Investigó el Operativo Independencia y asegura: “El terrorismo de Estado no hubiese existido sin un compromiso personal con la represión”

El doctor en Antropología Santiago Garaño publicó “Deseo de combate y muerte”, un libro que examina los ritos de masculinidad en el Ejército en los setenta. “Apelaban a valores como ‘ser macho’ y ‘tener huevos’”, dice a Infobae Leamos.

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El Operativo Independencia fue, según el autor, un rito de iniciación en la represión para muchos de los involucrados. Tuvo lugar en Tucumán en 1975.
El Operativo Independencia fue, según el autor, un rito de iniciación en la represión para muchos de los involucrados. Tuvo lugar en Tucumán en 1975.

Dice Santiago Garaño, antropólogo, que cuando se presentó a una beca en el Conicet, su obsesión era estudiar el Servicio Militar Obligatorio. “Me parecía que la colimba había sido un espacio que permitía pensar las relaciones cívico-militares, pero en una dimensión más micro, más cotidiana de la vida en los cuarteles”, dice en una entrevista por Zoom a raíz de la publicación de su tesis devenida libro, un libro con un título poderoso, hasta molesto: Deseo de combate y muerte. El terrorismo de Estado como cosa de hombres (FCE).

Y cuenta el detrás de escena de un libro que, dice, le llevó quince años entre investigación y escritura, que pudo componer en pandemia y que desarma la metáfora castrense “teatro de operaciones” como una puesta de escena de los militares durante el Operativo Independencia para aceitar los mecanismos represivos a las puertas del último golpe militar en Argentina, en Tucumán, durante el año 1975. Las puertas de ese infierno.

Garaño es doctor en Antropología (UBA), profesor del Instituto de Justicia de Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Lanús; de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín, e investigador del CONICET, donde coordina la Comisión de la Memoria. Es autor de numerosos artículos que giran alrededor de la represión estatal. Su primer libro publicado es La otra juvenilia. Militancia y represión en el Colegio Nacional de Buenos Aires (1971-1986) (con Werner Pertot, 2002). En 2020 publicó Memorias de la prisión política durante el terrorismo de Estado en la Argentina (1974-1983).

-¿Cómo surgió la idea de escribir sobre represores?

-Al estudiar la conscripción durante la última dictadura conocí que había un grupo de ex soldados conscriptos que en el contexto de la reapertura de las causas judiciales por crímenes de lesa humanidad, se habían empezado a organizar impulsados por grupos que reivindicaban la Dictadura para pedir una pensión de guerra por haber participado en el Operativo Independencia. Viajé a Tucumán en septiembre de 2009 a hacer las primeras entrevistas: me interesaba saber cómo rememoraban su paso por el Operativo Independencia aquellos soldados conscriptos.

-¿Y qué encontraste?

-Fue abrir un mundo que me fascinó, que me sorprendió porque yo ya sabía que había sido, de algún modo, el tubo de ensayo de la represión ilegal. En febrero de 1975 en Tucumán se inauguran los primeros centros clandestinos de detención, la desaparición forzada de personas como tecnología del poder, pero también sucede otra cosa. Ahí se hace una gran puesta en escena de una guerra que sirve para ocultar la represión ilegal. El Ejército monta un teatro de operaciones y tras bambalinas, detrás de esa escenografía que es fuertemente mostrada entre la sociedad argentina a través de los diarios, se oculta la existencia de los primeros campos de concentración que hubo en nuestro país.

-¿Qué lugar tienen los conscriptos en todo eso?

-Y en esa puesta en escena, los conscriptos son exhibidos como los protagonistas, como aquellos hijos varones del pueblo que van a dar su vida por la patria en un lugar muy significativo también, Tucumán. Y ahí aparece un poco más tarde, ya en la época de Bussi, el lema “Tucumán cuna de la Independencia, sepulcro de la subversión”. No tenía previsto en mi proyecto original trabajar el caso de Tucumán, pero Tucumán me abrió todo un mundo. Y entré por la experiencia de los colimbas. Después me metí con las memorias de los militares.

-El libro está atravesado por una mirada de género, hablás de emociones en hombres supuestamente duros, que están librando “una guerra”, y de masculinidades.

