Libros, libretas, lapices, más libros, palabras registradas. Ese es el panorama que se ve al llegar a la casa de Claudia Piñeiro para hablar sobre su nuevo libro, Escribir un silencio (editado por Alfaguara). Arriba de la mesa se erigen más pilas de libros ―llego a distinguir La sociedad del casancio, de Byung Chul-Han; Ciencias de la vida, de Joy Sorman y Hay que llegar a las casas, de Ezequiel Pérez― mientras la biblioteca se luce y rebalsa. Tomamos café y conversamos sobre palabras. En este encuentro, las recientes elecciones presidenciales argentinas son un tema ineludible, buscamos palabras.
En este impresionante volumen de 430 páginas, la escritora argentina más leída reúne por primera vez columnas, ensayos breves, crónicas, reflexiones y los numerosos textos publicados en distintos medios gráficos. Escribir un silencio es su libro más íntimo y está llamado a ser uno de esos que se tienen a mano para volver a consultar: por la valentía de poner palabras donde antes había silencio y porque es una pieza clave que dialoga con el resto de su obra.
Por ejemplo, la autora de Las viudas de los jueves, El tiempo de las moscas y Tuya cuenta cómo desde un silencio surgió el primer borrador que le abrió camino en la literatura; cómo fue la trombosis cerebral que sufrió donde una palabra hizo la diferencia; su infancia, la maternidad, las raquetas de tenis de su padre, las amigas, los viajes, las ferias, las reflexiones sobre la propia escritura, sus lecturas, el género policial y la pandemia. También escribe sobre sus maestros: Guillermo Saccomanno, Mauricio Kartun y María Inés Andrés. También forman parte de este libro el famoso “Mujer a los 50″, que tanto circuló hace una década y cómo se contesta a sí misma con un texto inédito, “Mujer a los 60″. ¿Está de acuerdo con las palabras que usó en ese entonces?
“Somos seres políticos y muchas veces escribimos ―a pesar nuestro, incluso― con una mirada política“, dice Piñeiro en diálogo con Infobae Leamos y anticipa que está escribiendo una nueva ficción pero no puede dar detalles, aunque tiene que ver con el escenario argentino actual. Y Escribir un silencio también se apoya en sus intervenciones políticas como el recordado discurso en la Cámara de Diputados a favor de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) ―”Que no nos roben la palabra vida”, titula y, otra vez, la importancia de las palabras―, las nuevas formas de silenciamiento y censura, el compromiso y el activismo siendo escritora, los derechos y el feminismo. “En todos los espacios dije lo que pensaba, no me callo”, sostiene. Tomamos café y seguimos conversando sobre palabras.
―Escribir un silencio incluye la ponencia ante la Cámara de Diputados, en el debate sobre la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. En esa ponencia, en 2018, dijiste “que no nos roben la palabra vida”. ¿Qué sucede con la palabra libertad hoy?
―Desde hace un tiempo muchas palabras se van cooptando por distintas organizaciones, ideologías, etc. Y con libertad pasa lo mismo. Antes de decir “libertad”, lo pensás dos veces, no sea cosa que se malinterprete. Creo que hay que recuperarlas, porque la palabra libertad es algo que a todos nos interesa, pero está tergiversada dentro de esos espacios. ¿Qué libertad? ¿Para hacer lo que se te dé la gana? ¿Arruinarle la vida al otro? ¿Eso también es libertad? Es muy difícil usar esa palabra o cualquier otra mientras está siendo muy marcada por alguien. Lo que pasa es que uno tiene los resortes muy, muy, muy, muy alertas.
―¿Para qué?
―Cuando habló Victoria Villarruel, la candidata a vicepresidenta de la Libertad Avanza y diputada nacional, tras el resultado de las elecciones, usó las palabras “orden” y “juntos”. Y yo pensaba que no debía ser casual que usara la palabra que usaba Patricia Bullrich en su campaña, y “juntos”, de Juntos por el Cambio, para que vaya con ellos. Finalmente, sucedió. Entonces, sirve para pensar cuánto hay de casual y de especulativo en esas operaciones del lenguaje.
