Acaba de reeditarse en Buenos Aires la biografía de Sigmund Freud escrita por la historiadora y psicoanalista francesa Elisabeth Roudinesco. Doctora en Letras, escritora prolífica y atenta a las encrucijadas del psicoanálisis contemporáneo, crítica de las psicoterapias breves, visitó la Argentina en varias ocasiones. En 2017, pudimos conocerla cuando inauguró el Centro de Psicoanálisis, Psicología y Psiquiatría de la Biblioteca Nacional dirigido por Alejandro Dagfal.
Vale destacar entre sus obras la monumental investigación sobre la historia del psicoanálisis en Francia que comienza con la visita del joven Freud a Paris en 1885 para estudiar con el neurólogo Jean Martín Charcot y concluye en 1981 con la muerte de Jacques Lacan. La batalla de los cien años despliega a lo largo de tres tomos, más de 1200 páginas, una amplia erudición basada en un extraordinario trabajo de fuentes escritas y orales, la historia muy bien narrada de las vicisitudes del movimiento en Francia y sus instituciones, el peso de las biografías individuales, la recepción cultural del freudismo del siglo XIX al XX y, más acá, las relaciones con el marxismo, la ocupación de Argelia y el mayo francés.
Poco después, publicó Lacan. Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento, donde, por primera vez, el desarrollo de las ideas de Lacan se encarna en una historia familiar y una biografía intelectual, en la que desfilan las vanguardias estéticas, la formación psiquiátrica y las lecturas filosóficas que configuraron el ambicioso proyecto de “retorno a Freud” en el escenario de la segunda posguerra. Padres, amantes, colegas y pacientes, vida privada y vida pública, estructuran estas páginas, ofreciendo una visión más humana de la figura que lideró la última refundación teórica del psicoanálisis.
Con la inquietud intelectual que la caracteriza, Roudinesco vuelve a los orígenes del psicoanálisis para escribir su propia biografía del padre fundador. Sin embargo, a diferencia del territorio francés, en el que la investigadora sentó las bases para edificar una historiografía crítica con sello propio, el suelo freudiano no era virgen y estaba surcado por historias múltiples. Ella misma aclara en la introducción del libro Freud en su tiempo y en el nuestro la existencia de varias decenas de biografías del maestro vienés y cómo cada momento de su vida ha sido objeto de profusos comentarios, así como cada línea de su obra de innumerables interpretaciones.
No es fácil competir con textos que ya se han convertido en clásicos como Freud. Una vida de nuestro tiempo, del historiador Peter Gay publicado en 1988 y con quien Roudinesco evidentemente dialoga. Uno podría preguntarse, ¿para qué otra biografía Freud? Claramente, la investigadora francesa apuesta a recuperar el valor del psicoanálisis en un escenario atravesado por publicaciones que en las últimas décadas atacaron con saña sus aportes.
“Constructor de mitos”, “mentiroso” y “pseudocientífico” son algunas de las acusaciones que encontramos en el Libro negro del psicoanálisis. Vivir, pensar y estar mejor sin Freud, publicado en Francia en 2006 y en Buenos Aires en 2007. Roudinesco, como historiadora, responde desde los archivos freudianos de la Biblioteca del Congreso de Washington. Estos archivos creados en febrero de 1951 por iniciativa de Kurt Eissler, un vienés emigrado a América y cercano a Anna Freud, quién reunió cartas, documentos oficiales, fotografías, textos y testimonios de pacientes, vecinos y familiares que habían conocido a Freud con el objetivo de preservar la memoria de un mundo destruido por el nazismo. El problema para los historiadores fue que este maravilloso archivo solo pudo ser consultado por miembros acreditados de la Asociación Psicoanalítica Internacional hasta que, recién en el 2010, se volvieron de dominio público.
La biografía de Roudinesco está organizada en cuatro partes. La primera, “Vida de Freud” relata los comienzos, el amor y la invención del psicoanálisis. En la segunda, “Freud, la conquista” acompaña al joven médico en su viaje a América, los comienzos del reconocimiento internacional y el impacto de la Gran Guerra en su vida privada, sus ideas, la reformulación de sus teorías y una visión pesimista sobre la humanidad que lo acompañará hasta el final de sus días. La tercera, “Freud en su propia casa”, es quizás la sección más novedosa, en la que comparte detalles y anécdotas de la vida familiar de Freud, la relación con sus hijos, nietos, mascotas y su colección de antigüedades, así como también con sus pacientes.
