Dice Daniel Calméls -psicomotricista, psicólogo social, profesor de educación física y escritor-que para reducir el déficit de juego espontáneo que cada vez más aqueja a las infancias no hace falta comprar juguetes ni programar el juego. Dice que se necesitan cajas grandes, bloques, almohadones, sogas, pelotas, globos, todo dispuesto en un espacio libre de peligros, ninguna regla o pauta, y un adulto que sepa esperar los tiempos del chico, observar e intervenir para jugar.
Lo que sucede en ese espacio es lo que los especialistas llaman juego espontáneo: un juego libre, saludable, capaz de calmar la ansiedad y los miedos de los pequeños. “Es que a diferencia de las pantallas, que producen irritabilidad, tensión y fatiga, el juego espontáneo desarrolla el interés y la creatividad, pone en orden la musculatura infantil y genera cansancio, ganas de descansar y dormir”, enumera Claméls.
El último libro del destacado fundador del área de Psicomotricidad del Servicio de Psicopatología Infantil del Hospital de Clínicas de la UBA, se llama Jugar. Un estudio de las prácticas lúdicas. Editado por Paidós Educación, está dirigido a docentes y terapeutas que trabajan con chicos desde los 2 a los 15 años, aproximadamente.
En 14 capítulos, Calméls cuenta su experiencia de casi 40 años de trayectoria y explica de qué manera encara su práctica, cómo piensa y acciona la intervención, el modo en que interactúa con niñas y niños, los diálogos que promueve con las familias, los aciertos, las dudas.
En diálogo con Infobae Leamos, Calméls dice: “Freud descubrió que los niños llevan al jugar algunas problemáticas y temores. Siempre cuento la experiencia que tuve con mi hija cuando era niña y la lleve al vacunatorio. Cuando llegó a casa agarró un lápiz con punta y comenzó a darle inyecciones a las muñecas. Lo que ella había vivido en forma pasiva, porque no le quedaba otra que dejarse poner la vacuna, en casa lo vivenció en forma activa. Eso es algo que los terapuetas y docentes siempre tenemos en cuenta: qué está poniendo en juego el niño al jugar. Y eso se puede dar en la medida que uno le permita un espacio con objetos muy sencillos. No es necesario disponer juguetes, se pueden poner cajas, bloques, pelotas, sogas. Tampoco es necesario decir lo que tienen que hacer. Y, finalmente, los niños juegan”.
-¿Eso es el juego espontáneo?
-Claro, es el juego donde el niño puede encontrar su propio relato, porque lo que planteo en el libro es que en el jugar se despliega un relato. El chico sale al recreo y otro corre tras él, se da cuenta que lo están persiguiendo, corre más y el otro corre más, de repente llega a la pared y dice “casa”, y el otro lo acepta. Hay dos personajes que se investigan entre sí, pero complementarios, hay un tiempo de despliegue, el lugar simbólico de esa “casa”, “refugio”. Hay relato porque hay secuencias, personajes y simbolización.
-Se ve cada vez menos ese tipo de juego en los niños…
-Sí, hay un déficit del juego espontáneo en la infancia. Los chicos no tienen el espacio que tenían antes. El juego está institucionalizado, a mi entender en forma muy temprana, por ejemplo, en lo que respecta a los juegos deportivos, los chicos de 4 o 5 años van a la escuelita de fútbol, donde el juego es pautado.
-Es cierto, el juego está muy reglado, hasta los festejos de cumpleaños en los peloteros ¿y qué pasa entonces con la imaginación?
-Bueno, la idea de mi libro Jugar es tomar todo lo que hay de imaginación en el jugar con toda la posibilidad que uno tiene de imaginar, partiendo de la idea que la imaginación la necesitamos toda la vida, porque ante toda situación nueva, lo que siempre hacemos es imaginar qué va a pasar. Por un lado, valoramos lo que es el jugar con una acción concreta con objetos y, por otro lado, lo que es el descanso, lo que en los jardines era el momento de la siestita, se tiraban al piso, no dormían mucho pero en ese “no dormir” los chicos entraban en esa etapa de ensoñación, a pensar, un momento cortito, pero muy lindo. Lamentablemente, en algunos jardines se sacó ese momento.
