“Concédanme la dimensión de mi pasado, sin lo cual seré incompleto.” La frase es de Jean Améry (Hans Chaim Mayer, 1912-1978), y como mucho de lo que ha escrito el ensayista austríaco resistente y sobreviviente de Auschwitz-Monowitz, resuena en el presente. Después de la brutal matanza de judíos ocurrida el 7 de octubre de 2023 a manos de la organización integrista terrorista Hamas, el pueblo judío se vio negado una vez más en la dimensión de su pasado. Por si hiciera falta recordarlo, el exterminio planificado de seis millones de personas, que culminó tras varios siglos de persecución y masacre en Europa, Medio Oriente y hasta en Latinoamérica.
El método empleado por Hamas en los kibutzim del sur de Israël – el pogrom - es también milenario. La sociedad argentina ha oído hablar de pogrom, gran parte de la diáspora judeoargentina es descendiente de refugiados de las masacres antisemitas perpetradas durante el Imperio ruso hacia finales del siglo XIX.
En enero de 1919, Buenos Aires fue el escenario del primer pogrom antijudío de América Latina. La comunidad judía de la capital fue designada como culpable de un complot “judeo-ruso” y el Ejército, la policía y las nuevas fuerzas civiles armadas, los “defensores del orden” – que al poco tiempo se agruparían en La Liga Patriótica – atacaron a la población judía con una violencia tal que el escritor José Mendelson llegó a decir que “Las matanzas antijudías en Europa Oriental fueron un juego de niños en comparación con lo que ocurrió en las calles porteñas. Pamplinas son todos los pogroms al lado de lo que hicieron con ancianos judíos en las comisarias 7ª y 9ª, y en el Departamento de Policía. Jinetes arrastraban a viejos judíos desnudos por las calles, les tiraban de las barbas y cuando ya no podían correr, su piel se desgarraba raspando contra los adoquines mientras los sables y latigazos caían y golpeaban. Sólo dos décadas después, bajo la Alemania hitlerista, quizá podamos hallar episodios semejantes”.
De ahí el célebre “yo argentino” gritado por las personas judías que intentaban salvarse de la masacre y que hoy cantamos para festejar goles.
Un mes después de la Semana Trágica, en Proscurov (actual Jmelnitski), Ucrania, soldados de una unidad del ejército nacionalista de Petliura ”Forzaron las puertas de las casas, desenvainaron sus espadas y empezaron a matar a todos los judíos a los que podían echar mano, sin importar la edad o el sexo. Mataron a ancianos, mujeres y niños. (...) A los que estaban en los sótanos los mataron con granadas”, escribe Améry.
En la Bagdad de junio de 1941, al término de dos meses de un gobierno iraquí pronazi dirigido por Sayyed Rachid Ali al-Gillani, entre ciento cincuenta y ciento setenta y nueve judíos fueron asesinados y seiscientos resultaron heridos durante los dos días que duró el llamado Farhoud (equivalente de pogrom en árabe) . Los ataques iban acompañados de actos de una brutalidad extrema: violaciones, mutilaciones, mujeres embarazadas con el estómago abierto y niños aplastados contra el suelo. A esto se sumó la profanación de sinagogas, la rotura de rollos de la Torá, el saqueo de objetos religiosos y el saqueo generalizado de propiedades judías, casas, tiendas, talleres.
Se ha dicho y escrito que los crímenes de Hamas en los kibutzim habían sido manifestaciones salvajes, bárbaras y caóticas de odio, pero el modus operandi elegido se inscribe en la larga historia de las persecuciones de las poblaciones judías. El Hamas optó a sabiendas por una vieja y bien conocida técnica de violencia antisemita, atacando un día de fiesta judía como se ha hecho siempre, tanto los pogromistas del Imperio ruso, entre otros, como los nazis.
La neutralización del pogrom también es, escriben los franceses Bruno Karsenti y Danny Trom en la revista K, Jews, Europe, the XXIst century, aquello “a lo que la creación del Estado de Israel, tras la Shoah -en la que la violencia cruzó un nuevo umbral, ya que la persecución por pogroms, desde el centro de Alemania, se exasperó en una política de exterminio decidida y racionalmente aplicada a escala continental-, supuestamente puso fin”.
Una de las perversiones del Hamas consiste en hacer pasar un pogrom antisemita por un acto de resistencia y desesperación. Y lo terrible es que en parte lo logra, dadas las dificultades de muchos para empatizar con las víctimas israelíes.
Con este acto programático, Hamás sigue los pasos de un odio secular contra los judíos. Se enorgullece de entrar en esta historia documentándola en directo y saturando los medios de comunicación con imágenes de cuerpos ultrajados, avivando las llamas del odio a punta de fake news y atrayendo a israelíes y palestinos a una guerra que sin duda será extremadamente mortífera.
Al deshumanizar a los israelíes y al negar la posibilidad de un presente y de un futuro para el Estado de Israel justo en el momento en el que sus ciudadanos venían defendiendo su democracia en las calles manifestando contra una nociva reforma judicial impulsada por el gobierno de Netanyahu, Hamas ha logrado abrir una brecha en el viejo inconsciente europeo. El retorno de lo reprimido, el retorno de la necesidad patológica de ver a los judíos del mundo debilitados, y a merced de las naciones.
“Cualquiera diría que Hitler obtuvo un triunfo póstumo”, concluía en 1966 Jean Améry, que luchaba contra justificaciones muy similares a las que vemos hoy entre “nuestros” intelectuales de izquierda. Esperemos que el futuro desmienta su profundo pesimismo.
*Ariana Saenz Espinoza es periodista, crítica literaria (La Quinzaine Littéraire, Página 12, Clarín, Gatopardo, Letras Libres..) traductora y editora. Vive en París y trabajó en la publicación de las obras de Clarice Lispector y de Silvina Ocampo, entre otras autoras. A inicios del 2023, fundó una editorial de libros de arte, Le rayon blanc, donde publicó un libro de la artista Niki de Saint Phalle.