-Las colegas historiadoras feministas me decían: si trabajás con conscriptos tenés que incorporar una dimensión de género, y cuando yo entrevisté ex soldados conscriptos estaba tan impactado por el horror que no podía ver esas marcas de género que evidentemente tanto el feminismo, como la teoría de los afectos, me hizo ver como evidentes. Estaban ahí y no lo veíamos.

-En el libro hablás de antropología de las emociones y teoría de los afectos, como una instancia superadora. ¿En qué consisten esas diferencias?

-La antropología de las emociones hizo mucho para recalcar que las emociones no son sentimientos privados o íntimos, sino que son producidos social y culturalmente, pero el giro afectivo propuso incorporar esa carnadura en el cuerpo: hay una intensidad afectiva, una experiencia que atraviesa y pasa por el cuerpo, que por un lado funda corporalidades, que son grupales, y también, es lo que después se busca traducir en palabras. Pero hay algo de ese impacto más visceral del ejercicio de la violencia que no es meramente emocional.

María Estela Martínez de Perón, "Isabelita", era presidenta al momento de llevarse a cabo el Operativo Independencia.
María Estela Martínez de Perón, "Isabelita", era presidenta al momento de llevarse a cabo el Operativo Independencia.

-¿Y cómo es?

-Te doy un ejemplo. Yo empecé trabajando con diarios de la época, sobre todo La Gaceta de Tucumán, pero también revistas y diarios de circulación nacional y revistas militares. Y ahí aparecían los valores morales, el estar dispuesto a dar la vida por la patria y por los caídos. Pero cuando empecé a leer memorias de oficiales y suboficiales que relataban en primera persona cómo había sido su paso por Tucumán, aparecía otra cosa, esto de: yo tenía ganas de ir a Tucumán, yo tenía deseo de combatir, deseo de venganza, yo quería ir a Tucumán para vengarme personalmente de esas personas; un relato mucho más corporizado, mucho más afectivo, mucho más visceral de lo que supuso comprometerse personal, grupal y corporativamente con la represión. Surgen expresiones muy fuertes como mancharse las manos con sangre.

-¿Qué encontraste en tu investigación?

-En un legajo de un militar él dice: “Yo ejecuté la parte más terrible de la represión ilegal, que era desaparecer los cuerpos, lo cual iba en contra de mis principios religiosos, de mi formación moral, pero lo hice porque estaba consustanciado con el ejército”. Me fue de mucha ayuda leer la teoría del afecto de Spinoza y de Deleuze. Y ahí es donde yo planteo esta hipótesis un poco arriesgada, que es que el Operativo Independencia operó como una especie de rito de paso masculino donde ellos se inician personalmente pero también grupalmente en el ejercicio de la represión ilegal.

-¿Cómo describirías ese rito?

-Hay un fino trabajo de la acción psicológica del ejército. De hecho, el plan de acción psicológica del Operativo Independencia, que es un poco anterior al decreto de Isabel (Perón, que ordena aniquilar a la subversión), dice que hay que fomentar en la propia tropa un deseo de combate, un compromiso con la represión, y la familia militar debe operar como un soporte emocional para los cuadros militares en actividad. Todo esto se vuelve una fuerza política sin la cual no se hubiese logrado ese compromiso. En el libro Aniquilen al ERP! algunos oficiales y suboficiales cuentan qué significó el paso por Tucumán, y ahí aparece el odio, el deseo de venganza, la furia, la ira, que después es pulido, es retrabajado por la propaganda y la acción psicológica del ejército. Ese afecto es la base para ese compromiso, la condición de posibilidad para que se involucraran con la represión, luego se vuelve emoción, que ya es un sentimiento mucho más discursivo, mucho más intelectualizado.

Antonio Domingo Bussi, comandante del Operativo Independencia, luego sería juzgado en causas de lesa humanidad.
Antonio Domingo Bussi, comandante del Operativo Independencia, luego sería juzgado en causas de lesa humanidad.

-Incluso en el libro hablás de un discurso sexualizado, por ejemplo esa idea de dar, dar la vida por la Patria, darle al enemigo, porque el macho da y no recibe.

-Para mí también fue un ejercicio sorprendente. Cuando empecé a leer estos testimonios, fundamentalmente el libro Aniquilen al ERP!, y me metí con la dimensión afectiva, me permitió pensar cómo a mí me habían afectado esos testimonios; ahí la cuestión de la masculinidad y la cosa de hombres se me hizo evidente, esta cosa de estar dispuesto a comprometerse, apelando a esos valores como el coraje, el tener huevos, el ser macho, y después revisité todos esos materiales.

