Cuando se habla de un duelo por la muerte de un ser querido, se suelen usar palabras como “transitar” o “superar”, como si este fuera un camino en línea recta con una meta clara y al alcance de la vista, o bien un obstáculo que sortear para dejar atrás. Pero quienes perdimos a alguien -un amigo, un amante, un familiar- sabemos que el duelo, más que atravesarse, se incorpora: como un nuevo órgano que se hace un lugar en donde no lo había, la ausencia se encarna y, al igual que el frío -que es mucho más que la falta de calor-, empieza a existir por sí misma.
“Ya sé que Simone de Beauvoir decía de su Sartre: Su muerte nos separa, pero mi muerte no nos une... Bueno, me digo, acaso la mía me permitiera, al menos, dejar de estar sin ti”, escribe el colombiano Fernando Molano Vargas en Todas mis cosas en tus bolsillos, el único libro de poemas que publicó en vida. Dedicado a su amado Diego Molina, una de las primeras personas en morir por causas asociadas al SIDA en Colombia, este poemario es una oda al amor que persiste más allá de la muerte y a la subsistencia de la belleza, la última de las utopías.
La obra de Molano Vargas es tan corta como poderosa. Al estilo de autores como el mexicano Juan Rulfo o la estadounidense Harper Lee, a este escritor colombiano nacido en 1961 le bastó un solo libro para dejar su marca en la literatura latinoamericana. La premiada novela de culto Un beso de Dick es su Pedro Páramo, su Matar a un ruiseñor. Con esta historia dulce y demoledora de dos muchachitos que se enamoran entre los pasillos de su escuela y los vestuarios de fútbol, Molano Vargas no solo se atrevió a contar sin tapujos la violencia y la discriminación de la que eran víctimas los varones gays en las últimas décadas del siglo XX, sino que mostró su contracara, muchas veces dejada de lado, en la que brillan el amor, el deseo y la ternura.
Aunque como regla general descreo de las recomendaciones hiperbólicas, no exagero cuando digo que Un beso de Dick es la novela más hermosa que leí. Desde que, muy atinadamente, una amiga me la recomendó cuando estaba saliendo del clóset hace casi una década, el debut de Molano Vargas ocupa un espacio privilegiado en mi biblioteca. Pero, por mucho tiempo, ese fue el único libro de su corta obra editado en Argentina. Por suerte, para hacerle compañía, la editorial Blatt & Ríos se dispuso a rescatar el resto del olvido y ponerlos en circulación: su perdida segunda novela, Vista desde una acera, que estuvo inédita por casi 15 años, y Todas mis cosas en tus bolsillos, el poemario que publicó pocos meses antes de morir por la misma causa que el amor de su vida.
Todas mis cosas en tus bolsillos arranca con una cita al poeta francés Paul Verlaine: “¿Tu corazón todavía late sólo con mi nombre? ¿Todavía ves mi alma en sueños?”. En los poemas que componen las cinco partes de este libro, el autor mantiene una conversación con su amado, que ya no está, a sabiendas de que él también morirá pronto.
“No tengo por qué pedir la fuerza / y el coraje: yo los tengo simplemente / y sigo / sin proponérmelo siquiera / echando cosas en el talego de mis sueños. / Aún conservo / no sé explicar cómo / una pizca de esperanza / suficiente / para creer que serán mejores las cosas / no las mías: las cosas llanamente / e intento / aunque no puedo evitarlo a veces, / no ser cruel. / Pero hacia mí la muerte se apresura”, escribe en su poema “V.I.H.”.
Pero nada -ni la muerte reciente de su amado ni la inminencia de la suya propia- eclipsa en la cosmovisión de Fernando Molano Vargas la preponderancia de la belleza, la cualidad redentora de la ternura y la omnipotencia del amor, una Santísima Trinidad laica pero no por eso menos trascendental. Alejado de cualquier discurso victimista o de autosuperación, hay en el centro de su poesía una esperanza que contrarresta la desidia y la desazón que podrían muy fácilmente protagonizar este libro.
A pesar de haber vivido en carne propia las injusticias de un mundo por el que a veces siente que ya no vale la pena luchar, el poeta escribe: “Aun así, a mí la vida me seduce, y siempre aguardo a que en cualquier esquina me asalte la bondad de algún extraño. De mi fragilidad ya ha sacado su provecho este mundo en que he nacido: no creo amarlo mucho. Pero adoro sus utopías, en especial las que han muerto, y no he dejado de soñar el día en que triunfe alguna revolución de hombres buenos, y pudiera en ella sentirme a gusto, aun cuando nadie me ame y yo esté solo”.
