La pluma de Alaitz Leceaga, reconocida autora nacida en Bilbao, nos lleva de regreso a la Barcelona de 1888 en las páginas de su novela Las dos vidas de Mina Índigo, su más reciente trabajo de ficción.
En estas páginas, cerca de 672, nos adentramos en los entresijos de una médium, Mina Índigo, cuyas dos caras —la pública como médium de la alta sociedad y la privada como experta investigadora— despliegan un intrigante entramado de secretos y descubrimientos.
Leceaga nos conduce a un pasado cargado de fervor por el ocultismo, arraigado en una Barcelona revuelta entre lo tradicional y la inminente llegada de la modernidad. Mina utiliza su don para ofrecer sesiones espiritistas a damas adineradas, mientras, secretamente, recaba información comprometedora que la arrastrará a ella y al doctor Ellis, un patólogo forense británico, a un torbellino de luces y sombras entre las lujosas fiestas del Liceo y los callejones misteriosos del Raval.
La Barcelona de finales del siglo XIX se prepara para la Exposición Universal. El crimen desafía la seguridad del evento, llevando a los protagonistas a una encrucijada que no solo implica resolver el enigma, sino salvar el prestigio de la exposición misma.
En este relato, la espiritualidad y el misterio se entremezclan para ofrecer una obra que trasciende épocas, sumergiendo al lector en un torbellino de secretos por descubrir y en la intriga por develar una verdad que desafía el prestigio de toda una ciudad.
Las dos vidas de Mina Índigo nos brinda una ventana al pasado, explorando no solo la trama criminal, sino la fascinación por lo oculto, el empoderamiento femenino y el choque entre tradición y modernidad en una ciudad en ebullición.
Alaitz Leceaga, galardonada con el Premio Fernando Lara 2021, explora un pasado en el que el espiritismo y el amor se entrelazan con un escenario histórico que palpita con intensidad, llevando a los lectores a una travesía repleta de enigmas y revelaciones.
Así empieza “Las dos vidas de Mina Índigo”
La Habitación de los Fantasmas está al final de un largo pasillo, en el palacete del número 19 del pasaje de Permanyer.
Es un pasaje tranquilo y adoquinado formado por casitas adosadas en el nuevo distrito del Ensanche. Dos grandes pilares de piedra, uno frente a otro en cada lado de la calle, cierran los extremos del elegante callejón con una pesada puerta de forja. Sobre cada una de las columnas de piedra, unas figuras infantiles marcan la entrada al pasaje y miran desde arriba a los incautos que se atreven a cruzar la puerta para detenerse frente a la primera casa de la calle. Ahí es donde vive la señorita Guillermina Índigo.
Todas las casas tienen el mismo bonito estilo inglés y la misma estructura: un semisótano con estrechas ventanas en el frente, una planta sobrealzada y un pequeño jardín delantero donde crecen árboles frutales, hortensias y rosales que florecen en verano, cubriendo de pétalos de colores brillantes los adoquines blancos del pasaje. Las casas en los extremos del callejón — como la de la señorita Índigo— tienen un piso más.
La fachada del palacete es de piedra de un elegante color gris pálido, muy ornamentada con frisos vistosos en el frente — lo que le da un aire de europea distinción— al igual que el resto de las casas. La de la señorita Índigo tiene amplias ventanas acabadas en arco y una pequeña escalera que conduce hasta la puerta principal. En su tejado de grandes tejas de pizarra natural — de estilo mansarda— hay enormes tragaluces para iluminar la última planta de la casa.
La famosa Habitación de los Fantasmas tiene forma redondeada — según cuentan algunos, para favorecer el contacto con los espíritus— , no hay columnas, ni elegantes espejos o cuadros colgando en sus paredes, nada; tan solo una gran chimenea de piedra blanca en el centro de una de las paredes, que nunca está encendida, y dos altos ventanales que llegan casi hasta el techo. Los cristales de las ventanas, adornados con exquisitas vidrieras de colores, siempre están cubiertos por pesadas cortinas de terciopelo que no dejan pasar la luz del sol.
Los únicos muebles en la misteriosa habitación son una mesita, también redonda y con la superficie de espejo, y tres sillas de madera colocadas a su alrededor. Eso es todo. En el techo, colgando sobre la mesa donde los asistentes a las sesiones de espiritismo se cogen de las manos formando un círculo, está la enorme araña con lágrimas de cristal a la que le faltan algunas cuentas. Según se rumorea en Barcelona, Mina Índigo había hecho traer esa lámpara desde una mansión de Nueva Orleans después de que su anterior propietaria — la más poderosa Reina Bruja de la ciudad— falleciera en extrañas circunstancias. Era de sobra conocido que algunos participantes habían salido huyendo en mitad de una sesión al ver la gran araña de cristal balanceándose peligrosamente sobre sus cabezas.