“Es evidente que donde no se puede comer, no se puede leer”
―Sergio Massa también hizo alusión a otra palabra que mencionás en esa misma ponencia: grieta. Y dijo “la grieta se murió y empieza una nueva etapa”
―Es una palabra que creo que nos hizo muchísimo daño, pero que fue abonada desde los dos espacios políticos mayoritarios en Argentina, que les convenía abonar esa grieta. Entonces, yo celebro que diga que se terminó la grieta. Ojalá sea así porque eso arruinó varios años de Argentina, años de estar perdidos en una pelea de quién tiene más preponderancia entre dos partidos políticos, mientras a nosotros nos pasaban un montón de cosas que no estaban ni de un lado ni del otro de la grieta.
―En Escribir un silencio decís que la verdadera batalla es por la propiedad de la palabra o por su apropiación. ¿Cómo se instala que la batalla también es por la palabra cuando en Argentina hay más del 40% de pobres y 140% de inflación?
―Es muy difícil hablar, pero también está mal no hablar de determinados temas cuando hay otros mucho más urgentes. Por supuesto que es así: la pobreza es un tema urgente, y la de las infancias, recontra urgente. Ahora, también tenemos que poder hablar de las otras cosas porque si no solucionás eso coyunturalmente -y ojalá suceda- a la larga, otras cosas tampoco van a ser duraderas. Es evidente que donde no se puede comer, no se puede leer. Creo que hay que hacer las dos cosas y no creerse eso de que porque te ocupas de algo, uno se desentiende de otros temas.
―Como las agendas feministas, consideradas de menor jerarquía
―Sí, ese es un cargo que se le ha hecho mucho al feminismo y a los fracasos de determinados espacios que se ocuparon del lenguaje inclusivo y cómo no solucionaron las otras cosas. ¿Qué tiene que ver? Que estés conversando sobre el lenguaje inclusivo o cualquier otro tema sobre los que nos interesaba hablar al feminismo en los últimos años no tiene absolutamente nada que ver con el fracaso del feminismo. Ni con el éxito de nada más que de eso por lo que estuvimos luchando en ese momento. Hay gente que dice esas cosas, sabiendo que no son ciertas, para manipular y, lamentablemente, hay gente que se deja manipular. Es lamentable.
―En “El lugar del escritor (?): literatura y compromiso” hablás sobre el activismo y el compromiso político como escritora. ¿Qué es lo que hizo que salieras a la escena pública?
―En todos los espacios dije lo que pensaba, no me callo. De todos modos, creo que tampoco es necesario hablar de todos los temas que están en la sociedad. En la época de la dictadura militar yo era una adolescente y me mandaron alguna vez a la dirección por lo que dije, pero no fui secuestrada. Después vino la democracia y la primera vez que hice una manifestación pública muy contundente, no fue por el tema del feminismo ni de la ley de IVE, que es donde más se me vio, sino en la manifestación contra el 2x1 para los presos genocidas de la dictadura. Coincidía con una actividad en la Feria del Libro, me bajé porque dije que me parecía que, en ese momento, el lugar no era estar en la Feria hablando de un tema literario, sino estar en la calle. Después, la Feria canceló sus actividades de ese día. A las instituciones les cuesta un poco más.
“Una de las respuestas que más tengo en las redes sociales en los últimos tiempos es “vieja meada”. Ahí no hay un silencio, hay una agresión”
―En muchos textos del libro escribís sobre la palabra “derechos”: a la felicidad, a debatir y a la lectura, por ejemplo. Y decís que la democracia necesita la construcción de ciudadanos con pensamiento crítico, ¿cómo se hace?
