“Quiero escribir una novela sobre el silencio de las cosas que la gente no dice”, dijo alguna vez la célebre autora británica Virginia Woolf. En esa misma línea, la terapeuta argentina Jaqui Zieler acaba de publicar su segundo libro, Amordazadas, en el que rescata “pequeñas historias sobre grandes sufrimientos acallados” de mujeres a las que trató con el fin de ampliar esa cadena de sanación.
“Sé la pulsión terapéutica que hay en el acto de escribir, en poder decirse; conozco la luz que trae el relato de lo vivido para elaborar lo que ha sido muy difícil de transitar. Hay experiencias que provocaron tanto sufrimiento que no llegan las palabras para narrarlo. Solo al sacarlas el veneno se vuelve antídoto”, escribe la autora, que preside la Fundación Creavida hace 20 años.
Las 30 historias de Amordazadas muestran que Zieler sabe que escribir para otros es una forma de prestar las propias palabras para decir lo ajeno y lo humano. “Eran sufrimientos llenos de miedo, guardados por mucho tiempo en los rincones más remotos para que nadie los viera, para que no molestaran la vida, por la certeza de cumplir con un mudo pacto social de silenciar entre todos las violencias”.
“En un mundo donde una de cada seis mujeres de todas las edades es agredida sexualmente o es sujeto de algún tipo de violencia, y donde son más las mujeres que mueren en su entorno doméstico que los hombres que han muerto en las últimas guerras, es posible que conozcas a alguna en la misma manzana en la que vivís o más próximo de lo que imaginás. Solo que, hasta que no llega muy cerca, es difícil creer”. Para que no lo sea, Amordazadas arroja luz sobre estos silencios y los transforma en poderosos gritos de justicia.
“Amordazadas” (fragmento)
¿Por qué este libro? Reinaldo Arenas dice que escribimos para poner palabras a silencios anteriores. Ferdinando Camon afirma que lo hacemos por disconformidad con la realidad. Para enmendar la infancia, diría Almudena Grandes. O para que los personajes puedan salir airosos de situaciones que los hubieran atrapado para siempre, confesaba Humberto Eco. ¿Necesidad de testimoniar?
Antes de decir, escucho. Recibo relatos de vida hace muchos años. Muchos. Propongo a las personas escribir. Sé la pulsión terapéutica que hay en el acto de escribir, en poder decirse; conozco la luz que trae el relato de lo vivido para elaborar lo que ha sido muy difícil de transitar. Hay experiencias que provocaron tanto sufrimiento que no llegan las palabras para narrarlo. Solo al sacarlas el veneno se vuelve antídoto.
Escribir para otros es una forma de prestar las propias palabras para decir lo ajeno y lo común a lo humano. A veces, para ponerle música, para ritmar el bloque en el que se presenta la experiencia. Para ayudar a metabolizar lo que parece haber quedado atragantado por años.
Escribo como un grito ante las injusticias, para que todos las escuchen.
Escribo para que el sufrimiento no haya sido en vano.
Escribo porque antes bailé.
Escribo para que se vea, para sacar algo de la discursividad del tiempo que corre (como quien saca fotos), para recordar, para que no se olvide.
Escribo porque siento el compromiso con el decir. Escribo desde la esperanza del mensaje en la botella, para que le llegue a alguien y se multiplique.
Escribo con la pretensión de ayudar a otros.
Escribo desde el compromiso con la memoria.
Escribo para visibilizar lo bello, para que crezca, y para que lo malo, lo que le hace mal al desarrollo de la vida, mengüe.
La escritura es una manera de proteger la vida, mi compromiso político.
Especialmente, estas historias fueron gritos que pedían ser dichos. Hubo confianza en entregarlas a mi escucha, sin saber que iban a ser transformadas en relatos con la intensión de curar. Eran sufrimientos llenos de miedo, guardados por mucho tiempo en los rincones más remotos para que nadie los viera, para que no molestaran la vida, por la certeza de cumplir con un mudo pacto social de silenciar entre todos las violencias.
Para muchas, fueron vivencias silenciadas en la certeza de que nadie les creería o, peor, que serían ellas objeto de sospecha por lo que padecieron y, de ese modo, se verían re traumatizadas.
