Tanto hemos llorado en el aeropuerto

Para el antropólogo francés Marc Augé la terminal aérea es un no-lugar. Sin embargo, ¿quién no despidió para siempre a un amor allí? ¿Qué angustias nos asaltaron? ¿Qué miedos y qué ilusiones?

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Abrazos. En el aeropuerto.
Abrazos. En el aeropuerto.

Estuve más de una hora esperando en el aeropuerto y me acordé, cómo no, de Marc Augé, el antropólogo francés que murió en julio pasado y que alguna vez postuló que había lugares y “no lugares”.

Los no lugares. Espacios del anonimato se llama el libro donde repasa esta idea. Ya lo dice todo.

Marc Augé estaba pensando nuestro tiempo, nuestro presente. Un tiempo en que los hechos se aceleraron y al que él llama “sobremodernidad”.

En este tiempo -la sobremodernidad- habría lugares que son “no lugares”. ¿Por qué? Porque allí no se producen relaciones, no tienen ni hacen historia. Son -dice- lugares estereotipados, que pueden estar en cualquier lado. Me acordé de esto alguna vez en un all inclusive en Punta Cana. Todo muy lindo pero hubiera sido exactamente igual —la construcción, el profe de aqua gym en la pileta, los tragos diluidos, el show después de la cena, las toallas en la playa— si hubiéramos estado en México, en Colombia, casi en cualquier otro lado.

Marc Augé. El intelectual francés murió en julio.
Marc Augé. El intelectual francés murió en julio.

Se entiende. Lugares-no lugares. ¿Pero los aeropuertos? Mmmmm

En esa larga hora en que esperaba en el aeropuerto de Buenos Aires vi a dos mujeres —una mayor, una más chica, seguramente madre e hija— que se abalanzaron sobre una pareja joven con un nene. ¡Qué grande está!, decía la abuela que había visto a su nieto irse con pañales y que ahora —las cosas afuera tampoco son tan fáciles como para venir todos los años— le llegaba a la cintura. “¡Y qué grandes están!”, decía la señora y se metía entre unos brazos-alas a la pareja joven, pero ya no tanto. Lloraba la señora, lloraban sus hijas y hasta me tuve que tragar una lágrima yo, que no tenía nada que ver pero ¿quién no tiene nada que ver? ¿Quién no pena algún amor lejano?

Vi por última vez a mi abuelo en un aeropuerto: fue un trámite rápido, nadie quería dramatizar e hicimos como que no pasaba nada pero la familia se iba a instalar del otro lado del mundo. Mi abuelo era grande, no quería irse y un mes después se murió: no llegué a visitarlo.

Son los lugares del dolor de ya no ser, de ya no ser ese país rico abierto a todas las personas de buena voluntad que quisieran habitarlo

En el aeropuerto mi amiga boliviana supo que era boliviana: vive hace mil años en México, es una académica y la habían invitado a dar clase en Estados Unidos. Pero al llegar... por ese pasaporte que decía Bolivia… pasó horas en un cuartito hasta que fueron a rescatarla los de la Universidad.

En el aeropuerto a tanta gente decente de clase media le chocan los dientes porque sabe que lleva en el bolso una computadora que se pasó de la raya o dos teléfonos comprados como ganga.

En el aeropuerto una jovencita se vuelve contrabandista de calzas, remeras y zapatillas de marca que revende para hacerse un sueldo. Mil viajes, ya sabe lidiar con Aduana.

Una fila de pasajeros espera para pasar la aduana en un aeropuerto en Estados Unidos (Reuters)
Una fila de pasajeros espera para pasar la aduana en un aeropuerto en Estados Unidos (Reuters)

En el aeropuerto una tarjeta de crédito de consumo medio te hace VIP por un rato, te da acceso a salones exclusivos y, en esos apartados con wifi, comida, bebida, sillones y a veces hasta ducha, te sentís privilegiado y de viaje.

Eso: en el aeropuerto te sentís de viaje y no es poco. Empezás a vivir eso que soñaste dólar a dólar —¿ahorro, blue, MEP?— durante un año o más.

En el aeropuerto hay gente que corre como loca, como nunca, porque se le va, se le va la conexión. Gente bien plantada que ahí se pierde con carteles que precisan habilidades de descifrador de jeroglíficos —¿estuvieron en la T4 de Madrid? Mamita—.

No lugares
No lugares

Al aeropuerto vino a verme mi amiga Susana una vez que yo pasaba justamente por Madrid —adonde ella migró— por unas horas. No tenía tiempo de ir a la ciudad pero ella se tomó el colectivo, yo salí de la zona de embarque hasta el bar, estuvimos horas riéndonos, abrazándonos, contándonos todo. Después seguridad, pasaporte, su ruta.

Quien sabe moverse en un aeropuerto —ahí tiene razón Augé— sabe moverse en todos. Una misma mecánica, mismas normas, más o menos lo mismo en los estantes del free shop donde cualquier perejil como yo se pasea entre marcas de perfume francés y es glamoroso por un rato.

Pero, en el fondo, uno siempre sabe quién es, entonces ¿no tuviste miedo cuando el señor del escáner insistía en que te revisaran un poquito más en Emirato Árabes Unidos? Si sabías que no llevabas nada ilegal ¿por qué te asustaste? Porque —lo que el hombre veía de raro eran las bolitas de un collar dizque de perlas— un aeropuerto es un espacio supervigilado y a vos ahí te queda clara tu fragilidad.

