El petróleo fue uno de los grandes protagonistas del siglo XX. Desde que la industrialización reemplazó al carbón por los hidrocarburos, el petróleo ha sido el vector principal de la política internacional: de la economía a la política, pasando por las principales guerras, este se convirtió en uno de los recursos más preciados.
En su nuevo libro, el experto en energía e inteligencia militar español Miguel Golmayo explica cómo el petróleo pasó de ser usado para iluminar, embalsamar cuerpos o como medicamento a transformarse en La sangre que mueve el mundo, título elegido para esta exhaustiva investigación.
Aunque el auge del petróleo empezó a fines del siglo XIX y se asentó durante todo el siglo XX, este fue “descubierto” muchos siglos antes y hasta el libro del Génesis en la Biblia “nos habla de un destilado que ha sido empleado a lo largo de la historia por todas aquellas civilizaciones que han tenido fácil acceso a él”, según afirma Golmayo, miembro de la Armada Española y capitán de navíos y submarinos.
Desde su empleo como material para el proceso de embalsamado de cadáveres en el antiguo Egipto al rol fundamental que cumplió en la China del siglo X (donde iniciaron un cierto proceso de refinado para su empleo en la elaboración de bombas de fuego), pasando por su utilización como medio de iluminación o hasta como medicamento, el petróleo se transformó en un factor determinante del curso del mundo en los últimos 150 años.
Así empieza “La sangre que mueve el mundo”
Desde los orígenes hasta los inicios del siglo XX
«Entonces se dijeron unos a otros: “¡Vamos! Fabriquemos ladrillos y pongámoslos a cocer al fuego”. Y usaron ladrillos en lugar de piedra, y el asfalto les sirvió de argamasa» (Gn 11, 3). Así es como se supone que se inició la construcción de la torre de Babel hace más de cuatro mil años.
Esta referencia del Génesis nos habla de un destilado que ha sido empleado a lo largo de la historia por todas aquellas civilizaciones que han tenido fácil acceso a él. En el antiguo Egipto era material fundamental para el proceso de embalsamado, y hay constancia de que otras culturas también lo emplearon para la conservación de los cadáveres, como testimonian las momias halladas en México o Perú. En China lo usaban desde la Antigüedad, tanto es así que algunos historiadores consideran que fueron los primeros que perforaron pozos para su extracción allá por el siglo X d. C., aunque de manera rudimentaria. Iniciaron un cierto proceso de refinado para su empleo en la elaboración de bombas de fuego, una de las muchas armas que desarrollaron a lo largo de la historia. También se especula con que fue un componente fundamental del famoso fuego griego, del que hoy en día seguimos desconociendo su composición. Además, el petróleo ha sido empleado por muchos pueblos para la protección de las maderas y embarcaciones contra el agua y los insectos.
Aunque el crudo y sus derivados han sido utilizados por el ser humano desde hace miles de años, la relevancia que tienen en la actualidad no comenzó hasta el final del siglo XIX y principios del XX, cuando poco a poco fueron haciéndose un hueco. Al inicio, ocuparon su espacio frente al aceite de ballena como principal fuente de energía para la iluminación, como lubricante ante otros de origen vegetal y, un poco más adelante, frente al carbón, que fue la principal fuente de energía de la Revolución industrial.
El gran avance que ha supuesto el petróleo para la humanidad no tiene ni fecha inicial ni autor definido. Fueron muchos los pioneros en ese campo que, en uno u otro lugar del mundo, se dedicaron a investigar y a explorar sus diferentes utilidades. En el marco temporal no cabe duda de que la segunda mitad del siglo XIX supuso el arranque definitivo de esta nueva materia energética.
Estados Unidos y Canadá
En los años cincuenta del siglo XIX, el médico y geólogo canadiense Abraham Gesner consiguió fabricar un aceite para sustituir el proveniente de ballenas empleado profusamente para las lámparas. Mediante la destilación de materiales bituminosos produjo este nuevo aceite al que denominó keroseno. Esto no quiere decir que con anterioridad no se emplease el petróleo para iluminar, pero la obtención de keroseno como fuente de energía para la iluminación supuso el comienzo de la ya imparable carrera del petróleo.
