Gabriela Cabezón Cámara: “Hay que reparar en la belleza, no me quiero morir en esta oscuridad espantosa”

La escritora argentina presenta en Buenos Aires “Las niñas del naranjel”, una novela en la que toma la historia de Catalina de Erauso, “la monja alférez”, que formó parte del ejército español en América. Partiendo de allí crea una obra de gran hermosura y humanidad.

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Gabriela Cabezón Cámara, con nueva
Gabriela Cabezón Cámara, con nueva novela. (Ale López)

Quien ponga en Internet Las niñas del naranjel lo primero que encontrará es que se trata de un alférez, un militar, que antes era monja. Pero créanme: eso aquí es lo de menos.

Quien busque un poquito más sabrá que esa monja-alférez existió, que se llamó Catalina de Erauso, que nació en 1592 en San Sebastián, Guipúzcoa, España, que la criaron en el convento donde su tía era la priora, que a los 15 se escapó, se cambió de ropa, se reveló varón y así siguió para siempre. Se llamó Francisco de Loyola, Pedro de Orive, Alonso Díaz, Ramírez de Guzmán y Antonio de Erauso. Viajó a América. Peleó, fue herido, mató.

Todo eso es verdad y se puede leer en Las niñas del naranjel, la novela que acaba de sacar Gabriela Cabezón Cámara. Pero no importa. O casi no importa. Digo, la historia trans es apenas el inicio de una transformación que será social, económica, política, religiosa, de visión del mundo todo. La novela -perdón que lo diga tan rápido, tan arrancando la nota- ya es post-trans. Va al pasado, al siglo XVII, para instalarnos en una sensibilidad que tal vez alcancemos doblando la mitad del XXI. O no. Quién sabe.

Con huidas, con mucha sangre, con la violencia de la conquista de América y la violencia de la violencia como forma de trato y la que se ejerce para dejar claras las jerarquías, con todo eso entre sus páginas, Las niñas del naranjel es, sin embargo, una novela de una enorme belleza, tanto que en algunos momentos pensé que habría que poner fragmentos en un marco y colgarlos en alguna sala de arte.

Hablo de frases como ésta: “Así pasóme a mí, como a la nuez: estaba todo yo mismo en mí misma del mismo modo que el árbol nuevo está en el fruto del árbol viejo”.

Y, en particular, hablo de la belleza del momento en que la novicia ve la posibilidad de romper con ese doble cautiverio: el del cuerpo que siente que no contiene su verdadera identidad y el del convento que la tiene concretamente encerrada:

“El dolor ese me tuvo quietecita hasta que tus llaves se me impusieron a los ojos y al corazón y al cuerpo entero como se le impone el suelo a lo que cae, sentí mi propia raicita rompiéndome y no dudé, no pude, no supe de bien ni de mal, no me pregunté si sería pecado, si estaría atentando contra mi Señor Dios, contra tu buen amor, contra mi alma, si ardería luego no sólo en el infierno sino en las hogueras de la Santa Inquisición. Mi cuerpo vio la puerta y salió como el tallo de la nuez por el agujerito húmedo que le hicimos”.

Una salida, una libertad, un alivio que deja respirar y que abre una huida hacia adelante que durará toda la novela y toda la vida del personaje. No es la primera vez que Cabezón Cámara hace esto: la huida hacia adelante y la belleza. Más bien va perfeccionando esa búsqueda.

Gabriela Cabezón Cámara, con su
Gabriela Cabezón Cámara, con su perra. (Gentileza Penguin Random House)

En 2009 Cabezón Cámara llegó a las letras con una novela que se inscribió en el “realismo delirante” y que estaba ambientada en una villa miseria. Allí una travesti hablaba con la Virgen, que se le presentaba desde un busto de cemento construido por un obrero que habitaba una de esas casillas. El lenguaje era protagónico. La Virgen, decía el texto, le hablaba “como una española medieval”. La villa se presentaba como una comunidad bastante idealizada, con un emprendimiento productivo colectivo ligado a los peces que daba cierto bienestar. Demasiado bueno para ser tolerable: todo terminaba en represión, sangre, masacre, dolor.

