La escritora Sylvia Iparraguirre asume que tiene una vida paralela a su vida como autora (es una de las más renombradas de la escena contemporánea, ha escrito cuentos, ensayos y novelas, tiene cerca de quince títulos publicados y fue traducida a diez idiomas), y esa es su vida como lectora, que nació asociada a la idea de libertad y que ahora, en la madurez, exhibe la complejidad y la belleza de una construcción monumental y personalísima.
La cartografía secreta de ese recorrido se revela en parte en uno de sus libros, La vida invisible, editado por el sello Ampersand. Ahora, en sus Clases de literatura rusa, el libro que presenta este viernes en Malba, los lectores asomamos a ese “ala” de este edificio gigantesco en el que Iparraguirre comparte su mirada sobre los cinco grandes de la literatura rusa del siglo XIX -Pushkin, Gógol, Dostoievski, Tolstói y Chéjov-, con la claridad meridiana con que solo los grandes como Jorge Luis Borges, Vladimir Nabokov o Abelardo Castillo, su compañero de vida durante casi medio siglo, han sabido transmitir su entendimiento de la literatura.
El libro, publicado por Alfaguara, fusiona dos seminarios que la autora dictó en Malba en 2014 y 2015, y tiene un sentido: dar marco histórico a las obras, definitivamente geniales, de estos autores, para tentarnos a leer. Las Clases… no solo registran el dato minucioso de los días en que los escritores rusos crearon, sino que indagan en sus técnicas narrativas y sus intenciones artísticas. Es así como novelas como Crimen y castigo (Fiodor M. Dostoievski), Las almas muertas (Nikolái Gógol) o Guerra y paz y Ana Karenina (León Tolstói) se vuelven más comprensibles para el lector y resultan incluso más disfrutables.
Una revolución cultural
Los autores rusos irrumpen en el siglo XIX con fuerza y singularidad distintivas dentro de la literatura europea, proyectando hacia el siglo XX su influencia decisiva. Fueron, además, los únicos voceros legítimos de la sociedad rusa de su tiempo, dividida entre el omnipotente poder del zar -aislado en su temor a la revuelta- y el pueblo campesino, sujeto a la esclavitud rural: una situación que para estos autores resultaba intolerable y que, sin proponérselo, terminarían denunciando.
Rusia protagonizó una verdadera revolución cultural cuando sus grandes autores, tras años de emular la cultura francesa o buceando en sus raíces asiáticas, fundaron una nueva narrativa y una poesía marcadas por una intensa comprensión de lo humano, y bajo la feroz censura zarista sus autores. Es a ellos -determinantes para la cultura universal y para las posteriores generaciones de escritores- que Iparraguirre dedica esta obra descomunal.
La escritora asomó a esos universos de muy pequeña, después de tomar el primer Tolstói de la biblioteca de su abuela, y sintió que ganaba un paraíso. Muchos años más tarde, la lectura de Mijaíl Bajtín a bordo de un tren le cambió la vida para siempre: “En un viaje de cuatro horas y media crecí años”, cuenta ella a Infobae Leamos.
-Tus Clases de literatura rusa revelan la dimensión y la profundidad de tu mente lectora, y la inmensa capacidad de generar relaciones dialógicas entre autores, épocas, temáticas y obras.
-Tengo un pensamiento dialógico, es algo que aprendí de Bajtín: lo que yo quiero transmitir es la pasión por la literatura, que ha sido mi vida, nuestra vida, la mía y la de Abelardo. Hemos tenido vivencias profundas con autores de una humanidad inédita, que también me han marcado, y la dinámica dialógica es lo que a mí me estimula: encontrar esas relaciones entre temas, épocas, estilos; no ver las obras como flotando en el vacío, sin relación con tradiciones y épocas.
