“Si con palabras pudiera ser explicado lo que dice un poema éste sería innecesario: bastaría con la explicación”, escribió Roberto Jacoby en la Intro de su flamante libro Superficies de placer - Mis letras para Virus y otras canciones (Planeta), que repasa de primera mano la trayectoria de una de las bandas que cambiaron el estado de ánimo del rock argentino en medio de la noche más oscura de la historia de nuestro país.
Entonces, a cambio de una decodificación intelectualizada de la belleza y la provocación condenada al fracaso, el autor se asume guía de un recorrido compartido por cuatro décadas de una creatividad letrada a prueba de la complacencia y la haraganería, que incluye, además de sus colaboraciones con la banda liderada por Federico Moura, un relevamiento de su obra menos conocida.
Escritor, cancionista, agitador y animador de la escena cultural porteña desde los tiempos del Di Tella, gestor de ideas puestas en acción, desde sus 79 años Jacoby desanda de manera cronológica el período que va de 1981 a 2021 a través de los textos de muchas de las canciones que musicalizaron la época, puestas en contexto mediante anécdotas, reflexiones, relecturas, revelaciones y casi ninguna explicación.
La canción es juego. Hasta ahí
En el Preludio de la publicación, Andrés Calamaro advierte con certeza que “la intervención cultural (interferencia) de Virus y Roberto Jacoby (…) llegaba para despertar la escena pop y poner en hora los relojes de un rock local que parecía disfrutar de cierto síndrome de Estocolmo en los primeros compases de los años ochenta”. Algo así como desplegar estrategias de la alegría para contrarrestar tanto sopor.
Inmejorable maestro de ceremonias, El Salmón, para presentar la prosa avezada de Jacoby alternada con las letras de 70 títulos paridos en sociedad con los Moura (Federico y Julio), Ricardo Serra, Enrique Mugetti y, ya más acá en el tiempo, con Sergio Pángaro, Pablo Dacal, Nacho Marciano y varios habitantes más de nuestro planeta canción, no pocos de ellos tributarios de aquellas plumas.
En ese marco, el autor reflexiona sobre los enigmas que encierran las canciones y la inutilidad de la búsqueda de sentido allí donde lo que manda es el juego que determina “el hecho de que dos palabras puestas una junto a la otra pueden producir un chispazo en la cabeza de alguien sin que eso tenga ningún significado preciso”. Tan simple como eso. Un juego de palabras que trasciende el papel de envoltorio de sentido para convertirse en el sentido mismo.
“Los versos están ahí y no sabemos qué puede pasar con ellos”, resume Jacoby, y agrega que “en verdad no habría necesidad de que pasara nada porque el juego no precisa de justificación”. Sin embargo, nada más alejada esa observación de la idea de que aquellas letras no dijeran, indicaran, describieran o representaran nada. Al contrario, cada puñado de esas letras encerradas en los álbumes a los que aportó el letrista fueron y pueden ser leídas/escuchadas como un signo de los tiempos.
“Loco no te hagas el coco / Coco no te hagas el loco / Lo que al loco lo copó / fue esa loca que localizó” (”Loco Coco”, 1981).
Del glosario de términos de época conjugado en “Loco Coco” al perfil irónico del artista entregado a las mieles del “éxito” trazado en “Cantante farsante”, pasando por el catálogo de marcas de cigarrillos encerrado en los versos de “¡Soy moderno, no fumo!”, una más de las costumbres argentinas retratadas en un tema que, como la mayoría de los demás, invitaba a poner el cuerpo en acción. Además del bocho, claro.
“Ven, son tan particulares los cigarrillos / El mal brota de ellos como un volcán / P’al mal que hacen sin parciales: / Ojos colorados, dientes dorados de alquitrán” (”¡Soy moderno, no fumo!”, 1981).
¿Corrección política? No, gracias
Volvemos por un instante a Calamaro, quien en su texto se refiere a la “generación” de los Virus como aquella que irrumpía en la escena para intervenir el pop con “nuevos ingredientes entre la catarsis, la ironía, el hedonismo ético, la crítica social mordaz, la sexualidad ardiente, la marginalidad, el refinamiento, como partes de un nuevo caleidoscopio”.
