María Moreno: así empieza el libro que escribió “con un solo dedo” después de su ACV

“Pero aun así” reúne una década de ensayos de una de las mejores cronistas argentinas. De sus “elogios y despedidas” a los suicidios de Virginia Woolf y Alfonsina Storni.

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María Moreno en "Pero aun así": "Fue muy difícil convencer a los líderes de la autosuperación de que no quería caminar a la edad de morir o de durar".
María Moreno en "Pero aun así": "Fue muy difícil convencer a los líderes de la autosuperación de que no quería caminar a la edad de morir o de durar".

Entre Subrayados, su anterior compilación de artículos publicada en 2013, y el flamante Pero aun así que funciona como su continuación, hubo un hecho que le cambió la vida a María Moreno. En julio de 2021, la escritora, periodista y crítica cultural argentina sufrió un ACV que “dejó fuera de juego” a su mano derecha, con la que escribía, y que la obligó a trasladarse en una silla eléctrica -”ese es su alarmante nombre correcto”, aclara en la introducción, que puede leerse completa al final de esta nota-.

Pero Moreno siguió, y ahora, una década después de aquella compilación, vuelve con un libro que reúne una década de ensayos sobre literatura, escritura y lectura de una de las mejores cronistas argentinas, libro que, según aclara, escribió “con un solo dedo (el índice), forzándolo a estirarse junto con el pulgar para escribir los distintos signos de puntuación”.

Editado por Random House, Pero aun así se divide en cuatro secciones: “La primera sección es sobre obras de mujeres, la segunda está dedicada a Chile —una de mis patrias del corazón— y la tercera es un popurrí de lecturas en voz alta que hice a través de ponencias, presentaciones y homenajes, cuando tenía una voz sin sobresaltos. La última es de llorar y no requiere ninguna aclaración”, escribe Moreno.

Desde el futurismo radical de la omnipresente Virginia Woolf hasta el misterio intacto que sobrevive al suicidio de Alfonsina Storni, pasando por las odas a los chilenos Gabriela Mistral, Pedro Lemebel y Raúl Zurita así como a los argentinos Ricardo Piglia, Fogwill y Alfonsina Storni, María Moreno le regala al lector un recorrido guiado por su biblioteca y sus lecturas.

Así empieza “Pero aun así”, de María Moreno

Introducción

Estos microensayos pueden leerse como la continuación de Subrayados, que publiqué en 2013 y recopilaba artículos escritos periódicamente para la revista Debate, editado por Mar Dulce. Pero son más recientes y su hechura, reescritura o corrección, totalmente diferente. En medio hubo un ACV que dejó fuera de juego a mi mano derecha, la necesidad de moverme en una silla eléctrica (ese es su alarmante nombre correcto) y una voz que suena como un shofar que imita a una tortuga en el fondo del mar.

No pretendo inspirar conmiseración. Siempre estuve, en el pasado, acostada o sentada, o bien dirigiéndome a un taxi. El capacitismo y los kinesiólogos insistían en que volviera a caminar con un absurdo bastón en forma de trípode. Como la condición de bípedo es una suerte de pasaporte de humanidad, lo primero que hicieron en la clínica donde me internaron fue meterme en un bipedestador que me estiró dolorosamente. Sospecho que el prestigio de la marcha proviene del origen militar de las naciones y su demostración de fuerza. Ya se sabe: “Más vale morir de pie que vivir de rodillas”. Nos arrodillamos —si no somos ateos— en señal de sumisión ante Dios o Alá. En los campos de concentración mantienen a los prisioneros acostados como enfermos o niños pequeños, es decir, vulnerables. Y no se alienta a la revolución desde una silla, ni siquiera se da una clase magistral.