La violencia obnubila la mente. Quita por mucho tiempo la posibilidad de formular pensamientos; es una amenaza a la palabra. “No se lo digas a nadie” es la frase demasiadas veces expresada por los depredadores. Las teorías new age sobre la relación entre adentro y afuera inducen a las víctimas a pensar que algo tienen que ver o, al menos, que aprender. Guardan más hondo su secreto, sienten una difusa inseguridad de sí mismas, y así el mal puede multiplicarse sin sospecha. Quienes padecen caen en la trampa de lavar ellas la ropa sucia de otros, que “por algo habrán aparecido en su vida”, mientras ellos siguen paseándose al aire libre con el beneplácito de miradas sociales que se pretenden neutrales, “respetuosas de la vida privada”.
Nos debemos una reflexión profunda sobre la violencia y su manera de operar en pensamientos sin revisar que la perpetúan, desconociendo su complicidad.
Quien escucha puede prestar su voz, su palabra, su mano, su creatividad y su osadía para decir. Cuando empezás a escuchar y a ver, creés que nunca vas a dejar de rechinar los dientes. La primera defensa al horror es la negación. La segunda es la proyección. Las víctimas siguen temiendo hablar por muchas razones, sobre todo, por temor a ser rechazadas y a que la culpabilidad se vuelva sobre ellas producto de los mecanismos de defensa de los perpetradores, que por siglos se las arreglaron para disimular su propia responsabilidad proyectándola en sus víctimas. Pero también de formas introducidas en los pensamientos cotidianos, que juzgan a toda velocidad.
Se usa, por ejemplo, la teoría del espejo para hacer de los inocentes sospechosos. Se ocultan los acontecimientos en un silencio que permite que estos hechos sigan surgiendo a la vista de todos, como si fuéramos zombies, como si hubiéramos perdido la capacidad de reacción de tanto ver atrocidades en las pantallas.
Nunca hay una sola víctima para un depredador.
Para no victimizarse, hay que reconocer primero la propia condición de víctima cuando se ha sido.
Muy temprano me comprometí con el decir más negado de todos porque es el más difícil de comprender: el de los recién nacidos. Entiendo su llanto sin necesidad de ponerles chupete para acallarlos porque puedo darles otras respuestas. Enorme es el agradecimiento de ellos cuando eso se convierte en una acción que calma. Sé el inconmensurable alivio que trae sentirse escuchado y entendido. Inmenso el mío también por todo lo que aprendí de la vulnerabilidad humana.
Comparto con algunas amigas un profundo rechazo por la generación de sufrimiento innecesario, un compromiso con todas las formas de alimentar el alma, un amor por el discernimiento entre lo que intenta confundirse con lo que no es y una lealtad a la humilde sencillez de la palabra verdadera, que se diferencia en todo de la manipulación que la impunidad pretende hacer de ella.
Las mujeres temen ir a las cortes porque son desacreditadas hábilmente por abogados muy entrenados y muy bien pagos para hacerlo. Esas mujeres se encuentran en esos escenarios por primera vez en sus vidas ante un sistema que sabe muy bien cómo actuar. Es realmente valiente que, por su futuro y el de sus hijos, se animen a hacerlo de todas maneras, con el inmenso costo psíquico y afectivo que implica, además del económico. Es heroico que tengan el valor de hacer lo correcto a pesar de todo. Que avancen ante aquello de lo que la mayor parte de la gente huiría.
Superan sus miedos. Se enfrentan a lo desconocido aferrándose a su fe cuando todo está en su contra. En un mundo donde una de cada seis mujeres de todas las edades es agredida sexualmente o es sujeto de algún tipo de violencia, y donde son más las mujeres que mueren en su entorno doméstico que los hombres que han muerto en las últimas guerras, es posible que conozcas a alguna en la misma manzana en la que vivís o más próximo de lo que imaginás. Solo que, hasta que no llega muy cerca, es difícil creer. Y aun así…
Escribo este libro que hubiera preferido nunca haber tenido que escribir.
Lo escribo por todo eso y por mucho más, que aún no sé en el momento en que lo escribo.
Por las generaciones pasadas que no pudieron hacerlo.
Por todas las que no tuvieron voz ni para decírselo a sí mismas. En memoria de todas ellas.
Por las generaciones futuras.
Por todo esto y más, para los que me han confiado sus historias sin la esperanza de que hiciera con ellas una medicina para otros, nace este libro, con el objetivo de desamordazar algo de todo lo que es acallado, de muchas maneras y por muchas razones.
Quién es Jaqui Zieler
♦ Es terapeuta desde hace más de 30 años.
♦ Es diplomada en Psiquismo y Perinatología en la Universidad de París, Haptonomía Perinatal y Hapto Puericultura en Centro de Investigación y Desarrollo de la Haptonomía de París.
♦ Preside la Fundación Creavida hace 20 años dónde se reúne todo su trabajo.
♦ Amordazadas es su segundo libro.