-¿Qué síntomas ven en los chicos que llegan a los consultorios?
-En los últimos años empezó a haber más casos de chicos con dificultades, con torpezas, con agresividad, incluso con tics y hasta con problemas para dormir y escribir.
-¿Todo esto es resultado del déficit de juego espontáneo, del exceso de pantallas?
-Sí, tiene que ver con una forma de vida diferente y con la presencia de las pantallas que ubican al niño en un lugar en el que hacen el mínimo movimiento, el roce del dedo. Lo dejan en ese lugar, muy lejos del juego corporal que les permite explorar, conocerse corporalmente y meterse en temas que les interesan.
-¿Y qué pasa con el tema de la agresividad?
-La mayoría de los juegos corporales tiene algún aspecto de la agresividad que se trabaja en forma simbólica. Y aparece también en el lenguaje. Hay un juego que se llama el quemado: se tira una pelota, toca al otro y le quita la vida, así se dice: “¿cuántas vidas te quedan?” Esto es una forma de jugar la agresividad. Lo mismo el tema de jugar con la pelota y el arco: hay una persecución y el arco es como una casa, llegar al arco es invadir la casa. Por eso en Uruguay, por ejemplo, el arquero es el portero y cuida la puerta. Hay mucha simbolización. El chico dice “disparo al arco”, “tiro al arco”, mientras lo pone en el lenguaje, bárbaro. El tema es que no pase a la acción e intente lastimar al otro.
-Qué importante es el juego en la salud mental de los chicos…
-Sí, el jugar le permite a los niños llevar una serie de problemáticas, de deseos, de satisfacciones a un plano único. Dentro de ese jugar, el profesional va observando lo que se reitera, lo que el niño quiere repetir una, dos, tres veces. Unos insisten en pinchar los globos y después se quedan sin nada; otros no quieren pelotas porque no las pueden dominar y tienen miedo de eso. Cada uno tiene su propia selección y eso nos sirve a nosotros para pensar qué problemática tiene, qué es lo que está buscando.
-¿Los niños que están con síntomas como agresividad, tics o problemas para dormir, pueden recuperar su capacidad de juego espontáneo?
-La gran mayoría sí. La infancia tiene una gran ductilidad, tienen posibilidad de hacer cambios y mejorar, por eso es muy lindo trabajar con niños.
-En las casas, papá y mamá están a mil, cansados, preocupados, abundan las pantallas ¿Qué les puede recomendar a las familias con niños para poder recuperar el juego espontáneo?
-Tratar de preparar algún lugar como para que haya cajas, bloques, globos, una pelota blandita; que en la medida que se pueda reduzcan un poco la tarea, buscar un lugar vacío sin cosas peligrosas y disponer momentos libres con los chicos, jugar con ellos, observar cómo juegan y dejar que pase lo que tenga que pasar.
“Jugar” (fragmento)
Aprender a jugar
Jugar es posible en la medida que no se sienta desconfianza, miedo, terror, pánico, angustia, aunque se puede jugar con ciertas preocupaciones. Al llevarlas a la acción lúdica, el niño/a puede posicionarse en un rol activo y retomar situaciones que vivió pasivamente Para jugar debemos sentir que nada malo va a pasar. La confianza se asienta en quienes acompañan nuestro crecimiento: madres, padres, criadores, docentes integrantes de las comunidades cercanas y ambientes que nos dan cobijo.
El crecimiento tiene como escenario varios ambientes: casa, vereda, plazas, así como las diversas instituciones dedicadas a la infancia. Los primeros gestos espontáneos no son lúdicos. En los inicios es necesario que alguien nos introduzca en el jugar y nos acompañe. Esta introducción se da, a veces, por una sutil provocación, invitación gestual, actitudinal. Primero son los criadores, hermanos/as mayores o educadores quienes toman la iniciativa, y luego, pasado un tiempo, es el niño/a quien nos invita a jugar. Las relaciones corporales que producen corporeidad, en el marco de los juegos de crianza, generan un sinnúmero de juegos en que el cuerpo es protagonista.