Fue muy difícil convencer a los líderes de la autosuperación de que no quería caminar a la edad de morir o de durar. Escribir fue otra cosa, dado que no era zurda. Mi mano izquierda puede tomar una cuchara para alcanzar mi boca sin volcar su contenido —siempre que no sea sopa—, sostener un vaso, peinarme. Escribo con un solo dedo (el índice), forzándolo a estirarse junto con el pulgar para escribir los distintos signos de puntuación. La arroba me resulta inalcanzable. Pero hay una distancia mental entre lo que pienso haber escrito y lo que muestra la pantalla: letras comidas (casi siempre las vocales), palabras intercaladas. “Pintar” un párrafo y “pegarlo” puede llevarme un tiempo precioso. Las cursivas, que tanto me gustan, suelen morder a otras palabras para las que no las había elegido.

Todo eso me llevó a pensar la escritura como un trabajo fundamentalmente manual. O de circo, ya que una frase lograda —nueva, corregida o aumentada— me parece escrita en un grano de arroz. De un texto al otro, como siempre, suelo cambiar de idea o de tono, pero he olvidado las circunstancias y, a veces, llego a odiar a esa autora eufórica y falsamente desenvuelta.

Por si no queda claro, la primera sección es sobre obras de mujeres, la segunda está dedicada a Chile —una de mis patrias del corazón— y la tercera es un popurrí de lecturas en voz alta que hice a través de ponencias, presentaciones y homenajes, cuando tenía una voz sin sobresaltos. La última es de llorar y no requiere ninguna aclaración.

María Moreno: "Hubo un ACV que dejó fuera de juego a mi mano derecha, la necesidad de moverme en una silla eléctrica (ese es su alarmante nombre correcto) y una voz que suena como un shofar que imita a una tortuga en el fondo del mar".
María Moreno: "Hubo un ACV que dejó fuera de juego a mi mano derecha, la necesidad de moverme en una silla eléctrica (ese es su alarmante nombre correcto) y una voz que suena como un shofar que imita a una tortuga en el fondo del mar".

Un final que comienza

Flotando en el río Ouse, encontrada por unos niños a la semana de su desaparición, Virginia Woolf pareció acudir al llamado de las voces de la locura que tanto temió a lo largo de su vida y que suelen adquirir el rumor de un río encrespado pero monótono. Y su suicidio fue una suerte de puesta en escena cuya clave mostraba en ella, aun en el borde de la muerte y luego de haber afirmado que ya no podía escribir, ni siquiera leer, una última familiaridad con las palabras.

Como si la escritura pudiera conservarse aun sin escribir, a través del gesto final: caer entre las olas luego de haber escrito un libro con ese nombre y en el que los personajes son voces que recorren la totalidad de sus vidas al ritmo de un agua que parece seguir las leyes de la marea. Marea mental, angustiada y lírica, que pone ante los ojos del lector la ilusión de una presencia. La última escritura se logra por otros medios, también esta muerte, porque Virginia Woolf ha entrado en el drama con los atavíos del lobo en el cuento de “Los siete cabritos”: grandes piedras en los bolsillos del abrigo, un bastón que dejará clavado en el barro que bordea el río. El lobo muere a través de una escena idéntica.

Woolf quiere decir “lobo”, a Virginia le decían “La Cabra”. ¿Qué ha querido decir ese gesto final? ¿Esa voluntad de que su muerte fuera encarnación del colapso entre sus nombres? Se puede soñar allí un sentido que nunca podrá desentrañarse del todo ahora que ella ha callado. Rastrear en sus palabras escritas... acompañar su agonía...

Hay gestos de lenguaje y hay gestos que se sustraen a él, pero cuya riqueza hace leer.

Quién es María Moreno

♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1947.

♦ Es escritora, periodista y crítica cultural.

♦ Escribió libros como Black out, El affaire Skeffington, A tontas y a locas, El petiso orejudo y Loquibambia.

♦ Recibió galardones como el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, el Premio Lola Mora, el Premio de la Agenda de las Mujeres y la Beca Guggenheim.

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