―Con políticas de Estado, en las que los niños lean desde muy pequeños distintos materiales y que eso vaya generando un pensamiento crítico. Y, por supuesto, no un pensamiento crítico direccionado, ni hacia una ideología, sino un pensamiento crítico amplio y que se sostenga gobierno tras gobierno. Hoy algunos dicen que no hay que poner plata en los derechos, que hay que dar vouchers para la educación, por ejemplo. Los planes actuales son necesarios, pero no son suficientes. El presupuesto que tenemos para educación tampoco es suficiente. No escuché a nadie que quiera aumentar el presupuesto de educación o cultura, al contrario, es donde más recortes hay.
―En otro texto retomás la idea de “ficción paranoica”, de Ricardo Piglia, para explicar el estado de las cosas después de la pandemia, pero lo escribís en 2020. ¿Cuál sería hoy esa ficción? ¿Sería la misma?
―No, esa ficción sería la que quiero escribir. Yo sé que tiene algo que ver con lo que está pasando. Cuando vi que había alguna esperanza de que no sea la ultraderecha la que gobierne la Argentina. Lo primero que pensé fue “qué suerte que hay balotaje, qué suerte que hay otra opción que no sea la que yo considero que es más inadecuada para la democracia y qué suerte que voy a revivir mi novela en términos personales”.
―En el libro escribís sobre el género policial y decís que se escribe sobre lo que se esconde, el crimen del crimen, ¿por qué?
―En una novela muy clásica, ¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy, narra un crimen en un concurso de baile en los años 40, despuésde la Gran Depresión en Estados Unidos. Lo leés y es un concurso de baile, pero lo que él estaba denunciando era que mucha gente no tenían para comer y se anotaba en concursos de baile para bailar 24 y 48 horas seguidas y ganaba el que no desfallecía. Ahora es muy evidente porque las sociedades se pusieron muy violentas. Somos seres políticos y muchas veces escribimos ―a pesar nuestro, incluso― con una mirada política.
―En varios textos mencionás la “ficción premonitoria”, ahí se juega la tensión entre la ficción y la realidad. Incluso contás que te preguntan por El reino. ¿Por qué le pedimos a la ficción que sea verdad?
―Se le pide eso pero de lo que se trata es de entender algo. Y entonces, como con la realidad no la entendemos, muchas veces en la ficción encontramos un principio, medio y un desenlace. Y ahí entendés yquerés apropiarte de algo. Hay certeza, una respuesta y la realidad no nos está dando eso.
“No supimos transmitir cuán importante es la democracia, cuando la tenemos de vuelta hace tan poco”
―En el libro incluís un texto que circuló mucho que fue “Mujer a los 50″ y te contestás a vos misma con un texto inédito, “Mujer a los 60″. Decís que estás en desacuerdo con la exigencia estética de la que diste cuenta en el primero, hablás de edadismo, menopausia... ¿Son silencios de los que falta escribir?
―Ya se empezaron a escribir, pero no están absolutamente expandidos. Imagínate que teníamos una fuerza que nos decía permanentemente a un montón de ciudadanos “viejos meados”. Una de las respuestas que más tengo en las redes en los últimos tiempos es “vieja meada”, entonces ahí no hay un silencio, hay una agresión. Y como no hay un silencio, se puede contestar. Las últimas elecciones argentinas fue una de las veces que más adultos mayores fueron a votar. Todo eso también es una respuesta cuando no hay silencio. En el fondo no sé si no es mejor que haya salido ese pus que estaba ahí dando vueltas con respecto a ese tema.
―En un texto mencionás a la memoria como un acto de voluntad. A 40 años de la recuperación de la democracia, ¿cómo se hace para seguir instalando la memoria?
―Creo que quedó muy claro. Muchas generaciones de jóvenes no tienen ni idea de lo que estamos hablando. Es un tema que hay que seguir trabajando. Nosotros tuvimos el Juicio a las Juntas, que fue fundamental para eso. También es cierto que muchos jóvenes sí saben lo que pasó, que fueron al cine a ver la película Argentina 1985. Pero, evidentemente, así como la educación se degrada en otros aspectos, también se ha degradado en eso y no supimos transmitir cuán importante es la democracia, cuando la tenemos de vuelta hace tan poco.
