Paracelso le ha pedido a la divinidad que le envíe un discípulo. Una noche, un muchacho toca a su puerta: “quiero que me enseñes el Arte”. Pero también le pide que, antes, le dé una prueba: “Es fama que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.” Paracelso se niega. Sigue una esgrima verbal hasta que el muchacho quema una rosa y se queda esperando que el maestro la haga resurgir de sus cenizas. No sucede nada. El muchacho entiende, se avergüenza, recapacita: “Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.” Entonces, el solicitante se disculpa: “He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo, y al cabo del Camino veré la rosa.” El solicitante se va. Paracelso toma las cenizas y dice una palabra. La rosa resurge. (La rosa de Paracelso, de Jorge Luis Borges.)
Norberto Jansenson estudió en la Entidad Mágica Argentina, aunque, la primera vez que fue, tampoco lo admitieron: la edad mínima requerida era 18 años, y él todavía tenía 13, 14. “Pero nos abrió la puerta –a mis padres y a mí– Jorge García Savoia, ‘el gordo Jorge’, y nos dio un tour por el lugar. Era una noche de remate. Históricamente, los primeros martes de cada mes se hace un remate. Así que vimos un escenario muy grande y, en el borde, lo que se iba a vender esa noche: cajas con muñecos de gomaespuma que se transformaban en otras cosas, galeras, aros, flores, pañuelos de seda… "
A los 18 años, Jansenson dio el examen de ingreso y fue admitido en la Entidad Mágica Argentina. A los 19, sintió que los trucos ya no le alcanzaban. No porque hubiera llegado a una cota de virtuosismo, al contrario. “Yo nunca busqué el virtuosismo, porque me parece una trampa. Igual que tampoco soy especialista en nada. Yo hago grande, hago chico, hago más o menos. Lo que busco siempre es que parezca que no tengo ninguna habilidad. Que no es que yo esté haciendo algo muy complejo que la gente no está pudiendo ver. Para mí, las herramientas o las técnicas están en función de algo que quiero comunicar. Mi crisis a los 19 años fue ésa: yo hacía trucos, uno detrás del otro, pero no había un hilo conductor que los convirtiera en vehículos de otra cosa, y seguir así no me interesaba. Pero a esa edad no tenía idea de qué estaba buscando”, dice.
“Quería era agregarle belleza, poesía al asombro. Digo ‘agregar’, pero en realidad es devolver: devolverle su verdad”
Hasta que, a los 21, en un congreso de magia en Suiza, encontró a René Lavand, a quien sólo había visto de chico, como público. “Y entonces entendí que lo que quería era agregarle belleza, poesía al asombro. Digo ‘agregar’, pero en realidad es devolver: devolverle su verdad. Y ahí empieza otro camino.”
—Me gustaría aprender con usted, René. Quisiera ser su discípulo.
Se rio fuerte, sin alegría. Y la risa se le cortó de golpe, dando lugar a un gesto que me pareció de fastidio.
—Mirá, muchacho —dijo—, yo no tengo alumnos, no doy clases. De vez en cuando encuentro por el camino a algún joven cuya madera me parece valiosa para pulir y lo tomo bajo mi ala para acompañarlo un tiempo en su recorrido. No puedo ayudarte. Y ahora te pido disculpas, pero tengo que volver a concentrarme en la preparación del show.
Me golpeó con su mano el brazo derecho y, con la misma mano, me hizo una seña para que me fuera.
(Norberto Jansenson, La mano mágica – Mi historia con René Lavand, Buenos Aires, Híbrida Editora, 2022.)
