Algunas historias desconocidas de Atahualpa Yupanqui, como la construcción simbólica de sus orígenes y la búsqueda en las profundas raíces pampeanas de su obra musical y literaria, pueden encontrarse en el revelador perfil sobre el artista criollo que el poeta y ensayista Alejandro Gómez Monzón acaba de publicar, titulado La flecha ya está en el aire.
“Investigando advertí la necesidad de enfocarme en la dimensión pampeana de la obra yupanquiana que lo conectó con la payadoresca anarquista de comienzos del siglo XX y con el Martín Fierro hernandiano para constituir su capital simbólico más importante, a partir del cual erigió su imagen de cantor caminante y comprometido con lo social”, destaca Gómez Monzón sobre uno de los aportes sobresalientes de su texto.
El volumen, publicado por la editorial Mil Campanas y cuyo título completo es La flecha ya está en el aire. El cancionero y la literatura de Yupanqui, se desarrolla en siete capítulos acompañados por un prólogo de Sergio Pujol y un epílogo de Liliana Herrero. También docente, Gómez Monzón nació en Todd, al norte de la provincia de Buenos Aires, y reside en Pergamino, ciudad donde el libro fue presentado en el marco de la Feria del Libro local.
-¿Sobre qué tópicos quisiste centrar el ensayo?
-Mi fascinación por Yupanqui hizo un camino semejante al recorrido temático de su obra, que en 1936 comenzó poniendo el foco en el norte argentino y, desde los años 50 y 60, también dio protagonismo al mundo pampeano. Sus referencias al Noroeste, su cancionero denunciante de la explotación padecida por los peones de la zafra, y su atención en los pueblos aborígenes, fueron mi primer mundo yupanquiano. Sin embargo, ya en esos momentos inaugurales fui topándome con una pregunta que luego abriría muchas puertas de mi ensayo: ¿qué permanecía del Héctor Chavero de Pergamino en el Atahualpa Yupanqui cuzqueño?
El libro, entonces, aborda por una parte la dimensión pampeana de la literatura y de la música de Yupanqui, faz que si bien apareció explícitamente desde los 50 y 60, constituyó un subsuelo que atravesó toda la trayectoria artística de Atahualpa.
Por lo demás, el ensayo estudia al Yupanqui lector de literatura, sobre todo su interpelación de escritores nativistas como Ricardo Rojas y Joaquín V. González, de poetas gauchescos como José Hernández y Romildo Risso, y de un narrador indigenista como Alcides Arguedas, lecturas que repercutirán notablemente en la poética yupanquiana. Esas exploraciones, a su vez, se articulan sobre una cuestión nodal: las causas y los efectos de la invención identitaria que Héctor Chavero elaboró al momento de convertirse en Atahualpa Yupanqui.
-El trabajo detalla y documenta no pocas imposturas de Yupanqui en torno a su origen y a la deliberada creación de un personaje ¿cuánto creés que le aportaron esos elementos a su obra musical y literaria?
-Que a Yupanqui, en los años 30, lo llamaran hijo de un cacique de la tierra de los incas, y no de un jefe de estación de la pampa bonaerense, o que el propio Atahualpa se presentara como trovador cuzqueño, me parece llamativo y notable. Primero, porque optando por una onomástica incaica, Yupanqui se opuso a la línea criollista del folclore de aquellos años. A la vez porque, si bien el cancionero folclórico exaltaba, pasatistamente, al gaucho y marginaba a las culturas aborígenes, la cuna simbólica de la música telúrica había sido situada, desde una operación promovida por intereses oligárquicos, en el Norte. De manera que el nombre originario elegido por el músico y poeta bonaerense no dejaba de aproximarlo a la región norteña, donde la herencia aborigen es mucho mayor que en la provincia de Buenos Aires. Esa fabulación, esa “biomitología”, diría Roland Barthes, me parece un ejercicio extraordinario, porque resultó funcional tanto a la visibilización del cantor como de las culturas originarias.
-¿Trabajaste La flecha ya está en el aire partiendo de lo que sentías que faltaba dimensionar en torno a Yupanqui?
-Cuando empecé este trabajo, soñaba con escribir un libro como el que Alan Pauls dedicó a Jorge Luis Borges, o como el que Jorge Boccanera realizó sobre la obra de Juan Gelman, es decir, uno que conjugara el rigor investigativo con el poético. En esos primeros años, no pensaba acerca de qué vendrían a aportar estos ensayos, leía todo lo que podía de y sobre Yupanqui, y me dejaba llevar, casi exclusivamente, por el pulso de la escritura.
-¿Y cómo siguió ese proceso?
-En 2018 retomé mis estudios de posgrado, y si bien nunca abandoné el propósito inicial, fue entonces cuando, a partir de la tesis universitaria, advertí la necesidad de estudiar y sistematizar algo escasamente considerado hasta el momento: la dimensión pampeana de la obra yupanquiana. Esa tesis, dirigida por Sergio Pujol y Martín Batalla, se escribió paralelamente a los ensayos, por lo que ambos discursos se fueron retroalimentando. Así y todo, no es una tesis devenida libro, sino que es un ensayo que se enriqueció con un trabajo de tesis.
-¿Qué puntos tienen en común y cuáles son las diferencias más notables entre el Yupanqui músico y el Yupanqui escritor?
-La canción y la literatura son, de movida, dos lenguajes distintos. En este sentido, en relación con Yupanqui surgen algunas observaciones. Por un lado, salvo excepciones, Atahualpa escribe poemas y letras de canciones que parecen compuestos bajo una misma concepción, lo cual explica que varios poemas suyos devinieran milongas o zambas, y viceversa. Al mismo tiempo, vale decir que la prosa yupanquiana posee una gran oralidad, como si hubiera sido concebida para ser leída en voz alta, hecho que tal vez se asocie al modo en que Yupanqui, en sus obras literarias, se presenta como un cantor, no como un escritor. Más allá de que el trovador se bajara el precio como literato, el poemario Piedra sola y un libro de crónicas de viaje titulado El canto del viento, son excelentes ejemplos de literatura escrita.
-¿Qué implica traer a Yupanqui al presente de la mano de este libro?
-Entiendo que lo moderno no es lo mismo que lo contemporáneo. Por este motivo, si bien las canciones y los libros de Yupanqui no parecen apelar a un repertorio léxico de lo que, supuestamente, daría cuenta de cierta contemporaneidad, asumen una respiración moderna. Esa modernidad no solo se reconoce en que las vaquitas siguen siendo ajenas, sino también en lo disruptiva que es la lentitud yupanquiana en esta época de tanta premura e inmediatez. Más que traer a Yupanqui al presente, el libro, si es que algo intenta que no sea seguir interpelando esa obra, busca acercar a algunos lectores a ese Atahualpa que sin duda continúa vigente en estos tiempos.
Quién es Alejandro Gómez Monzón
♦ Es poeta, cronista y ensayista.
♦ Colaboró con las revistas Anfibia, Sudestada y Lo imborrable.
♦ Entre sus libros se cuentan Los silbidos que afilaron nuestras piedras, Entre gallos y cuervos y La flecha ya está en el aire.
Fuente: Télam