―Otro tema del libro es la maternidad, ¿cuánto te atravesó?
―Cuando me preguntan a que me dedico digo que yo me dediqué a ser madre y a escribir. La tarea de madre a mí me absorbió muchísimo. Tengo tres hijos muy seguidos y le dediqué mucho tiempo, quizás ellos te dirían que más del necesario. Como vivíamos lejos de la ciudad, si se acordaban de que les faltaba algo a las ocho de la noche tenía un depósito con todos los mapas que te imagines, goma, regla, todo. Si alguno salía con eso empezaba como a temblar y pensaba “no estoy cumpliendo con mi rol de madre”. Tenía una obsesión excesiva con no cumplir. Todavía tengo en mi casa algunos mapas que conservo. Además, el trabajo de la escritura, si bien vos necesitas espacio para poder escribir y el cuarto propio, te permite estar siempre con tus hijos.
―En el libro también hablás de nuevas formas de silenciamiento. ¿Sobre qué silencios habría que escribir?
―Las agresiones en las redes sociales. Me reservo para temas que me parece que son trascendentes como puede haber sido ahora votar por un candidato que está dentro de la democracia o no. Por otro lado, la corrección política de muchos de los que tienen que indicar lecturas por temor a las quejas de los padres. Me pasó con Tuya. En otros países la bajada es directamente desde el Estado y me parece grave. También veo silenciamientos a través de la violencia.
Quién es Claudia Piñeiro
♦ Nació en 1960 en Burzaco, provincia de Buenos Aires.
♦ Estudió Ciencias Económicas, ejerció como Contadora hasta que se dedicó a la escritura.
♦ En 2004 publicó una novela juvenil, Un ladrón entre nosotros y una obra de teatro, Cuánto vale una heladera.
♦ En 2005 publicó Tuya y ganó el Premio Clarín Novela por Las viudas de los jueves.
♦ Entre sus libros están Elena sabe, Las grietas de Jara, Betibú, Un comunista en calzoncillos, Una suerte pequeña, Las maldiciones, Catedrales y El tiempo de las moscas.
♦ Es coautora del guión de la serie El reino.
♦ Entre otros, recibió los premios Literaturpreis der Schwulen Buchläden (LiBeraturpreis) 2010 por Elena sabe, Sor Juana Inés de la Cruz 2010 por Las grietas de Jara, Pepe Carvalho de novela negra 2019, por ser un “referente ético y literario para las letras de su país y fuera de él”, Dashiell Hammett de la Asociación Internacional de Escritores Policíacos 2021 por Catedrales y, por la misma novela, el Tormo Negro–Masfarné 2022.
Escribir un silencio (Fragmento)
El cuerpo es un límite. Determina un espacio, una posibilidad, un tiempo. Condiciona, también, qué cosas puedo hacer y qué cosas no.
Tengo una jaqueca invalidante, siento una espada que atraviesa mi cabeza de derecha a izquierda. Tomo un analgésico. Debería suspender las actividades de hoy, pero no lo hago.
Trabajo todo el día hasta la noche, hasta muy tarde: presento un libro, doy una entrevista, participo de un panel en la Feria del libro de Buenos Aires. Lloro. La espada se clava un poco más a pesar del segundo analgésico. Y del tercero.
(...)
A pesar del analgésico, la espada sigue clavada en mi cabeza y hace que me cueste pensar con claridad. Supongo, como primera hipótesis posible, que la computadora está averiada, que algo le pasa al teclado.
Vuelvo a intentar, tipeo, miro la pantalla, letras que no dicen nada. Cambio el Word por otro programa de escritura, para definir si el problema está allí. Elijo Pages, y la pantalla me devuelve otra serie de letras inconexas.
Lo intento una vez más en Word. Me concentro en lo que hago. Voy letra por letra. Intento apretar la e pero aprieto la w, la s pero aprieto la a, la t pero aprieto la r, la e y otra vez aparece la w.
“Este” se convierte en “warw”. No conozco ese idioma.