Ésa fue la primera reacción del maestro. Pero un rato más tarde, después del show, se acercó a la mesa donde Jansenson era público, porque su apellido le había resultado conocido, y acaba de recordar por qué. El abuelo de Jansenson era vendedor de seguros de vida y había dado una conferencia sobre el tema con una elocuencia tal que había dejado impactado a un por entonces poco conocido René Lavand, quien se le acercó y le consultó: “Señor, si usted fuera mi representante, ¿cómo me vendería?” Jansenson nieto toma la voz de Lavand recordando a Jansenson abuelo:
“Mire, joven, si yo fuera su representante, primero contaría quién es usted, a qué se ha dedicado, mencionaría sus viajes por el mundo, los escenarios, la gente y los tugurios que visitó, las veces que estuvo a punto de morir en manos de los jugadores de ventaja contra los que la vida lo hizo enfrentarse. Luego mencionaría un par de historias impactantes y me referiría brevemente a un par de las composiciones más asombrosas de su repertorio. Y, terminado el argumento de venta, me levantaría, les agradecería a los potenciales interesados por la atención dispensada, caminaría hacia la puerta para irme y, una vez allí, antes de salir, me giraría como si de repente hubiera recordado algo; entonces, me acercaría rápidamente otra vez a la mesa y les diría: ΄Ah… Y, además, ¡le falta un brazo! ¡No una mano… un brazo!΄ Y me iría.
“—Me impactó tanto lo que dijo ese hombre —continuó relatando René— que fui a ver a mi representante de aquel entonces, María Tadei, y le dije que tenía que venderme así, con esas textuales palabras, respetando a rajatabla la estrategia que había improvisado ese hombre. Y ella fue y me vendió para ir a trabajar al show de Ed Sullivan y al show de Johnny Carson, en los Estados Unidos. Así empezó mi carrera internacional. Ese hombre, el experto de los seguros de vida, se llamaba Lázaro Jansenson… Se ve que tu abuelo Lázaro quiere enseñarte algo, y me eligió a mí como su instrumento para hacerlo. Vas a venir a pasar un tiempo en mi casa para que descubramos juntos en qué te puedo ayudar.” (La mano mágica – Mi historia con René Lavand)
La elocuencia
Que Norberto Jansenson haya sido admitido como discípulo por René Lavand gracias a semejante albur ya sorprendería, pero además está la manera que el maestro tenía de referirlo y, por si no bastara, el hecho de que el aprendiz se haya convertido también en escritor: uno con el oído lo bastante receptivo y la pluma lo bastante afilada como para convocar a la voz de Lavand. Porque si hay algo que recuerda cualquiera que haya visto en acción a René Lavand –un lujo que hoy es accesible en Youtube– no es tanto la mano que le faltaba debido a un accidente sufrido en su infancia como su manera de hablar. Cuando se dice de alguien que es “un encantador de serpientes”, es porque habla como Lavand.
–¿Hay alguna diferencia entre magia y milagro?
–No sé. Puede estar del lado del que lo percibe, siempre y cuando suceda en un contexto adecuado. Porque si ves a un mago en un escenario y hace aparecer un sándwich de jamón y queso y vos no tenés hambre y no necesitás comida, para vos es magia, alcanza con que no sepas cómo es el truco. Pero si vos te estás muriendo de hambre y viene un mago y te hace aparecer un sándwich… estás en presencia de una situación que parecería que es más que un truco normal. Y eso pasa muchas veces. Dicen que Jesús transformó el agua en vino con un truco de magia, como muchas cosas que hacía él…
–Como resucitar a los muertos…
–Desde mi lado, cuando soy yo el que lo está generando, yo sé cuál es la diferencia. A veces en los shows hay imprevistos que quedan como integrados a un truco. La gente del otro lado no puede percibirlo. Pero yo sé que eso no tiene que ver con una técnica que yo haya utilizado.
–¿Por ejemplo?