-En este libro aportás, ante todo, claridad a la lectura de obras que podrían pensarse complejas y que en tu mirada revelan o amplían sus sentidos…
-El secreto está en el contexto, en comprender el contexto y las circunstancias en que fueron compuestas estas obras geniales. No podés abstraer al sujeto de la Historia, como hacía el estructuralismo: un libro no cae en el vacío, y eso es lo que trato de completar aquí, lo que no sabemos acerca de las condiciones en las que estos cinco autores rusos crearon sus obras, porque termina siendo crucial para comprenderlas: sus libros no cayeron del cielo. Y en las obras de los rusos esto parece ser más importante aún que ante los autores europeos o latinoamericanos...
-¿Por qué?
-Porque si uno habla de Jean-Paul Sartre o de Albert Camus, por ejemplo, el lector tiene algunas referencias de contexto. Pero a los rusos se los ha leído desarraigados: es una costumbre de Occidente, y desde que se los lee, desde 1880, más o menos, se los leyó por fuera o sin comprensión del contexto, ese que aspiro a reponer.
-También ayudás al lector a asomar a la intimidad de estos escritores, vistos como seres imperfectos, erráticos -incluso a su crueldad y a su locura-, pero para reconocer su genio inconmensurable.
-Tanto en la escritura como en la exposición de los temas, yo busco la claridad: como decía Abelardo, una cosa es la expresión de la oscuridad y otra, la oscuridad de la expresión, esa no vale. Lo defino así: éste es un libro para lectores de una lectora apasionada.
-A quién nunca leyó a los rusos, ¿por dónde le recomendarías comenzar?
-¿Tolstói y su tiempo alineado con el de la naturaleza? Una totalidad en la que me siento totalmente identificada. Guerra y paz y Ana Karénina están consideradas como la cúspide del realismo ruso, junto a obras de Fiódor Dostoyevski (Crimen y castigo, Los hermanos Karamázov, etc.), que alcanzó un conocimiento psicológico muy profundo y que aplicó a sus personajes. La suya es una literatura inmensa, extraordinaria, que sigue gravitando sobre nosotros: es parte de nuestra mejor herencia, de lo mejor que hemos dejado como especie. Porque los humanos somos fallidos, somos crueles, somos torpes…Y sin embargo estos hombres han creado estas obras maravillosas, descomunales. Chéjov, por su parte, es un inmenso cuentista, y de quien incluyo un único cuento en el libro: sus cuentos son lecciones en sí mismas: “Si sos escritor, dejá que la anécdota hable sola, no bajes línea”, parece decirnos. Empiecen por sus cuentos.
-Y también está Pushkin, a quienes los demás han leído con devoción, según contás en el libro.
-Sí, y que desde que comienza a escribir es perseguido, en un momento en que ser disidente no era chiste: en la Rusia zarista podrían condenarte a 30 años de trabajos forzados en Siberia, y estos autores escriben de todas maneras lo que querían decir y contando, indirectamente, lo que estaba pasando en su país: cuentan su tiempo, aunque estamos hablando de una literatura que trasciende su época. Los escritores -y esto vale para todos- escriben siempre a pesar de las circunstancias cuando tienen algo para decir, aunque sea la suya “una” verdad, aunque no sea “la gran verdad”. Los rusos no podían soportar la esclavitud y la miserabilidad en la que vivía sumido el pueblo y contaban eso.
-¿Sus obras tienen un sentido social y, a su vez, un sentido íntimo?
-Por supuesto, un sentido para cada uno de ellos. El caso de Tolstói es conmovedor, su sentido de la libertad. Los detalles de sus personajes, de sus historias… Parece capaz de ponerse en la mente de una niña de 15 años o en la de un cosaco, en la de un soldado o en la de un campesino ruso; no hay tema menor para él, es un hombre de una dimensión humana irrepetible, como lo fue Shakespeare; son espíritus capaces de comprenderlo casi todo.
-El lector puede empoderarse, incluso, frente a las obras de autores monumentales, pero ¿cómo se hace?
-El lector debe empoderarse; la lectura es siempre activa. Incluso si se aburre, el buen lector debe atreverse a dejar ese libro que no ha sido escrito para él (o ella), pero debería empoderarse frente al texto. Yo marco los textos, discuto con ellos, acuerdo o me peleo con sus autores; uno debe saber por qué está leyendo un libro, sentir que ese libro ha sido escrito para uno.
