Cuando tenía 18 años, justo antes de obtener la primera de sus tres victorias como campeona mundial, a la aleta sudafricana Caster Semenya el mundo se le puso en contra. Su descomunal éxito y la ventaja por sobre sus competidoras, en vez de asombro y elogios, produjo sospechas en el público y la prensa. Semenya, decían, era demasiado buena para ser mujer.
Así, en 2009, para dejarla competir en el Campeonato Mundial de Atletismo, la Federación Internacional de Atletismo (IAAF por sus siglas en inglés) quiso obligarla a someterse a un ultrasonido transvaginal sin que hubiera presente un traductor a su idioma en una sala repleta de médicos alemanes, a lo que Semenya se negó. Compitió, de todos modos, y ganó.
Esa carrera final fue a mediados de agosto. Un mes después, el diario británico The Daily Telegraph publicó los resultados de unas pruebas médicas realizadas a Semenya por la IAAF, que demostraban su intersexualidad. La atleta -que, según cuenta en su reciente libro de memorias, no tenía problema en “bajarse los pantalones” cuando alguien ponía en duda su sexo- nació con vagina pero sin útero, y en su lugar tiene testículos internos, lo que causa su alto nivel de testosterona.
Desde entonces, la identidad de Semenya se volvió eje de debate: desde su genitalidad y su sexualidad hasta por qué en la escuela prefería usar pantalones a polleras. Según cuenta en The Race to be Myself (”La carrera para ser yo misma”), su flamante libro de memorias, la atleta dos veces campeona olímpica siempre supo que no encajaba del todo en el sistema binario de género. “Desde chica, mi familia y amigos entendían perfectamente que yo era lo que en Occidente llaman ‘machona’ o ‘marimacho’”, escribe.
Y agrega: “Para ser honesta, no me importó entonces y no me importa ahora el resultado de ningún examen médico. Nací mujer y me crié mujer. Ese, para mí, fue y sigue siendo el final del debate”. Pero para la IAAF, el debate estaba lejos de terminar (años después, todavía lo está), y a Semenya le esperaba un martirio de burocracia médica y escrutinio mediático.
Después de que se hiciera público el examen médico que demostraba su intersexualidad, a Semenya se le prohibió participar de competencias internacionales por un año. Luego, quisieron obligarla a remover quirúrgicamente aquellas gónadas no descendidas que, hasta hace poco tiempo, ella misma no sabía que tenía. Una vez más, se negó. Amenazó con denunciar a la Asociación y llegó a un acuerdo: empezar un tratamiento hormonal para “normalizar” sus niveles de estrógeno y reducir la cantidad de testosterona. Pero el estrógeno, según cuenta, se sintió como “veneno” y le provocó ataques de pánico, nausea y sudores nocturnos.
Pero la controversia continuó y Semenya siguió siendo juzgada por sus ventajas genéticas, incluso cuando a otros exitosos deportistas hombres los celebraban por las suyas. “Nadie sugirió que el dominio de Michael Phelps fuera injusto y que debiera medicarse para producir tanto ácido láctico como sus competidores o someterse a cirugía para arreglar sus articulaciones hipermóviles”, escribe.
Para cuando Semenya ganó su primer Mundial de Atletismo en 2009, la IAAF tenía una medida para determinar si las mujeres con “demasiada” testosterona en sangre -cuya relación con el buen rendimiento no está probada, según aclara Semenya en el libro- podían o no competir: hasta 10 nanomoles por litro de sangre. El debate internacional que se generó alrededor de lo que muchos consideraban una regla arbitraria y arcaica tuvo efecto y generó un cambio. Para peor.
En 2019, nuevas normas de la IAAF entraron en efecto, normal que le impiden a mujeres como Semenya participar en eventos de 400, 800 y 1500 metros hasta que tomaran medicación para bajar sus niveles de testosterona. Según afirma Semenya en sus memorias, esta decisión apunta particularmente a las corredoras africanas, que suelen estar a la cabeza en dichas carreras, por lo que condenó a la IAAF y su “ignorancia, fanatismo y racismo, su creencia de que yo y las mujeres como yo éramos unas tramposas que no pertenecíamos”.
Un año después, Semenya anunció que llevaría su conflicto con la Federación Internacional de Atletismo al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que en julio de 2023 dictaminó que la IAAF había discriminado a la atleta al obligarla a someterse a un tratamiento hormonal para competir. Pero, desde entonces, los límites a los niveles de testosterona en sangre no fueron modificados.