Un poco más adelante, en 2011, Cabezón Cámara tomó un rumbo más oscuro todavía. En Le viste la cara a Dios la narración está en segunda persona pero es una segunda que sigue a una mujer secuestrada para la trata. Secuestrada, violada, torturada, “domada”. El lenguaje es brutal, insoportable. Pero en Cabezón Cámara -yo creo que es su opción política- los oprimidos siempre tienen una salida y la de Beya -tal el apodo dado por los secuestradores- vendrá de la mano del personaje menos pensado. Hay redención acá y allá. Hay venganza a los tiros para ella y la posibilidad de cambiar su destino para él. Se sale de ese texto con el corazón apretado.

Pero la vuelta de tuerca que abre paso a Las niñas del naranjel llegó en 2017 con Las aventuras de la China Iron, la novela con la que Cabezón Cámara llegó a finalista del premio inglés Booker Prize, una distinción que la puso en la mira de editoriales de muchos idiomas, que la volvió una autora internacional. Paradójicamente, a partir de un texto que parte del corazón de la tradición argentina.

Idilio criollo. Una imagen de
Idilio criollo. Una imagen de Jean Léon Pallière.

La China es la mujer de Martín Fierro, que en el libro nacional argentino no tiene nombre. Él la deja atrás cuando el ejército se lo lleva. Cabezón Cámara pone el foco en esa mujer y le pone al lado a Liz, una inglesa que también va a ir a buscar a su marido. En la carreta en que marchan hacia el desierto a buscar a sus hombres, Liz le enseña las delicias de la civilización y la porcelana a una China nacida y criada a pampa y barro. También viven un romance ardoroso y festivo. En el camino, Cabezón Cámara visita y saluda a otros hitos de la literatura gauchesca. Y cuando lo encuentran, Martín Fierro usa trenzas. “Parecía una china disfrazada de flamenco, se le notaba algo macho en una sombra de barba y nada más”, se narra. Es él: “Se me acercó y supe que era cierto lo que decía Hernández: era Fierro y más que de fierro parecía hecho de plumas”.

Otra vez lo trans: Cabezón Cámara toma un género, el gauchesco, y le pone muchas trenzas, lo vuelve otro. Pero, sobre todo, abre lugar a un diálogo en el que la reivindicación nacional no obliga a desdeñar la cultura inglesa. Todo termina en una utopía en territorio guaraní. Varios de esos elementos se van a repetir en Las niñas del naranjel.

Y, como en sus libros anteriores, aparecen por todos lados visitas a otros escritores. Ahí está Federico García Lorca -Amanecía/ en el naranjel./ Abejitas de oro/buscaban la miel- y está Alejandra Pizarnik y por todas partes, como un clima y un destino, está Zama, la gran novela de Antonio Di Benedetto en la que un oficial colonial espera un ascenso que no llegará en un punto remoto del mapa y mientras tanto su vida se degrada sin tope.

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En esta última novela también hay una artesanía lingüística, que apuesta a crear un supuesto español de época a partir de pequeños cambios absolutamente inventados. También se huye; la monja -ahora Antonio- casi no hace otra cosa. Huye y ahí la novela avanza. A la vez, le escribe una carta a su tía, la priora, en la que contará todo el recorrido desde el comienzo. Antonio será condenado a muerte, se salvará cantando -con su dulce voz femenina- y cuando salga del cuartel recogerá dos niñitas guaraníes que le van a poner las ideas patas para arriba. En diálogo con ellas, Antonio deberá volver a pensar la conquista, a explicar qué es un rey y qué es un Dios, a dejarse penetrar por otra concepción del mundo, a dejarse pintar y emplumar. El Nuevo Mundo, descubrirá por ahí, es viejo, siempre estuvo, los nuevos son los recién llegados. Recorrido, reconocimiento cartográfico de la naturaleza, disfrute del paisaje, del texto y de los vínculos no predeterminados. Todo, como dijimos antes, sin demoler la cultura española y cristiana de la que viene.

En tiempos de barbarie como los que vivimos, esa convivencia tal vez sea la gran utopía de Las niñas del naranjel.

De eso hablaremos con Cabezón Cámara en un bar porteño.

-Al final, encabezando una larga lista, le agradecés a un texto, el Ayvu Rapyta. Y explicás que es “el más hermoso relato de origen” que viste. Y decís que lo reescribiste. ¿Cómo es eso? ¿No era la historia de una monja alférez?