-Es cierto que Abelardo (Castillo) proponía una lectura activa, más allá del reconocimiento que se tenga el autor. ¿La gracia y el valor que supone “apropiarse” del texto?
-Sí, porque él leía y discutía con los libros, y yo a lo largo de los años comprobé que las lecturas cumplen ciclos, y además se historizan, significan distinto en distintos momentos. A mí me marcó Robinson Crusoe a los 12 años, Ray Bradbury a los 15. Con Roberto Arlt empecé mal, con El amor brujo, también a los 15, aunque con El juguete rabioso me encontré con todo el sentido de este autor, y Mijaíl Bajtín, está dicho, fue la universidad para mí, en los años de mi formación. Después, Katherine Mansfield, con la que me identifiqué naturalmente, Virginia Woolf, Tolstói, a mis 24. Hitos de la construcción personal que muchas veces no se advierten en el mismo momento de la lectura sino años más tarde. Gran parte del adn del escritor pasa por sus lecturas, son las que lo constituyen.
-La literatura rusa se escribió “bajo presión”: explicás en tu libro que surgió en contra de la censura feroz de los zares, y en condiciones de miserabilidad para un altísimo porcentaje de la población rusa. ¿Cómo se explica que en ese marco de opresión hayan emergido estos autores, literalmente, geniales?
-Efectivamente, esta literatura nace en contra del Estado zarista y en condiciones de adversidad total, sin embargo, con un grado de humanidad que hoy sigue interpelándonos. Los rusos no se planteaban su misión con una función política: escribían en el país más grande del mundo, con una conformación compleja -un 90 por ciento eran campesinos analfabetos, misérrimos, invisibles, gobernados por una autoridad más parecida a la del sultán asiático que a la del rey europeo- y estos autores trabajan sin noción de su incidencia pero desde el corazón, desde de las tripas. Así, en una suerte de simbiosis extraña, el pueblo ruso -siervos, esclavos agrarios- se identifica con estos escritores, que en un país sin prensa y bajo el poder autárquico, aplastante de los zares, se convierten en sus únicos voceros: los únicos defensores y los únicos que comprendieron e hicieron público el estado de miserabilidad en que vivía el noventa por ciento de la población.
–Pushkin es el primero que incorpora el habla rusa a la literatura. ¿Esa fue otra forma de reivindicarlos?
-Sí poque antes de él, la cultura rusa se inspiraba en la cultura francesa: emulaba esa cosmovisión, pretendía extrapolar lo francés a Rusia. El primer texto de Pushkin, a los 21 años, que le da una inmediata popularidad, es Ruslán y Ludmila, poema narrativo basado en un cuento de hadas ruso-oriental: se perciben una estrategia y una lógica narrativas estilo Las mil y una noches, con una gracia, un divertimento, que lo hicieron de inmediato popular, y fue pionero en el uso de la lengua vernácula, que influyó notablemente en posteriores figuras literarias, como Dostoievski, Gógol, Tiútchev y Tolstói.
-Otro punto es que vos marcás que algunos de los escritores argentinos como Esteban Echeverría, Jorge Luis Borges o Arlt se nutrieron e inspiraron a su vez en los rusos del siglo XIX: encontrás cruces inesperados entre estos autores, tan distantes en tiempo y espacio…
-Cuando leo, encuentro numerosas correspondencias entre autores. El lector de literatura va haciendo su camino solitario y se va armando su propia cartografía, cada vez más extensa, y que a medida que uno crece va descubriendo más relaciones, y, claro, hay un paralelismo entre el nacimiento de nuestra literatura y la rusa. La época es la misma; el escenario es semejante: una planicie inmensa, espacio natural de dos habitantes autóctonos: el mujik y el gaucho, uno obligado por la servidumbre agraria a vivir en la propiedad del señor terrateniente, el otro libre y seminómade… Esteban Echeverría, Arlt, Borges, leyeron estos autores y se vieron notablemente influenciados.