La Habitación de los Fantasmas; así es como la gente de Barcelona llamaba a esa habitación, porque todo el mundo en la ciudad sabía que Guillermina Índigo hablaba con fantasmas.
— Hay alguien fuera. En la puerta — dice Mina.
La ventana de la salita da al patio delantero del palacete. Desde allí, puede verse la entrada, con la escalera, y todo el enlosado en zigzag que se extiende hasta la verja de hierro.
— ¿Una visita? No tienes ninguna cita para esta mañana — responde Zelda, acercándose a la ventana para mirar también.
Hay una mujer al otro lado de la verja mirando hacia la casa, casi como si esperara que alguien saliera a abrirla. La mujer lleva una chaqueta marrón de lana barata, demasiado fina para protegerse del frío, y las manos escondidas bajo unos bastos guantes de lana.
— ¿La conoces? — pregunta Zelda sorprendida.
— Sí, es Abril Prieto, una de mis confidentes. Trabaja cuando puede como limpiadora en los almacenes El Siglo. No debería estar aquí, sabe que no pueden relacionarla conmigo; eso forma parte de nuestro acuerdo.
Guillermina se levanta deprisa del sofá tapizado. Sabe, de esa manera instintiva en que se percibe en las tripas cuándo algo malo va a pasar, que esa mujer está en su puerta para traerle malas noticias; o la promesa de malas noticias en el futuro. El galgo de color negro que estaba plácidamente dormido en la alfombra, a sus pies, levanta la cabeza con curiosidad cuando ve a Mina pasar a su lado. Ella se asegura de que su blusa blanca con volantes esté limpia y camina decidida hacia la puerta de entrada.
— Espera, no abras. — Zelda la ha seguido hasta el elegante vestíbulo y la mira con sus bonitos ojos muy abiertos— . Y si está aquí para hablar sobre..., ya sabes, sobre lo que pasó en Trinidad; puede que haya descubierto algo.
— No, imposible; y deja ya de preocuparte por eso, nadie aquí en Barcelona tiene ni idea de lo que sucedió en Cuba.
— Al menos una de nosotras debe preocuparse por eso, Guillermina — responde Zelda, con ese acento cubano que todavía se filtra en sus palabras cuando se pone nerviosa.
Pero Mina ignora su último comentario mientras llega al vestíbulo del palacete.
— Debe de ser algo muy importante para que Abril se haya arriesgado a venir a verme. Le pago bien para evitar que nos vean juntas en público, y que así nadie pueda relacionar nuestras sesiones con la información que ella me consigue. — La voz de Mina suena mucho más calmada de lo que está en realidad, pero ya se ha acostumbrado a fingir.
Se mira un instante en el espejo del recibidor y se ajusta mejor su pelo recogido en la nuca.
— ¿Cómo estoy? — le pregunta a Zelda.
— Como una médium farsante.
Mina intenta sonreír para aliviar el ambiente del recibidor, que se ha vuelto pesado y oscuro al mencionar Trinidad, igual que sucede justo antes de una tormenta. La campanilla del timbre resuena entre las paredes del palacete.
Cuando abre la puerta principal, el aire fresco de la mañana entra en el vestíbulo sin ser invitado. En pie, en el silencioso callejón adoquinado, al otro lado de la verja de hierro, Abril la mira sin ninguna sorpresa al verla aparecer. Mina baja la escalera de la entrada hasta el patio delantero, pasa junto al arbusto de lavanda que crece salvaje en un rincón y mira disimuladamente los azulejos levantados por las raíces de la planta.
— Has tardado. Pensé que iba a tener que tocar el timbre hasta hacer salir a todo el barrio — dice Abril a modo de saludo.
Mina le dedica una sonrisa cortante.
— ¿Qué haces aquí? Sabes de sobra que no puedes acercarte a mi casa, no deben vernos nunca juntas. — Su voz es suave, pero solo porque no quiere alertar a sus vecinos. Mina sabe bien que no puede arriesgarse a que alguno se asome por la ventana y la vea hablando con Abril Prieto.
— Créeme, no he venido por gusto. Eres la última persona en el mundo a la que pediría ayuda, pero estoy desesperada. Por eso he venido a verte.
Abril Prieto parece muy cansada, igual que si no hubiera dormido en días, pero, aun así, la mira desafiante desde el otro lado de la verja. No tiembla debajo de su chaqueta raída — Mina se fija en los extremos de las mangas deshilachados y remendados ya mil veces— , aunque nota como Abril se retuerce con fuerza las manos enguantadas.
— ¿Y bien? ¿Qué vas a hacer, Guillermina? ¿Vas a dejarme entrar en tu elegante casa? ¿O prefieres que discutamos nuestros asuntos privados aquí fuera? A mí me da igual.
De mala gana, Mina abre la puerta del enrejado para dejarla pasar.
— Más vale que sea una cuestión de vida o muerte, Abril...
— Lo es. Mi hija ha desaparecido.