–Que yo tenga un mazo de cartas mezclado por una persona del público y lo haya dejado arriba de la mesa; y que le pida a otra persona del público que diga una carta cualquiera; que la persona diga “el siete de trébol” y que yo dé vuelta la primera carta del mazo, la que había quedado arriba de todas, y que sea el siete de trébol. Eso pasa muchas veces. Hace muy poquito me pasó en un evento privado. En un momento dado, necesito una baraja que tiene que estar preparada de una manera especial para lo que pienso hacer. Pero una persona del público, sin querer, la tiró al piso. Recogí las cartas como si levantara un trapo que se hubiera caído, sin tratar de acomodarlas; ya no se podía hacer el efecto que yo pensaba… Pero lo hice, y salió bien igual. Ésos son los momentos en los cuales creo que hay algunas otras cosas dando vueltas. Alguien puede decir que es coincidencia o casualidad, pero me pasó demasiadas veces en mi camino.
“Lo que busco siempre es que parezca que no tengo ninguna habilidad”
“El Mago Rizzuto no conocía ningún truco. Su número era bien sencillo: golpeaba su galera con una varita azul, y luego esperaba que apareciera una paloma. Naturalmente, la total ausencia de dobles fondos, de mangas hospitalarias y de juegos de manos conducía siempre al mismo resultado desalentador. La paloma no aparecía.” Un día, sin embargo, la paloma aparece. “Apenas si lo aplaudieron. Las muchedumbres prefieren un arte hecho de trampas aparatosas a los milagros puros. Rizzuto no volvió a los escenarios.” (Magia, de Alejandro Dolina.)
–Ese mago muestra esa paloma con el cuerpo vibrándole, sintiendo que es el día consagratorio de su vida… –dice Jansenson. –Pero siempre hay algo en la disposición de quien lo percibe, y también en el entorno, que incide en que parezca un truco más o un hecho mágico, o como lo llamemos. Por eso en El ilusionista el protagonista dice “yo no soy mago: yo hago trucos”.
–¿Y vos también vivís esperando que la paloma aparezca sola?
–No, no, pero sí vivo disfrutando mucho cuando se producen hechos mágicos, aunque sean muy pequeños o sutiles, que a mí me cambian la experiencia, de tener todo controlado a experimentar yo también algo que se corrió un milímetro del lugar, pero que generó algo completamente distinto. Me pasó más de una vez y siempre de manera espontánea… sólo porque es algo que está latente. Por eso yo creo que el trabajo que uno hace es ayudar a crear las circunstancias y sintonizar en una especie de mística, como cuando uno va al teatro: entrás y ya te predisponés de una determinada manera, junto con un grupo de gente que está alineada igual que vos; y si la historia está bien contada, está todo dado para que lo que quieras que ocurra, ocurra… Yo crecí viendo a Les Luthiers, y el público de Les Luthiers es como Les Luthiers.
La retórica
Hay un hilo conector entre Marcos Mundstock, bien trajeado y de pie solo en un escenario negro, leyendo un texto que tiene en una carpeta entre sus manos, introduciendo, con su voz de Radio Nacional, el siguiente opus de Johan Sebastian Mastropiero, y Jansenson, el que quería aprender de René Lavand porque los trucos no le alcanzaban más. En esa conexión, la estética en el vestir no es un detalle menor, como tampoco lo era en Lavand. Pero, sobre todo, Jansenson también se encontró en algún punto del camino con una carpeta entre las manos.
–Yo hasta los 19 iba y hacía trucos, uno detrás del otro; pero no había una estructura ni una propuesta en que fueran parte de otra cosa. Y ya sentía que para mí no era suficiente, porque yo leía, disfrutaba del teatro, del cine, de la ópera; y veía que en esas artes performáticas o expresivas había algo más, que excedía el uso de la herramienta. Cuando veía a un actor que hacía cualquier cosa virtuosa y me nacía decir ‘qué bien que actúa’, si no había un mensaje que me convocara, para mí era una actuación sin sentido. Lo que pasó fue que, hasta que no encontré o reencontré a René, no entendí.
