El asesinato de Liliana Ledesma ya tiene condenados: descargá gratis el libro que cuenta la historia detrás de ese crimen

Ella era una productora rural y necesitaba un camino para pasar pero los hermanos Castedo lo habían cortado. Así empezó todo. Lo cuenta la periodista Lucía Salinas en “Fronteras”.

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Delfín Castedo. Su historia se narra en "Fronteras".
Delfín Castedo. Su historia se narra en "Fronteras".

El viernes pasado la justicia de Salta condenó a Delfín y Raúl Castedo a la pena máxima por el homicidio doblemente calificado de la productora Liliana Ledesma. El crimen ocurrió hace 17 años en Salvador Mazza donde el líder narco era conocido como el Patrón del Norte.

Los hermanos Castedo recibieron la máxima pena que prevé el Código Penal pese a que sostuvieron durante todo el proceso su inocencia. La familia Ledesma esperó 17 años para escuchar el veredicto de la justicia, una que tardó en llegar.

El Patrón del Norte: Delfín Castedo, el narco que determinó la idiosincrasia del pueblo, es uno de los capítulos del Fronteras, de Lucía Salinas, que llegó a las 10.000 descargas la semana pasada.

Lucía Salinas y su libro "Fronteras".
Lucía Salinas y su libro "Fronteras".

Un recorrido por esa tierra que se vuelve inhóspita de a momentos, al norte de nuestro país. Una historia que tiñó de sangre un poblado marcado por la actividad de una familia dedicada al narcotráfico.

Así lo cuenta la autora en <i><b>Fronteras:</b></i>

La angosta y endeble pasarela de madera, percudida por las inclemencias del tiempo le era muy familiar. No necesitaba contar los pasos. Sabía que eran no más de cincuenta los que separaban un extremo del otro. Su madre, muchos años después, la llamaría el “camino de la muerte”. Liliana Ledesma realizaba a diario ese recorrido porque vendía huevos y necesitaba transitar esa conexión que une los barrios Villa Las Rosas e YPF, ambos en Salvador Mazza, Salta, en el límite con Bolivia. Sin embargo, esa pasarela le costó la vida.

Liliana Ledesma fue presidenta de la “Asociación de Pequeños Productores Ganaderos de Madrejones”. La entidad fue creada en abril de 2006 para denunciar a los grandes terratenientes de la zona, entre los que se encontraba Ernesto Aparicio, por entonces diputado provincial del Partido Justicialista. El dirigente político tenía estrechos vínculos con el poder de turno y antecedentes por contrabando, como su socio, el productor ganadero Delfín Castedo, en ese entonces poco conocido. Las manifestaciones eran, especialmente, porque los terratenientes impedían el tránsito por algunos caminos rurales, al punto de obligar a los campesinos a pasar por senderos a Bolivia para poder reingresar a sus propias tierras en Salta. Además, desde la Asociación aseguraban que el cierre de aquellos caminos angostos y selváticos no solo evitaba los controles de gendarmería sino que les permitía no tener a los productores locales como testigos del negocio que se tenían entre manos: el narcotráfico.

La “negrita”, como apodaban a Liliana, no llegaba a los cuarenta años, tenía pelo negro, ojos color café y un metro sesenta y cinco de altura

Mucho de esto era posible por la inmensa vegetación que rodeaba los más de veinte kilómetros de extensión en el trayecto hasta la frontera, que con sus vericuetos y los pocos controles, lo convertían en terreno fértil para las actividades ilícitas. Estas sospechas no eran sólo una idea de los productores. El juez federal de Orán, Gustavo Montoya, conoció el lugar y remarcó que en la finca que perteneció a los Castedo “no hay ni un alambre que divida un país del otro: hay unos hitos, señaladores”. Además, destacó que como en esa zona están los viejos caminos hacia YPF para explotar hidrocarburos se hace muy difícil ingresar en semejante extensión. Cuando Montoya recorrió ese camino pensó: “Si a mí me pasa algo acá, no me encuentran más.”. Si hay algo que tiene esa frontera seca es una línea prácticamente imaginaria que separa un país de otro, y donde todo está librado a la suerte.

El delito llegó a puntos inimaginables y por eso el magistrado siempre recuerda el caso más paradigmático que tuvieron en la Justicia Federal salteña.