-¿Y qué encontraste?

-Por ejemplo, frente a los ataques a los cuarteles por parte de organizaciones armadas, la idea de que hay que defender los cuarteles como verdaderos hombres, impugnando el coraje y la masculinidad de aquellos soldados que no estuviesen dispuestos a dar su vida. Me llamó mucho la atención cómo muchos ex soldados conscriptos hablaban de “los huevos que tenía (Antonio Domingo) Bussi” (general a cargo del Operativo Independencia), y cómo Bussi hacía una performance de coraje, de hombría, de masculinidad: mataba a otras personas frente a los soldados como un modo de escenificar su poderío y su coraje y su capacidad de ejercer personalmente la represión. Entonces ahí yo discuto un poco con esta idea de que la represión fue meramente el cumplimiento de una orden o una tarea ejecutada de modo burocrático o banal.

-Ahí discutís a Hannah Arendt y su concepto de la banalidad del mal, ¿no?

-Yo lo que trato de decir es: evidentemente hubo asesinos de escritorio. También hubo personas que se formaron en la doctrina contrainsurgente, estudiosos, de la doctrina francesa o la norteamericana. Pero hubo algo más. El terrorismo de Estado no hubiese podido ejecutarse si no hubiese habido un compromiso personal con la represión. Y ese pacto de silencio y de sangre se sella en Tucumán.

-¿Qué fue lo que más te impactó?

-Hay un testimonio brutal de un colimba al cual le dicen que su primera tarea como soldado iba a ser recoger cuerpos de personas que ya parecían en estado de descomposición. Afectado visceralmente por esa escena macabra, es cuestionado por sus superiores que dicen: no sos macho, no te la bancás, y esta cuestión de la hombría se puso en escena en ese teatro de operaciones.

-¿Y qué más?

-Y después, dos gendarmes que cuentan cómo al interior de los centros clandestinos había una distribución sexualizada y generalizada de la patota: los más machos, los más bravos, los más guerreros, hacían las tareas más crueles, y el resto se ocupaba de juntar la leña, cocinar y cuidar a los detenidos, custodiar los bordes de los campos de concentración. Había un trato fuertemente diferenciado a mujeres y varones detenidos: las mujeres eran llevadas al baño, desnudas, tiradas, torturadas en vaginas, y los varones también, en los testículos. O sea que ahí había una sexualización de la represión y marcas de género en relación a los propios perpetradores.

-Cuando desarmás la metáfora castrense de “teatro de operaciones”, como en el teatro antiguo, los hombres hacían de todo, incluso hacían de mujeres.

-Yo creo que hay un lugar ambiguo de los soldados. Son utilizados como tropa de apoyo para tareas laterales de la represión. Ellos no entran al interior de los campos de concentración, están en los márgenes del terror. Exhibidos como protagonistas, hijos varones del pueblo, en realidad fueron testigos, una audiencia masculina a la cual se buscaba moralizar y aterrorizar. Hay una dimensión de la violencia de Estado generizada, en tanto destinada a los soldados conscriptos, a los cuales se buscaba consustanciar, comprometer, pero también aleccionar y reprimir. Muchos de mis entrevistados también fueron víctimas de la represión ilegal.

-Claro, está muy presente la idea de traición, la posibilidad de ser un infiltrado.

-La obsesión de no ser infiltrados por la guerrilla a través de los soldados, entonces los conscriptos caen en lugares sospechosos.

-Dos veces te preguntás en el libro: ¿por qué Tucumán?,

-Es una cosa que yo me pregunté mucho: por qué un antropólogo nacido en Buenos Aires viaja a Tucumán a hacer esta investigación. Yo creo que Tucumán reunió una serie de ingredientes para las Fuerzas Armadas que fueron fundamentales para esa puesta en escena de una guerra previa al golpe de Estado. Tucumán era un lugar muy simbólico para ese imaginario bélico nacionalista, porque ahí se habían librado batallas centrales de la Independencia. De ahí se traza una fuerte continuidad entre las luchas por la Independencia y la lucha anti subversiva. Había un monte que, para ese lenguaje de la Guerra Fría, y para esos militares formados en leer toda esa literatura contrainsurgente, había un escenario muy típico de los años 60, 70, esas luchas que se libraban no solo en nuestro país, sino a lo largo del mundo.

