¿Matar o morir? Las circunstancias nos marcan con tinta indeleble. Es verdad. Pero también lo es el hecho de que cualquiera sea esa circunstancia, que abrió la “maldita” herida, no habilita a hacer cualquier cosa, ni con la vida ajena ni con la propia.
Julia Navarro, consagrada escritora y periodista española, lo plantea y muy bien en su novela De ninguna parte (2021), la novena como autora de habla hispana. La historia, escrita con enorme destreza literaria, cuenta las vidas de Abir y Jacob, quienes -desde bandos opuestos- intentan sobrevivir a un pasado de violencia y desarraigo que los asfixia.
Jacob es, por circunstancias ajenas a su elección, miembro del ejército de Israel, algo con lo cual no es feliz. Desde aquella misión en el Líbano, sufre de una pesadilla recurrente que le taladra la cabeza y no lo deja dormir: “Te encontraré! ¡Os mataré a todos y pagaréis por lo que habéis hecho!”.
Es que, durante una operación militar, que buscaba capturar al jeque Mohsin, uno de los jefes yihadistas más peligrosos del mundo, dejan huérfanos, por accidente, a dos chicos (Abir y su hermano Isamil): “El ruido de los disparos envolvía la madrugada. (…) saltaron por una ventana. Su madre tropezó y cayó de bruces. La cabeza de Dunya -la hermana más pequeña- se estampó contra el suelo y empezó a manar sangre mientras su madre gritaba. (…) Abir vio con horror que estaba herida (…) y allí murió. Entonces (Abir) levantando el puño juró que los mataría”.
Debido a esto, la culpa y los gritos de Abir persiguen a Jacob hasta en los sueños. Algo que sufre e intenta superar, pero sin suerte. Después de la tragedia, Abir y su hermano fueron reclutados por el jeque Mohsin. Nadie les consultó si querían hacer eso o no. Tampoco tuvieron mucha chance ya que eran dos niños de apenas 14 y 12 años que estaban a la deriva.
Fue su tío -único tutor luego de la muerte de sus progenitores- quien les dio cobijo y los encomendó al terrorismo islámico, como la mejor manera que encontró de darles un futuro. Suena demente. Pero es lo que es. Así, el adolescente que presenció la muerte de su mamá, su papá y su hermana menor, en manos del ejército israelí, se convirtió en carne de cañón de esta archipeligrosa célula terrorista y -por supuesto- en uno de los lugartenientes ejemplares del jeque.
“Él (Abir) se sentía orgulloso de contar con la confianza del jeque; esto suponía que los hombres lo respetaran, pero también le obligaba a exhibir su valor sin flaquear”. Aun así, con su dolor y odio a cuestas, por su temprana orfandad, con el resentimiento en carne viva y la presión del líder sobre sus hombros, Abir no encontró en ese lugar ninguna pertenencia y, al igual que su enemigo Jacob, tampoco era feliz.
“Necesitamos hermanos dispuestos a dar la vida -lo arengaban los integrantes del grupo terrorista- para lograr vencer en la batalla final. La guerra santa exige hombres valientes y piadosos (…) hombres a los que les repugne la vida de pecado y depravación de los occidentales. Perderán (…) porque nos tienen miedo. Los venceremos”.
Al igual que Jacob, Abir se había convertido en un guerrero, sin elegirlo, y tenía claro que eso implicaría morir por la causa. Más temprano que tarde, tendría que inmolarse como el fanático en que lo habían convertido, por más que, en su corazón, amase la vida. Y esa era su gran contradicción: él quería vivir.
Pero, a la vez, quería vengar la muerte de su familia, preso del resentimiento y la desesperación. Abir y Jacob, a pesar de sus diferencias y rivalidades, se parecían bastante en un punto: ambos se encontraban en un callejón sin salida, no podían cambiar su pasado y tampoco sabían cómo escapar de él. Estaban atrapados.
Quince años después de aquel ataque, en el que aquellos niños inocentes perdieron a su familia y fuerob cooptados por el jeque yihadista para unirse a las filas del terror, Jacob y Abir se vuelven a encontrar. Pero, esta vez, el escenario es distinto. Será en Europa, en medio del humo y el horror por un ataque terrorista de la yihad, en Bruselas.
¿La promesa de Abir comenzaba a cumplirse? De ninguna parte es una novela que parece haberse escapado de las páginas de actualidad de los diarios, cuyos protagonistas principales se ven sometidos a situaciones extremas –en ocasiones no deseadas– y tironeados entre lo que quisieran hacer con sus vidas y lo que les dicen que deben hacer con ellas. Porque a veces se puede elegir. Pero otras, parece que no.
Ambos protagonistas son de ninguna parte. El desarraigo los transformó en personas extrañas para sí mismas y para los demás. Son almas vulneradas en medio de un conflicto sin fin. Y no encuentran su lugar en el mundo. La calidad narrativa de la obra, editada en 2021 por Penguin Random House, facilita la lectura. Y la trama -tan actual como creíble- refleja con sumo cuidado y desde la pura ficción muchos de los escenarios y las situaciones reales que hoy se viven en Medio Oriente.
La autora sabe atrapar desde la primera línea. Ilumina mucho de lo que no se entiende de esta guerra atroz que parece no encontrar un final, donde ambos bandos son esclavos de sus ideas y creencias. “Da lo mismo quién empezó. La cuestión es qué pasa aquí y ahora. ¿Qué estamos haciendo para lograr parar esta pesadilla?”, cuestiona Jacob. “¿Qué es más difícil, morir o matar?”, le pregunta Ismail, a su hermano Abir.
Y… ¿quien puede dar una respuesta certera? Tal vez sea la autora quien proponga una tercera vía. O quizás un final inesperado de un solo golpe.