“Vi luz al final del túnel y me quedé” cuenta Ana Sicilia cuando recuerda la primera charla que fue invitada a dar en la Unidad 9 de La Plata con la que inició un recorrido entre los pabellones, siempre cargando libros como excusa para el encuentro.
Ya se cumplieron 6 años de ese primer día. En el camino muchas alegrías, tristezas, dolores, aprendizajes y el deseo de mejorar la vida de aquellos que están privados de la libertad para que se reinserten en la sociedad desde otro lugar.
“En un momento no tenía trabajo, ni dos pesos con cincuenta para cargar la SUBE e ir al penal, pero buscaba la vuelta y me iba igual”, recuerda la periodista y conductora que no temió dar un paso al costado al priorizar el trabajo social por sobre el que desarrolla en los medios: “Siento que acá puedo aportar más que en esos espacios, por lo menos en este momento de mi vida. Hacía una década que venía trabajando en radio y tele y fui por un sueño personal, quizás individual, pero que hace a la construcción colectiva. Que me quiten todo menos los sueños”, agrega y también aclara que lo considera una forma de devolver al Estado lo que le dio la universidad pública.
De todo este proceso habla Sicilia en Libros tras las rejas, su primer libro donde relata cómo nació el proyecto que ya lleva entregados 8500 ejemplares en todo el país y creció tanto que se convirtió en una fundación.
“Cuando era chica no tenía libros; tal vez sea esa carencia, esa huella que queda a nivel inconsciente la que me genera este motor”, reflexiona en esta charla con Infobae y va por más: “Donde no hay libros, ahí hay que llevar la lectura. Incentivar”.
—¿Tenés identificado cuándo empezaste a sentir responsabilidad social?
—A los 12 años estaba en Acción Católica con todos mis amigos y mis amigas y hacía apostolado, dedicaba un día a la semana para una labor social. Era ir a un comedor en este caso o preparar ropa para los nenes y las nenas de un hogar.
—¿La vocación siempre estuvo clara en comunicación, siempre fue por ahí?
—¿Sabés que no? Cuando salí de la secundaria estaba un poco perdida. Mi viejo es obrero metalúrgico; mi mamá, comerciante. En ese momento era: “Si vas a la universidad estudiá algo que tenga una salida laboral”. Quería ser despachante de Aduana o hacer Administración hotelera. Como Administración hotelera estaba en una universidad pública me anoté ahí; a las dos materias me di cuenta de que no era para mí. Empecé a ver y una de las materias que había electivas era Comunicación Popular. Ahí me quedé.
—Y mientras tanto también crecía la modelo. Hubo un momento en el que trabajabas muy bien.
—Era la salida laboral rápida. En ese momento se filmaba mucho para toda Latinoamérica. Yo filmaba un comercial, iba a la universidad tranquila, por ahí trabajaba una vez al mes pero me servía para vivir. Había empezado a trabajar en los medios de comunicación y podía hacer algún que otro comercial. Siempre está esta polifunción que tenemos.
—La polifunción y también la búsqueda, porque si no hubieras pisado hace seis años por primera vez un penal, tal vez hoy la foto del presente sería otra ¿no?
—Totalmente. A veces me lo pregunto: “¿Qué hubiese pasado?”.
—Porque se volvió muy fundamental en tu vida el trabajo en las cárceles.
—Sí. Un trabajo por supuesto ad honorem, con mucho amor, mucha voluntad. En un momento incluso estaba sin trabajo en los medios de comunicación y es cuando más me aferré a las cárceles. El libro como excusa para el encuentro, para pensarnos, para repensarnos como sociedad. Es solo un granito de arena esto. Fomentar la lectura. Y en un contexto de encierro que no miramos. Solo miramos las cárceles cuando hay un motín o cuando pasa algo malo. ¿Por qué no miramos ahí?, esa famosa frase que tanto se usa de: “Las cárceles son el reflejo de la sociedad”. No nos queremos mirar mucho en ese reflejo, en ese espejo.
—¿Qué viste dentro de las cárceles?