Roudinesco subraya cómo la cura era para Freud “un asunto de familia” y, de este modo, no tuvo inconvenientes en analizar a su hija menor Anna, a varios de sus discípulos y sus cónyuges. La autora lista al final, un apéndice ordenado alfabéticamente de 120 pacientes de Freud. La cuarta parte, “Freud, los últimos tiempos”, explora los intercambios epistolares con intelectuales y escritores como Stefan Sweig y Thomas Mann, su posición crítica con respecto al sionismo, el deterioro físico, la salida obligada de Viena y su muerte en Londres.
Con un estilo claro y apasionado sostenido en un recorrido muy bien documentado, el Freud de Roudinesco nos muestra a un hombre ambicioso, un liberal burgués y conservador en lo político, que se propone fundar una nueva ciencia del inconsciente, atravesado por tensiones profundas entre sus ambiciones revolucionarias -que lo llevan a compararse con Copérnico y Darwin en la subversión de sus descubrimientos- y su apego a los valores familiares y la tradición clásica para construir una mitología de la vida interior a la que denominó Complejo de Edipo.
Entre el Freud tradicional y el moderno, el heredero de Shakespeare y el investigador científico, el descifrador de los sueños y el hombre de la ilustración, Elisabeth Roudinesco nos propone un recorrido que subraya las contradicciones de un personaje inmerso en su tiempo con la ilusión de que también sea el nuestro.
Quién es Elisabeth Roudinesco
♦ Nació el 10 de septiembre de 1944 en París, Francia. Su familia, de origen rumano-judío, tuvo una influencia significativa en su interés por la historia y el psicoanálisis.
♦ Estudió en la Universidad de París, donde se especializó en historia y psicoanálisis. Se destacó como una académica profunda y analítica, dedicando su carrera a la investigación y enseñanza en estas disciplinas.
♦ Es reconocida por sus trabajos que exploran la historia y desarrollo del psicoanálisis, especialmente en Francia. Sus investigaciones a menudo se centran en la vida y obra de figuras prominentes del campo, como Sigmund Freud y Jacques Lacan.
♦ Entre sus obras más influyentes se encuentran Historia del psicoanálisis en Francia (1994), Jacques Lacan: Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento (1993), y Freud: En su tiempo y en el nuestro (2014).
♦ Ha sido elogiada por su capacidad de conectar el psicoanálisis con contextos históricos y culturales más amplios. Su trabajo no solo ha influido en el campo del psicoanálisis, sino también en áreas como la filosofía, la historia y los estudios culturales.
Freud (Fragmento)
Toda sociedad, como es sabido, otorga un lugar a la figura del impostor, por el hecho mismo de que solo puede reproducirse si define con claridad lo que rechaza y lo que incluye en virtud de las normas que fija para sí. Así, el impostor, sea cual fuere el nombre que se le dé, es siempre una figura de lo heterogéneo. Definido como la parte maldita, es lo que escapa a la razón o el logos: el diablo, lo excluido, lo sagrado, la mancha, la pulsión, lo inconfesable. Pero es al mismo tiempo la droga (pharmakon), el proveedor de drogas (pharmakos), el drogado, el chivo expiatorio o el mártir a quien hay que castigar para que la ciudad se regenere. El impostor es pues un ser doble. Carga con la sanción pero es la condición misma de toda sanción. Envenenador o reparador, tirano o miserable, el impostor es el otro de la ciencia y la razón, el otro de nosotros mismos. En relación con ese tema, Freud, hombre de la Ilustración oscura, que había sido adicto a la cocaína, estaba en terreno conocido, entre nostalgia y ejercicio de un humor mordaz. Cada día sufría más por el intruso de dos cabezas que ponía trabas a su palabra: la prótesis que llamaba su «bozal» y el cáncer que se extendía irremediablemente.
Así, los representantes de la autoridad médica veían el psicoanálisis como una extrañeza: una intrusión, un impostor. Después de todo, la doctrina freudiana reivindicaba a Edipo, sabio entre los sabios pero también monstruo y mancha, cuando, al mismo tiempo, su movimiento estaba compuesto por una élite burguesa: médicos, letrados, juristas, cada uno de ellos con su título universitario. La acusación de impostura se explica en parte por el hecho de que Freud consideraba el psicoanálisis como una disciplina en toda regla que solo los «iniciados», debidamente analizados, estaban autorizados a ejercer. De ahí su hostilidad a la creación de una enseñanza del psicoanálisis en la universidad, a pesar de que él mismo lo enseñaba en un marco universitario. En otras palabras, tachaba de antemano de «impostora» a cualquier persona que se autorizara a enseñar su doctrina sin haber sido analizada.