El Operativo Independencia se llevó a cabo en el monte tucumano, lejos de los reflectores de la opinión pública.
El Operativo Independencia se llevó a cabo en el monte tucumano, lejos de los reflectores de la opinión pública.

-¿Tucumán se puede leer como venganza, porque en Vietnam Estados Unidos perdió, teniendo en cuenta la formación de los militares argentinos en la Escuela de las Américas?

-Hay una investigadora que se llama Micaela Iturralde, que muestra cómo hay mucho del imaginario de Tucumán que replica todo ese discurso de Vietnam, de otros montes. Pero yo creo que había un escenario donde se podía liberar un nuevo capítulo en esa lucha contra el insurgente que no era solo argentina, era global. Otro ingrediente es que el sur tucumano estaba relativamente alejado de la opinión pública. Entonces pudieron tenerlo como un espacio de entrenamiento y aprendizaje alejado de las críticas y en el cual pudieron tener mucha impunidad. La Escuelita de Famaillá en realidad fue una escuela para el entrenamiento y la acumulación de experiencia represiva. Ese año largo, entre 9 de febrero del 75 y el 24 de marzo del 76, les permitió darle una impronta original argentina a esa doctrina contrainsurgente.

-La sociólga Ana Jemio, que escribió el libro Tras las huellas del terror, plantea algo que encuentro en tu libro, pero no conceptualizado: ella discute la idea de laboratorio y dice que en realidad la dictadura, el terrorismo de Estado empezó con la Operativo Independencia, en el 75.

-Yo hablo de campo de prueba, y planteo que fue un espacio de entrenamiento, aprendizaje y acumulación de experiencia represiva. Yo creo que sí, claramente, cuando uno mira espacios locales o regionales puede periodizar de modalidades represivas. Mirar Tucumán implica pensar otra temporalidad, y, en eso coincido con Ana, otra capilaridad de la represión. Yo creo que cuando uno lee a Pilar Calveiro y ella dice que la represión atravesó todo el tejido social, con esa mirada tan foucaultiana, en Tucumán es literal. Yo elegí no poner tanto el énfasis en las víctimas, sino contarlo desde otro lugar, porque efectivamente ya había habido otros aportes sobre el movimiento de Derechos Humanos tucumano. Mi aporte es mirar las condiciones emocionales afectivas para ejercer la violencia mirando a oficiales y suboficiales y cómo eso había atravesado los conscriptos.

-¿Cuáles fueron las condiciones de posibilidad de pensar un libro de estas características, con este enfoque y este objeto?

-La decisión de hacer este libro la tuve cuando declaré como testigo de contexto en los juicios de lesa humanidad. Ahí dije: voy a hacer un libro sobre el Operativo Independencia. Pero creo que es algo más que un libro sobre la historia reciente de represión en Tucumán y que plantea un problema: cómo fueron posibles estas experiencias de violencia extrema. Incorporar la dimensión emocional y afectiva, el involucramiento personal con la represión, no solo como una orden, sino como en clave de deseo, de ganas, es un estudio de casos, pero es algo más. Haber encontrado estas marcas de género en el ejercicio de la violencia, aporta una mirada que estaba ahí, pero que es un poco renovadora. Otra condición de posibilidad fue el feminismo, todas esas luchas que nos ayudaron a pensar nuestra propia masculinidad. También la teoría de los afectos me ayudó porque me había afectado mucho esta investigación.

-Como contás en el libro, la pasaste mal en los juicios también.

-Creo que la idea de que los militares hicieron una puesta en escena de una guerra y mi propuesta de pensar el monte como un teatro de operaciones, pero no en términos metafóricos, sino de la jerga militar, fue algo que los incomodó mucho porque, de algún modo, discute su idea de que ellos libraron una guerra. Cuando, en realidad, fue la represión más descarnada, más brutal, más terrible.

Quién es Santiago Garaño

♦ Nació en Buenos Aires en 1981.

♦ Es doctor en Antropología por la Universidad de Buenos Aires.

♦ Es autor de Deseo de combate y muerte y co-autor de La otra Juvenilia.

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