—La palabra que primero se me viene es desolación. Vas, cumplís tu condena ahí y se mira para otro lado. ¿Y qué pasa cuando esa persona sale? Cumplió su condena, 10, 15, 5, 35, perpetua. ¿Cómo vuelve a la sociedad? Hay miles de organizaciones, fundaciones, talleristas trabajando en los contextos de encierro; por supuesto que no alcanza, siempre se va a necesitar más participación civil. Pero veo eso, que se deposita a la persona ahí: ¿qué herramientas se le dan? ¿Están reinsertando realmente las cárceles? ¿Están cumpliendo esa función? Se habla mucho de inseguridad o de seguridad, qué pasa con la seguridad. Qué pasa con las cárceles, se pone la basura abajo de la alfombra viste.
—Muchas veces decimos y me gusta poder preguntártelo, que las cárceles profesionalizan a los delincuentes. ¿Te encontraste eso?
—Y sí, está. Eso está. Hay algo macro que pareciera que sirve, que funciona así esa no funcionalidad, esa “no función”. Después se puede hablar de las estadísticas de reincidencia o no; pero yo entro a un pabellón y tengo cuarenta pibes o cuarenta pibas, que no es que son cuarenta que recién cayeron en cana, no: “Estuve cinco, me fui, ocho tengo ahora”. El otro día estaba en Mendoza y la mitad del pabellón tenía perpetua. Ese es otro cantar. Pero: ¿qué pasa con la presencia del Estado, incluso nosotros como sociedad, cuando la persona sale? Tiene un sello en la frente que dice “estuve detenido”, “estuve detenida”. ¿Qué pasa ahí en esa reinserción?
—¿Cómo te presentás cuando llegás a un penal en el que no estuviste nunca? ¿Cómo te presentás con un detenido al que no conocés?
—Está lo que se puede contar y después lo que yo digo: “Lo que pasa en el pabellón queda en el pabellón”. Pero bueno: “Hola, Anita acá para los amigos. Ana para el resto”. Ahí ya es como que rompés un poquito. “Bueno, en el barrio me dicen Anita, ustedes elijan”. El otro día en un pabellón me pasó que había un grupo que estaba más atrás y después de un par de cositas, algunos latiguillos que usamos, empezaron a descruzar brazos y venir hacia adelante. Ahí nos entendimos. Les cuento el recorrido, estos seis años ya de transitar distintas cárceles. De dónde vengo.
—¿Se enganchan fácil con la lectura o cuesta?
—Cuesta un poco. Hay otros que ya llevan años detenidos y te dicen: “Y sí, leo mucho y me vienen bien unos libros nuevos”. Después tenés el que no sabe leer, que no sabe escribir, y allá los chicos de la Unidad 9 se dieron cuenta y se armaron un tallercito de alfabetización. Yo les venía diciendo: “estemos atentos al tema de la población analfabeta”. En los últimos años lo empecé a percibir más, tanto en institutos para adolescentes como en cárceles de adultos y adultas. Cuando alguno no sabe leer le digo: “Bueno, están en el rancho. Están ahí, dejen un cachito el celular. Dejen las facas si están haciendo pavadas. ¿Por qué no le leés en voz alta? Acompañen al otro. Hagan cosas piolas también”. Es ahí, ir probando. ¿Vos te imaginas la vida sin leer un libro?
—No.
—Bueno.
—Pero yo tampoco me puedo imaginar la vida en el contexto de encierro. Me imagino que te deben contar cosas muy difíciles adentro.
—Algunas cositas cuento en el libro. Hace unos años llegué y había una pizza ahí. A las ocho y media de la mañana estaban desayunando una pizza que había quedado. Íbamos a empezar el taller y estaban todos para atrás, hasta energéticamente. Los notaba raros. Nos pusimos a hablar y uno de los pibes estaba preocupado porque lo había llamado la mujer y habló con su chiquito y ella le dijo: “Mirá, no te puedo ir a visitar porque no tengo nada para llevarte. No tengo nada. Ni para comer nosotros”. Y él estaba preocupado porque dice: “Mi hijo no tiene para comer y yo acá adentro”. Y le digo: “Sí: ¿y afuera qué estarías haciendo?” Una especie de catársis se empieza a dar ahí adentro. Y en el medio de esa charla que parecía que iba todo para atrás fue la primera vez que pregunté en una cárcel: “¿Qué sueñan?”. Vos pensá que estábamos hablando de que el hijo no tenía para comer. Y me miraron como: “¿Y esta qué dice?”. “Ya sé, esto quedó acá. Les pido un paréntesis en la vida en este momento feo por no decir otra palabra. ¿Qué soñás para tu vida? ¿Qué te gustaría? ¿Qué soñas ser? ¿Qué soñás hacer?”. Se te quedan… un silencio, nadie responde. Y ahí digo “claro, tenemos hasta los sueños truncos ¿no?” Qué somos si no tenemos un sueño, una meta, algo. Hay carencia de eso también. Y claramente las necesidades básicas insatisfechas.