-El Ayvu Rapyta es una cosmogonía, me interesa el pensamiento amerindio. Tenemos que ir a ver lo que dicen las mujeres originarias. Hablan de extractivismo, de saqueo. El centro saca de la periferia, después le manda productos elaborados y ya es a pura pérdida. Es como una promesa constante de El Dorado: ahora plantamos soja y vamos a ser ricos. Y también está toda esta cuestión del perspectivismo amerindio. Que dice que para las culturas amerindias hay una especie de humanidad común a todas, a todo. Es como que cada especie se percibe a sí misma humana y a los demás animales: vos, yo y el yaguareté. Y también invierte la idea cartesiana de “pienso, luego existo”, por “existo, luego pienso”. Si existís, resolvés problemas. Pensás. Un árbol que se las arregla para crecer en la fisura de una roca, y además hay viento y hace así y asá y se acomoda, algo pensó.

-Otra idea de qué es pensar.

-Una idea de qué es pensar menos antropocéntrica. Pero todo lo que vive resuelve problemas. Y abstrae. Y aprende. Y enseña.

-Otra forma de ver el mundo definitivamente.

-Y algo más: la relación con el resto del mundo es una especie de cosmopolítica, porque vos tenés que negociar con las otras especies para que todos sigan existiendo. Vos hablás con artesanas, artistas, wichíes que trabajan con el chaguar (ciertas bromelias). Van al monte a buscar el chaguar. Pero si están menstruando no pueden ir y si se les cruza un pajarito azul no se puede sacar chaguar ese día. ¿Eso es que son pelotudas? No, es que esa cultura se da leyes a sí misma para restringir el consumo del chaguar para que el chaguar siga existiendo. Y con el chaguar siguen existiendo también todos los bichitos que están alrededor del chaguar, ellos mismos... es una cuestión de relaciones entre especies.

Chaguar. Un lugar en la
Chaguar. Un lugar en la producción y en la filosofía.

-Las intenciones parecen ser humanas. No sé si el chaguar tiene una política para que viva la artesana...

-El chaguar puede ser que no, pero el yaguareté sí, el mono sí. Y la humanidad sabe que depende de otras especies para vivir..

-En el libro se ve la función de un relato, de un mito. Primero entre los conquistadores aparece la idea de que el oro está debajo de los árboles. Parece una tontería pero después eso tiene una función. Eso va a servir para quemar la selva.

-Claro, es el mito de El Dorado. Siempre aparece un cuentito de algo que nos va a hacer ricos y chau. O que el otro es malo malo malo, entonces lo puedo exterminar.

Paisaje americano. Un río que
Paisaje americano. Un río que atraviesa un sector de la selva amazónica, en Brasil. (EFE/ Joédson Alves)

-Empezamos hablando de todo esto, y todavía no mencionamos que Las niñas del naranjel es la historia de una persona trans. En el libro aparece como dado. No es el tema, aunque sí podríamos hablar de modos de ser masculinos ligados a mucha violencia.

-Me parece la situación ideal para el tema trans... no ser un tema. Sos trans como podés tener rulos. Cualquier rasgo identitario.

-Sí, hay un momento de liberación, de hacerse cargo de su deseo, de ejercerlo... pero después es la historia de una persona que sufre, que no encuentra lugar, pero no es que no encuentra lugar porque es trans...

-No encuentra lugar porque es cualquiera... Laura Pensa, una académica de la Universidad de Pensylvania, me decía que Antonio es el revés de Zama. Zama es el funcionario colonial que se apega a las reglas y espera. Antonio no espera nada; va y hace.

-No se asienta.

-No puede, se manda una macana atrás de otra. No para de matar gente. Y si leés la autobiografía del personaje real, es peor todavía, por momentos insoportable. “Me dijo ‘gordo’, lo maté”.

Zama. La contracara del Antonio
Zama. La contracara del Antonio de Cabezón Cámara. Aquí, una imagen de la película dirigida por Lucrecia Martel.

-Claro, eso te decía, la asunción de una masculinidad que se puede ver muy estereotipada.

