Atención: lectura no apta para ansiosos.
Si una noche de invierno un viajero, del escritor italiano Italo Calvino, es una caja china de historias inconclusas. Una historia dentro de otra y esta dentro de otra más, unidas por un hilo conductor que al final vuelve al tema inicial, o algo así. Me hizo acordar al Quijote o a Las mil y una noches.
“El esquema podría tener una circularidad –escribe el autor al inicio-, en el sentido de que cabe enlazar el último segmento con el primero”. Una lectura inesperada, lejos de lo previsible. La confusión es el motor que guía al lector, que es a la vez protagonista al igual que el personaje principal.
Y en ese adorable enredo de lectores, personajes, historias y lugares, la dicotomía de querer cerrar el libro (porque te desborda) para luego volver a abrirlo de inmediato porque no aguantas más no saber cómo sigue porque “es el libro en sí lo que te intriga –escribe Calvino– e incluso bien pensado prefieres que sea así, hallarte ante algo que aún no sabes bien qué es”.
La novela, editada por Siruela, reparte sus 269 páginas en dos grandes bloques: por un lado, las historias apócrifas sin final, que son diez, y los doce capítulos, donde se desarrolla la historia del lector y la lectora Ludmila (su compañera de aventuras literarias), por el otro. Para diferenciar la trama de la subtrama, la primera lleva títulos (“Fuera del poblado de Malbork”, “Asomándose desde la abrupta costa”, “Sin temor al viento y al vértigo” y así hasta completar los nombres de las diez historias fragmentadas), mientras que la subtrama (capítulos) se identifica con números romanos. ¡Uy, qué difícil! Pero no.
La cosa es así: la historia principal empieza con un lector (¡que sos vos!) yendo a comprar el libro Si una noche de invierno un viajero. Una vez que el lector compra el libro, lo empieza a leer. Y allí comienza la diversión, principalmente para el autor de esta obra, que por momentos nos marea (me lo imagino riéndose de nosotros) y por otros nos da lo suficiente para seguir la lectura.
Lo raro de la estructura es ese tire y afloje, es el hechizo que Calvino ejerce sobre nosotros –simples mortales lectores- que quedamos a su merced. El tipo hace con nosotros lo que quiere. Es un genio. Este juego entre Calvino, los personajes y nosotros provoca desorientación y curiosidad. Queremos seguir, aunque no entendamos nada de lo que está sucediendo. Hasta que sí.
“Estoy sacando demasiadas historias a la vez porque lo que quiero es que en torno al relato se sienta una saturación de otras historias que podía contar y quizá contaré y quién sabe si no las he contado ya en otra ocasión, un espacio lleno de historias que quizá no sea otra cosa que el tiempo de mi vida, en el cual uno puede moverse en todas las direcciones… al mirar con perspectiva todo lo que dejo fuera de la narración principal, veo como una selva que se extiende hacia todas partes y no deja pasar la luz tupida que es, en resumen un material mucho más que el que he elegido poner en primer plano…”, escribe el autor.
En fin. Un enorme y adorable enredo que terminaremos amando. En síntesis: confieso que no es fácil de seguir. Medio que te perdés un poco. Pero creo que es esa sensación de naufragar en medio del relato lo que hace que valga la pena la travesía.
“Señores, -dice, en el penúltimo capítulo, uno de los lectores de la trama- sepan que a mí en los libros me gusta leer solo lo que está escrito (…) y considerar ciertas lecturas como definitivas y sobre todo me gustan los libros que se leen desde el principio al fin. (…) Pero me parece que ahora en el mundo solo existen historias que quedan en suspenso y se pierden por el camino”.
“¿Usted cree que toda historia debe tener un principio y un final? – le respondemos nosotros (es decir, el lector que compró el libro de Calvino)- Antiguamente un relato solo tenía dos maneras de acabar: pasadas las pruebas, el héroe y la heroína se casaban o bien morían”. Y el laberinto se hace cada vez más tupido hasta que la novela de Calvino termina del modo más loco. Y no pienso contarles más.
Ahora, eso sí: para los que estamos acostumbrados a leer varias obras a la vez, abstenerse. Esta pieza de la literatura italiana requiere de toda nuestra atención. Y un poquito más también. Ah! Y gracias querida Sibila Camps por la recomendación de esta lectura. Lo prometido es deuda.