—¿Qué te pasa a vos frente a condenados por femicidios o violaciones?
—Yo tengo un solo reparo, lo único que pido es que el pabellón de femicidas y abusadores, no. Porque la charla que doy yo va hacia otro lado. Va al pibe que no tuvo nada o tuvo poco como yo cuando era chica. Al que por ahí no conoce más que salir de caño a la calle porque pintó. Al que está por ahí detenido de garrón, porque también están ¿no?
—Hay un texto que escribió un preso sobre las posibilidades y las elecciones.
—Jorge, sí. Hoy está estudiando. A él lo conocí en uno de los pabellones literarios que hay en las cárceles de la provincia y lo conocí ahí porque alguien me hizo llegar ese escrito. Trato de no ir a los pabellones que ya están organizados, donde hay libros. Me gusta ir al famoso pabellón de villa o población. Ahí es donde casi no hay talleres.
—¿Cuándo hablamos de pabellón de villa de qué estamos hablando?
—Los pabellones más relegados. Los que por ahí no están organizados.
—Te pregunto porque muchísima gente no sabe sobre la sobrepoblación carcelaria. No sabe en qué condiciones están los presos.
—Totalmente y el hacinamiento que se da no es solo es en las cárceles de la provincia, donde más de la mitad de la población carcelaria del país se encuentra nucleada, se nota más acá pero en el resto del país también se da.
—¿De lo que a vos te cuentan qué es lo peor que viven adentro de la cárcel?
—El día a día es complejo. Se normalizaron situaciones que no tendrían por qué ser así. Lo que viven los familiares: “No, esto no entra”. “Esto tiene una etiqueta rara, no entra”. “Esto sí”. ¿Y las cosas que están adentro? ¿Qué me van a decir, que adentro de las cárceles no hay nada que no esté permitido? Entonces vos decís “este paquete de yerba no entra porque tiene una cosita rara” y se lo descartan al familiar. El destrato para con los familiares de las personas detenidas es muy duro.
—¿La comida está bien?
—No, nunca estuvo bien. Hay un sistema ahí raro de viandas, las veces que me han mandado la foto de la hamburguesa podrida que llega, de la milanesa vieja, del arroz todo… Y los familiares llevando bolsones y bolsones de comida. Tantas veces la gente pone: “Con nuestros impuestos se mantienen las cárceles”. Yo siempre les pregunto a las personas que me vienen con ese discurso: “¿Vos sabés si llega el jabón, el papel higiénico, el colchón, las sábanas, la comida al pabellón?” No. Ah, entonces preguntemos desde otro lado.
—¿Trabajan los presos?
—Sí, pero en lo que es el Servicio Penitenciario Bonaerense, hace un par de años uno de los chicos me decía, de hecho está en el libro: “16 pesos al mes. De acá a que me voy qué tendré, 160 pesos. ¿Me sirve para algo?” A diferencia del Servicio Penitenciario Federal que está mucho mejor organizada la situación y el pago que es mayor.
—¿Ellos trabajan y esa plata le va a la familia, paga algo de lo que consumen, cómo es?
—No, les queda para ellos. Se va acumulando para su salida. Que claramente no es mucho. No sé cómo están los valores actualizados pero no significa nada.
—¿Tuviste miedo alguna vez?
—Solo una vez en una comisaría que oficiaba de centro de detención, no deberían estar en esas condiciones las personas. Fue un poco heavy. Estaban pasados de pastillas. No corría aire. No lograban estar presentes y se puso un poco áspero, estuve quince minutos, dejé los libros y me fui cuando yo suelo estar una hora, una hora y media. Fue la única vez no estaban en eje, no estaban en sí. Era algo que excedía todo.
