Su bisabuela murió sin saber por qué la habían dejado: el drama de los niños abandonados en Madrid se volvió novela

En la historia de la familia había un secreto y la escritora Soraya Romero se puso a investigar. Así supo de los orfanatos por donde pasaron unos 650.000 niños entre el siglo XVI y 1983. Eran “ilegítimos” o no deseados.

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Soraya Romero y su libro
Soraya Romero y su libro "Las semillas del silencio"

La bisabuela de Soraya Romero murió sin saber quién era. Sin saber por qué la habían dejado en un orfanato. Sin cura para el dolor de haber sido rechazada por sus padres.

Como una gota que se cuela entre los adoquines, ese dolor atravesó dos generaciones y ahora Romero -que es periodista- investigó la historia y la escribió en la novela Las semillas del silencio, que acaba de publicar por editorial Kailas.

Soraya Romero, nacida en Madrid en 1983, se propuso conocer la historia de su bisabuela Gerónima, una niña abandonada en el orfanato -conocido como “la inclusa”- de Madrid, el lugar donde durante siglo se depositó a los hijos ilegítimos o no deseados.

Así, Soraya reconstruye la vida de su antepasada, que logró sobrevivir y salir adelante en una sociedad que marginaba y estigmatizaba a los ‘incluseros’, como se llamaba a los niños que pasaban por la inclusa. Según Romero, se calcula que hubo unos 650.000 casos en Madrid desde el siglo XVI hasta 1983, cuando se cerró el último centro de este tipo.

Sala del torno de la
Sala del torno de la Inclusa de Madrid en 1861, por Francisco Ortego.

La periodista, que ha investigado durante años los archivos y testimonios sobre las inclusas, denuncia en su novela la “doble cara un poco perversa” de estas instituciones, que pretendían ser un refugio para los niños abandonados, pero que en realidad eran “un foco de miseria y falta de humanidad”

Una investigación genealógica

Cuenta Romero, que vive en Suiza desde hace 10 años, que todo empezó cuando se hizo donante de médula de la Cruz Roja. La ONG ofrece a los donantes un servicio que calcula sus coincidencias genéticas a nivel mundial, lo que despertó la curiosidad de la periodista, que se decidió a elaborar su árbol genealógico familiar.

“Ahí me topé con un obstáculo, que era el origen de mi bisabuela”: nadie en la familia sabía quién fue su madre, y ni siquiera tenían muy claro dónde ni cuándo nació. “Por la familia pululaba el término ‘inclusera’”, pero “nadie había tirado nunca de ese hilo”, dice.

«Venta y rifa a beneficio
«Venta y rifa a beneficio de la inclusa» (El Museo Universal, 1857)

Un familiar lejano le dio dos pistas clave: su bisabuela podía haber nacido en Madrid (no en el pueblo abulense de Serranillos, como creía Romero) en 1873 o 1874. Con esos datos y la sospecha de que había sido ‘inclusera’, Romero empezó a buscar a su bisabuela en el Archivo de la Comunidad de Madrid.

“La suerte y la pericia estuvieron de mi lado, y la pude encontrar (...). Me había prometido que si la encontraba, escribiría, y aquí estamos”, relata la autora, que descubrió que su bisabuela había nacido en la Casa de la Maternidad de la inclusa de Madrid, en la calle Embajadores, el 5 de diciembre de 1874, siendo abandonada tras el parto.

A partir de ahí, Romero fue desarrollando “en paralelo” la investigación y la escritura de la novela, donde “hay una parte de hechos probados” y otra más ficcionalizada.

No obstante, la escritora destaca haber hecho, asimismo, “un trabajo enorme” para documentar y recrear el Madrid de finales del siglo XIX, con la idea de “ofrecer al lector un paseo” por la ciudad de antaño, introduciendo numerosos lugares y personajes reales.

La historia de las inclusas

La investigación llevó a Romero a indagar abundantemente en la historia de las inclusas, instituciones que operaron en diversos puntos de España y nacieron “con un buen fin: intentar reducir la mortalidad de esos niños” que habían sido abandonados.

Pero su realidad era agria. “La mortalidad dentro era terrible: no había medios, no había suficientes amas de cría para amamantar a todos”, asevera la escritora, quien apunta que, por mucho que las inclusas pudieran salvar a los niños de una muerte segura, “había muy pocos que llegaran al primer año de vida”.

Las inclusas también jugaban otro papel: “tapar la vergüenza de las feligresas que quedaban embarazadas” fuera del matrimonio y “devolver la dignidad” a esas mujeres.

Las semillas del silencio, de
Las semillas del silencio, de Soraya Romero

Romero no ha conseguido esclarecer si ese fue el motivo del abandono de su bisabuela. Sí consiguió descubrir que su madre se llamó Hipólita Juliana López, y que se quedó embarazada de Gerónima después de haber enviudado; después del parto se pierde la pista. En la novela, Romero ubica el origen de su bisabuela en una familia burguesa cuya primogénita queda embarazada de una hija ilegítima.

Sostiene la autora que los ‘incluseros’ “estaban abocados a una vida miserable, en general”, y “a la explotación en el campo”, pues a menudo acababan siendo “prohijados” por familias humildes de entornos rurales a las que las inclusas pagaban una pequeña suma.

También existía todo un “estigma” en torno a estos niños, marcados frecuentemente con apellidos como De la Cruz, De la Paz o Expósito. Cuenta Romero que el político y médico Méndez Álvaro escribió, por ejemplo, “que eran niños condenados a una vida miserable porque tenían en los genes el vicio, la predisposición a contraer enfermedades venéreas”.

