Recién salido de la imprenta está el primer libro del español Daniel Sánchez Cantero, publicado por el grupo editorial Penguin Random House, bajo su sello SUMA. Un thriller descrito como arriesgado, dinámico y actual que conduce a los lectores al encuentro con una trama diferente, llena de suspenso y dispuesta para las emociones más intensas.
En Proyecto Zero asistimos a la historia de David Peña, un neurocirujano cuya vida se entrelaza con la de un misterioso individuo, Javier Silva, un exmilitar involucrado en un plan oscuro. En medio del caos desatado por la pandemia causada por el COVID-19, se presenta una serie de asesinatos en cadena que sumergen a los protagonistas en un torbellino de peligros y secretos.
La novela no solo destaca por su trama intrigante y llena de acción, que es lo que más resalta la crítica, también aborda dilemas morales, explorando las complejidades éticas en situaciones límite.
Ambientada en un contexto contemporáneo, la historia abraza elementos de medicina, conspiración, investigación policial y relaciones personales, ofreciendo un ritmo implacable que mantiene al lector al borde del asiento en cada página.
Con Proyecto Zero, Daniel Sánchez Cantero sale del terreno de las autopublicaciones y entra de lleno al panorama actual de la literatura española, siguiendo los pasos de escritores y escritoras como Juan Gómez-Jurado, Mikel Santiago, Dolores Redondo, María Oruña o Manel Loureiro, que han sabido triunfar en el género del thriller, consolidándose en más de una ocasión en la categoría de bestseller.
La propia editorial destaca la capacidad de Sánchez Cantero para entrelazar la trama de la novela con varios de los dilemas morales y acontecimientos de la sociedad contemporánea, lo que hace de Proyecto Zero una lectura imprescindible para los lectores, y no solo para aquellos amantes del thriller.
“¿Alguna vez te has sentido observado?”, se lee en la contraportada. “Una organización secreta, El Núcleo, con un único objetivo: ejecutar su plan. Un exmilitar contratado para que todo salga según lo previsto... Una bestia... Una serie de asesinatos en cadena... Un virus letal que recorre el mundo... Y un neurocirujano en el centro de todo”.
Con buen tino, Sánchez Cantero ha escrito esta novela que se sumerge en los entresijos del poder privado, en medio de un estado de alarma y tensión. A pesar de su formación en Publicidad y Relaciones Públicas, el autor siempre mostró un aprecio profundo por la lectura. Decidió dar un giro en su carrera y su primera novela no ha pasado desapercibida. Proyecto Zero apareció inicialmente de forma autogestionada por él mismo, y luego de que atrajo la atención de los lectores, el gigante de la industria editorial en español se fijó en él. Ahora, con su obra en manos de Penguin Random House, ha logrado cautivar a un público más amplio.
En previas entrevistas, el autor ha dicho que este es apenas el comienzo de un proyecto en el que ha venido trabajando durante algunos años, algo más “ambicioso”, que espera llevar a dimensiones más amplias, buscando acercarse al lado más tenebroso del mundo en el que actualmente vivimos.
Daniel Sánchez Cantero, exdirector de marketing de una multinacional hotelera en Mallorca, ha sabido entrarle bien a los lectores, situando la trama de Proyecto Zero en su natal Cáceres, en la región occidental de Extremadura en España, y dándole un alcance global. El resultado es este thriller que ahora tenemos ante nosotros y del que, seguramente, se seguirán diciendo buenas cosas en el tiempo que viene.
Así empieza “Proyecto Zero”
Una figura caminaba con pasos firmes sobre el frío suelo del hospital. A ambos lados del pasillo, iba dejando atrás habitaciones desde las que los enfermos miraban curiosos, como si no supieran que contemplaban a la mismísima Muerte a la cara. Se detuvo ante una estancia. En el interior, un hombre yacía sobre la cama. Estaba boca arriba y llevaba puesta una máscara de oxígeno. Tenía los ojos cerrados. Tampoco le hubiera servido de nada tenerlos abiertos. La Muerte se introdujo en el cuarto sin apartar la vista del hombre. Su cuerpo, de aspecto demacrado, se intuía a través del pijama del hospital, los brazos desnudos de tela, pero cubiertos por tatuajes, cada cual más aterrador; se fijó en los pinchazos que recorrían su antebrazo, aquella visión le produjo arcadas. Apenas podía reconocerlo, todos aquellos años en la cárcel le habían pasado factura. Se colocó junto a la mesa auxiliar para iniciar el procedimiento que al fin terminaría con la impotencia con la que había tenido que convivir desde hacía años. Extrajo dos frascos del bolsillo de su bata: uno contenía un compuesto letal que provocaba un paro cardiaco en menos de treinta minutos, casi indetectable; el otro, el virus más contagioso del último siglo, aquel que estaba poniendo en jaque la sanidad de medio mundo. Preparó una jeringuilla con el primero de ellos y se dio la vuelta hacia su víctima.
Antes de inocularle la sustancia, una imagen recurrente le vino a la cabeza. Un hombre de pelo canoso y patillas largas le observaba desde la distancia con mirada afable y gesto severo. Aunque había algo diferente aquella vez, un rictus que no había visto antes, una ligera mueca en sus labios. ¿Podría ser una sonrisa?
Nunca lo había visto reír, al menos, en sus recuerdos. Observó a su víctima, sus ojos seguían cerrados. Se iría sin saber quién le había arrebatado la vida. Daba igual, debía hacerse. «Son alimañas —pensó con asco—. Si ellos viven, seremos el resto los que terminemos pagando. Para que la sociedad perdure debe purgarse».
Introdujo la aguja en el brazo del sujeto sin ningún remordimiento. Antes de salir de la habitación extrajo su móvil y le sacó una fotografía. Sabía que era un riesgo, pero necesitaba inmortalizarlo. Recordar aquel cuerpo escuálido que le provocaba náusea. Había sufrido tantos años pensando en él. En sus pulmones respirando, en su corazón palpitando, en sus piernas caminando, en su boca sonriendo. Tantos años deseando lo que iba a suceder en unos minutos. Moriría así, sin ni siquiera despertarse, pegado a una botella de oxígeno y postrado sobre la cama. Era casi poético. Abandonó la estancia con un pensamiento alojado en su mente.
Había sido más fácil de lo que pensaba. Y en ese momento lo supo: «Esto no ha hecho más que empezar».