Hasta que la boda nos separe, la nueva novela de la estadounidense Mia Sosa, no es la típica historia de casamientos que podría esperarse de una comedia romántica. Elegida como uno de los mejores romances de 2020 por medios como Cosmo, Oprah Mag y Buzzfeed, sorprenderá a lectores y lectoras con su particular humor y varias vueltas de tuerca que la distinguen del resto.
La protagonista de esta historia es una organizadora de bodas llamada Lina que lleva adelante un emprendimiento que se encarga de dar finales felices para sus clientes. A pesar de ser una joven profesional y exitosa, detrás de eso carga con algo impensado en su rubro: fue plantada en el altar por su novio Andrew, quien se arrepintió la noche anterior a la boda por un comentario que hizo su hermano Max en medio de una borrachera.
“Tenías razón en todo lo que me dijiste anoche. Gracias a ti, ahora veo la verdad. No puedo casarme con Lina. Anúncialo por mí, por favor. Y no te preocupes, ella podrá manejarlo. Voy a desaparecer unos días para aclarar mi mente. Diles a mamá y a papá que los llamaré pronto”, le dice Andrew a su hermano antes de plantar en el altar a la protagonista.
Pero cuando Lina se vea obligada a trabajar junto a Max y dejar atrás los resentimientos del pasado para estar a la altura de las circunstancias, empezará a sentir una atracción por el culpable del fracaso de su boda, tan grande que se volverá imposible de ignorar. ¿Terminará enamorada de su enemigo? ¿Tendrá una venganza planeada? ¿O será una más de las tantas vueltas del destino?
Así empieza “Hasta que la boda nos separe”
Lina
Cuando la puerta de la limusina se abre, se oye un jadeo colectivo entre los invitados a la boda.
La novia lleva un vestido verde claro; amarillo verdoso para ser más precisa.
Bliss Donahue baja del vehículo con elegancia y esponja las capas de tafeta de la falda que cubre la mitad inferior de su cuerpo, ajena a las expresiones boquiabiertas de quienes atestiguan su llegada a la posada en Virginia del Norte que eligió para el evento.
Como si fuera una veterana de la familia real, se para frente a sus súbditos imaginarios y agita una mano, con el rostro apenas elevado para captar el brillo del sol. Después de una pausa de treinta segundos para acentuar el dramatismo, da varios pasos majestuosos sobre el camino de grava, con los volados del vestido agitándose en la brisa de abril. Algunas de las mujeres mayores chasquean la lengua desaprobando el vestido de novia. Otras es evidente que están espantadas.
Me mantengo a unos metros de distancia, discreta como siempre, lista para enfrentar cualquier contratiempo que amenace con arruinar el día de Bliss. A pesar de que le advertí que el vestido podría opacar los detalles elegantes del evento, ella estaba convencida de que el color inusual acentuaba sus mejores rasgos. En mi opinión, solo acentúa su estilo cuestionable, pero, como organizadora de bodas, mi trabajo es darles vida a las ideas de la pareja, sin importar cuán extrañas sean. Para ser clara, expreso mi preocupación si la situación lo amerita, pero, a fin de cuentas, no es mi día, y si Bliss quiere caminar al altar con un vestido que parece hecho de notas adhesivas para cumplir con un desafío de materiales no convencionales de Project Runway, no puedo detenerla.
Eso no quiere decir que no aprecie los sucesos inesperados. He tenido experiencias gratas con atuendos creativos (mi preferida fue una boda en la que la pareja de lesbianas usó trajes de tres piezas de color crema), y apoyo con gusto los planes no convencionales siempre que es posible, más que nada porque preferiría que no existieran las convenciones. Solo que a veces, un vestido amarillo verdoso con volados es simplemente… de mal gusto.
Ya que Bliss logró entrar a la posada sin incidentes, tomo el móvil para revisar el itinerario de la ceremonia. Estoy leyendo la segunda línea cuando Jaslene, mi asistente y mejor amiga, aparece detrás de mí.
–Lina, tenemos un problema –dice.
La noticia dispara una descarga de adrenalina por mis venas. Por supuesto que tenemos un problema. Para eso estoy aquí. Con renovada motivación, giro y llevo a Jaslene lejos de la entrada.
–¿Qué ocurre? –le pregunto. Su rostro luce relajado. Eso es bueno. Aunque noto un dejo malicioso en sus ojos oscuros. Eso no es bueno–. Ay, no. Te brillan los ojos. Si para ti es gracioso, para mí será aterrador.
–Ven. –Con una sonrisa de oreja a oreja, me toma del brazo y me guía hacia las escaleras–. Es el novio. Tienes que verlo tú misma.
La sigo hasta la habitación del novio y golpeo tres veces.