Dadas las circunstancias, Gerónima, que tras ser prohijada por tres familias de acogida distintas se instaló definitivamente en Candeleda (Ávila) después de casarse, “tuvo suerte”, a ojos de su bisnieta. “No sé si alguna vez fue feliz, pero pudo elegir con quién se casaba, y tuvo seis hijos”, apunta.

La inclusa de Madrid cerró oficialmente el 3 de enero de 1983, tomando el relevo los servicios sociales, y Romero considera que fue “la antesala de toda la trama de niños robados que se produjo en España después del franquismo”.

Abordar la memoria familiar

La periodista explica que el apoyo de su familia a su proyecto de novela ha sido total, pero no deja de observar que el recuerdo de su bisabuela podría haberse esfumado fácilmente. “Nadie se atrevía a abrir esa caja, era como un tabú”, recalca.

“El único testimonio que queda es el oral, y si no lo rescatamos se pierde”, advierte Romero, quien celebra haber tenido la oportunidad de encontrar las “respuestas” que su bisabuela no pudo hallar en vida.

Romero también espera que su novela despierte “curiosidad por sentarnos a hablar con nuestros padres, con nuestros abuelos”, y mantener así viva la memoria de generaciones pasadas.

“De vez en cuando, sentarnos y preguntar, sobre todo a los mayores, por lo que fue su vida nos puede traer sorpresas, a veces agradables y a veces desagradables: lo que pasa es que hay que estar dispuesto a oír incluso aquello más incómodo”, concluye la autora.

Así empieza “Las semillas del silencio”

El timbre sonó cuando el reloj de péndulo marcaba la última campanada para las cuatro de la tarde. Si la ocasión y el asunto lo merecían, doña Isabel sabía hacer gala de una puntualidad casi británica.

Hacía días que corrían rumores inquietantes dentro de su círculo de amigas y conocidas, y sobre ella pesaba la gran responsabilidad de acallarlos. Ese comprometido espíritu justiciero maquillaba el ansia de saciar su malsana curiosidad, propia de una alcahueta de su talla. Como fiel devota de esta práctica, vivía por y para difundir la palabra ajena, sin importarle demasiado la veracidad de lo que llegaba a sus oídos. Compartía con unos y otros los relatos de fulanita o menganito, añadiendo siempre algunas notas de fantasía propias para aderezarlos.

Madrid, donde nació la bisabuela
Madrid, donde nació la bisabuela de Romero. (Getty).

Cuando Mercedes anunció la llegada de doña Isabel Martínez de Bartolomé y Mateo, Roberta se tensó como un muelle.

—Ahora mismo bajo, Mercedes.

Inspiró profundamente y dejó salir el aire muy despacio por el minúsculo hueco que habían dibujado sus labios. Alisó su falda con ambas manos, se santiguó y se dirigió a la biblioteca. Allí solían recibir a los invitados para disfrutar de un aperitivo antes de cenar o para tomar el café. Los Martínez de Bartolomé y Mateo se habían convertido en huéspedes asiduos desde que don Luis y don Leopoldo comenzaron a trabajar juntos. Don Leopoldo provenía de una estirpe de abogados y notarios bien conocida en Madrid y, gracias a sus contactos, resultaba un atractivo socio con el que hacer negocios. Dadas estas circunstancias, doña Isabel y doña Roberta, o Berta, como la llamaban sus allegados, se vieron obligadas a hacer buenas migas, aunque solo fuera para llevar a buen término la relación comercial que habían entablado sus respectivos maridos. Tras varios encuentros y algunas confidencias compartidas, empezaron a forjar una amistad que satisfacía a ambas por diferentes razones, pero que, sobre todo, tenía un objetivo común: dotar a sus respectivas hijas del relevo generacional.

—Isabel, querida, bienvenida —dijo doña Roberta, y ambas sellaron su saludo con dos besos.

—Berta, ¿cómo estás, querida?

—Bien, bien. Siéntate, anda. ¿Te apetece un café? Ramona ha hecho unos pestiños que saben a gloria.

—Mejor una tisanita, que los preparativos de la boda de Sara me tienen de los nervios —suspiró la recién llegada.

—Pues que sea una tila, Mercedes. Para mí un café con leche. Y trae un platito de pestiños para endulzar esa tisana, por favor.

Doña Roberta no se dejó amilanar por aquella mención de doña Isabel a la boda. Tenía claro que la normalidad y la calma debían prevalecer, al menos, lo que durara aquel encuentro.

—Sara debe de estar emocionadísima —repuso.

—Sí, sí. Ya solo quedan unos meses y todavía hay mucho por hacer. Verás cuando vosotros anunciéis el compromiso de Águeda y Vicente… ¡El tiempo empezará a volar! Pero cuéntame, Berta, ¿cómo está tu niña? Menudo susto nos dio en la puerta de la iglesia, Sara se sobresaltó muchísimo cuando la vio caer al suelo.

—Gracias a Dios está bien, Isabel. Todo se ha quedado en eso, en un susto. Esa misma tarde el doctor vino a verla y nos dijo que el desvanecimiento se debía a una bajada de tensión, posiblemente por los nervios y este dichoso calor. No entendí a qué nervios se refería, porque ella lleva una vida muy sosegada y ordenada, de eso ya me encargo yo. Por eso me senté a hablar con ella y me confesó que llevaba unas semanas muy inquieta. Ha sido todo muy intenso, Isabel.

Doña Roberta hizo una pausa y dio un largo sorbo a su café, lo que acrecentó las ansias de saber de su invitada.

—Te va a parecer increíble —continuó—, pero me contó que la Virgen de Atocha se le había aparecido en sueños no una, sino tres veces.

(Con información de EFE)

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