-Mencionás también en el libro que Laurence Sterne y Gustave Flaubert inspiraron a los rusos…
-Al caballero Tristram Shandy (1759-1767) lo habían leído muy bien los rusos y Tolstói había leído muy bien Los miserables, de Víctor Hugo. Los rusos (Pushkin, Gogol, Dostoievski, Tolstói, Chéjov), a su vez, se leían y admiraban entre ellos. Yo trazo estas líneas porque los libros se conectan entre sí, como los temas y las épocas. Nuevamente, no hay obras flotando en el vacío, sino que hay interrelaciones que se descubren leyendo.
-Dostoievski es uno de los dos escritores decisivos de la historia de la novela occidental. ¿Qué recomendás leer de este autor?
-Sus grandes novelas son Los endemoniados, El idiota, Memorias del subsuelo, Crimen y castigo y la última y monumental Los hermanos Karamazov, novela en la que aborda el tema del parricidio, el asesinato de un padre por parte de uno de sus cuatro hijos. El punto es que a los lectores nos hace cómplices del asesinato. Admiro profundamente a Dostoievski, dueño de una obra monumental -por momentos socialista utópico, por momentos nihilista, finalmente moralista cristiano-: sus grandes novelas, aparecidas en 1860, 1870, son realistas, pero a la vez son ensayos de psicología profunda y suele decirse que es el gran explorador de los recovecos más oscuros del alma humana y que ha marcado a fuego la literatura y el pensamiento contemporáneos
-¿Lo atormenta la duda sobre la existencia de Dios?
-La pregunta que se hace es: si Dios existe, ¿cómo es que permite lo que les sucede a los pequeños niños rusos, víctimas inocentes de todas las maldades adultas y carencias, con padres alcohólicos, mendigando en las calles, abandonados, muriendo de hambre y enfermedades? Los tres exponentes máximos de lo que provisoriamente llamamos realismo ruso, Gógol, Dostoievski y Tolstói, experimentaron, cada cual a su modo y en su momento, la contradicción entre la fe cristiana cara a cara con esas injusticias, y los libros de Dostoievski son el reflejo de esta realidad que lo atormenta, potenciada por el hecho de que su pequeño hijo Alexei muere a sus cuatro años de epilepsia, algo que él se culpaba de haberle transmitido. Sus personajes se quedan a vivir con uno, es muy difícil olvidarlos, eso solo lo logran los más grandes escritores.
-Como también explicás en tus Clases…, Dostoievski no solo narra lo que hacen o dicen los personajes sino, sobre todo, logra expresar eso que no controlan y los lleva a decir o hacer lo que no tenían previsto: un notable dominio de la psicología que el autor traslada a la ficción…
-Lo que hace el autor es enfocarse en esa trama oculta que incluye lo que piensan y sienten los personajes y que los lleva a actuar o contradecir lo que quisieran, como suele pasarnos en la vida, cuando las emociones se apoderan de nosotros; todo eso que no asumimos que pasa y se revela en nuestros vínculos amorosos y sociales. Aquí el temperamento y las circunstancias que rodean a cada personaje se manifiestan en la manera en que funcionan, y allí también reside la verosimilitud del relato.
-También abordás en tus Clases… la vida doméstica de los autores. El caso de Tolstói (1862-1910), por ejemplo, y su esposa Sofía Andreievna: los primeros años felices, en Yásnaia Poliana y Moscú, dedicado a la explotación de su hacienda y enfrascado en el trabajo literario y la lectura, un período dichoso de su vida, hasta que empezaron los problemas…
-Tolstói y Sofía convivieron durante cincuenta años, muy conflictivos. El primero y principal fue que Tolstói, excesivo tanto en la vida como en la literatura, cometió un error garrafal: mostrarle a ella sus diarios de soltero, donde constaban sus múltiples enamoramientos y aventuras sexuales. Esto dejó atónita a Sofía, que también fue la editora de su obra, y la llenó de amargura. Él luchó toda su vida contra el “pecado de la carne”, sin éxito, y ella desarrolló celos enfermizos.