—¿Cuántos libros llevas entregados?
—8.500 libros. Si me lo decían cuando era piba que iba a estudiar a la biblioteca popular del barrio, que iba a estar entregando libros donados cuando no tenía biblioteca propia en mi casa no lo hubiera creido. Incluso ya descentralicé la idea de ir a biblioteca, es el libro en mano. Llevo 120 libros. Hay 40 detenidos o detenidas: “Agarren un par cada uno y elijan. Ingresen a la librería, pero no a chorear, hagan de cuenta que van a comprar un libro”. Se ríen todos. Está mucho la pregunta: “¿Pero me lo puedo quedar?”. “Sí, sí, es para vos, un regalo”.
—En el último libro de Claudia Piñeiro hay una referencia muy clara al trabajo que estás haciendo.
—Sí, es muy generosa Claudia siempre. Cuando hice un pedido en un momento para una cárcel de mujeres pregunté en las redes a las autoras feministas si querían donar un ejemplar de su autoría y si era con una dedicatoria mejor. Pasó algo maravilloso, se viralizó en Twitter, en Instagram y de pronto llego a Claudia y me dio cada uno de sus ejemplares firmados. Se generó algo muy lindo.
—¿Qué te pasó cuando empezaste a ir a cárceles de mujeres?
—Cuando vas a la de hombres ves las largas filas de madres, hijas, compañeras, con los bagayos, con las bolsas, con todo. Y cuando vas a las de mujeres quizás la fila es más corta y no ves una fila de hombres esperando con los hijos. Las mujeres siempre bancando la parada. Ellas adentro, ellas afuera. Y en las cárceles de mujeres noté un poco más de depresión. De los ánimos más bajos. Los hombres por ahí están con otro ímpetu. En Ushuaia me pasó que las chicas estaban muy tristes, muy deprimidas, muy para abajo. Me costó mucho energéticamente traerlas al presente. Fue difícil.
—¿Creés que tiene que ver con la falta de sueños de la que hablabas antes?
—Sí. Frustración. Tal vez hay enojo. Esa desolación ¿Quién las va a ver? Me pasó en Junín, con una de las mujeres cuando hablo de los sueños -yo sé que muchos deben decir: “Esta me habla de sueños, no tengo ni para comer, duermo en el piso en una frazada enrollada”-. La mujer me dice: “A mí me encantaría tener una casa y vivir ahí tranquila con mis dos hijos, pero es imposible, nunca la voy a tener”. ¿Qué decís ante eso? Lo único que tengo para darle son libros y que por ahí en algún momento algún libro la lleve a un viaje y la haga soñar que hay una realidad diferente posible; pero también necesitamos un Estado presente para eso.
—Me parece importante contar que con la compra de Libros tras las rejas se colabora con la Fundación ¿Cómo nace ese proyecto?
—Un poco en esta búsqueda de estos años de Anita Sicilia llevando libros, parecía la loca de los libros. Cuando vi de pronto que tenía el departamento explotado de donaciones de libros, la baulera, el baúl del auto, dije: “Che, esto ya excede mi persona. Es una construcción colectiva. Ya es un proyecto” Los libros en los pabellones.
—En el medio de estos años nació no solo Libros tras las rejas y la fundación también nació Juan, tu hijo.
—Sí. Fue impresionante. Nunca me imaginé recorrer las cárceles con Juancito en la panza. Ahí encontré el final del libro. Había que anclararlo en algo y sentí que era un renacimiento de alguna manera.
—¿Te contactan cuando salen?
—Sí. Ahora está pasando algo hermoso con muchos que fui conociendo: “Venite al barrio” me dijeron y estamos ahí en Florencio Varela, armamos un lugar que ellos venían limpiando que era un basural. Pusimos una biblioteca al paso que armaron en un penal. Un tobogán. Plantamos arbolitos, que los plantines se generaron en un instituto para adolescentes privados de libertad y los mismos adolescentes con un permiso fueron a plantar esos árboles al barrio. Es una cadena. Esos nenes y nenas que están en un contexto de vulnerabilidad también sacando el librito de la biblioteca me dicen: “¿Me lo puedo llevar a mi casa?” “Sí, es tuyo”. A mí dejame seguir soñando, Tati.