“El público disfrutaba y no paraba de aplaudir, de reírse, de llorar. René proponía un viaje a un mundo temible y a la vez amable. Un mundo imposible, y al mismo tiempo indudable.” (La mano mágica – Mi historia con René Lavand)
–Entonces, a los 19 entendí que mi objetivo era, en el mismo espacio y tiempo, hacer truco e historia entrelazados–, dice Jansenson. –Para mí, las herramientas o las técnicas están en función de lo que quiero contar. Y en cuanto a los trucos, en cuanto a lo técnico–manipulativo, lo que busco siempre es que parezca que no tengo ninguna habilidad. Que no es que haya algo muy complejo que yo esté haciendo y que la gente no está pudiendo ver. Ésa es una idea que siempre traté de desvirtuar, porque es una trampa. El virtuosismo por el virtuosismo mismo es una boca de lobo. Lo que yo busco es llegar a las otras personas. El truco es un vehículo.
Pero “el vehículo”, cuidado, es virtuoso en serio. La magia de Jansenson que está accesible en Youtube –es necesario cribarla de entre varios videos que lo tienen como entrevistado, como entrevistador, como disertante, como conductor de sus propios programas o podcasts, como narrador o recitador– no le hace justicia a la que uno recibe de él en un show. Lo más aproximado es un corto que lo tiene como protagonista y co–guionista: Dream of aces (Emir Kumova, 2021), basado en una historia real con otro de sus maestros, Charly Brown. Pero en definitiva, para hacerse una idea del efecto Jansenson, sólo cabe ir a verlo o aceptar el testimonio de alguien que dé fe.
–¿Alguna vez viste un show de él?– pregunta Carlos Bronzini.
–Sí.
–¿Y qué sentiste?
–Me sentí… previsible. Me inquietó.
–Porque eras joven. Después maduraste y entendiste que, en el 98%, todos somos iguales. Yo, alguien que nació en Corea y alguien que nació en Australia. El 2% que tenemos de diferencia lo producen la guerra y la matanza.
Bronzini también pasa por al lado del truco y sigue de largo, como si fuera una parada técnica hacia un más allá. Bronzini también es mago.
–Mi especialidad es la comunicación–, dice Jansenson. –La capacidad de llegar a otras personas, tocar su lugar sensible. Su pecho. Su corazón.
Una hipótesis: la palabra mágica existe, pero nadie, ni siquiera el demiurgo, sabe cuál es. Lo que se hace es crear unas circunstancias propiciatorias. Luego, se vuelcan palabras como si se arrojaran los dados sobre el tapete. Abolirán el azar o no.
“Usted decía que es importante lo que se hace, pero más importante es cómo se hace, que es importante lo que se dice, pero más importante es cómo se dice. Y que mucho más importante es cómo se mira, mientras se hace y se dice, y cómo se está, mientras se mira, se hace y se dice. Usted estaba, René.” (La mano mágica)
–Yo vi a Céline Dion en fila uno el día del estreno… Cuando ella hizo así con su vestido (hace el gesto de drapear el vestido), el vestido me cayó a mí acá, encima; ella cantando a capella y un piano volando por el aire…
Jansenson está enumerando los espectáculos que vio en las literalmente decenas de veces que viajó a Las Vegas. Y se nota que el vestido lo tocó. Que tan importante como la voz de Céline Dion y lo inaudito de un piano desafiando la ley de la gravedad fue el contacto con esa pieza de alta costura que, su gesto lo da a entender, resultó bastante menos etéreo de lo que hubiera sido de esperar. La belleza y su peso.
La belleza
En Hilos, una de las performances de Jansenson que están en Youtube hay velas. Velas con y sin candelabros, una reproducción de Las Parcas –una de las pinturas negras de Goya–, una mesa con libros y una copa de vino, una silla antigua tapizada, una columna vagamente dórica, todo sumido en una penumbra que hace que, cuando él saca el carretel, no se entienda si el hilo es fluorescente o de un blanco que destella porque atrapa toda la luz que hay.
