Dijo una frase y se armó el revuelo en redes. Una frase que no nos gusta escuchar... o dos. “No creo en la literatura”, le dijo Hernán Casciari al periodista Pedro Rosemblat en el canal de streaming Somos Gelatina. Le dijeron de todo, de todo. Le dijeron mercenario, cínico, demagogo. Le dijeron -como si eso fuera un insulto- “vendedor de ballenitas”. Que nunca le importaron las letras. Y más.
Todo porque, en realidad, no había dicho sólo que no creía en la literatura sino también todo esto: “La literatura era una cosa de épocas en las que no teníamos pestañitas que minimizar, ni teníamos catorce dispositivos... La literatura era algo para un señor que venía a las siete de la tarde y tenía el tiempo suficiente de sentarse en un sofá con un libro de 550 páginas cuyas primeras 25 eran las descripción del personaje, facial. ¿Quién tiene el tiempo? ¿Por qué, además? Era buenísimo cuando no había otra cosa, y ya está, buenas noches”.
Sin embargo, se sabe, Casciari es un autor prolífico. Viene haciendo libros hace rato y de eso, también, habló con Infobae Leamos cuando estalló la polémica. Es que Casciari, además, tiene una editorial -Orsai- y en esa charla contó que, hasta que dejaran de insultarlo, iba a poner todos sus libros en papel al 50 por ciento de su precio habitual.
Pero, además, varios de sus escritos se encuentran en formato digital y son de descarga gratuita. La plataforma Bajalibros ofrece cuatro de ellos: el célebre Más respeto que soy tu madre -del que hubo una obra de teatro y una película-, España, decí alpiste, El nuevo paraíso de los tontos y El pibe que arruinaba las fotos.
¿De qué van? Aquí una síntesis para acercarse a ellos, bajarlos y disfrutar.
España, decí alpiste (2005)
Hernán Casciari vivió en España durante 15 años. Vivió las diferencias entre culturas, la manera en que se entendían españoles y argentinos, las formas en que se adaptaron los sudamericanos. Todo con su cabeza irreverente, con esa mirada que le ve el costado ridículo a casi cualquier cosa. Y escribió estos relatos. “Después de la crisis de 2001, una nueva camada de rioplatenses desembarcó en España. Fueron muchos, estaban muertos de hambre, eran profesionales de clase media y tenían un afán secreto: corromper la cultura ibérica hasta conquistarla”, escribe Casciari como presentación. La tapa -échenle un vistazo- lo dice todo.
El prólogo es tierno y desafiante: “Calladitos la boca, llegamos nosotros, los argentinos. Nos colamos en tus bares, en tus calles, y les dijimos a tus carniceros cómo se corta la carne. El tiempo siempre estuvo de nuestro lado, España: era cuestión de esperar a que vos cambiaras, no nosotros. La especie más fuerte es la que sobrevive. Siempre”.
España, decí alpiste, es una serie de relatos cortitos que tocan el psicoanálisis, la forma de comer, el acento y siempre, la nostalgia. Muchas veces estremece. Como cuando confiesa:
“Yo sé que me quejo mucho, y que extraño todo, y que te cuesta soportar mi adolescencia y mis pataleos. Yo sé que estás cansada de oírme decir cuánto me gustaba mi otra vida, mi otro siglo y mi otro mundo. Y que me paso el día mirando la tele argentina y escribiendo boludeces en contra de España, y tratando de que la Nina no aprenda nunca catalán, y diciendo en las sobremesas con amigos que no sabés cocinar ni un huevo frito. Pero una vez cada seis años también soy capaz de decir la verdad; solamente una vez cada seis años, porque escribir cursi me saca sarpullido. Así que escucháme bien, porque la próxima es en el 2012: la verdad, la puta verdad de todo este asunto, es que jamás he sido tan feliz como en estos años”.
Más respeto que soy tu madre (2003)
Es la primera novela de Casciari y antes de ser una novela fueron muchas entradas de un blog. La protagoniza Mirta Bertotti, un ama de casa de clase media a cuya familia la crisis económica -2001, 2002- ha mandado derecho a la pobreza. El marido no tiene trabajo, los hijos adolescentes andan complicados y, chan, le está llegando la menopausia. Casciari encara todo con humor, como siempre, y será así como Mirta enfrente sus tiempos difíciles.
“Este libro recopila las confesiones de un ama de casa mercedina de cincuenta y dos años, un marido, tres hijos y un suegro. Mirta Bertotti escribe aquí sobre su familia, sobre su vida y también repasa su temor a la vejez, al tedio matrimonial y al descalabro económico”, escribe Casciari.
Así empieza:
“Un día de locos
26 DE SEPTIEMBRE DE 2003
Como si nos costara poco traer el pan, el Caio pasó un rojo y nos cayó una multa. Ciento diez pesos por lo del semáforo, y doscientos cinco porque es menor de dieciséis. Total: trescientos quince mangos que hay que pagar o nos secuestran la tatadiós, que trascartón es la única movilidad que tiene el Nacho para ir al puesto. Mi marido estaba que echaba humo, y lo corrió al Caio por el fondo hasta que lo agarró en un voleo y se desquitó un poco. Yo le gritaba: “¡Zacarás, dejá ese chico!”, pero se conoce que no habá caso. Si hubiéramos estado en la buena, el Zacarás no hace tanto esfuerzo por alcanzarlo al Caio. Como mucho le sacude un zapato desde el sillón; pero no andamos en la buena. Antiyer al pobre lo cesantearon, después de veinte años en Plastivida S.A., y no consigue ni para changas. Está alterado y se pone como loco por nada.”