No voy a mentirles: Todas mis cosas en tus bolsillos es uno de los libros que más me hizo llorar en mi vida. Lloré al leerlo en PDF después de terminar Un beso de Dick hace casi una década, lloré al releerlo cuando se editó por primera vez en Argentina este año, y volví a llorar mientras hojeaba sus poemas para escribir esta nota. Pero como no soy de llanto fácil y rehuyo de los golpes bajos y la literatura pretendidamente lacrimógena, una reacción semejante es para mí un signo inequívoco de calidad.
“Purifícate en este instante, / no / durará / más / que / eso: / no pidas al Cielo / la permanencia / pues sabes bien que en el frágil amor / todo atenta en contra suya / empezando por los amantes mismos / y sólo navegamos a través de su dulzura / hacia la muerte”, escribe Fernando Molano Vargas, y uno lo lee como si fuera un amigo el que te está aconsejando, a sabiendas de que tiene la experiencia de su lado.
Hacia el final, y una vez más hablándole directamente al amor de su vida, deja un pedido que bien podría condensar su obra: “Antes de marcharte, / ¿me permitirías amarte para siempre?”.
Algunos poemas de “Todas mis cosas en tus bolsillos”
“En las duchas”
Porque es un muchacho muy bello
y entonces cuesta creer
Él riega talco sobre sus pies
y quedan huellas en el piso
Y sus huellas se desdibujan
si uno las roza con los dedos
Pero el talco no sabe a nada
cuando uno se lleva los dedos a la lengua
De verdad
es como un acto de fe
“Poema sin título”
Él dice:
así que el morir es esto
así que la mañana
brinda su sol de nuevo
y aquellos que me lamentan
han llorado sus lágrimas
como si yo las viera
sin ojos siquiera
para el terror que siento
y la lenta carroña
espera el cuerpo
que los míos apuran al olvido
y éste, mi amigo
tras la ventana de mi féretro
lejos
medita el sueño inútil
de retenerme entre sus brazos
y mis pacientes gusanos le ofrezcan
las caricias que le niego
ahora que el sol
hermosea contra su rostro
una aurora nueva, ahora
que el vidrio retiene
sus manos que me buscan
y los dos nos engañamos
diciendo él como si yo dijera
que aún está el amor
como si yo
en esta adorable mañana
aún importara
como si no fuera
el morir
esto
“Buenos deseos”
Tendré claro
todo el tiempo del mundo
para ser un gran hombre
al menos uno bueno
y dar la retribución que me corresponde
por ser invitado de esta vida
en justicia ella me ha dado
la alegría de ser tu amigo
Y ganaré de paso
todo el dinero del mundo
al menos el suficiente
para llevar a mamá al médico
y comprarle al fin
una casa a la tuya
Por supuesto
sólo yo viviré el momento
en que al llegar al bar
no estés esperándome en la barra
para ofrecerte mis triunfos
Qué lamentables lucirán entonces mis laureles
junto a las flores de tu tumba
“Poema sin título”
Tanto decir que sería
de todos modos
una dicha el recordarte
para descubrir
puesta la mejilla en la almohada
cada noche
que es tan precaria la memoria
tan frágil
tan inútil
incapaz la pobre
de esbozar siquiera
los contornos de tu vacío
“Me gustaría quedar atrapado en ti”
Querido Diego,
bien sé yo que no me escuchas, tan muerto como estás; pero, ¿no podríamos, en esta noche, juntos soñar que eres un bello espíritu sentado a mi lado sobre el piso, a orillas de la cama; charlando ingenuamente, como solíamos, los simples asuntos de la vida?
Porque aún me rompen la cabeza ciertas preguntas y, ahora mismo, no tengo con quien conversar de mis asuntos. A veces no entiendo nada. Pero aún sigo creyendo que cada cosa, cada temblor, guarda dentro de sí un sentido. Tan sólo no dura mucho. Igual que tú, igual que Luis Jorge, a su modo.
Aquí el mundo sigue dando vueltas -sin ti: a mí todavía me resulta extraño-. Los ríos siguen corriendo y no se cansan; florecen las flores y los muchachos; los amigos vienen a visitarme; aún hay problemas en casa. Y a mí todavía el amor me excita: como el de este hermoso chico -simplemente lo amaba- en cuya despedida he venido a soñar contigo en este tonto escrito de un libro dedicado a ti. Si pudiera ya cerrar la página. Permanecer aquí a tu lado, amor.
Al menos déjame darte un beso. Vamos, apresuremos los labios: podría amenazar de nuevo el día...
Quién fue Fernando Molano Vargas
♦ Nació en Bogotá, Colombia, en 1961, ciudad donde falleció en 1998.
♦ Fue escritor y crítico literario.
♦ Su primera novela, Un beso de Dick, recibió el premio de la Cámara de Comercio de Medellín en 1992.
♦ También publicó los libros Vista desde una acera y Todas mis cosas en tus bolsillos.