Jansenson lo desovilla y corta, de un solo tirón seco, algo así como un metro de hilo; luego va cortándolo en varios fragmentos más chicos, pero similares, siempre tironeando; en un momento sostiene todos los pedacitos entre el índice y el pulgar de la mano derecha; separa uno y pasa el resto al índice y al pulgar de la otra mano, agita los hilos chicos como si fuera flecos, los hace girar como para dejar constancia de que son efectivamente pedacitos; los hace un bollito; junta el bollito con el único hilo que le había quedado en la mano derecha; ahora tiene un hilo corto con un nudo gordo en el medio; tira de los dos extremos, desenreda: tiene el mismo hilo largo del principio.
Uno diría que esto tiene poco de espectacular en un universo en que, por ejemplo, los pianos levitan. Pero todo el tiempo Jansenson estuvo hablando, y el hilo que se cortaba era una pareja que se rompía; y cada “tic” que lo convertía en fragmentos pequeñitos era una promesa rota; y la voz de Jansenson es la de un “él”, que por casualidad se reencontró con alguien a quien llama “princesa”, y le dice: “Aunque hayamos roto cada uno de los hilos que alguna vez nos unieron , no importa, porque nuestro amor es más fuerte, es tan mágico que un día de éstos puede volver a darnos una hermosa sorpresa”, frase cuya enunciación coincide con el estiramiento del hilo desanudado y largo como al principio.
–Frecuentemente viene alguien a contratarme y me dice ‘yo te conocí porque mis padres te contrataron para mi cumpleaños de seis, y ahora que voy a cumplir 40 también quiero que estés en la fiesta’–, dice Jansenson.– Me emociona que alguien de 40 años se acuerde del mago de cuando tenía seis. Una señora me dijo: ‘no recuerdo lo que hiciste, sino lo que nos hiciste sentir’. Y ése siempre fue mi objetivo. No me interesa tanto que recuerden el truco que hice sino cómo se sintieron con esa experiencia. Quiero que les quede reverberando algo, como cuando terminás de ver una película o una obra de teatro y sentís que volver a la vida normal te va a costar. De ese lugar nuevo al que por un rato accediste mientras duró la función, te va a costar volver.
Y súbitamente, lo mundano
Si de Jansenson solamente se supiera esto, podría pensarse que su destino era el succès d’estime, que sólo lo conocerían unos cuantos avisados que se enteraron de manera fortuita de que tal o cual noche haría un show para un pequeño auditorio y algunos más que hubieran descubierto sus podcasts por casualidad y se hubieran convertido en oyentes fieles.
Pero el lector que además sea espectador asiduo de televisión lo conoce desde el año 2000, cuando Jansenson fue invitado por Marcelo Tinelli (a quien conocía de haber ido a cenar a su casa) y Anita Tomaselli a la fiesta con que se homenajeó a Gustavo Yankelevich cuando se retiró de Telefé.
De ese evento, donde estaba “todo el mundo”, Jansenson tampoco se retiró siendo el mismo. A partir de ese momento empezó a ser invitado frecuente de varios programas de TV de aire y de cable, desde el de Marcelo Tinelli (Jansenson fue jurado en el concurso de magia que se hacía en 2005 en Showmatch) hasta Mamushka, de Mariana Fabbiani, donde ganó 100 mil pesos en 2021 (y antes había sido finalista).
La curva ascendente ya venía delineándose en sus inicios, cuando pasó de hacer cumpleaños los sábados y domingos en locales de Pumper Nic a trabajar para Disney –en el parque temático que instalaban en La Rural–, a mediados de los ‘90. Pero, post–Yankelevich, todo se precipitó. Jansenson hizo 45 Grand Rex (con su magia hacía aparecer a las Bandana en el escenario, en su ciclo de recitales de despedida), varios Coliseos, Conrads Punta del Este y, por supuesto, Paseos La Plaza. En 2008 también tuvo su propio programa, Noches mágicas, por el canal Magazine. Tenía un invitado por programa, hacía un truco de magia y una charla, y cerraba con un cuento. Y en Radio Palermo hacía El mago de Voz.