La vida de Abraham Gesner es un ejemplo de amor por la geología. Al tiempo que atendía su consulta en Parrsboro (Canadá), se dedicaba a la recopilación y estudio de muestras geológicas. En 1836 escribió su primer libro, Remarks on the Geology and Mineralogy of Nova Scotia. Dados sus conocimientos de geología, fue contratado para el estudio de ciertas áreas de Nuevo Brunswick en busca de yacimientos de carbón. Entre estos experimentos destaca la destilación de materiales bituminosos de los que pudo obtener varios productos, aunque el más relevante fue un aceite ligero que resultó ser extremadamente eficiente empleado como material de iluminación. En 1846 dio a conocer su descubrimiento, que fue bien acogido y supuso el comienzo de la sustitución del aceite de ballena para el alumbrado.
Como complemento a sus experimentos, Gesner desarrolló una nueva lámpara de aceite con idea de producirla y venderla. Alrededor de 1850 sintió la necesidad de dar un nuevo nombre a su lámpara. Decidió llamarla fuel wax-oil, nombre que tradujo al griego y que, tras jugar ligeramente con su traducción literal, acabó denominando lámpara de keroseno, término con el que fue mundialmente conocida. En vista del poco interés que en ese momento despertaba su nueva lámpara en Canadá decidió trasladarse a Nueva York, donde con otros socios fundó la Asphalt Mining and Kerosene Gas Company.
En 1854 Gesner obtuvo tres patentes relacionadas con el keroseno. Pero el petróleo como fuente primaria no fue explotado de forma masiva en el continente americano hasta 1859, cuando dio comienzo su producción industrial, en Pensilvania (Estados Unidos) y en Ontario (Canadá), como combustible para lámparas y lubricante. Algunos lo consideran el inicio de la era moderna del petróleo, aunque su explotación en otras regiones del mundo ya estuviese en curso, como era el caso del Cáucaso, donde algunos creen que está el origen de la explotación industrial del petróleo. Alegan que el primer campo petrolífero del mundo se instaló en Bakú (Azerbaiyán) en 1848, aunque el empleo del crudo en la región se remonta a finales del siglo XVI.
Samuel Kier, nacido en Pensilvania, comprobó las enormes posibilidades de esa sustancia residual y no deseada que salía de sus pozos para la extracción de sal cuando, por accidente, el canal en que la vertían comenzó a arder. Abrió la primera refinería de petróleo junto con su socio, John T. Kirkpatrick, en 1850.
En 1854 un grupo de empresarios capitaneados por George Bissell, conocedores de los éxitos de Kier, encargaron al químico de la Universidad de Yale Benjamin Silliman un estudio de las propiedades del petróleo y la viabilidad de extraerlo en Titusville (Pensilvania). Bissell, considerado por algunos el padre de la industria petrolífera estadounidense, fue el primero que confió en el petróleo para la producción de keroseno. Hasta entonces, salvo la industria de refinado que había fundado Samuel Kier, el petróleo que se empleaba era el que emanaba de manera natural en algunos lugares y se usaba principalmente como medicamento.
Una vez Benjamin Silliman informó favorablemente, George Bissell junto con su colega Jonathan Eveleth y un grupo de inversores fundaron la Pennsylvania Rock Oil Company. Bissell, para extraer petróleo, copió el sistema de extracción de agua salada para la posterior obtención de sal, en lugar de la técnica de la minería. Para liderar el proyecto en Titusville se eligió a Edwin Drake en 1858.
Después de muchas vicisitudes, lo realmente importante fue que Drake encontró petróleo a veintiún metros de profundidad el 27 de agosto de 1859, dando comienzo a la fiebre del oro negro, que hasta la fecha no ha hecho más que crecer y crecer. Fueron muchas las similitudes con la fiebre del oro en California una década antes. Los precios de los terrenos se dispararon y la población aumentó de manera vertiginosa. Allá donde se instalaban pozos petrolíferos, se creaban infraestructuras y el número de refinerías iba en aumento. Así hasta que los pozos se secaban y todo el esplendor y gloria que habían llegado rápidamente desaparecían, si cabe, a mayor velocidad.
