Esta vez no se trató de premiar la literatura del yo, o una novela sobre temas de actualidad, o un relato sobre recuerdos de la infancia, como muchas de las últimas novelas galardonadas últimamente. El premio más importante de Francia, el Goncourt 2023, lo ganó Veiller sur elle (”Velar por ella”, editado por L’Iconoclaste en 2023), la cuarta novela de Jean-Baptiste Andrea (Francia, 1971).
Se coronó así la obra literaria de Andrea premiando una novela que transcurre en Italia, país del que procede la familia del autor. En agosto de 1986, en un monasterio italiano, un hombre está muriendose, velado por los monjes. Desde hace cuarenta años vive entre ellos, para “velar por ella”. Ella es su última obra, una estatua que turba a todos los que la ven, escondida en este lugar por el Vaticano. ¿Qué secreto esconde?
Gran admirador en su juventud de Los tres mosqueteros, de Alexandre Dumas, Andrea conservó su gusto por el genero novelesco tradicional, la pura imaginación, el género de aventuras, ese que eligió para su primera novela, Los pasatiempos de la reina que buscaba catarinas (2023). En esta primera novela, el personaje principal, Shell, huye de la casa de sus padres para vivir en la montaña una vida agitada e imprevisible. Es una suerte de cuento poético, una novela melancólica pero a la vez divertida. Según Andrea, se trata de hablar “de la belleza del mundo” y de “dejar un final abierto” a un texto “sobre la libertad”.
Andrea no entiende por qué el género de aventuras sufre de una mala reputación entre algunos críticos y estudiosos de la literatura. En una entrevista que dio a la radio francesa, dijo tener la impresión de que “hoy en día se ha dejado al cine la prerrogativa de contar historias como si hubiera algo un poco vulgar en el hecho de contar una historia y que, forzosamente, eso excluyera la profundidad. Y yo creo firmemente que uno puede ser popular, pero también profundo, y dar diferentes niveles de lectura a varias generaciones, a varias clases de lectores. Esto es para mí una novela”.
Andrea fue guionista y director de cine durante veinte años, hasta que logró finalmente hacer realidad su sueño de infancia: convertirse en escritor. En los últimos años se consolidó rápidamente en el ámbito literario con solo cuatro novelas, premiadas en numerosas ocasiones. Pero en sus comienzos, para intentar hacerse notar por los productores que no leían sus propuestas cinematográficas, decidió escribir guiones en inglés.
Después de esta iniciativa, el autor consiguió realizar su primera película de horror, Dead End (2003), seguida de Big Nothing (2006), antes de volver a una obra más “francesa” en 2013, con La Confrerie des larmes (”La Confrería de las lágrimas”). En su otra vida en París, un joven Jean-Baptiste Andrea había realizado estudios de comercio, pero se trató únicamente de tranquilizar a sus padres. Porque desde la infancia, sus gustos se inclinaban por la escritura y el cine.
Su propia aventura literaria comenzó cuando se puso delante de su computadora durante dos meses para imaginar Los pasatiempos de la reina que buscaba catarinas, manuscrito que fue rechazado ¡catorce veces! “Tenía el texto en mente y lo escribí de un tirón para mantener el ritmo”, contó en una entrevista radial.
El libro nació del encuentro de dos elementos: “En primer lugar de paisajes de mi región, que me inspiran mucho. Quiero dejar claro que la novela no pretende ser regionalista en absoluto. Es una Provenza casi simbólica que sirve de decorado a Ma reine. El segundo elemento es la infancia, un tema muy importante para mí. No por nostalgia -no quiero volver a esa época- pero tampoco quiero perder del todo a ese niño que fui. Son demasiados los adultos para quienes este niño ya no existe, o está demasiado escondido”.
