Para la escritora y politóloga italiana Nadia Urbinati, el “corazón del mecanismo democrático” consiste en la tensión generada por el conflicto entre los “pocos” y los “muchos”, es decir, las élites que manejan el poder, por un lado, y el pueblo, por otro.
Pocos contra muchos, su último ensayo, acaba de ser publicado en Argentina por Katz Editores. En esta investigación, la autora parte de las distintas “manifestaciones populares de descontento” que parecen ser un signo de los tiempos que corren.
“Las rotondas, las Jornadas de Vaffa, la Primavera Árabe, Occupy Wall Street, los indignados, las horcas, los chalecos amarillos, las alegres manifestaciones juveniles sobre el clima, los levantamientos populares en Chile, Líbano, Irán y otros que ahora se suman a diario”, enumera la autora.
“Robert Michels escribió hace más de un siglo que la organización es la única arma que tienen ‘los muchos’ en su lucha contra ‘los pocos’, que ya están estructuralmente organizados (...) La paradoja, continuó Michels, es que la organización es también la estratagema mediante la cual ‘los pocos’ se apoderan de la dirección de las masas”, escribe la autora en el prólogo, que puede leerse completo al final de esta nota.
Así empieza “Pocos contra muchos”
El siglo XXI se inauguró con una serie ininterrumpida de manifestaciones populares de descontento: las rotondas, las Jornadas de Vaffa, la Primavera Árabe, Occupy Wall Street, los indignados, las horcas, los chalecos amarillos, las alegres manifestaciones juveniles sobre el clima (menos antagónicas que las anteriores, pero las primeras verdaderamente globales), los levantamientos populares en Chile, Líbano, Irán y otros que ahora se suman a diario. Sin embargo, la palabra “conflicto” es la Cenicienta del lenguaje político. Se utilizan otros términos para describir estas formas de acción colectiva: ira, odio, rebelión, levantamiento, revuelta.
El conflicto se asocia tradicionalmente a formas organizadas de contestación que tienen un liderazgo en partidos o sindicatos y un curso contractual, es decir, orientado a la consecución de un resultado: los enfrentamientos calculados, que ponen el problema en el punto de mira de la opinión pública, instruyen a un representante para que llame la atención de las instituciones, provocan rupturas que pueden recomponerse con nuevas elecciones o con otros contratos laborales, o con la anulación o reforma de determinadas leyes.
El conflicto, en la sociedad democrática de masas estructurada por los partidos y los sindicatos, es como una estrategia de guerra que señala al adversario la fuerza potencial de la ofensa o la resistencia, con la intención de mantener abierta la posibilidad de un acuerdo para reequilibrar las relaciones de poder entre dos partes que, de otro modo, estarían totalmente desequilibradas y con escasas o nulas posibilidades de diálogo.
Robert Michels escribió hace más de un siglo que la organización es la única arma que tienen “los muchos” en su lucha contra “los pocos”, que ya están estructuralmente organizados (en términos de intereses y, como veremos más adelante, también en términos de estilos de vida y reconocimiento mutuo). La paradoja, continuó Michels, es que la organización es también la estratagema mediante la cual “los pocos” se apoderan de la dirección de las masas, que tienen entonces dos adversarios: “los pocos” del bando contrario, contra los que se organizan; y “los pocos” dentro de su propia organización, es decir, las élites que las dirigen asumiendo la dirección del movimiento o educando a las masas.
Pues bien, el siglo XXI se ha inaugurado bajo la bandera de la revuelta contra “los pocos” en ambas categorías: los ricos y poderosos (la oligarquía) y los dirigentes de los partidos y, más generalmente, los propios partidos (el establishment). Las manifestaciones populares de descontento enumeradas anteriormente son todas, aunque por razones y con intenciones diferentes, formas de rebelión contra la función de liderazgo tradicional que “unos pocos” han exigido y que han logrado conquistar y mantener con el consentimiento general durante algunas décadas.
