Gabriela Exilart: “La sociedad está más sedienta de venganza que de justicia”

La escritora marplatense acaba de publicar “El vuelo de la libélula”, donde una mujer sobrevive al “Titanic argentino”, busca a su padre anarquista en la cárcel del Fin del Mundo y se encuentra con el amor, el misterio y el destino.

La escritora Gabriela Exilart. (Gustavo Gavotti)

22 de enero, 1930. El paisaje en el Canal de Beagle, a pocos kilómetros de la costa de Ushuaia era distinto esa tarde. Desde la cubierta del buque alemán Monte Cervantes se llegaba a ver el faro de Les Eclaireurs, pero pronto el barco pronto comenzaría a hundirse. Una roca sumergida había abierto la proa. Mientras, el millar de pasajeros se calzaba los chalecos salvavidas y se subían a los botes surgía una nueva historia: la del “Titanic argentino”. La única víctima: el capitán Dreyer.

En uno de los 30 botes que llegaron a la costa de Ushuaia y sacudieron al pueblo del fin del mundo se encontraba Clara Torres de Encinas, la protagonista de El vuelo de la libélula, la nueva novela de Gabriela Exilart. Con este título, la escritora marplatense vuelve a instalarse en el registro que la hizo famosa, el histórico romántico, tras Pulsión. Pero el viaje a la Historia argentina del siglo XX no termina con el Monte Cervantes.

En su nueva novela, Exilart pone el foco en otro elemento importante en este pueblo chico pero de infierno enorme: la cárcel del fin del mundo. El terror, las torturas, los abusos y los juegos de la muerte a los que sometían los presos forman parte de esta historia. La protagonista tiene que encontrar allí a su padre, un anarquista encarcelado junto a otro militante obrero, Simón Radowitzky, conocido por el atentado que mató al policía Ramón Falcón. Julieta Lanteri, el Petiso Orejudo y la escritora integrante del Partido Comunista, Fina Warschaver, también aparecen en las más de 300 páginas de la novela.

“Me parecía que el contraste libertad-vuelo y encierro-cárcel eran contrapuntos que quería explorar en esta novela y que son interesantes”, dice Exilart en diálogo con Infobae Leamos en un hotel del casco histórico porteño. También cuenta que visitar el presidio de “la Siberia argentina” la movilizó que quería transmitir lo inhóspito, lo desolado y ese “infierno grande” en un pueblo que tenía pocas manzanas habitadas. “Habría que hacer un gran cambio más allá del sistema carcelario”, agrega y define a su novela más cerca de un policial que de lo romántico.

Y Exilart vuelve a innovar. Esta vez lo hace a partir de un recurso narrativo que no se animaba a utilizar, hasta ahora: el realismo mágico. Confesa admiradora de Isabel Allende y Gabriel García Márquez, la autora de El susurro de las mujeres y En las arenas de Gijón crea un universo en el que la entidad de una madre, el vuelo de las libélulas y un cóndor son parte esencial de la trama. “Al fin me animé”, confiesa y agrega: “Necesité escribir esta historia para salir de la angustia de la pandemia”. Un aleteo que la lleva de nuevo al éxito.

Tapa de "El vuelo de la libélula", de Gabriela Exilart (Plaza & Janes).

El contexto en el que situás El vuelo de la libélula es en Ushuaia, en 1930, y el presidio es un elemento muy importante en la historia. ¿Por qué tomaste esta decisión?

―Cuando terminé El susurro de las mujeres ya tenía en mente esta historia. Tenía muchas anécdotas para contar sobre el presidio en la década del 30, que fue la época en la que estuvieron los presos anarquistas, en su gran mayoría. Era una época de mucha oscuridad del presidio: mucha tortura, un director funesto. Quería contar sobre esos personajes de la historia como Simón Radowitsky o el Petiso Orejudo, que estaban en la cárcel en ese momento. Sabía del hundimiento del buque alemán Monte Cervantes, y funcionó como eje principal para unir todas las historias.

Estuviste en la cárcel en espacios que no son turísticos, ¿qué fue lo más impactante que recordas de esa experiencia?

―Entrar al presidio es como trasladarse a otro tiempo. Hay una parte que está armada para el turismo, las habitaciones están recreadas y hay figuras de los presos más famosos, pero hay otra parte que está como se usaba en esos tiempos. Esa zona es escalofriante, oscuro, sombrío, frío, muy frío. Es aterrador entrar ahí. Recuerdo los baños y las letrinas, el sistema panóptico, con la rotonda central y los distintos pabellones.