Momentos decisivos. En el aeropuerto. (REUTERS/Alexander Infante)
Momentos decisivos. En el aeropuerto. (REUTERS/Alexander Infante)

De eso habla el Premio Nobel Abdulrazak Gurnahtanzano él, con una vida ya en Inglaterra— cuando su personaje, en la novela A orillas del mar llega a Europa y se choca con un agente migratorio que trata de convencerlo de que pegue la vuelta. “Era un solicitante de asilo, era la primera vez que pisaba Europa, la primera vez que pisaba un aeropuerto…”, piensa el personaje, un hombre grande. Un hombre pobre ante un empleado que ahí, en el aeropuerto, es el guardián de la puerta de Europa. “Curiosamente, la misma puerta por la que habían salido las hordas que partieron a arrasar el mundo y ante la que ahora nos postramos nosotros, suplicando que nos dejen entrar”.

¿No lugares?

Debe tener un porcentaje de humedad más alto que la media ese espacio frío, tanto se ha llorado y transpirado entre sus paredes inmaculadas y sus vidrios reforzados.

No sé en Francia, pero en países como el mío, que desde siempre recibió inmigrantes y ahora también sabe de hijos y hermanos que se van para siempre, los aeropuertos, como antes los puertos, son lugares del amor, de la esperanza, de la derrota, del miedo, de la despedida que desgarra y el reencuentro que pone una curita en la herida.

Llegada inmigrantes a Buenos Aires a fines del siglo XIX
Llegada inmigrantes a Buenos Aires a fines del siglo XIX

Son los lugares del dolor de ya no ser, de ya no ser ese país rico abierto a todas las personas de buena voluntad que quisieran habitarlo y en cambio ser ahora, también, una tierra de la que tantos se van a buscar una vida mejor. Lo que pasó entre una cosa y otra ya no es algo individual.

Podría escribir un libro sobre emociones en aeropuertos, seguro vos también. Ahí te dejo mis subrayados del libro de Augé.

Mis subrayados

1. “Antes de buscar su auto, Juan Pérez decidió retirar un poco de dinero del cajero automático. El aparato aceptó su tarjeta y lo autorizó a retirar mil ochocientos francos. Juan Pérez apretó el botón 1800. El aparato le pidió un minuto de paciencia, luego le entregó la suma convenida y le recordó no olvidarse la tarjeta. “Gracias por su visita”, concluyó, mientras Juan Pérez ordenaba los billetes en su cartera”.

2. “Un poco soñoliento, Juan Pérez dejó la revista. La inscripción Fasten seat belt se había apagado. Se ajustó los auriculares, sintonizó el canal 5 y se dejó invadir por el adagio del concierto N°1 en do mayor de Joseph Haydn. Durante algunas horas (el tiempo necesario para sobrevolar el Mediterráneo, el mar de Arabia y el golfo de Bengala), estaría por fin solo”.

3. “Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar”.

4. “La hipótesis aquí defendida es que la sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, de espacios que no son en sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudeleriana, no integran los lugares antiguos: éstos, catalogados, clasificados y promovidos a la categoría de lugares “de memoria”, ocupan allí un lugar circunscripto y específico”.

5. “Un mundo donde se nace en la clínica y donde se muere en el hospital, donde se multiplican, en modalidades lujosas o inhumanas, los puntos de tránsito y las ocupaciones provisionales (las cadenas de hoteles y las habitaciones ocupadas ilegalmente, los clubes de vacaciones, los campos de refugiados, las barracas miserables destinadas a desaparecer o a degradarse progresivamente), donde se desarrolla una apretada red de medios de transporte que son también espacios habitados, donde el habitué de los supermercados, de los distribuidores automáticos y de las tarjetas de crédito renueva con los gestos del comercio “de oficio mudo”, un mundo así prometido a la individualidad solitaria, a lo provisional y a lo efímero, al pasaje, propone al antropólogo y también a los demás un objeto nuevo cuyas dimensiones inéditas conviene medir antes de preguntarse desde qué punto de vista se lo puede juzgar”.

6. “Agreguemos que evidentemente un no lugar existe igual que un lugar: no existe nunca bajo una forma pura; allí los lugares se recomponen, las relaciones se reconstituyen; las ‘astucias milenarias’ de la invención de lo cotidiano y de las ‘artes del hacer’ de las que Michel de Certeau ha propuesto análisis tan sutiles, pueden abrirse allí un camino y desplegar sus estrategias”.

7. “El auge del término ‘espacio’, aplicado tanto a las salas de espectáculo o de encuentro (‘Espace Cardin’ en París, ‘Espace Yves Rocher’ en La Gacilly), a jardines (‘espacios verdes’), a los asientos de avión (’Espace 2000′) o a los automóviles (Renault ‘Espacio’) da testimonio a la vez de los motivos temáticos que pueblan la época contemporánea (la publicidad, la imagen, el ocio, la libertad, el desplazamiento) y de la abstracción que los corroe y los amenaza, como si los consumidores de espacio contemporáneo fuesen ante todo invitados a contentarse con palabras vanas”.

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