Proclamé públicamente muchas veces mi ateísmo militante y mi anticlericalismo sin distinción de credos, pero hoy confesaré además, que soy un calvinista de la primera hora. Y no precisamente por seguir el culto fundado por el francés Juan Calvino (Jehan Cauvin, 1509-1564), uno de los autores de la Reforma protestante que rechazaba tanto a la Iglesia católica cuanto a la Anglicana, proponía el puritanismo y una ética que, según Max Weber, está en el origen del capitalismo.
Mi calvinismo es por Ítalo Calvino, el escritor italiano de cuyo nacimiento se cumplieron cien años el último 13 de octubre. Ese aniversario es propicio para recordar, que no rescatar, toda su obra. Esto a pesar de que cuando murió la madre de Borges a los 99 años, una vecina de su edificio en la calle Maipú le comentó que era una pena que no hubiera llegado a los cien, a lo que el escritor replicó: “Me parece que exagera usted el prestigio del sistema decimal”.
Fui lector de Calvino desde mi más tierna juventud: empecé por las ediciones en castellano de Futuro (la Editorial de los hermanos Schwarz, luego dueños de las Librerías Fausto) de El sendero de los nidos de araña, publicada originalmente en 1947, en la que cuenta sus experiencias como partisano en la Segunda Guerra y de Las dos mitades del vizconde, (o El vizconde demediado –en traducciones posteriores– para seguir luego devotamente con cada uno de los nuevos libros suyos que se publicaban en castellano.
Calvino nació en Cuba, en un suburbio de La Habana. Su padre, Mario Calvino, emigró a México en 1909. En 1917, después de la Revolución Mexicana, se fue a Cuba para “realizar experimentos científicos vinculados con la agricultura”. Según cuenta el escritor, Mario había sido en su juventud un anarquista y luego un reformista socialista. Su madre, botánica y profesora, le dio ese nombre inusual para la época para recordarle su origen.
Regresada la familia a Italia, Calvino cursó allí sus estudios, participó en la guerrilla antifascista y, terminada la guerra, se afilió al Partido Comunista (del que se apartaría en 1956, tras la invasión a Hungría) y se graduó en Letras. Estuvo en contacto con Pavese, que hizo que lo contrataran en la editorial Einaudi.
Se casó en 1964, en La Habana, donde estaba de visita, y se reunió con el Che. Su mujer era una argentina, Esther Judit Singer, conocida por su apodo: Chichita (que casualmente era prima segunda de mi madre). En una época yo bromeaba hablando de “tío Ítalo”, aunque solamente lo vi en París una vez, en su departamento de la rue d’ Alessia, en un encuentro en el que solo aportó monosílabos mientras su mujer sostenía la conversación.
Años después tuve el orgullo de editar uno de sus libros en la colección infantil Libros de la Florcita: El bosque sobre la ruta. Se trataba de una de las cuatro partes perfectamente separables como cuentos de Marcovaldo o las cuatro estaciones en la ciudad. En este texto, correspondiente al invierno, el protagonista, un campesino trasplantado a vivir pobremente en un entorno urbano, confunde a los postes telefónicos con árboles, a los que empieza a hachar para usar como combustible y caldear su miserable vivienda.
También habíamos comprado los derechos de traducción sobre otra de las secciones del libro, ambientada en el verano. Marcovaldo, sin un centavo en el bolsillo, recorre un supermercado llenando su carrito con cosas que no podrá pagar y, aprovechando la vecindad con una obra en construcción, arroja todo el contenido al vacío. Teníamos traducido este texto y a punto de encomendar las ilustraciones, pero ya imperaba la dictadura de 1976 y temimos que pudiera ser considerado un alegato contra el consumo, por lo que desistimos de avanzar con la publicación.
Podría hablar de varios libros de Calvino con igual entusiasmo. Su texto de relativa ciencia ficción, Las cosmicómicas, incluye una de las más hermosas cosmogonías que conozca. En el capítulo inicial, “Todo en un punto”, refiere que cuando el Universo estaba concentrado en un minúsculo sitio, un personaje, Qfqfu (cito de memoria) dice: “Muchachos, si tuviera un poco de espacio qué spaghetti les amasaría”. Y esto despierta en todo lo allí reunido un deseo tan grande que provoca la explosión primigenia, el big bang originario.
Pero dado que esta columna suele abordar tan solo un título, condenso mi recomendación en Si una noche de invierno un viajero (1979), publicada en castellano en 1980 por Bruguera y reeditada más recientemente por Siruela en su Biblioteca Calvino, en 2013, en muy buena traducción de Esther Benítez.
Es una novela que está siempre a punto de comenzar, una reflexión de cómo se narra, con algo del distanciamiento que según Brecht debía tener el teatro. Es “una reflexión sobre la práctica de la escritura y sobre las relaciones entre el escritor y el lector”, lo que no le quita en absoluto su amenidad. Comprende diez capítulos que son el comienzo de la misma cantidad de novelas, cuya continuación debería imaginar quien lee. No es escritura “de vanguardia”, en la medida en que contiene una historia, incluso con final feliz. Pero produce el placer más intenso que puede provocar el despliegue de la inteligencia expresada en palabras. Los expertos podrán decir que se trata de una “metaficción”.
Y cierro con extensa cita que imagino justificada:
Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Di enseguida a los demás: “¡No, no quiero ver la televisión!”. Alza la voz si no te oyen: “¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!”. Quizás no te han oído con todo ese estruendo; dilo más fuerte, grita: “¡Estoy empezando a leer la nueva novela de Ítalo Calvino!”. O no lo digas si no quieres; esperemos que te dejen en paz. ( … )
Tú sabes que lo mejor que uno puede esperar es evitar lo peor (parece una reflexión inspirada en el inminente ballotage. Nota del columnista). Esta es la conclusión a la que has llegado, tanto en la vida personal como en las cuestiones generales y hasta en las mundiales. ( … )
Ojalá este trago que les ofrezco (¿Aperol, Gancia con limón, Campari con naranja?) sirva de aperitivo auténticamente italiano para despertarles el apetito por la lectura de este “clásico del siglo XX” cuya literatura está más que vigente en el XXI que transitamos con tantas penurias.
Quién fue Ítalo Calvino
♦ Nació en La Habana, Cuba, en 1923, y murió en Siena, Italia, en 1985.
♦ Fue un escritor y periodista italiano, entre los más destacados del siglo XX.
♦ Entre sus libros se cuentan El barón rampante, Marcovaldo, Si una noche de invierno un viajero y Las cosmicómicas.