–Después me cansé. Vendí, regalé y doné todo lo que tenía y me quedé sólo con tres valijas, que hoy pienso que pudieron ser menos. Festejé mi cumpleaños el 2 de febrero de 2010, con un espectáculo en el Paseo La Plaza, y el 10 me fui a Los Ángeles, una de las ciudades que más me gustan, y a la que había ido muchas veces porque está cerca de Las Vegas. En Los Ángeles también está el Magic Castle, que es la cuna de la magia del mundo, donde trabajé varias veces, y a donde me encanta ir a ver shows. Estuve dos años en Los Ángeles, trabajando en el Castillo Mágico, yendo a Las Vegas a ver espectáculos, estudiando en el Centro Kabbalah, haciendo una vida bastante sabática, porque lo que más quería era limpiarme por dentro, limpiarme de ruidos para poder abrir otra vez un espacio en el que recibir ideas y conectar con cosas nuevas–, dice Jansenson.
–¿Y no te planteaste quedarte allá, en uno de esos momentos en que parece que la Argentina te expulsa?
– Si el país me expulsa, van a tener que tener mucha paciencia, porque yo no soy tan fácil de manipular. Pero todo el tiempo estoy abriendo posibilidades de cosas que van sucediendo.
–Pero, para un mago, ¿Las Vegas no es algo así como…?
–Estados Unidos es la capital del entretenimiento del mundo, indudablemente. El volumen de consumo y posibilidades para el entretenimiento que hay en Estados Unidos no existe en otra parte del mundo, ni hay nada parecido. En Europa hay algunas ciudades; pero el centro de entretenimiento que hay en Estados Unidos es incomparable. A Las Vegas, concretamente, debo de haber ido 35 veces, a ver absolutamente todos los espectáculos, de todo tipo, que hubo y habrá. Podría hablar eternamente de los espectáculos que vi. Pero también conocí el lado B de Las Vegas. Conocí a gente que vive y trabaja allá.
-¿Y qué viste?
-Salí con una bailarina del Cirque du Soleil, del show erótico Zumanity. También tengo un amigo desde hace muchos años, Apollo Robbins (prestidigitador y consultor experto en robos), a quien admiro mucho y quiero. Ellos me han llevado a conocer, y vi que, por lo general, allí encontrás gente muy arruinada, agobiada por las deudas, de juego en su mayoría; y hay mucha oscuridad, relaciones muy tóxicas en general. Pasa que la gente que vive en Las Vegas está en permanente contacto con personas de todo el mundo que va ahí por una, dos o tres noches y después se va. Entonces la sensación es que nada continúa y todo el tiempo estás empezando de cero, con algo que no tiene futuro, no importa con quién. Todo eso te lleva a un lugar de mucho aislamiento y soledad.
A esta altura queda claro que Jansenson se produce a sí mismo. Pero tuvo un productor, Gabriel Grosvald, que hoy sigue siendo su amigo. También en su caso, lo que más destaca de Jansenson es su cualidad polifacética. “Nunca trabajé con alguien tan detallista”, reconoce. “Él es muy artesanal, obsesivo y perfeccionista. Está en todo. No sólo en el escenario o en la música, sino en la elección del recorrido que hace en sus presentaciones, hasta su ropa y sus zapatos. Nunca vi a alguien tan metódico y profesional. Por eso puede ir a Estados Unidos y a cualquier país de Europa sin problemas. Es un artista internacional, sin dudas. Igual que un futbolista de élite que cuida su rutina y su alimentación para llegar óptimo al día del partido.”
