Creo haber citado esto alguna vez antes, pero, como bien decía el genial uruguayo Juan Verdaguer (que hacía monólogos muy divertidos, precursores de lo que años después se llamaría stand up comedy), el que cambia es el público.
Roberto Fontanarrosa tuvo desde la escuela secundaria serios problemas con las matemáticas, al punto de que uno de sus profesores, el ingeniero Sujer Gorodischer, marido de la gran escritora rosarina Angélica Gorodischer, le sugirió que dejara el tecnológico donde cursaba y se dedicara a otra cosa (¡gran consejo!). Como explicación humorística, el Negro solía decir: “¡Es que los números eran millones y yo uno solo!”.
Personalmente, siento lo mismo cuando aparecen en mi horizonte escritores que me parecen más que significativos, de cuya existencia no tenía la menor idea hasta ese momento: ¡tantos miles (ya no millones, por suerte) de escritores y escritoras que vale la pena leer y yo solo y con tan poco tiempo!
Es lo que volví a pensar cuando me enteré de la existencia de Peter Rock, el autor del libro al que me referiré en esta columna: la novela Mi abandono, exquisitamente editada por el sello Godot, que llevan Hernán López Winne y Víctor Malumián con mano maestra.
Registré por primera vez su nombre (nació en Salt Lake City, Utah, en los USA en 1967) en agosto de este año, cuando estuvo invitado a la excepcional Feria de Editores. Leí varias de las entrevistas que concedió en esa primera visita a Buenos Aires y me interesó mucho su pensamiento. En la FED dio una charla sobre “Literatura y familia”, que fue excelente según cuentan quienes asistieron. Les pedí a los editores la primera de sus novelas que habían publicado en castellano y me enviaron esta, aparecida en 2018 (en una inmejorable traducción de Micaela Ortelli, hay que decirlo).
Quedé deslumbrado por el vertiginoso estilo de la narración. Está contada en primera persona por la protagonista, una niña que es recuperada del hogar donde estaba en adopción desde la muerte de su madre, por su padre, un veterano de guerra, con estrés postraumático. A partir de allí ambos viven, por decisión de ese hombre, rápidamente aceptada por la niña, fuera de la “civilización”, en alojamientos precarios en un bosque cerca de Portland, Oregon, y tratando de “no dejar rastros” para evitar ser cooptados por el “sistema”. Precisamente No dejes rastros es el título de la versión cinematográfica de esta novela (que modifica bastante el final) dirigida por Debra Granik y estrenada en 2018, sin intérpretes muy conocidos en su reparto.
Sus escasas irrupciones en el mundo son solamente para proveerse o para que el padre recoja, en casillas de correo que va cambiando frecuentemente, el cheque de su pensión con el que subsisten.
Un error hace que sean descubiertos y “atrapados” muy amablemente por el sistema, en cuya representación una asistente social incorpora a la ya adolescente a la educación formal, proveen al dúo de una vivienda digna y al padre con un trabajo bien retribuido con un patrón comprensivo y empático.
Pero el padre siente el llamado de la vida “salvaje” y huyen, con una serie de alternativas dramáticas que van siendo relatadas por la joven.
El autor declaró haber sido influido por el pensamiento de Henry David Thoreau escritor, poeta y filósofo norteamericano del siglo XIX, que en su libro Walden preconizó un regreso a la Naturaleza. Pero también por Ralph Waldo Emerson, pensador de la misma época y nacionalidad, que preconizó: “No vayas adonde el camino te lleve, ve a donde no hay camino y deja un rastro…”.
También hay en la escritura de Rock huellas de Walt Whitman y aun del Jack London de Colmillo blanco. De este, especialmente en Klickitat, su segunda novela, de 2016, que recibí en estos días y estoy ansioso por leer.
En la entrevista que le hizo en su visita a la Argentina y que publicó Clarín, Maxi Kronenberg le preguntó cómo recibió la sociedad americana su “crítica hacia el mundo del consumo a través de dos personajes que viven fuera del sistema”.
Su respuesta me parece esclarecedora de su posición ideológica:
“Difícil saberlo. Cuando comencé a trabajar con el libro iba a Forest Park, muy cerca de Portland, un área muy amplia y salvaje. En el bosque me subía a los árboles, trataba de imaginar cómo vivía esta niña e interactuaba con personas que vivían ahí. En mi ciudad hay muchas personas sin hogar, que viven en la calle. La sociedad siente empatía y deseo de darles protección pero también es incómodo: las personas que critican el consumismo se sienten culpables por ser consumistas, pero no es algo que dejen de hacer”.
Yo vivo en una ciudad cuyo inminente Jefe de Gobierno rechaza el hecho de que los cubículos de los cajeros automáticos sirvan de refugio a gente que no tiene donde dormir, pero me consta que los posibles usuarios de esos cajeros esquivan los “habitados”. Y por aquí no hay bosques donde albergarse y sobrevivir. Mientras una ministra británica dice que hay gente que vive en la calle “porque quiere hacerlo”.
Sin ninguna pretensión de ser “novela social”, Mi abandono, además del placer que proporciona su lectura, puede incitar a una reflexión profunda sobre las desigualdades, cada vez más profundas, que nos rodean cada vez más.
Así empieza “Mi abandono”
A veces vas caminando por el bosque y salta un bicho, te pica en la espalda y en los hombros varias veces y se pierde otra vez en las plantas. No se puede hacer nada más que seguir caminando. Hay que estar preparada para todo, como yo mientras sigo a Padre bajo los árboles, bordeando un charco hacia el alambrado que rodea el galpón de chatarra. Es de noche.
—Caroline, pasa por aquí —dice, abriendo un hueco donde está rajado el alambre.
Empieza a hurgar y separar cosas. Busca acero y metal para sostener nuestro techo. Miro la ruta, la entrada del depósito y hacia atrás por donde vinimos. Pasan autos y camiones por la autopista. Las personas adentro miran hacia adelante y piensan en el lugar al que van y en lo que sucederá después y tal vez en lo que estaban haciendo antes, pero no van pensando en nosotros ni nos miran. No hay casas cerca. Hay una central eléctrica bullendo dentro de su propio alambrado, y del otro lado el Fat Cobra Video, donde Padre dice que venden víboras pero no le creo. En la vidriera hay fotos de mujeres con el torso desnudo agarrándose los pechos.
Ahora saca unas barras largas y delgadas y separa unas chapas. En una mano tengo a Randy, mi caballo de juguete. Nunca lo suelto por mucho tiempo. Randy y mi cinta azul siempre están conmigo.
Quién es Peter Rock
♦ Nació en Salt Lake City, Estados Unidos, en 1967.
♦ Estudió en Deep Srpings, la Universidad de Yale y Standford.
♦ Su primer título traducido al español fue Mi abandono, publicado en 2016 por Ediciones Godot. También tuvo su adaptación al cine en 2018, bajo el título Leave no trace, dirigida por Debra Granik.
♦Otros títulos de su autoría son Klickitat (2021) y Los nadadores nocturnos (2022).
(Fotos: Maximiliano Luna)