Si hay miedo y las niñas/os son obligados a juzgar, se puede observar inhibición o consentimiento, lo que conduce a un “como sí del como sí”. Una actuación del jugar, porque el jugar nace siempre de un acuerdo actitudinal gestual, a partir de la mirada, la palabra. Es posible que se nos pueda obligar a hacer algunas cosas, pero no se puede obligar a jugar.
Los niños/as se sienten partícipes de una actividad lúdica antes que puedan jugar, o que sepan que está jugando: la conciencia de estar jugando es posterior. No se comienza a jugar súbitamente, lleva tiempo de espera, pausas. El aceleramiento anula la posibilidad de jugar y produce acciones estereotipadas, reflejas. Para jugar se necesita tiempo de encuentro con el otro y atravesar lo que podemos llamar los tres pasos de la unidad lúdica: inicio, desarrollo y cierre. Se puede dar cierre y, al mismo tiempo, comienzo a partir de un encadenamiento, o sea que antes que el juego se cierre, como eslabones que se engarzan, se transforma en otro juego. En la propia dinámica del jugar están las secuencias y los saltos cualitativos que transforma un juego en otro.
Jugar
¿Cuándo un niño o una niña comienza a jugar? Si aplicamos el modelo de juego del adulto/a, la edad en la que el niño/a empieza a jugar se retrasa notablemente, porque estaríamos pensando al niño/a en una praxis lúdica y con una conciencia del acto lúdico, tal cual se encuentra en el adulto/a.
Se comienza a jugar en la cercanía de criadores/as, hermanos/as mayores, mucho antes de tener conciencia de que se juega. Pienso el jugar como un efecto de la ternura, donde dialogan lúdicamente diversas generaciones.
Jugar tiene presencia y constancia. Es fundante de una relación particular que podemos denominar “diálogo lúdico”, que se inicia en épocas tempranas, aun cuando el niño/a no sabe que juega. Los adultos/as introducen experiencias lúdicas personales que posibilitan acceder a diversos relatos ficcionales en épocas tempranas. Algunos de ellos son los relatos que se sostienen en el ocultamiento, la persecución y el sostén, como acciones lúdicas organizadas que se transmiten de generación en generación.
La gama de posibilidades lúdicas es extensa, inabarcable en su totalidad, va desde acuerdos rítmicos sucesivos, contactos que calman el dolor, acciones ficcionales diversas (juegos de sostén, ocultamiento y persecución), y juegos corporales versificados hasta formas corporales de despedidas y encuentros, y una inmensa diversidad construida en el encuentro de quienes cuidan, crían o educan y los objetos que acompañan el jugar. Criadores, niños/as mayores introducen, provocan, acompañan, sostienen un enorme repertorio de acciones lúdicas corporales que alimentan las diversas formas del jugar.
Quién es Daniel Calméls
♦ Nació en Avellaneda, Argentina, en 1950.
♦ Es especialista en psicomotricidad, escritor, psicólogo social, profesor nacional de Educación Física y profesor honorario de la Universidad Provincial de Córdoba.
♦ Fue fundador del área de Psicomotricidad del Servicio de Psicopatología Infantil del Hospital de Clínicas y docente del Diplomado en Desarrollo e Intervención temprana en el niño pequeño (Universidad Nacional de San Martín).
♦ Es miembro honorario de la Asociación Argentina de Psicomotricidad, de la Asociación Federal de Psicomotricistas y de la Organización Mundial para la Educación Preescolar (OMEP).
♦ Sus obras (ensayos, docencia, poesías, narrativa, literatura infantil) han sido galardonadas con distintos premios, entre los que se destacan el del Fondo Nacional de las Artes y el premio municipal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
♦ Algunos de sus libros son Juegos de crianza. El juego corporal en los primeros años de vida, Fugas. El fin del cuerpo en los comienzos del milenio, Qué es la psicomotricidad. Nociones generales, El juego corporal y Psicomotricidad en la infancia. Poéticas de la crianza.