Sin embargo, esas manifestaciones también apuntan a otro hecho que generalmente se pasa por alto: la deserción de las élites socioeconómicas, o más bien su secesión, de la fiscalidad progresiva (con las políticas de desgravación fiscal que obtienen de los gobiernos democráticos) supone la interrupción de ese vínculo conflictivo que –como acabamos de explicar– sellaba una forma de interacción con la otra parte y, por tanto, la división de un espacio contractual en el que los que tenían más poder se exponían al control efectivo de los que tenían menos.
Conflicto y oposición, conflicto y antagonismo no son lo mismo, no son términos equivalentes. Además de esto, es importante prestar atención a otro hecho que se desprende de los levantamientos de este nuevo siglo. Aunque repitamos sin pensarlo demasiado que “los muchos” se enfrentan a “los pocos”, tendemos a no ver este escenario desde el punto de vista opuesto: en realidad, la oposición más radical hoy en día es la de “los pocos” contra “los muchos”, aunque no se manifieste con la misma claridad disruptiva, porque la acción opositora de “los pocos” opera generalmente de forma indirecta y bajo el radar, y solo emplea la violencia en casos extremos (como los golpes de Estado).
Así lo puso de manifiesto Jeffrey A. Winters en un libro sobre la oligarquía, ilustrando el modo de proceder de “los pocos”, que es más o menos indirecto y recurre a las leyes o a los resquicios que estas permiten: la de “los pocos” contra “los muchos” es la más persistente y fatal de las luchas, mucho más que la inversa, que siempre se produce como reacción a una situación difícil creada por un desequilibrio de poder a favor de “los pocos”.
Ejercer el poder directamente es algo que interesa mucho más a los que tienen mucho que perder (y proteger) que a los que tienen menos, como nos enseña Nicolás Maquiavelo. Sin embargo, la aparición de las instituciones y la política contemporáneas, incluida la democracia constitucional, nunca ha eliminado a los oligarcas, ni ha hecho que la oligarquía quede políticamente obsoleta. Esto se debe al hecho de que en la democracia electoral no existen en la práctica impedimentos que puedan limitar efectivamente las formas materiales de poder de los oligarcas.
La concentración del poder económico y financiero puede penetrar muy fácilmente en las instituciones que fueron diseñadas originalmente para permitir que “muchos” tuvieran el poder de influir en las decisiones. A pesar de la división de poderes, la estratificación de las sociedades contemporáneas y el Estado de derecho, la oligarquía ha seguido existiendo y operando casi sin ser molestada.
La huelga general que ha marcado a Francia durante semanas desde el mes de diciembre de 2019, en la que participaron todas las categorías laborales, tuvo en el centro la propuesta de reforma de las pensiones elaborada por el gobierno de Macron, que pretende avanzar en un “sistema flexible que permita utilizar las pensiones como variable de ajuste de las finanzas públicas” y que acaba con lo que queda del estado de bienestar como espacio común, dando al “estado de bienestar del siglo XXI” una forma desequilibrada en la que las personas no participan todas juntas y en proporción a sus ingresos, sino en función de su necesidad de asistencia pública.
La premisa de esta lógica es la alteración de la igualdad de la ciudadanía, la admisión de que las desigualdades sociales se traducen en desigualdades de poder representativo y político. La oposición es, en efecto, la de “los pocos” que utilizan los “dogmas de una economía que fomenta e invita al consumo desmedido; inventan alternativas a las desigualdades sociales, raciales y de género que con demasiada frecuencia se consideran parámetros insuperables; [instigan] a los sembradores de odio y miedo que quieren fracturar nuestra sociedad”.
La fórmula habitual de los muchos contra los pocos, fácilmente representada por las imágenes ya cotidianas de las rebeliones, debería, pues, estar flanqueada por la fórmula menos habitual de los pocos contra los muchos, que describe, en cambio, comportamientos raramente flagrantes. Este divorcio visto desde ambas perspectivas es el tema de este pequeño volumen.
Quién es Nadia Urbinati
♦ Nació en Rimini, Italia, en 1955.
♦ Es politóloga, escritora y profesora universitaria.
♦ Está Doctorada en Ciencias Políticas en el Instituto Universitario Europeo de Florencia y es catedrática de Ciencias Políticas en la Universidad de Columbia.
♦ Su ámbito de investigación y trabajo se centra en el pensamiento político moderno y contemporáneo, la democracia y los movimientos antidemocráticos.