-Más que estereotipada, es sacada. Es un sacado. Entramos en ese círculo vicioso de “Voy a jugar a las cartas, él me dice ‘tramposo’ o ‘gordo’. Me peleo, lo mato”. También lo hieren. Digo, no es que se pelea él solo. Es un circuito, una especie de cultura del honor entre canallas. Él es un canalla. Son los lúmpenes canallas de la colonia, los que no tienen monumentos.

-Es una lógica de sobrevivientes... ¿qué van a hacer? La otra es ser Zama, ese funcionario que espera y se va degradando.

-Ahí esperar degrada. Pero no esperar también. No sé qué te salva de la degradación. Por ahí, en la colonia, nada.

-Me gusta mucho cuando decís.. “desde el punto de vista del jote, el cuartel es un banquete”. Es un extremo el punto de vista del jote, pero en el libro hay una ronda de puntos de vista. El de las nenas, el del Capitán... ¿Es posible tener el punto de otro? ¿No hay cierto contrabando del propio?

-Yo también me lo pregunto. Qué sé yo qué quiere el jote, qué se yo qué querés vos. Pero se puede pensar que no hay un solo punto de vista ni asumir como un idiota el punto de vista del amo. ¿Cuántos de nosotros nos comimos la idea del universal europeo? Muchos de los mejores de nosotros, y los escuchás hablar como si vivieran en Berlín. Entonces el punto de vista dice: “Eso es una parte, no es universal, señor”. Eso hacen los poderosos, hacerte creer que hay un solo punto de vista.

La escritora argentina Gabriela Cabezón
La escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara.

-Y es un punto de vista en el que vos sos marginal.

-Sos siempre una deformación, porque no sos Europa, por ejemplo. O lo que sea. Entonces podemos imaginar que hay muchos puntos de vista aunque no los entendamos, aunque los sepamos, aunque no sean completamente asequibles para nosotros porque ni el propio lo es.

-¿Cómo hiciste el trabajo con los lenguajes? Hay muchas palabras en guaraní...

-Son 15. Las sacás por contexto.

-Y el español antiguo que se habla... parece muy inventado.

-De acá a la China. Le amontoné los pronombres posesivos y reflexivos al final de los verbos... cada tanto.

-Diósemela.

-Claro.

-Eso tiene algún parentezco con La virgen cabeza. Una intención de lenguaje extrañado...

-Es un juego. ¿Cómo podría ser un español que te dé la impresión de antiguo? Bueno, le amontonamos esto acá atrás... ¿A ver cómo suena? Ah, puede ser...

-Y que funciona sólo en la carta a la tía. El único que habla así es él y los demás no aunque son contemporáneos. Incluso hay uno que dice “puto del orto”.

-Es argentino, de manera anacrónica ¿no? Y con las nenas, para que sonara guaraní, unos acentos, algo de las sintaxis... y unas poquitas palabras realmente en guaraní. Pirmero las busqué en Deepl y después consulté con una profesora de guaraní, Iliana Franco.

-¿Es una novela muy distinta a las anteriores tuyas?

-Contame vos.

-Le veo lazos: una huida hacia adelante y un encuentro cultural armonioso... en cierto contexto.

-En medio de una guerra.

-Hay un diálogo donde nadie está sometido, como en La china Iron... Y una transformación más de Antonio que de las nenas a partir de esto. Antonio se vuelve americano: se pinta, usa alas... Se vuelve americano hacia atrás, como si cambiaras la Historia. Una operación utópica. ¿Mirá si los españoles se hubieran vuelto americanos? Eso quiere decir que hubieran perdido la guerra.

-Sí, de alguna manera el texto busca una intervención política. Aunque dudo de su eficacia. Una intención política también en los puntos de vista, en quién es el otro, en que ese otro, Antonio, sea lábil, en la importancia o no de que sea trans, en la reivindicación del juego, en la reivindicación de las tareas de cuidado...

-Claro, uno se pregunta por qué ese personaje violento va a decidir cuidar a dos nenas, un perro...

-No le queda otra. Y poco a poco se va volviendo amoroso. Se deja afectar.

-Y en ningún momento temés algo como que haya abuso.