Su observación enmarca el interrogante que luego Jacoby se plantea en torno a “cuánto habrá contribuido la escena artística de los ochenta a la distensión de prejuicios arcaicos”, antes de poner el foco en la repulsión que Virus generaba aún en aquellos que la iban de progres. En ese plan, Superficies de placer testimonia también ese recorrido que fue del rechazo a su reivindicación como referente de un modo de ser.
Sin altisonancias ni ostentación de ese carácter épico que suelen autoatribuirse tantos autopercibidos transgresores abanderados de la simulación y la sobreactuación, Jacoby da cuenta de los pasos que la banda platense fue dando hasta alcanzar el centro de la escena, sin resignar ni un poco el cóctel de ironía y provocación impregnado de elegancia con el que se había asomado al universo que de a poco empezaba a bailar a su ritmo.
“Han sacrificado jóvenes terneros / Para preparar una cena oficial / Se ha autorizado un montón de dinero / Pero prometen un menú magistral” (”El banquete”, 1982).
Desde esa autoridad, el letrista refleja el modo en que la banda facturó en Recrudece derrapes y claudicaciones varias del rock nacional “modelo Malvinas” en temas como “El banquete”, “Ay qué mambo” y “Bandas chantas arañan la nada” tanto como le cantaron a la argentinidad al palo en “Me fascina la parrilla” y a la seducción con erección en “Caricia azul o si no soledad carmesí”, en el mismo combo en el que citaban a Francisco de Quevedo, relataban un pase de rosca en “Ze zarpó” o dedicaban un par de líneas a los que no los escucharon en tiempo.
“Mira, loco a mi prrrrr… / Los críticos cacarean / Y nosotros ponemos los huevos / Huevos, huevos, huevos…” (”Entre en movimiento”, 1982).
Bailar es humano, pecar es divino
Con la memoria afilada, Jacoby recorre entonces la llegada y el tránsito de Virus por los caminos de la popularidad que le dieron Agujero interior (1983) y Locura (1985), que Superficies de placer (1987) acotó, tal vez, como sugiere el mismo autor, por la dosis adicional de lirismo que él mismo aportó durante la experiencia carioca que dio a luz el último álbum que Virus grabó con Federico al mando.
Imágenes paganas al por mayor, continente de libertades que aún provocaban incomodidad -algunas lo siguen haciendo-, el arte como escenario de los deseos que, en la vida realm a veces no son tan bien vistos como en la fantasía. El libro Superficies de placer ayuda a descubrir las capas de sentido que algunas de aquellas canciones guardan desde entonces. Las del disco homónimo y las de los otros también.
“Puedo espiar sin discreción / Como un voyeur en vacaciones / Me adueño así, superficies de placer / Dejo crecer mi tremenda timidez” (”Superficies de placer”, 1987).
Y entre los elementos con los que Jacoby reconstruye una era que tuvo en el VIH un punto de inflexión, la “Mirada Speed”, “Amores perpetuos” y “Polvos de una relación”, también recupera la mirada que la banda ponía sobre aquello que algunos veían como el fin (que no fue) de la historia en los versos de “Danza narcótica” y “Epocalipsis”.
La vida más allá de Virus
Dueño de una historia personal que a través del libro se revela fascinante, Jacoby echa mano de ella para enmarcar su producción artística/literaria post Virus, que se extiende hacia los ‘90 y los ‘00 y se expande hacia proyectos compartidos con artistas como Patricio Bissio, Dani Umpi, Sandra Baylac, Gabo Ferro, Francisco Garamona y Nacho Marciano, entre otros, a través de trabajos como “Tocame el rol” y “Golosina caníbal”.
Plataformas de canciones que se pueden escuchar en las digitales, pensamientos y poemas cuya génesis él mismo se encarga de contar cuando lo merecen, desde las que se dispara al rescate de atmósferas que se desprenden de las páginas del libro cuyo diseño, fiel a su título, evita los ángulos rectos haciendo que el sentido del tacto sintonice con la lectura amable, seductora y placentera que propone, lejos de la nostalgia y en contacto con el presente más urgente.
“Virus trató de usar todo lo que estaba a su alcance: la idiotez fugaz, el momento superficial, el instante de deseo, la memoria anticipada de un ardor, la ironía disfrazada de pavada y la pavada travestida de inteligente. El mensaje como antimensaje. La antipoesía como poesía. (…) Desde el principio Virus fue una invitación al contagio”, dice Jacoby. Su libro, también.