Me cubro los ojos antes de abrir un poco la puerta.
–Si no están presentables, tienen quince segundos para cubrir sus partes importantes. Ustedes deciden cuáles son. Uno, dos, tres, cuatro, cinco…
–Estamos presentables, pasa –anuncia Ian, el novio.
Su voz afectada advierte que las cosas no están para nada bien, algo que confirmo por mí misma al entrar y destaparme los ojos. Parpadeo. Trago saliva. Luego, suelto una pregunta obvia pero tonta:
–¿Dónde están tus cejas?
–Pregúntales a estos idiotas –bufa señalando a los otros tres hombres presentes–. Pensaron que sería muy divertido afeitarlas la noche antes de mi boda.
Dos de los acompañantes miran hacia abajo. Como necesito un objetivo, fijo la vista en el único hombre que no evita mi mirada. El padrino, desplomado en un enorme sillón, con el cabello rubio ceniza despeinado, eructa y se encoge de hombros.
–Estábamos borrachos, ¿qué puedo decir? –Dirige los ojos rojos e irritados hacia el novio–. Lo siento, amigo.
–¿Disculpa? –Avanzo hacia el cavernícola y me inclino para quedar a su nivel, con los puños apretados como prevención–. ¿Eso es todo lo que puedes decir? Allí afuera hay una novia que sueña con este día hace meses y que quiere que sea perfecto. Quiere recordarlo por el resto de su vida, y ahora tendrá que hacerlo como el día en que se casó con un hombre al que le han dejado la cara como un hámster recién nacido. ¿Y lo único que puedes decir es que lo sientes?
–Lina, eso no ayuda. –Jaslene jala la tela de la espalda de mi vestido para enderezarme.
–Tienes razón –admito y me muerdo el interior de la mejilla para recuperar la expresión tranquila y controlada–. Bien, vuelvo en un segundo.
Mientras maldigo por dentro a la hermandad mundial de padrinos estúpidos, salgo de la habitación, bajo las escaleras a toda prisa y corro hasta mi automóvil. Una vez dentro de mi Volvo, viejo pero confiable, busco en el asiento trasero hasta encontrar el kit de emergencias. Lo abro para confirmar que mis elementos de maquillaje estén dentro. Vuelvo a la habitación tan rápido como mis piernas y mis zapatos lo permiten, sin animarme a mirar a ninguno de los invitados que esperan en el vestíbulo. En la habitación, veo a una mujer que parece haberse sumado al séquito del novio durante mi ausencia, pero no me molesto en preguntarle quién es ni qué hace aquí; conversar no arreglará las cejas de Ian, así que no tengo tiempo para eso.
Después de desplegar el contenido de mi bolso de maquillaje sobre el tocador, llevo una silla frente al espejo y palmeo el asiento.
–Siéntate –le indico.
–¿Qué harás? –pregunta con recelo.
–¿Qué haré? Arreglar el desastre que han hecho tus padrinos, por supuesto.
–¿Funcionará? –insiste.
Es probable que no, pero parte de mi trabajo es transmitir seguridad en situaciones desafiantes. Le muestro un pequeño producto.
–Este es un delineador de cejas. Sirve para rellenarlas, no para dibujarlas desde cero, pero espero que sirva. Aunque no se verá lindo, al menos tendrás algo sobre los ojos al momento de decir «Acepto».
Cual hienas con la lengua afuera, los padrinos se amontonan para burlarse del predicamento de Ian. Con amigos como esos, ¿quién necesita enemigos? Cuando les dirijo una mirada letal, se enderezan y vuelven a mirar el suelo con atención.
–Mi cabello es castaño, eso es rubio –señala Ian después de mirar el producto con más detenimiento.
–Bueno, los novios cuyos amigos les afeitaron las cejas antes de la boda no pueden darse el lujo de elegir de una amplia paleta de colores. Es esto o un marcador. Puedo ponerle encima una sombra más oscura. No tenemos mucho tiempo, ¿qué prefieres?
–Está bien, hazlo. –Se pasa una mano por el rostro–. Pero no me conviertas en Spock, por favor.
–Hecho. –Tras negar con la cabeza y rogarles a los dioses de las bodas, me pongo manos a la obra mientras contengo la risa lo más posible. Buena suerte.
De más está decir que mi trabajo a veces es un ridículo desastre, y me encanta.
Quién es Mia Sosa
♦ Nació en Nueva York, Estados Unidos.
♦ Es escritora.
♦ Se graduó de la Universidad de Pensilvania y de la Escuela de Derecho de Yale, se dedicó al derecho de las comunicaciones y de la primera enmienda en la capital nacional durante diez años.
♦ Es principalmente conocida por su novela The Worst Best Man.