-No es una característica del personaje. En ese sentido no es una masculinidad de conquista. Y es un cuerpo muy flashero. No lo reconocían como mujer incluso cuando lo cuidaban, le curaban heridas de guerra. Meses cuidándolo y después la mujer que lo cuidó lo quiere casar con la hija. Así que era una época o que el hábito hacía al monje o que eran mucho más laxos con algunos rasgos de la personalidad o los géneros estaban estaban extremadamente marcados y a la vez existía la figura del eunuco... como hay una una conformación de género distinta. Termina autorizado por el rey y por el Papa a usar el uniforme, a cobrar la pensión y a usar su nombre. El papa Urbano VI. Se lo reprochan y él dice “Tráiganme mil monjas alférez y a las mil les voy a dar el mismo derecho”.

-Hay un cambio de tus primeros libros a los dos últimos, apareció una belleza luminosa. ¿Lo notás?

-Para seguir viviendo y enfrentar todo lo que tenemos que enfrentar tenemos que reparar un poco en la belleza y en la alegría. Estoy buscando, no me quiero morir en esa oscuridad espantosa.

Presentación

Las niñas del naranjel se presenta en Buenos Aires este viernes 10 a las 19 en la librería Caburé, México 620.

La autora estará acompañada por los escritores Cristian Alarcón y Gabriela Borrelli Azara.

“Las niñas del naranjel” (Fragmentos)

1. “Tu niña es un respetado arriero, un hombre de paz”.

2. “Así pasóme a mí, como a la nuez: estaba todo yo mismo en mí misma del mismo modo que el árbol nuevo está en el fruto del árbol viejo”.

3.”Había deseádome marinero pero nunca, nunca, nunca había sabido que fuera eso posible, y la voluntad de lo imposible en el cuerpo duele”.

Un retrato de Catalina de
Un retrato de Catalina de Erauso, la monja alférez.

4. “El dolor ese me tuvo quietecita hasta que tus llaves se me impusieron a los ojos y al corazón y al cuerpo entero como se le impone el suelo a lo que cae, sentí mi propia raicita rompiéndome y no dudé, no pude, no supe de bien ni de mal, no me pregunté si sería pecado, si estaría atentando contra mi Señor Dios, contra tu buen amor, contra mi alma, si ardería luego no sólo en el infierno sino en las hogueras de la Santa Inquisición. Mi cuerpo vio la puerta y salió como el tallo de la nuez por el agujerito húmedo que le hicimos”.

5. “No dudé: cogí aguja e hilo, cogí tijera, cogí cuatro piezas de tejidos, y, ay, once monedas porque los apóstoles fueron doce pero nadie quiere un traidor entre sus huestes y me fui para siempre. Tuve miedo, era medianoche, no recordaba haber pisado otro suelo que las piedras grises y la tierra de hojas de los jardines del convento, pero mis piernas no temieron y me llevaron. Mis manos tampoco temieron, mi querida, tomaron lo que se podía tomar y abrieron lo que había de ser abierto para salir, y corrió mi cuerpo al bosque como el de un cervatillo cuando los ojos del tigre se posan, por fin, en otra bestezuela o en el vuelo de un insecto o en el río”.

6. “Se para, hundido en la orilla del río que lo chupa, qué asco, qué crudo este mundo nuevo con sus labios de barro”.

7. “Cómo explicar con palabras de este mundo que parte de sí un barco llevándolo”.

8. “(...) esto lo entiendo hoy mientras te escribo estos pliegos y como frutas tan gustosas como no has probado nunca, que este mundo nuevo es viejo y tiene árboles antiguos y antiguas selvas pródigas en delicias”.

9. “¿Qué es un reino?

—Pues un país que tiene un rey, como España.

—¿Qué es un rey, che?

—Un jefe de todos elegido por Dios.

—¿Todos le obedecen, vos?

—¿Mba’érepa?

—Obedecen o van presos o a la horca o a la hoguera. Id con los monitos”.

10. “Era, al fin y al cabo, un hombre, nacido tan herido de muerte como todos nosotros y también las mariposas y los palos borrachos y mis burritos y mis caballos y mis buenas mulas y, ay, mi Roja”.

11. “Tal vez sea Dios una yaguaretesa. O el escarabajo que ve dentro de una flor ahora mismo”.

12. “¿Y quién detiene un alud? Una canción, tía, unas niñas cenicientas, un sueño en voz alta, una promesa mal hecha. Una naranja, querida”.

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