El pibe que arruinaba las fotos (2008)
Hernán Casciari se ríe de sí mismo desde la descripción del libro. “Desde su más tierna y rolliza infancia, el gordito Casciari arruinaba las fotos”, cuenta. En la tapa se lo ve haciendo monigotadas en la foto de Primer Grado. Pero promete que seguirá así.
Se trata de una novela breve, autobiográfica, que parte de ese nene que se hace el gracioso y llega al adolescente que las arruina “sin querer” y que encontrará una salida en la escritura. La historia no es lineal sino que se va armando a partir de diferentes relatos. Otra vez: tierno, irónico, gracioso, conmovedor. Casciari dice que es el mejor texto para empezar con su obra si alguien no leyó nada antes.
Así empieza:
“En la infancia yo siempre arruinaba las fotos. Todas las fotos. A los tres años empecé a desarrollar esta patología extraña, perversa, fruto de algún complejo o trauma no resuelto. No sé bien por qué lo hacía, pero no era capaz de evitarlo. Podría definirse como un tic, pero no lo era. Podía pensarse que se trataba de una gracia infantil, pero tampoco. Me pasó durante años y lo sufrí en silencio hasta hoy, que me atrevo a contarlo. Todavía me causa un poco de vergüenza hablar del tema.
Cada vez que veía a alguien a punto de hacerme una fotografía, individual o de grupo, casual o pautada, una fuerza más poderosa que cien caballos me obligaba a poner un determinado gesto histriónico. Siempre el mismo gesto, durante dolorosísimos años. En mi casa de Mercedes hay cantidad de fotos mías, que van desde que tengo uso de razón y hasta el otoño en que el presidente Videla vino en persona al colegio y nos regaló una jaula gigante; en todas las fotos de esa época aparezco inmortalizado con esa cara de idiota. Burlándome del buen gusto; despreciando la posteridad de los álbumes familiares.
La mueca, técnicamente hablando, era un homenaje involuntario a cuatro celebridades de entonces. Un segundo antes del flash, yo inflaba las mejillas como el actor mexicano Carlos Villagrán, ponía la trompa como el cómico argentino José Marrone, y los ojos bizcos como la vedette Susana Giménez. A la vez, ladeaba un poco el cogote para la derecha, como el científico Stephen Hawking. El resultado era de un patetismo brutal”.
El nuevo paraíso de los tontos (2010)
En este libro Casciari piensa -¿un antecedente de las declaraciones que generaron escándalo- en la relación entre la tecnología y los relatos de ficción. Casciari cuenta que todo empezó cuando le contaba Hansel y Gretel a su hija y, en vez de asustarse cuando los nenes se pierden en el bosque, la hija le dijo algo así como: “Que lo llamen al papá por el celular”. Casciari entendió que la nena no imaginaba un mundo sin celulares ni los problemas que eso podía ocasionar. “Y descubrí qué espantosa sería la literatura si el celular hubiera existido siempre”.
Efectivamente, la trama de muchos cuentos no funcionaría -como postula Casciari”- si a los protagonistas les pusieran un celular en el bolsillo. De hecho, hoy en día hay narradores que les hacen olvidar el celular o tirarlo a una pileta para generar la tensión y la soledad que el conflicto precisa. “Con un teléfono en las manos Penélope ya no espera con incertidumbre a que el guerrero Ulises regrese del combate”, dice Casciari. ¿Y qué sería de Romeo y Julieta con una comunicación efectiva? Nada. Un mensaje que dijera “Me hago la muerta pero no estoy muerta” hubiera acabado con la trama. Casciari avanza un paso: “¿No estará pasando lo mismo en la vida real, no estaremos privándonos de aventuras novelescas?”
El libro, entonces son cuarenta relatos breves que tocan los temas clásicos -los celos, la traición, la lealtad, el desamor y la locura- pero sin olvidar que la tecnología existe, lidiando con ella. Hay que tener uñas de narrador...
Aquí, un fragmento:
“El día que Jürgen Bernd toco el timbre de la casa de Armin Meiwes, la vida social de la humanidad cambió para siempre. Hasta entonces el mundo era una extensión enorme de tierra, llena de gente sola y perdida en sus fobias y deseos, trastornada y única en su soledad. Gente callada, esquiva, chorreando traumas inconfesables. Desde chiquito Armin quería ser caníbal; Jürgen sólo fantaseaba con ser devorado vivo. Jamás hubieran llegado a conocerse en otra época, pero vivían en ésta. El 6 de marzo de 2001 se encontraron en un foro de Internet, y programaron una cita el fin de semana. Para comer(se).
A nuestros hijos pequeños, que han nacido con un puerto USB integrado en el culo, les será imposible entender el mundo que nosotros conocimos en el siglo veinte. La absoluta desconexión, la apatía brutal, la soledad incomprensible de nuestras obsesiones. En nuestros tiempos, si por ejemplo desarrollábamos el deseo de comernos vivos a alguien, lo más probable es que jamás hubiéramos logrado conversar con otro al que le pasara lo mismo, y mucho menos encontrar a uno que nos hiciera el favor de dejarse, por placer”.
Ya saben cómo son las redes: la polémica se va enfriando. Pero queda la literatura. En ese terreno cada uno verá lo que opina.
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