Una de las frases más famosas de la literatura apunta al tema: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”, dice. Es el famosísimo arranque de la novela Ana Karenina, de León Tolstoi. Cada familia es infeliz a su manera. Pero hay algunas cosas que se pueden entender y que ayudará a cada una.
De eso se trata Secretos de familia, el libro que escribió Analía Forti -psicóloga social y licenciada en Ciencias de la Familia- y que se puede descargar gratuitamente hasta el domingo desde la plataforma digital Bajalibros.
En este libro, la autora nos invita a descubrir los secretos de familia que influyen en nuestra vida, a través de los vínculos que se transmiten de generación en generación. Nos muestra cómo podemos quedar atrapados en patrones de conducta y situaciones que se repiten, como si fuéramos fieles a nuestros ancestros sin saberlo. Con una mirada sistémica de la familia, nos ofrece herramientas y ejercicios prácticos para explorar nuestro árbol genealógico, comprender cómo funcionan los sistemas familiares y sanar nuestra historia personal.
En esta entrevista, Forti le dijo a Infobae que lo que produce el trauma es “Lo que no elaboramos. Lo que vivimos pero no logramos elaborar tendemos a repetirlo. A esto se le suman las memorias transgeneracionales, las memorias a nivel intrauterino, las huellas mnémicas y las que no logremos elaborar, las vamos a repetir y mucho más cuando hay secretos”.
En su libro, Forti también mira a lo que le pasa a cada uno y ayuda a manejarlo, a sacar los recursos que a veces ni uno sabía que tenía. A hacer fuerza de la bronca. De eso se trata el capítulo imperdible que ofrecemos a continuación. Desplegá las alas, dice: no te vas a caer.
Soltando el dolor
Para sanar y reconstruirse
Cuando se le gana al dolor
Duele, claro que duele. La falta de recursos que limita las posibilidades de despliegue del potencial duele. La desigualdad duele. El no poder, el no tener, duele. La falta de trabajo duele. Las necesidades económicas duelen. La falta duele. La carencia duele. Y ese dolor se vuelve bronca, resignación o resentimiento. El dolor es personalísimo y en cada individuo desencadena respuestas diferentes.
Cuando la resignación le gana al dolor, el individuo cae en el vacío existencial, en la ausencia de sentido, en la falta de proyecto de vida. La resignación conduce al abandono, a la apatía, al vacío infértil donde no hay para qué, al desinterés por la vida.
Cuando el resentimiento le gana al dolor, el deseo de venganza conduce a la violencia. El resentimiento busca reestablecer la equidad, quiere ajustar cuentas con la vida y con los otros. Con esos otros que tuvieron recursos y posibilidades. El resentimiento es el combustible de las conductas impulsivas y autodestructivas. El resentimiento alimenta el desprecio por sí mismo, por los otros y por la vida.
Sin embargo, cuando la bronca le gana al dolor, te pone de pie. Porque el dolor duele, arde, quema, lacera, punza y crece tanto hasta volverse bronca. Esa bronca del “por qué a mí”, la bronca de lo injusto, de lo desigual, de lo inmerecido, la bronca del “y yo qué les hice”. La bronca, la ira, la furia. Todas ellas le ganan al dolor y te ponen de pie para darle batalla a esa adversidad que se impone. Te ponen fuerte, acorazado, firme, determinado a vencer, a superar, a triunfar. Sí, cuando la bronca le gana al dolor, te ponés de pie y das batalla contra toda adversidad. A veces ganas y otras veces hacés trampa para poder ganarle. Trampa es llorar a escondidas, sentirte diminuto y sin valor, creerte por un rato que no vas a poder, esconderte en la ducha para gritar y soltar algunas lágrimas.
Pero ahí está de nuevo la bronca ganándole al dolor, empujando desde dentro tuyo para moverte y seguir adelante. Entonces vas de nuevo, te secás las lágrimas, te volvés un gigante nuevamente y ahí salís a la vida a conquistar tus propias victorias, a triunfar en la adversidad.
No lo mereces lo que te pasa, es cierto, pero la cuestión no es esa. No se trata de merecer o no merecer. Se trata de que lo que es, es. El punto es que en la vida las circunstancias no son por merecimiento. Algunas son la consecuencia directa de tus actos. Eso a lo que llamamos “ser responsable” de lo que nos sucede. Y otras, simplemente son. Y son porque sí. Te tocaron en suerte porque no hay razón alguna para que a vos no te hayan tocado. Si cambias la pregunta y en lugar de preguntarte ¿por qué esto me pasa a mí?, te preguntas ¿por qué esto no tendría que pasarme a mí?, te vas a dar cuenta que a cada quien le pasa una circunstancia distinta, pero a todos nos pasa algo. La trampa es que el jardín del vecino siempre es más verde.