Sin embargo, la magia es difícil de vender, reflexiona Grosvald. “Es muy difícil que los teatros se llenen de gente que va a ver magia. Y es que ser un buen mago es muy difícil, la gente no tiene conciencia de lo difícil que es. Más fácil es ser un buen dentista. ¿Cuántos buenos dentistas habrá? ¡Miles! Pero buenos magos, ¿cuántos habrá? ¿Veinte, exagerando? En la Argentina, por lo menos, sabés que Radagast existe, que Lavand existió, que Jansenson existe. Y que te llena un teatro.”
–No soy el estereotipo del artista que llega a la función cinco minutos antes, fastidiado, de mal humor o sin dormir –, dice Jansenson sobre los espectáculos en que también es productor. –Llego temprano, me ocupo de resolver los problemas que surjan, estoy presente. A veces, hay gente con la que no se puede. Pero siempre llegamos a un lugar en el que va a estar todo bien.
No poder
“René se levantó para mover la parrilla en la que se había cocinado la carne sobre los leños. Tomó una vara de fierro con un gancho en la punta, enganchó la parrilla, la levantó y, cuando iba a depositarla más lejos del fuego, el gancho se soltó y la parrilla se cayó, y se cayeron también sobre el fuego los pedazos de carne que no habíamos comido, que se echaron inmediatamente a perder. En ese momento, René tuvo un arranque de furia y golpeó muy fuerte con el fierro la piedra del costado del hogar. Un ataque violento que me permitió vislumbrar —de repente, en una ráfaga— lo que había pasado en su vida durante los años que sucedieron al accidente de tránsito que se llevó su brazo derecho. En ese golpe, en su gesto de animal herido, leí el dolor y el resentimiento que René llevaba encadenados en su interior y que había aprendido a disimular en sus actuaciones —las del escenario y las de la vida cotidiana—. René había logrado mantener a raya un terremoto que se encrespaba, latente, esperando la más insignificante imprecisión de su mano izquierda para estallar sin control (…) Esa noche, al conocer al monstruo que llevaba consigo a todas partes, entendí por qué logró, en su trabajo, un nivel obsesivo de excelencia que a veces se parecía a la perfección: necesitaba evitar que el monstruo se asomara a la superficie a recordarle quién era y de dónde venía. Tenía que asfixiarlo con su genialidad hasta hacerlo desaparecer. (La mano mágica)
–Ese monstruo que vos atisbaste en René, ¿no será algo que tienen todos los artistas? ¿No tendrás vos también algo semejante a una discapacidad, algo que te falta, en lo que no sos tan hábil?
–Nunca me puse a pensarlo… Creo que algo que yo sufro en lo cotidiano es imaginar un mundo tal como yo quisiera que fuera. Eso me hizo distanciarme mucho a la hora de conectarme desde un lugar común y cercano. Sufro de una incapacidad de poder conectar en una charla de ascensor, aunque sea de 30 segundos, porque siempre pienso que ese momento de conversación tiene que ser épico; si no, me quedo con una sensación rara. Me pasé toda la vida haciendo de más, con mucho esfuerzo por dar, armar, producir, construir cosas, que a lo mejor no hicieron más que alejarme de gente, en lugar de acercarme. Un día estaba hablando con una amiga vinculada al reiki y a ciertas técnicas holísticas. Yo le decía que quería hacer más magia, y justo pasó una nena y me pidió una moneda, y le dije que no tenía. Cuando la nena se fue, mi amiga me dijo: “te acaba de pasar por al lado una oportunidad y no la aprovechaste”. A veces digo que no quiero llevar el truco de magia a todos lados porque no quiero llamar la atención; pero en realidad es el pudor de ser yo quien genere el acercamiento, quien diga “che, compartamos algo”. Aunque en estos últimos años he sentido que pude lograr algunos espacios de espontaneidad y de posibilidad de acercarme a lugares más frescos, sin tanta parafernalia. Estoy pasando por un tiempo lindo, de agradecimiento.
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