La referencia del juez es al caso en el que los delincuentes desmontaron el gasoducto Juana Azurduy, que une la localidad boliviana de Yacuiba con la planta compresora en Campo Durán, en Salta, y se llevaron los caños con total impunidad. Esa investigación terminó con cinco condenados, entre ellos el ex intendente de Aguaray, Enrique Prado, y la Justicia calculó un perjuicio al Estado de más de 5 millones de dólares. Para Montoya ese caso fue la muestra clara de lo que puede ocurrir en la zona: “Si pueden desmontar un gasoducto, cómo no van a poder pasar la droga”. Es que justamente los caños robados pasaban por la zona en la que durante un largo tiempo sólo los Castedo y Aparicio tenían vía libre para el contrabando y narcotráfico. Y el cierre del paso con tranqueras, donde una de las afectadas era la familia de Liliana Ledesma, visibilizó un conflicto más grande de lo imaginado.

Liliana Ledesma, asesinada en 2006.
Liliana Ledesma, asesinada en 2006.

“Nos robaron los caños, caños de 15 metros de largo. No es que te robaron una computadora, te están robando caños, con un diámetro que no puede pasar desapercibido”, recuerda Montoya.

Delfín Castedo quería el campo que los Ledesma arrendaban con doscientas cabezas de ganado. Ambicioso, también quería las tierras de Pilar Rojas, padre del productor ganadero Sergio Rojas. Esos lotes le darían control para moverse con tranquilidad. El puesto ganadero de los Ledesma, en el paraje Ipaguazú, estaba dentro de las tierras que había adquirido Castedo, en las 28 mil hectáreas en el límite entre Bolivia y la Argentina. Ahí donde la línea divisoria de ambos países es sólo un alambrado, primero contrabandear mercadería y luego cocaína potenció a la dupla Castedo-Aparicio. Una hermana de Delfín Castedo tenía un campo que tenía un camino de un kilómetro que los llevaba directo a una ruta ya dentro del territorio boliviano. Sin controles en la frontera, con caminos propios y tranqueras para sacar a los vecinos que pudieran ser testigos, Castedo, bautizado luego “El Patrón del Norte”, se convirtió en el dueño de la frontera seca.

Según sostuvieron los especialistas, el crecimiento de Castedo fue posible por la dificultad que mostró el Estado a la hora de controlar esa frontera compleja. Salta es una provincia que tiene una triple frontera internacional: Chile, Bolivia, unos pocos kilómetros con Paraguay. “Limita con Formosa, por donde entra marihuana; con Bolivia, por donde sabemos que entra cocaína y las características de la frontera dificultan mucho los controles”, agregó una fuente judicial que conoció de cerca el caso. Pero además, los operadores de la justicia consideran que sólo pueden intervenir cuando ya se ha cometido el ilícito.

Para el fiscal federal Ricardo Toranzos, el “Clan Castedo” apareció como una estructura financiera: “invirtieron el producto del delito en fincas colindantes a la frontera”. Toranzos asegura que el que hace plata del contrabando o del narcotráfico o de la trata invierte en esa frontera: “Vuela la plata a otro lado porque esa plata tiene que disimularse para entrar en un marco de formalidad y legalidad”. Para el representante del Ministerio Público Fiscal, Castedo era un baqueano de la zona y empezó a tratar de invertir en ese lugar para tener una presencia territorial. Toranzos cree que, en ese momento, Castedo respondía al diputado Aparicio.

Solo un portón separaba el paso ilegal entre Argentina y Bolivia
Solo un portón separaba el paso ilegal entre Argentina y Bolivia

El problema comenzó, según recuerda Jesús Ledesma, el hermano de Liliana, cuando Castedo cortó el único camino vecinal que llevaba a los dos parajes, conocido como Madrejones. Ese que había sido construído por YPF décadas atrás para llegar hasta los pozos. Castedo y compañía pusieron tres portones y una barricada con troncos para inhabilitar el paso. Eso los obligaba a cruzar la frontera con sus animales y pedirles permiso a sus vecinos bolivianos para reingresar en sus propiedades, o hacer un rodeo de cincuenta kilómetros. Pero llegó el momento en que los Castedo comenzaron a cobrarles para pasar, algunas veces les pedían animales y otras dinero. Con el paso del tiempo ya nada conformaba al clan que empezó a amenazarlos con armas.