Mientras te quedes atrapado y entrampado rumiando la pregunta del por qué a vos, te vas a quedar detenido, paralizado, enojado, pero sin acción. Te vas a hacer amigo de la queja y la victimización y ahí te vas a reunir con ellas cada noche para compadecerte de vos y tus circunstancias adversas.
El problema es que la queja y la victimización son actitudes pesadas que se instalan y no se mueven. Les encanta hablar sobre lo mismo y pueden pasarse toda tu vida a tu lado. Son compañeras fatales de ruta. Te hablan todo el tiempo, no te dejan pensar ni buscar nuevos caminos. Son puro ruido. Te aturden. No te dejan ver ni oír nada más.
Sin embargo, la bronca es inquieta, movediza, necesita accionar. La bronca late y acumula energía. La bronca te habla, pero lo que te dice es que vos podés. Te dice que vos sos capaz de hacer de la adversidad un desafío y triunfar. La bronca te dice que no hay tiempo para la queja y la victimización porque hay que moverse. La bronca te mantiene activo y atento. La bronca le gana al dolor y no te deja rendirte. La bronca encausada hacia la determinación y la perseverancia, es la puerta de salida de las circunstancias adversas.
Cuando estás transitando situaciones de adversidad y te sueltan la mano, sentís bronca. Cuando a nadie parece importarle tu dolor, tu sufrimiento, tu angustia, sentís bronca. Cuando nadie te ofrece ayuda, sentís bronca. Cuando te dejan solo, sentís bronca. Si solo te quedas en la bronca, te hundís porque la bronca sin dirección te lleva hacia el fondo. Pero si esa bronca la encausás y te determinás a usarla como energía para superar la adversidad, entonces la bronca es el más potente combustible para el motor del cambio.
Cuando la bronca le gana al dolor y la direccionás como energía superadora, entonces la adversidad se vuelve desafío.
Hay en vos un potencial que ni siquiera imaginás, que solo se pone en juego ante las situaciones adversas. Cuando sentís que no podés más, que con esto no vas a poder, que ya está, que preferís soltar todo y dejarte caer, justo ahí a metros apenas del abismo está tu potencial listo para desplegarse.
No me creés, lo sé. Lo entiendo, creerlo es casi un acto de fe. Vos sentís que estás a punto de abandonarlo todo y yo te digo que justo antes de caer al vacío está tu potencial listo para desplegarse y que levantes vuelo. Y sí, parece un absurdo. Yo lo sé. El punto es que no te lo diría si yo misma no hubiera estado ahí, en el borde del abismo como vos, decidida a tirar la toalla y bajarme del ring. Y cuando ya me empezaba a dejar caer, en medio de una bronca que le ganaba al dolor, me descubrí desplegando las alas. Y de verdad pensé que era para amortiguar la caída al abismo, pero no.
Miré hacia abajo y me vi cada vez más lejos del fondo. Las alas se desplegaron y las empecé a mover, casi de manera instintiva y comencé a subir. Y cuando me di cuenta que podía, pude cada vez más, y más y más…
Cuando ya sabés que podés, la adversidad se vuelve un desafío que puede incomodarte, pero no te aterra, no te devasta, no te anula. Vos ya conocés el camino. Ya no le temés al abismo porque sabés que metros antes de caer se despliegan tus alas y tus recursos. Ya sabés que, ante la adversidad, si la bronca le gana al dolor y usás su energía para desplegar tus alas, la superás.
Tus alas están ahí desde siempre, nacieron con vos. Tus alas son tus recursos internos, esa dotación maravillosa de talentos y dones personales. Las alas se despliegan cuando las circunstancias lo ameritan, cuando el vuelo de la vida se pone difícil, cuando la adversidad se presenta con sus variadas circunstancias. Para eso tenés las alas de tus recursos. No sabés cómo usarlos porque no están ejercitados, pero si los ponés en movimiento simplemente se despliegan. Se despliegan justo cuando te sueltan la mano, cuando no hay ayuda, cuando la noche es oscura, cuando sentís que te hundís y el fondo te traga. Justo ahí. Creeme. Confiá en tus alas. Están ahí. Desplegalas. No vas a caer.
Quién es Analía Forti
♦ Nació en Buenos Aires.
♦ Es Magister en Psicología Social y Licenciada en Ciencias para la Familia por la Universidad Austral.
♦ Es directora del Centro Argentino de Ciencias para la Familia y se desempeña como consultora psicológica especializada en Logoterapia y Análisis Existencial. A su vez, es terapeuta Gestalt y mediadora familiar. También ha brindado numerosas conferencias sobre familia, vínculos y violencia, entre otros.
♦ Publicó los libros Reflexiones y Poder sobre tu vida.