niño pequeño” y así. La señora Komachi es eficiente: tipea inmediatamente un listado de títulos sugeridos al que siempre suma uno más fuera de programa. Mediante un azar controlado (¿pitonisa ella?), la Komachi suma a cada pedido un libro sobre plantas (a quien pidió computación), un libro infantil (a quien pidió novelas para adultos), un libro sobre el darwinismo a quien pidió aquel libro técnico. La señora Komachi, además, regala uno de sus muñequitos de paño lenci a cada lector y entonces el gesto se torna símbolo, alegoría, lectura.
Porque al salir de la biblioteca, cada lector continúa en sus desazones varias hasta que en algún momento el libro no pedido, el libro raro, el libro medio puesto de prepo revelará su extraordinario poder. Vendrán entonces nuevas preguntas, otras ideas, impensados horizontes para cada personaje. Como la vida de cualquier lector o lectora que se topa con aquel libro siempre inesperado que le cambió (para siempre) su modo de estar en el mundo. ¿En qué título o autor está usted pensando ahora mismo?
MIchiko Aoyama, la autora de La biblioteca de los nuevos comienzos, es una periodista que escribe ficción. La biblioteca de los nuevos comienzos fue finalista del Premio de los Libreros en su país y será traducida a más de veinte idiomas. Y no es para menos: en esta novela, Aoyama despliega su oficio con total eficacia. A lo largo de los cinco capítulos, el lector asiste a una entretenida historia y experimenta, de paso, el gusto sensual por la lectura y todo lo que la lectura agita.
Porque en La biblioteca… abundan, por supuesto, lecturas enhebradas de la literatura nipona: desde libros infantiles hasta mangas, incluyendo algunas recetas especiales de comidas muy sabrosas. Y este punto es clave porque, si la lectura entra por la boca, por ese gusto por las palabras sabrosas, La biblioteca… suma sabores de la cocina japonesa: desde los nigiris que uno de los personajes elabora con total cuidado y delicadeza, hasta los bizcochos suaves y perfumados que cocina una y otra vez la protagonista del primer capítulo. ¡Deliciosa lectura!
Entre tanto, el juego de las citas es potente y productivo. Los lectores (dentro y fuera de la ficción) se encuentran con libros sorprendentes, inesperados: plantas, darwinismo, poesía, manga, libros infantiles, y otros que son citados y leídos de maneras diversas. ¿Acaso el sentido de un libro no se completa con la lectura? ¿Y existen dos lecturas iguales, absolutamente iguales?
La biblioteca de los nuevos comienzos trata también de la lectura y de cómo la lectura puede modificar puntos de vista, sensibilidades, ideas sobre el mundo. Porque hay que ser flexible para aceptar leer (y entrar en el juego) del libro inesperado. De este modo vemos la transformación de uno de los personajes desde el consabido “yo no sé leer poesía” a una explicación arrojada casualmente en un encuentro con su propia hija: “En la poesía no hay que entenderlo todo al detalle, basta con percibir la atmósfera y dejar volar la imaginación”. Simple.
Cambio de perspectiva, cambio de piel, nuevo hábitat (nuevo libro) o mirada renovada para encontrar otro mundo en el horizonte de todos los días. En este sentido, podríamos decir que la novela roza el tono de libro de autoayuda, (autoayuda narrativa o narrada, si tal cosa existe) pero de una manera tan elegante que casi no se percibe y, sencillamente, se disfruta.