Liliana era muy compañera de su hermano y cuando los Castedo le cerraron los caminos, él la llamaba por teléfono desde el lugar donde estuviera e inmediatamente ella sacaba la camioneta y lo iba a buscar. En una ocasión, Liliana se trenzó en una disputa con “Ula” -Raúl, el hermano de Delfín Castedo- en defensa de su familia y así comenzó todo.

El conflicto creció y llegó el robo de un animal a los Ledesma por parte de los Castedo y luego la amenaza por parte del mismo clan, con un arma, a uno de sus hermanos. Así, la enemistad de las familias crece desde 1999, cuando el marido de Liliana, Gilberto Villagómez, de nacionalidad boliviana y ligado a los negocios ilegales de Aparicio, apareció acribillado a balazos en su automóvil cerca de la frontera. Liliana Ledesma acusaba a Aparicio, quien había participado de su boda y con el que se la había visto bailando el vals muy sonriente, de mandarlo a asesinar por una cuantiosa deuda.

“Era un camino de sangre que iba de la mitad de la pasarela hasta donde ella estaba”

La “negrita”, como apodaban a Liliana, no llegaba a los cuarenta años, tenía pelo negro, ojos color café y un metro sesenta y cinco de altura. Esa mujer menuda se puso al hombro la lucha de todos los campesinos. Primero lo hizo en Salvador Mazza, la localidad de 16 mil habitantes más septentrional del país, conocida por los lugareños como Pocitos. Pocos la escucharon y decidió que su voz podría tener eco en la ciudad de Salta. Si bien tenía miedo, sobre todo porque era viuda y madre de una niña, lo disimulaba siempre con una sonrisa. Elena Corbalán, una de las periodistas que la entrevistó, cuenta que cuando terminaron de hacer la nota, Liliana le dijo “por decir esto a mi me van a matar”, y sonrió. Fue entonces cuando la periodista le quitó peso a lo dicho. Nunca imaginó que aquellas palabras terminarían materializándose.

En julio de 2006, tras fracasar con su lucha en Salvador Mazza, Liliana Ledesma decidió ir a la capital salteña a presentar una denuncia por desmontes ilegales y por el cierre del camino vecinal en la Cámara de Diputados. En la Mesa de Entradas la derivaron a la Comisión de Ambiente, cuyo presidente era nada más ni nada menos que Ernesto Aparicio. Sintió que la denuncia no iba a prosperar y optó por ir a FM Noticias, que por entonces tenía una gran audiencia y era muy contestataria del gobierno de Juan Carlos Romero, quien tenía estrechos lazos con Aparicio.

Liliana fue acompañada del productor rural Sergio Rojas. Juntos expusieron al diputado provincial por haber cortado caminos vecinales con tranqueras, lo que los obligaba a llevar su ganado por territorio boliviano. Ambos explicaron que el cierre impedía a treinta familias llevar a sus animales hasta el abrevadero habitual. Además, sostenían que el presidente de la Comisión de Ambiente había realizado un desmonte ilegal de mil hectáreas. Según Rojas, Aparicio compraba títulos imperfectos de poseedores antiguos próximos a la frontera, con el propósito de construir una gran propiedad con pista de aterrizaje.

Delfín Castedo, al momento de ser detenido. (Télam)
Delfín Castedo, al momento de ser detenido. (Télam)

El 5 de septiembre de ese año 2006 reiteraron la visita a Salta capital. Fueron entrevistados por las periodistas Marta César y Paula Poma en sus programas radiales. En ese momento, Liliana hizo un pedido público de protección cargado de dramatismo: aseguraba que había sido amenazada por Aparicio y los hermanos Castedo y los hacía responsable de su seguridad y la de su familia. Rojas dijo: “Vamos a defender las tierras con nuestras vidas, pero no queremos entregar las vidas”. Y señaló que los hombres que trabajan para el legislador siempre iban armados. En esos reportajes Liliana relacionó directamente a Aparicio con el narcotráfico, cocinas de cocaína y el crimen de su marido, de quien aseguró que había trabajado para “El gordo” como narco, en referencia al diputado provincial. Lo conocía bien y sabía de lo que era capaz.

Hasta entonces poco se hablaba del Clan Castedo y su trabajo bajo el amparo de los poderosos. Seguían con la careta de simples productores agropecuarios. Tras dar sendos reportajes, y buscando que su voz siguiera reproduciéndose, Ledesma buscó a la periodista Elena Corbalán para hacer una nota en el Nuevo Diario y pese a conseguirla aquel pedido desesperado de la productora de huevos -que parecía buscar una salvaguarda- fue ignorado por las autoridades.