A lo largo de toda la novela se hace referencia a los cuestionamientos del sistema carcelario argentino. Específicamente se alude a los abusos de poder, la violencia y la tortura. ¿Crees que cambió algo respecto de esa situación en el sistema en la actualidad?

―Visité, hace muchos años, cuando estudiaba Derecho, la cárcel de Batán, de Mar del Plata. Veíamos los talleres de trabajo, y al salir de ahí me sentía esperanzada, creyendo que podría haber algún cambio en la población carcelaria. Con lo que uno ve hoy en cuanto a la seguridad y la violencia, no sé si ha cambiado, creo que ha empeorado. También existe superpoblación en las cárceles, el personal que trabaja en el presidio no está capacitado ni motivado, y los modos de contención no son adecuados. Creo que habría que hacer un gran cambio más allá del sistema carcelario. Necesitamos un gran cambio legislativo para que eso se pueda revertir, pero estamos hablando de un proceso de años.

Pabellón histórico de la cárcel de Ushuaia, convertida hoy en el Museo Marítimo y del Presidio

Esta novela tiene un punto en común con Pulsión, tu libro anterior: el debate sobre el punitivismo. Por un lado están los presos, la cárcel y el sistema y, por otro, la protagonista del libro, Clara, acusada falsamente. Le gritan asesina, hay un escarnio público. ¿Qué lugar ocupan las sanciones en la sociedad hoy?

―Creo que tienen un peso enorme. La condena social creo que está antes que la condena legal. La sociedad está sedienta, no sé si de justicia, a veces pienso que de venganza.

En esta novela resuenan Isabel Allende y Gabriel García Márquez porque utilizás un recurso narrativo nuevo en tu obra: el realismo mágico. ¿Por qué?

―Es algo que tenía ganas de hacer hace mucho. A mí me gusta mucho el realismo mágico porque soy fanática de García Márquez y de Allende, pero les tengo mucho respeto. ¿Quién soy yo para escribir realismo mágico al lado de estos dos monstruos? Antes de ser publicada, escribí una novela en la que ya había incursionado con algo así, pero está guardada en un cajón. Fue un gusto que quise darme y el escenario lo permitía y la comunidad yagán con sus leyendas, historias y rituales. Me imaginaba todo ese pueblo con su sabiduría, sus chamanes, las libélulas que anuncian y me animé a incluirlo.

En mayo de este año, el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial (CERD) de Naciones Unidas evaluó al Estado argentino e informó que hay una persistente discriminación y racismo estructural que enfrentan indígenas, afrodescendientes y migrantes. En Napalpí ya habías explorado este tema y en esta novela lo hacés con la comunidad yagan, ¿es un modo de reivindicación y visilización?

―Es un tema que me preocupa y somos así, lamentablemente. Lo hice con Napalpí, sobre todo, pero en Pulsión hay una línea en la que un personaje dice “ah bueno, pero era un negro”. Ahí deslizo la cuestión racial. Como escritora, creo que hay una obligación y responsabilidad con los pueblos originarios, sobre todo en las novelas históricas, que no se pierdan sus historias, las costumbre, las leyendas, la sabiduría ancestral. Cuando estuve en Ushuaia aprendí sobre cómo los pueblos originarios tuvieron enfermedades en la piel porque los hombres blancos querían vestirlos, mientras ellos andaban desnudos y se metían en el agua helada. No puede perderse eso, merece ser contado y revalorizado. Esta novela es una reivindicación.

“Vivimos en un mundo en el que la mirada del otro es aprobatoria”

Clara, la protagonista, es una mujer contestataria, que enfrenta a la policía, muy independiente, quiere entrar al presidio cuando está prohibida la entrada a mujeres, no sigue las normas en ningún aspecto, desafía los límites, ¿hay también una reivindicación al feminismo que empezaste con El susurro de las mujeres?

―Ya venía de Julieta Lanteri, de todas estas mujeres que enarbolaban las ideas de libertad, independencia y derechos, y como en esta novela estamos 20 años después, algo de eso había. También su madre había desafiado cuestiones, participado de reuniones, tenía el ejemplo de ella de salir a trabajar. Incluso hay una escena de Clara yendo al baño. ¿Por qué no vamos a hablar de lo cotidiano? Siempre hubo mujeres distintas, que se salieron del molde. Lo que pasa es que no hemos sido contadas, siempre nos vendieron otra cosa. No concibo que siempre hayamos sido sumisas y remilgadas.

Un personaje distinto es el de Dadá, que al leer la novela uno podría pensar que es neurodivergente o relacionarlo con alguna problemática. ¿Por qué incluir un personaje así? ¿Qué nos sucede con las etiquetas en el mundo de hoy?

