La economía del tercer gobierno peronista arrancó con un efímero éxito que luego se transformó rápidamente en una pesadilla, por la inflación reprimida que derivó, ya en 1975, en el Rodrigazo.
El director de orquesta de aquella época fue José Ber Gelbard, el ministro de Economía del presidente Héctor J. Cámpora y de Juan Domingo Perón en su mandato de 1973.
Mario Rapoport explicó en su libro Historia Económica, Política y Social de la Argentina que Gelbard buscó “restablecer la alianza social que dio origen al peronismo” en la década del 40, con la “conjunción entre las pymes y la CGT”, sin entender el paso del tiempo entre el final de la Segunda Guerra y la década del 70, cuando la Argentina ya estaba más integrada al mundo. La crisis petrolera generada por el conflicto entre los países árabes e Israel aportó su ingrediente para acelerar una situación que, en términos domésticos, ya era inestable.
“La política de Gelbard no sólo consistía en una serie de instrumentos y medidas económicas, sino que estaba cimentada en el Pacto Social firmado en junio de 1973, que permitiría establecer las condiciones necesarias para el crecimiento económico, la redistribución del ingreso a favor de los asalariados, el fortalecimiento del mercado interno, las restricciones a la operatoria del capital extranjero y la industrialización”, sostuvo Rapoport.
En 1973, la economía creció 6,1% y el buen resultado se repetiría en 1974 con un 5,3%, pero luego llegaría la recesión en 1975 (-0,9%) y 1976 (-1,7%).
Para mantener la demanda, el gobierno póstumo de Perón impuso incrementos salariales nominales en un contexto de fuerte inflación y controles cambiarios para evitar una devaluación del tipo de cambio oficial, un esquema que se repetiría hasta el presente.
Rapoport explicó que el plan de aquella época mostró una brecha divergente; la primera etapa fue de cierto éxito hasta el fallecimiento de Perón y la segunda de “permanentes marchas y contramarchas” hasta el golpe militar del 24 de marzo de 1976. En 1972 la inflación fue 58%, en 1973 del 60,3% y en 1974 del 24,2%, en base a una fuerte contención de los precios, que se tradujo en un salto al 182,8% en 1975 y al 444% en 1976.
A su vez, el déficit fiscal, clave para explicar la emisión monetaria y el aumento inflacionario, llegó al 5,2% del PBI en 1972, del 7,3% en 1973, del 7,9% en 1974 y del 15,9% en 1975.
Con subsidios completamente insostenibles para que los precios no se incrementaran todavía más -y con el telón de fondo de la violencia política- “los cimientos del acuerdo comenzaron a socavarse, mientras crecía el desabastecimiento de productos esenciales porque el progresivo incremento de los costos alentaba a comerciarlos en el mercado negro, que se extendía a diario y en el que el control de precios no ejercía influencia”, indicó el historiador.
Roberto Cortés Conde explicó en Progreso y declinación de la economía argentina que en 1973 “el gobierno nada hacía, ni le importaba, en el frente fiscal ni le preocupaba la expansión monetaria y la situación inicial favorable comenzó a complicarse hacia fin de año con reclamos de aumentos por empresarios y sindicatos”, en un contexto externo en el que aumentaron las dificultades por el incremento del precio de las importaciones. “Empezaron a faltar mercaderías, pagadas a precios mayores que los dólares oficiales”, explicó en una frase que, si se aplicara a la actualidad, no carecería de rigor.
Muerto Perón, su esposa Isabel decidió la salida de Gelbard por Alfredo Gómez Morales en septiembre de 1974. Tras la terrible experiencia de Celestino Rodrigo en el gobierno de Isabel Perón —que fue designado por sugerencia del temible José López Rega y aplicó una devaluación del 100%, liberación de precios y aumento de las tarifas—, el índice de inflación saltó de un 32% acumulado entre diciembre de 1974 y mayo de 1975 a un 63% solamente entre junio y julio de ese año.
La hiperinflación aterrizaba en el país y Rodrigo fue reemplazado por una serie ministros por tiempo breve: Ernesto Corvalán Nanclares por cinco días, Pedro Bonani por diecinueve, Antonio Cafiero durante seis meses y, un mes antes del golpe militar, el banquero Emilio Mondelli. Cada uno de ellos intentó lograr sin éxito asistencia financiera internacional, que sólo comenzó a llegar tras el golpe de marzo del 76, cuando las reservas disponibles del Banco Central para atender pagos inmediatos rondaban los US$ 23 millones y la deuda externa del sector público ascendía a unos US$ 4.941 millones.
El director ejecutivo del Fondo, Hendrikus Johannes Witteveen, le había prometido al joven funcionario argentino Guido Di Tella recomendar al board del Fondo Monetario Internacional (FMI) el otorgamiento de US$ 85 millones correspondientes a una línea de facilidades petroleras, y otros US$ 135 millones para compensar la caída en el precio de los productos de exportación.
Pero el 26 de febrero de 1976, el FMI afirmó que no giraría un dólar más hasta que no se aclarara “el panorama político institucional”, es decir, hasta que el gobierno de Isabel Martínez de Perón no terminara de desintegrarse, un mes después con el inicio de la dictadura.
Con otros personajes y en otros contextos, la historia de desesperación por conseguir dólares se repetiría una y otra vez desde entonces, con una deuda externa en ascenso y una fractura social inimaginable en aquellos tiempos.