No recuerdo si ya lo advertí explícitamente antes, pero lo variopinto de los títulos reseñados en mis columnas anteriores deja a las claras que soy un lector ecléctico, anárquico y nada sistemático (para abusar de las esdrújulas). En otras palabras, un lector cambalachero.
No sigo la producción completa de casi ningún escritor, más allá de las fidelidades juveniles a Borges, Cortázar, Sabato y, perdón, Mujica Láinez.
Pero hago una excepción en el caso del francés Emmanuel Carrère (París, 1957), de quien he leído casi todo lo publicado en nuestro idioma. Y eso que no cultiva en absoluto el humor, otra de mis debilidades. Lo abordó solamente en su tercera novela, El bigote, de 1986, en la que cuenta el azoro de su protagonista, que cree haber hecho una enorme innovación en su aspecto al afeitarse el bigote, para descubrir que su mujer, sus amigos íntimos y sus conocidos sostienen que nunca fue portador de uno (llevar bigote y barba es lo que David Viñas definía mordazmente como “adornarse la cara con pelo”). Él mismo adaptó su novela al cine y dirigió la película, con Vincent Lindon en el papel protagónico en su primera incursión en ese oficio.
Mi “descubrimiento” de Carrère se produce al leer De vidas ajenas, su novela publicada en francés en 2009, que fue editada por Anagrama en 2011, muy bien traducida al castellano por Jaime Zulaika.
Aunque históricamente se registran tsunamis (del japonés tsu, puerto o bahía, y nami, ola), esos descomunales maremotos con olas devastadoras, desde épocas tan remotas como el año 1620 antes de Cristo, la palabra se incorpora al lenguaje popular a partir de los de Japón y Tailandia, ya en pleno siglo XXI.
El de Tailandia en 2004, que mató a más de 8.000 personas, residentes y turistas, está en el origen de este libro desgarrador, aunque escrito (como lectores sensibles le reprochan al autor) desde la más pura racionalidad: lo sentimental parece no entrar en su espectro. En realidad, cuenta los efectos del fenómeno en Ceylán (hoy Sri Lanka), una isla paradisíaca en el Océano Índico donde él pasaba unas vacaciones con su familia cuando se produjo.
Lo cuenta con una prosa descarnada y ágil, con la virulencia de un tornado o de… un tsunami: oraciones muy cortas, disparadas como ráfagas de ametralladora, cada una de ellas aporta alguna información y arrastra al lector a una lectura sin pausas. Un estilo que a mí me resulta fascinante por lo despojado.
Ese relato se continúa en otro, que reflexiona sobre la lucidez personal ante la agonía y la muerte a partir de la historia de la hermana menor de su mujer, una prestigiosa jueza que muere muy joven de cáncer y la relación con ella de un colega que la sobrevive, lisiado a causa de la misma enfermedad. En francés, el libro se titula De otras vidas que la mía, un título tal vez menos escueto y más explícito.
Como asentó Juan Forn en una de sus inolvidables contratapas de los viernes en Página/12, (del 26 de agosto de 2011):
“…ese hombre (el juez) que mira a la muerte de frente habla como debería hablar la literatura, como alguna vez habló. Así intenta Carrère que hable el libro que escribe (…). Viene la desgracia y pasa su guadaña y qué queda”.
Como dije, leí casi todas las novelas o libros de faction del autor y los califico así porque se trata en la mayoría de los casos de textos parcialmente ficticios, protagonizados por él mismo a partir de hechos y personajes reales. Fiction basada en facts, como se la denominó a partir de Operación Masacre de Walsh y A sangre fría de Truman Capote.
En Una novela rusa rastrea a un antepasado nacido en Georgia, luego parte de la URSS, sospechado de haber colaborado con los nazis en la Francia ocupada. En Limónov cuenta la historia de un escritorzuelo ruso que emigra a París y luego a los Estados Unidos donde es sirviente de familias ricas, se prostituye, vive en promiscuidad alternando pobreza y prosperidad, para finalmente retornar a la Rusia, ya postsoviética y fundar un partido stalinista.
Descubre a este inverosímil personaje real, tortuoso y casi indescifrable en uno de sus libros, que Limónov le había enviado a la madre del autor, Hélène Carrére d’Encausse, académica de Letras, de ancestros rusos y especializada en análisis de la URSS, cuya desaparición pronosticó.
En El adversario narra sus conversaciones en la cárcel con un impostor, que finge ser médico y trabajar en un organismo internacional: al ser puesto en evidencia, asesina a sus padres, su mujer, sus hijos y sus suegros.
No leí Yoga (libro que su ex esposa le obligó a corregir ofendida por las alusiones a ella) ni El reino, una novela sobre la Biblia, porque no me interesa esa temática. Pero sí la estupenda Una semana en la nieve, la única no autobiográfica en absoluto.
Y no encuentro mejor manera de cerrar esta columna que reproduciendo el párrafo final del texto de Forn que mencioné.
“Hay ciertos libros capaces de producir lo mismo que nos hace la desgracia, la enfermedad, la muerte, cuando nos pasa cerca, cuando nos semblantea. En ambos casos hacen que nos importe más lo que nos asemeja a otras personas que lo nos distingue de ellas. Lo que aprendemos entre todos es lo más valioso que se puede aprender, porque no lo sabemos solos: sabemos que otro lo sabe también. Esa ceremonia logra Carrère que ocurra en su libro (…) el aleteo de esa mariposa negra que es la desgracia, y nosotros, los demás. Hay otras vidas que no son la nuestra. Si van a leer un solo libro este año, que sea este”.
Doce años después de escrito, este consejo, que comparto plenamente, conserva su vigencia.
Quién es Emmanuel Carrère
♦ Nació en París en 1957. Es escritor, guionista y realizador.
♦ Sus obras suelen destacarse por la habilidad para mezclar ficción y no ficción.
♦ Entre sus libros se cuentan De vidas ajenas, Yoga y El adversario.