―Por lo general, en los pueblos o en las ciudades tan chicas ―como Ushuaia en ese momento― siempre está el loquito del pueblo o alguien que desentona. Quería que fuera un personaje querible, molesto, pero querible y, como Clara, también se lleva todas las etiquetas. Las etiquetas son demoledoras pero, lamentablemente, no estamos exentos. Vivimos en un mundo en el que la mirada del otro es aprobatoria.

El hundimiento del buque Monte Cervantes, el "Titanic" argentino, es uno de los elementos clave en la novela "El vuelo de la libélula" (Revista Caras y Caretas)

¿Y la historia de amor?

―No voy a decir que es liviana, pero es relativamente corta, secundaria. Es intensa, pero es corta. la novela está enlazada por un crimen, un naufragio, un pasado de una madre con un hombre anarquista. Entonces, los temas que van llevando la novela adelante son otros y en el medio hay una historia de amor que se insinúa y que tiene un final. La expectativa está en que el hombre incluya temas más masculinos o más políticos porque quizá se piensa que la mujer no se atreve. Creo que hay un prejuicio respecto a la novela que es catalogada de romántica, que viene por el desconocimiento de lo que hay en sus páginas. Me está costando escribir las partes románticas y eróticas. Me interesan otros temas.

El vuelo de la libélula trepó rápidamente en el ranking de los más vendidos a días de su publicación. ¿Qué te pasa con la recepción de los lectores?

―Es muy fuerte. Creo que ningún libro mío había llegado tan arriba en tan poco tiempo. A veces pienso: “¿Qué hice para merecer esto?”. Mi vida no cambió en estos diez años a hoy. Sigo trabajando en todo lo que hacía antes, sigo haciendo las cosas en mi casa, las compras. Es como si todo esto le pasara a otra persona.

(Gustavo Gavotti)

Así empieza “El vuelo de la libélula” (Fragmento)

Cuando Fausto pisó Ushuaia por primera vez, en 1912, no advirtió la magia que flotaba en al agua y en el aire. Quizá fue porque los grilletes que atenazaban sus tobillos lastimaban su piel y el dolor le impedía ver aquello solo perceptible para el alma.

Fue en 1914, cuando volvió a esa tierra maldita escapando de la humillación y la soledad, y en busca de refugio, que pudo apreciar lo que estaba oculto para los ojos.

De pie frente a la bahía fue insensible al viento helado que le quemaba el rostro y sordo a los graznidos de las aves que huyeron espantadas cuando la luna se cayó al mar y el agua se levantó tanto que solo quedó visible la cumbre de un monte. Después no sabría si era un sueño o si realmente había estado allí, frente al mar vacío; no importaba.

Fue mucho después, acodado a la barra del bar cercano a los muelles, que los parroquianos le contaron la leyenda de la luna y todo cobró sentido para él.

De eso habían pasado ya varios años, Fausto había perdido la noción del tiempo, ese tiempo que se había detenido durante los largos meses de prisión en el penal de Ushuaia y que casi había borrado su vida anterior en Buenos Aires, vida que prefería se devorara el olvido. Pero al olvido le gustaba jugar con él y a veces se iba de viaje en alas del cóndor que rondaba siempre su casa y lo dejaba con los recuerdos amargos de un amor que había nacido torcido y que ni la desgracia había podido enderezar.

Cuando eso ocurría, Fausto abandonaba las cuatro maderas que encerraban lo que cualquier familia llamaría hogar y que para él era nada más que un cubo de aire donde reposaban sus huesos, y caminaba durante horas, sin rumbo fijo, detrás del cóndor que le había robado el olvido.

A veces llegaba hasta el pie de la montaña sin haberse sacudido de la piel y del alma la imagen de Gianna abrazada a su cuerpo en una cama cualquiera de hotel. Apretaba mandíbulas y puños y elevaba los ojos al cielo implorando a ese dios en el que ya no creía que le trajera un poco de paz.

Hasta que una mañana de inicios de verano, mientras se preparaba el desayuno, encontró al olvido sentado sobre los leños que descansaban frente al hogar. Por su expresión supo que iba a quedarse y que a partir de ese momento solo habría recuerdos vacíos de dolor o sentimiento. Al fin era un hombre libre.

Quién es Gabriela Exilart

♦ Nació en Mar del Plata en 1970.

♦ Es abogada, docente universitaria y coordina talleres de escritura.

♦Entre sus obras están Tormentas del pasado, Pinceladas de azabache, Por la sangre derramada, Con el corazón al sur, Napalpí. Atrapada en el viento, En la arena de Gijón, Secretos al alba, El susurro de las mujeres y Pulsión.

♦Sus libros recibieron numerosas menciones y galardones.

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