Durante su infancia, la generación adulta actual imaginaba un futuro con autos voladores, relojes y casas inteligentes, periódicos digitales, videollamadas y trabajo virtual, como en Los Supersónicos. Muchas de esas cosas se cumplieron, salvo los coches que cruzan el cielo, aunque de todos modos hay una fábrica de origen sueco-polaco, Jetson One, que anunció que tendrían en el mercado para 2026 uno de esos, como el que manejaba George Jetson.
Lejos de lo idílico, más que una ciencia ficción tecnológica de avanzada, el futuro que se viene soñando desde mediados del siglo XX terminó siendo una pesadilla bastante angustiante. Atentados terroristas, posverdad, derechas fascistas que avanzan en elecciones. Un dedo acusador a lo científico y la exaltación de la astrología como parámetro para manejarse en el mundo. Solo unas pinceladas de la novela, de la realidad.
Es verdad o es un mito urbano. Tal vez comenzó como un chiste de redes y alguien finalmente lo hizo. No importa. El caso es que resulta verosímil, amargamente gracioso. Un librero movió la sección “distopía” a “realismo y actualidad” en su local. Algo que tiene cada vez más sentido y menos humor. Muchas de las ideas oscuras más remotamente aterradoras imaginadas durante el siglo XX comenzaron a ser parte de lo cotidiano.
Al final, la realidad paranoica de Philip K. Dick, la sociedad colonizadora indiferente de Ursula K. Le Guin, los robots de Isaac Asimov, la vigilancia desmedida de George Orwell, todo eso fue literatura predictiva. El 24 de junio de 2022, la Corte Suprema de Estados Unidos falló a favor de terminar con la protección del derecho al aborto y en la Argentina tal vez vuelva a estar en discusión el derecho adquirido de la interrupción voluntaria del embarazo. Un sutil y brutal retroceso en la equidad. Como en el inicio de El cuento de la criada, de Margaret Atwood.
Inteligencias artificiales para chatear, qué divertido, termina siendo un mecanismo para evadir la cada vez más común soledad, qué triste. Ya nadie le toca el timbre a un amigo, no hay vecinos que se conozcan de verdad en los edificios o barrios con veredas. Relaciones virtuales para sortear distancias pasan a ser vínculos en donde los cuerpos nunca llegan a tocarse. Hay viajes al espacio, los hacen millonarios excéntricos por turismo.
Incendios forestales. En Australia, en Córdoba. Cada vez menos selva y más tierra yerma. Inmigrantes que mueren en balsas a metros de ciudades que se niegan recibirlos. Religiones en la cúpula de los gobiernos, jugando al TEG sobre el mundo real. Un feroz cierre de fronteras en todas partes. La idea de construir un muro para separar un país pobre de otro próspero. Todo eso pasa. No es ficción.
En 1984 George Orwell imaginó una sociedad en la que el gobierno, bajo la figura del Gran Hermano, vigila todo. Más allá del reality que lleva ese nombre, que ya es vintage, la vida en redes sociales se parece un poco a la propuesta original del autor británico. Todo se muestra, si no hay foto o video es como que no sucede. Winston Smith, el protagonista de la novela, trabaja en el Ministerio de la Verdad, un organismo que adultera la historia según la conveniencia del partido único. ¿Suena?
Meses después, el viernes 20 de enero de 2017, Donald Trump comenzó su mandato como Presidente de Estados Unidos. La ceremonia de asunción fue al mediodía y también hubo poca gente. No llovía. Usuarios en redes se encargaron de mostrar la multitud que había ido en 2009, cuando fue Barack Obama. Sean Spicer, entonces secretario de Prensa de la Casa Blanca, dijo que habían ido “unas 720 mil personas”.
La foto de público escaso latía frente a la declaración y la soledad del republicano. El 22 de enero de 2017 surgió el término “hechos alternativos”. Así defendió la declaración falsa Kellyanne Conway, asesora de Trump. Como imaginó Orwell en 1949 con la “neolengua”, una forma de simplificar el idioma para hacer inviable cualquier tipo de pensamiento contrario al poder. La distopía se volvió una premonición.
De la pandemia y el encierro mundial de 2020 a esta parte, la pregunta o comentario es constante. Es el apocalipsis en pantuflas. Esa era la sensación durante la cuarentena. Pero la situación trasciende el COVID. Viene de antes. Y se intensificó después. Es todo absurdo. Un chiste malo. O malvado. Muchas de las tensiones y miedos que exploró la ciencia ficción durante décadas ahora están en juego. El presente, desconcertante, tiene arriba una lupa incomprensible que amplifica las fantasías más absurdas. Y las hace reales.
Mueren mujeres por hacerse cirugías estéticas sin recaudos clínicos o quirúrgicos. El único trabajo disponible es como delivery y cada vez hay más jóvenes en bicicleta llevando comida a cada vez menos gente que puede pagar el pedido que hizo en la aplicación. La naturaleza devastada, el cambio climático, las guerras bacteriológicas, las pandemias, los atentados terroristas, una posible Tercera Guerra Mundial. Faltan unos zombies y estamos en un universo ciberpunk casi de manual. Como si en lugar de literatura, Dick hubiera escrito el más macabro manual de instrucciones. Y la Humanidad lo sigue al pie de la letra.
Al infinito y más acá
Alrededor de la estrella enana Trappist-1, a 39 años luz, hay un sistema solar con siete exoplanetas de los cuales al menos tres podrían ser considerados habitables. Parece el inicio de la saga Dune, de Frank Herbert, pero es cierto. Lo descubrió un grupo de astrónomos en 2016. La NASA informó que revelarían informes secretos que certifican la existencia de OVNIS, contacto con aliens y la posible vida extraterrestre. No es un fragmento de Cita con Rama, la genial novela de Arthur C. Clarke, es una noticia de los diarios actuales, que además cuentan que, entre los avistamientos que la agencia espacial de Estados Unidos toma seriamente, hay uno en Bahía Blanca, acá en la Argentina.
La empresa comercial privada de transporte aeroespacial SpaceX, de Elon Musk, armó una excursión a la Luna para millonarios. La humanidad viaja encerrada en una nave que perdió el rumbo. La civilización involuciona y unos hombres primitivos viven en las junglas de los tanques hidropónicos. Cuál es la noticia y qué es la ficción. La primera sucedió en 2018 y la segunda es la contraportada de La nave estelar, novela con la que Brian Aldiss desembarcó como representante de la nueva ola británica del género en 1958.
Escapar de la Tierra de pronto es tangible. Y se vuelve utopía porque el planeta es terrorífico. La Humanidad fantasea en conjunto con una mudanza a la constelación vecina de Acuario, como si la vida real fuera un cuento de Theodore Sturgeon. Tal vez alguno de esos planetas se enamore de un visitante y le ofrende paisajes seductores, igual que en El soñador, su relato de 1974. Que al menos el horror tenga un poco de poesía.
El librero que cambió las novelas de sección tiene cada vez más razón. ¿En qué estante de género va la información actual? La paulatina colonización humana fuera de la Tierra que podría darse en el mediano plazo bien podría estar cerca de las Crónicas marcianas que publicó Ray Bradbury en 1950. Suena hermoso, pero habría que tomarlo como una advertencia. Aunque en un principio los habitantes morenos de ojos amarillos de Marte fueron afables, finalmente se dieron cuenta de que los visitantes eran plaga. En el relato “Los largos años”, hay robots que reemplazan a los familiares muertos y los seres humanos están solos, aislados, enloquecidos. Según el autor estadounidense, pasaría en abril de 2026. No falta tanto.