Liliana estaba planeando ir a Buenos Aires para ayudar a su hermana, que le había pedido organizar el viaje familiar a Salvador Mazza. Pero un llamado cambió sus planes. Desde Salta le avisaron que un grupo de personas iría hasta los caminos rurales para ayudarlos a abrir los portones que les habían cerrado. Su madre, Elida, le decía que abandonara la lucha. Años más tarde, con voz quebrada, Elida piensa: “Si tenían el don de matar, no iba a ser ese día pero seguramente iba a ser otro”.

La madre de Liliana Ledesma con el retrato de su hija.
La madre de Liliana Ledesma con el retrato de su hija.

El destino de la productora de huevos y su familia quedó marcado para siempre el 21 de septiembre de 2006. Sobre aquella pasarela del sector 5, que tantas veces había transitado como comerciante, y que muchos señalan como uno de los lugares más peligrosos de la zona, ella fue emboscada. Gabriela Aparicio, hermana del diputado provincial y compañera de escuela de Liliana, la condujo hasta la trampa.

Según el relato de la periodista Paula Poma, esa tarde Gabriela apareció varias veces frente al negocio familiar y cuando estaba por cerrar el lugar le dijo: “Vamos, te acompaño”. Ella no quería saber nada y se sentía desprotegida. Su familia aún no logra entender cómo cayó en la trampa, ya que después del crimen de su marido había perdido el contacto con los Aparicio. “Llevaba una pizza para comer con su hija y en la otra mano el celular, pensando tal vez: “Si me pasa algo tengo el teléfono”. Algunas voces consultadas creen que “La negrita” era una informante de gendarmería y por ello le daba tanto valor a su teléfono. Tenía pruebas comprometedoras contra el clan, entre ellas fotos de las cocinas que ella misma habría sacado. Algo que consideraba para sí como un resguardo de vida, para los narcotraficantes fue el principal motivo para callarla.

Pasadas las 7 de la tarde su madre Elida la esperaba en la casa, ya que su hija le había dicho que llevaría bizcochitos para tomar mate y mirar la novela. Pasaban los minutos y Liliana no llegaba, lo que la empezó a preocupar. Estaba sentada con su nieta en la galería del hogar, cuando de repente escuchó el sonido de las palmas de la mano que la llamaban. Abrió la puerta y una vecina la alertó de que “La negrita” estaba desmayada en la pasarela.

Tenía un corte en la boca, que comenzaba en el labio superior y terminaba abriendo el inferior

Aún con incredulidad, porque su hija no tenía problemas de salud, dejó a su nieta, que había salido a patinar a la vereda, al cuidado de la vecina y salió corriendo para auxiliarla. Elida tenía temor por las amenazas y ante el dato del desmayo de su hija, salió sin siquiera cerrar la puerta de su casa. El trayecto, que no es muy largo, le pareció eterno, le faltaba el aire y llegó hasta el cuerpo inmóvil pero aún luchando por sobrevivir de Liliana, tendido en el medio de la pasarela. “Era un camino de sangre que iba de la mitad de la pasarela hasta donde ella estaba”, recuerda hoy, con dolor.

Intentó tomarle el pulso, llevó sus dedos al cuello de su hija y sintió que los latidos eran cada vez más débiles. Aún recuerda que le hablaba y le decía: “Mami, quién te hizo esto”, pero Liliana ya no contestaba. Tenía un corte en la boca, que comenzaba en el labio superior y terminaba abriendo el inferior dejando al descubierto dientes y encías. Era un claro mensaje mafioso. El lugar comenzó a llenarse de gente y polvo que levantaban los vehículos que iban y venían por la ruta. La pasarela aún hoy es un lugar muy público y transitado y ante la muchedumbre en los extremos del puente, llegaron dos enfermeras que eran amigas del barrio. Cuando arribó la ambulancia, sin suero, ni oxígeno, o elemento alguno de primeros auxilios, la subieron en una camilla y a mitad de camino Liliana falleció producto de las heridas. El chofer del vehículo que la trasladaba y hasta ese entonces amigo de los Ledesma, inmediatamente se comunicó con Delfín Castedo desde el hospital para advertirle que Liliana ya estaba muerta. Así lo probó la Justicia.

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