El año que Edwin Drake comenzó la explotación del primer pozo de petróleo, Estados Unidos produjo 2.000 barriles, cantidad que en apenas diez años aumentó dos mil veces, pasando a los cuatro millones de barriles en una tendencia alcista imparable.
Pero ¿de dónde provenía tal demanda?, ¿era Estados Unidos capaz de absorber tanta producción? La realidad es que no, la demanda interna no cubría la oferta y, ya en la década de los sesenta del siglo XIX, se convirtió en el mayor exportador de petróleo del mundo. Exportaba principalmente a Europa y, en particular, al Reino Unido, cuya pujante industria demandaba cada vez mayores cantidades. De esta manera, era muy superior la cantidad que exportaba que el consumo interno. Este, junto a las exportaciones, produjo pingües beneficios, no solo a los productores sino a todo el sistema: producción, transporte, refinado y distribución.
Pero el proceso que más quebraderos de cabeza supuso fue el transporte. Se estima que entre lo que rezumaba de los barriles, más las pérdidas de algunos carros o embarcaciones, la cantidad final comercializada podía representar aproximadamente la mitad de lo extraído. Esta situación mejoró a comienzos de los sesenta, cuando se completó la línea férrea que conectaba Titusville con otras dos ya existentes. Aun así, todavía quedaba el problema de cómo hacerlo llegar de los pozos a los trenes, hasta que en 1865 comenzó la construcción de tuberías desde los campos hasta el ferrocarril, lo que se podría considerar el primer intento serio de construcción de oleoductos en el mundo.
Los problemas no acababan ahí. Es verdad que, durante el periodo 1860-1880, Pensilvania fue el gran productor de petróleo, pero fue tal la fiebre de producción que los precios se desplomaron. Para evitar este tipo de descalabro, los productores decidieron asociarse en 1861 en la llamada Oil Creek Association, cuya finalidad principal era regular la producción con idea de incrementar los precios y mantenerlos lo más altos posible.
Dada la situación geográfica de los primeros pozos petrolíferos explotados de manera industrial, Pittsburgh estaba llamada a ser la ciudad de las refinerías por excelencia, básicamente por razón de cercanía, y así fue en la década de los sesenta. Al inicio de 1870, y durante prácticamente toda la década, comenzó a ser desbancada por Cleveland, situada a mayor distancia de los pozos. Esto se debe a la importancia de los transportes, puesto que Cleveland gozaba de una situación privilegiada en lo referente a las conexiones del ferrocarril y a las vías fluviales. Sus ciudadanos fueron conscientes de esta ventaja desde un principio. La ciudad pasó de tener treinta refinerías en 1865, con una capacidad de procesar 2.000 barriles al día, a cincuenta a finales de 1866. En 1869 había adelantado ya a Pittsburgh en más de 300.000 barriles de petróleo procesados.
John D. Rockefeller era un empresario que en 1858 había abierto, en ese mismo lugar, un negocio de compraventa junto a Maurice B. Clark que les había proporcionado buenos beneficios durante la guerra de Secesión (1861-1865). Así, cuando en 1862 el inglés Samuel Andrews les propuso participar en el negocio del petróleo invirtiendo en una refinería, no dudaron en embarcarse. Andrews resultó ser un pequeño genio, mejoró el proceso de refinado obteniendo cada vez una mejor calidad del producto y un mayor porcentaje de refinado del crudo.
En 1865 Rockefeller, con un afán de expansión, decidió vender su parte del negocio original que poseía en los muelles de Cleveland e invertir su dinero en la nueva firma de petróleo Rockefeller and Andrews. En esta nueva empresa, Andrews se encargaba de la producción y Rockefeller de la parte comercial. Su aportación fue clave: suprimió todos los intermediarios posibles, adquiría el petróleo directamente en los pozos, producía sus propios barriles, e incluso aprovechaba los residuos que otras refinerías desechaban.
No fue hasta enero de 1870 cuando Rockefeller creó la Standard Oil Company, con un capital de un millón de dólares. Cabe preguntarse a qué se debió, al final, el enorme éxito de esta compañía.