Para su debut, Andrea se inspiró en la región Alta Provenza, en la montaña, y también en las estaciones de servicio abandonadas a lo largo de la la llamada ruta Napoleón -300 km que el militar y político francés recorrió cuando desembarcó en el Golfo Juan, en 1815, a su regreso de la Isla de Elba, donde había permanecido prisionero-.
La belleza de las imágenes de la Provenza plantan el decorado en el que transcurre la historia de Shell: un niño de doce años, inmaduro, diferente, víctima de ese acoso escolar tan antiguo como la escuela misma. El relato transcurre en un pequeño pueblo del sur, ubicado en un paisaje luminoso, de senderos rocosos, plantas aromáticas y tormentas repentinas. Manejando con habilidad los códigos de la fábula y del cuento, Los pasatiempos de la reina que buscaba catarinas celebra la infancia a través del pensamiento, la voz y el itinerario de este niño al que la escuela y el barrio tratan de dispar, de distinto.
Shell no es un niño cualquiera. Abandonó la escuela y vive solo con sus padres en una estación de servicio obsoleta. Vestido con su chaqueta de la petrolera Shell, marca que se convertirá en su apodo, los ayuda llenando el tanque de nafta de los poco clientes que se acercan. Un día, con un cigarrillo, casi prende fuego a unos matorrales. Sus padres piensan entonces en mandarlo a un instituto especializado. En la ciudad no hay nada para él, ni amigos, ni futuro. Shell sabe que un día vendrán a buscarlo y decide partir a la guerra porque cree que luchar es la mejor manera de convertirse en hombre.
Pero estamos en 1965, en la Provenza francesa, y cuando él parte no encuentra ni batalla ni enemigo detrás de la montaña. Solo un paisaje magnífico y una chica misteriosa que surge ante él, como un soplo. Se llama Viviane y “había salido del viento”, según cuenta Shell. Era una “reina de ojos violentos que hablaba como todos los vientos de todas las campiñas de todos los países juntos. Me hizo mejor que mi viento, que siempre me contó las mismas historias”.
Viviane le pide que la llame “mi reina”. Shell decide obedecer a su reina como quien se lanza desde lo alto de un acantilado. Por amor. Por amistad. Por despreocupación. Por juego: buscar catarinas (vaquitas de San Antonio) es uno de sus juegos preferidos.
Escrito en primera persona, el libro de Jean-Baptiste Andrea mantiene una tensión entre una historia de amor/amistad en la infancia y una oda a la imaginación. Viviane es una reina hada, y Shell es un personaje sorprendido por su ingreso en la adolescencia, por las metamorfosis del cuerpo, la malicia de las adolescentes y la perfección de la naturaleza. Hay algo de poesía en el modo en que Shell entiende el mundo mientras trata de adivinar de qué se trata el amor. El estilo de Andrea está hecho de de frases cortas y directas, a la imagen de su héroe soñador y reservado.
Para el autor, esta novela tiene una función esperanzadora y lo explica así: “Creo que el mundo es muy pesimista. Solo se habla de lo que va mal. Perdemos por costumbre, o por pereza, nuestra capacidad de encantamiento. No digo que seamos incapaces de maravillarnos, al contrario. Un paisaje puede exaltarnos, algunas notas de música, una relación .Todo el mundo lo experimenta. Pero nos cuesta retener esos momentos. Pronto, la vida cotidiana retoma su curso. Por eso quería contar la historia de un niño que es capaz de apropiarse de todas las alegrías con las que se encuentra. Espero que los lectores, una vez cerrado el libro, se lleven con ellos algo de este héroe. Que rejuvenezca su mirada como rejuveneció la mía”.
En Los pasatiempos de la reina que buscaba catarinas, la historia es narrada desde el inocente punto de vista de un pre adolescente para quien las vivencias violentas y tristes están tan presentes como la risa y el amor. Aunque por momentos deje un sabor demasiado azucarado en la boca, es una primera novela cándida y optimista que profundiza en los enigmas de la infancia y de la diferencia.