Dorothy Parker no sólo fue una de las mujeres con más carisma del Hollywood de la década de 1920, donde fue guionista de películas como Nace una estrella, sino una de las humoristas más reconocidas en esos años, una mujer “volátil de agudeza” cuya vida novela Gill Paul en Las chicas de Manhattan.
Parker “era una mezcla volátil de agudeza, inteligencia, fragilidad y picardía”, dice la autora inglesa en una entrevista por el lanzamiento de este libro, publicado en España por Maeva y disponible en muchos países como libro electrónico. La novela viene a recordar los 130 años del nacimiento de esta mujer a la que también hay que adjudicarle frases como: “La heterosexualidad no es normal, sólo es común”.
“Me interesaba -explica- explorar esa combinación de brillantez y autodestrucción que se ha dado en grandes talentos del humor ingenioso a lo largo de los tiempos, incluido el gran Matthew Perry, recientemente fallecido”, comenta.
Gill Paul es una novelista inglesa que se ha especializado en la ficción histórica, sobre todo sobre mujeres reales del pasado que considera que han sido marginadas o malinterpretadas por los historiadores.
Algunos de sus libros más conocidos son Women and Children First (Mujeres y niños primero), basado en la tragedia del Titanic; The Secret Wife (La esposa secreta), que narra el romance entre el zar Nicolás II y una joven soldado; y A Beautiful Rival (Una rival hermosa), que revela la famosa rivalidad entre las magnates de la cosmética Elizabeth Arden y Helena Rubinstein.
La autora nació en Escocia y estudió Medicina, Literatura Inglesa e Historia antes de dedicarse a la edición y luego a la escritura. También ha escrito libros de no ficción histórica, como A History of Medicine in 50 Objects (Una historia de la medicina en 50 objetos). Sus novelas han alcanzado el éxito de ventas en varios países y han sido traducidas a veintidós idiomas.
Captar a Dorothy
“Captar la magia de Dorothy fue una de las partes más difíciles, pero espero haber reflejado la suficiente para hacerle justicia”, añade.
Según agrega, en esta obra se permite crear diálogos e inventar frases “divertidas para la mujer más ingeniosa del mundo”, algo “muy presuntuoso” por su parte.
Y también lleva a la ficción algunas escenas que sucedieron en realidad, mientras que otras pertenecen por completo a su imaginación.
“Pero no escribí en primera persona; hubiera sido demasiado aterrador”, reconoce.
Una época fascinante
Las chicas de Manhattan sitúa a Parker junto a sus tres amigas: Jane Grant, primera mujer reportera de The New York Times, la actriz de Broadway Winifred Lenihan y Peggy Leech, asistente de una revista durante el día y brillante novelista por la noche.
Un cuarteto que vive y lucha por sus objetivos en pleno 1921, con la Ley Seca en auge, lo que llena estas páginas de garitos clandestinos donde corre la ginebra y suena el mejor jazz de la ciudad.
“Siempre me ha fascinado la Ley Seca, sobre todo en Manhattan, donde la polémica Ley Volstead convirtió a toda una generación de gente corriente en infractores de la ley”, dice, pero también fueron años en los que las mujeres, “además de una carrera profesional”, pudieron tener “amantes”.
Todo esto le ha permitido a la autora fabular sobre la vida de estas cuatro mujeres que, juntas, consiguen revolucionar la escena en la que se mueven, como por ejemplo la conocida mesa redonda del Hotel Algonquín, formada por periodistas, críticos, escritores y actores del mundo del espectáculo de Broadway.
Mujeres que, conscientes o no, ayudaron a otras, como sucedió en el caso de Jane Grant, quien creó en 1924 una asociación para apoyar a las mujeres periodistas.
Aunque Paul no cree que haya vuelto a darle vida a Parker con esta novela, sí que espera “arrojar algo de luz” sobre las decisiones que tomó durante la década de 1920, que fue una época “especialmente traumática” para ella.
“Me di cuenta de que las cuatro eran mujeres fascinantes que habían conseguido grandes logros. Sus historias se entrelazaron de forma muy natural”, confiesa.
“Cuando estaba enfrascada en la novela, lo más emocionante para mí fue sentir que había descubierto verdades emocionales sobre cada una de ellas y también convertirlo (eso espero) en una historia entretenida”, concluye.
Con una trama llena de ritmo, musical y repleta de personajes extraordinarios, Las chicas de Manhattan aún no tiene oferta para ser llevada al cine, pero su creadora alberga esa esperanza y la de, confiesa, que sea la española Penélope Cruz la que la protagonice.
“Las chicas de Manhattan” (Fragmento)
DOTTIE
—A VER SI lo he entendido bien —dijo Eddie—. ¿Quieres traer a un montón de individuas a casa para que se ventilen mi alcohol? ¿Por qué no te buscas un trabajo y te compras tu propio bebercio?
Estaba desplomado en un sillón, con la camisa abierta y la cara brillante a causa del sudor. Dottie pensó que nunca lo había visto menos atractivo. Se acuclilló para acariciar a su terrier, Woodrow Wilson, y el animal enseguida se tumbó bocarriba con las patas abiertas para pedir que le rascase la tripa.
—Mira a Woodrow —comentó—. ¿Crees que podríamos ponerlo a trabajar en el burdel de Polly Adler?
Eddie ni siquiera volvió la mirada. Se llenó el vaso hasta arriba de whisky y, sin añadirle agua, dio un trago para luego lanzarse en una diatriba que parecía haber estado ensayando toda la tarde.
—Antes de que nos casáramos, me gustaba de ti que fueras una chica trabajadora con un buen puesto y muchas agallas, pero después te volviste engreída y arrogante, creíste que podías decir lo que te diera la gana porque eras irremplazable. Pues ¿sabes qué? Resulta que no lo eras.
Dottie no se lo discutió, porque todo lo que decía era cierto. Cuando la nombraron crítica teatral de Vanity Fair, el poder se le subió a la cabeza. Se paseaba por estrenos y veladas escénicas pavoneándose, sintiéndose la reina del mambo, y luego garabateaba una reseña deprisa y corriendo momentos antes de que expirara el plazo de entrega. Al principio había intentado dar su opinión sincera, pero a menudo era incapaz de resistirse a ser un poco traviesa con tal de conseguir un chiste atrevido. Una vez recomendó que los integrantes del público de cierto espectáculo se llevaran una labor de punto para entretenerse; otra, en lugar de reseñar la obra, redactó una detallada descripción de la mujer de la fila de delante, que no se estuvo quieta en toda la representación.
Cuando su jefe la invitó a comer en el hotel Plaza, ella pensaba pedirle un aumento de sueldo… y de pronto él le soltó la bomba de que iba a sustituirla. Negó que fuera porque había despellejado tres grandes espectáculos de Broadway seguidos; espectáculos que se gastaban mucho dinero en anuncios en las publicaciones de Condé Nast. Negó que fuera porque había comparado a la esposa de un famoso productor con una bailarina de revista erótica. Pero de todos modos la despidió.
El mejor compañero de Dottie, Bob Benchley, se marchó con ella para apoyarla, y juntos alquilaron un minúsculo despacho donde se establecieron como «escritores independientes». Ella pretendía concentrarse en la poesía y el relato corto, pero, cuando miraba la página en blanco de su máquina de escribir, no se le ocurría ninguna idea. Y, si tenía alguna, las palabras se le antojaban trilladas y patéticas al releerlas. Aunque le habían publicado unas cuantas piezas, su mayor logro desde que se había establecido por cuenta propia era la habilidad de lanzar bolas de papel arrugado con una puntería infalible a una papelera situada a dos metros.
(Con información de EFE)