-Juntos tuvieron 13 hijos, fruto de 16 embarazos…
-Sí, y también se enfrentaron cuando él decidió repartir sus posesiones entre los campesinos, incluso sus derechos de autor, a lo que Sofía se oponía porque pretendía que lo heredara su descendencia. Tolstói sostenía que el único sentido de la vida humana era servir a la humanidad: ayudar a los otros, no concebía la posibilidad de la salvación individual.
-Su muerte es realmente cinematográfica y está tan bien descrita en el libro…
-Muere en una estación de tren mínima, Astápovo, que ahora se llama Lev Tolstói: él escapa enfermo de su casa, ya enfermo, y debe detenerse en esta pequeñísima estación de tren, que el jefe cierra. Allí improvisan un cuarto, disponen una cama y Tolstói muere mientras se corre la voz y una multitud llega hasta la pequeña estación a despedirlo, junto a escritores y periodistas de todo el mundo, que lo anuncian en los diarios de sus respectivos países. Así es que su hija y el médico deciden no dejar entrar a nadie y que Sofía no llega a despedirse de su marido, lo ve a través de una ventana. La lectura de la obra de Tolstói supera cualquier taller literario, todo aspirante a escritor debería leerla.
-Ana Karenina es una de sus novelas más famosas. ¿Cuál dirías que es el tema central de esta famosa novela del ruso?
-La pregunta mayor, como explico en el libro, es si es posible la felicidad en la pareja, siendo adúltera, y si es posible la felicidad conyugal. El adulterio frente al matrimonio; el adulterio sancionado o tolerado de las mujeres, y el adulterio permitido y celebrado en los hombres. El valor de la novela está dado por la fuerte ilusión de lectura que provoca en nosotros, los lectores: sentimos que presenciamos la vida completa, la vida entera de un momento dado que ésta se despliega ante nosotros con todos sus matices.
Sobre la realidad argentina y el poder transformador de la lectura
“Estamos en un país empobrecido desde hace décadas y dentro de ese panorama tenemos que luchar porque la educación gratuita de altísima calidad -de la que también fui beneficiaria- vuelva a ser lo que fue alguna vez, algo de lo que tomé especial conciencia cuando hice estos seminarios de literatura rusa: sigue habiendo avidez por aprender. Hay un caudal de lectores que persiste en la Argentina”, expresa Iparraguirre.
“Detrás de los números -argumenta- hay gente que la está pasando mal y la educación es la única posibilidad de movilidad social que alguna vez tuvieron anteriores generaciones. Hay miles de personas víctimas del abandono, caídos del sistema y hace rato: chicos analfabetos y sin DNI, en situaciones mucho más calamitosas de lo que uno imagina; personas sumergidas en la miseria. De ellos debemos ocuparnos, y la educación gratuita es una forma muy concreta de ayudarlos. Pero primero hay que comer”, suma la autora.
-¿Podemos hacer algo para favorecer o promover la formación -o la supervivencia- de lectores?
-Lo único que podemos y pueden hacer los autores es escribir bien, lo mejor posible. Esa es la única misión de los escritores y las escritoras: comprometerse a fondo. La literatura transforma, educa, pero de manera oblicua.
Con motivo de la publicación de su libro Clases de literatura rusa, basado en los seminarios que dictó en Malba Literatura en 2014 y 2015, Sylvia Iparraguirre se presenta este viernes 1/12 a las 18:30 en Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), acompañada por Hinde Pomeraniec y Julieta Obedman.
Quién es Sylvia Iparraguirre
♦ Nació en Junín, provincia de Buenos Aires, en 1947. Es escritora, ensayista y docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
♦ Junto a su esposo Abelardo Castillo publicó las revistas El Escarabajo de Oro y El ornitorrinco.
♦ Es autora de los libros de cuentos En el invierno de las ciudades (1988); Probables lluvias por la noche (1993) y El país del viento (2003), reunidos en Narrativa breve (2005), y Del día y de la noche (2015-2023).
♦ Publicó las novelas El Parque (1996); La tierra del fuego (1998-2023); El muchacho de los senos de goma (2007); La orfandad (2010). Estas dos últimas novelas forman, junto a su última novela Antes que desaparezca (2021), la trilogía Historia argentina, y Encuentro con Munch (2014).