La historia real detrás del estreno de Scorsese: complots, crímenes contra pueblos originarios y la creación del FBI

“Los asesinos de la luna”, protagonizada por Leonardo Di Caprio, Robert De Niro y Lily Gladstone, está inspirada en un libro de no-ficción. En 2017 el periodista David Grann descubrió la verdad detrás de los asesinatos contra la comunidad indígena más rica de los Estados Unidos.

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Lily Gladstone, Robert De Niro,
Lily Gladstone, Robert De Niro, Leonardo DiCaprio protagonizan la película de Scorsese que se estrena este jueves. (Créditos: UIP Pictures)

David Grann, periodista y escritor, está parado en una sala de un museo en Oklahoma. Mira una fotografía colgada en la pared tomada en 1924. En la imagen hay aborígenes de la tribu osage, acompañados de hombres blancos con sombreros de ala ancha. Grann nota que la foto está cortada y le pregunta a la directora del lugar por el detalle. “Tenía una imagen tan aterradora, que decidí sacarla”, le responde, antes de agregar: “El Diablo estaba parado allí”.

En Grann se activan mecanismos que lo hacen sospechar que puede estar frente a una gran historia. Una capaz de generar ese terror en una persona casi cien años después de los hechos. Lo piensa mientras la directora del museo va hasta el sótano a buscar la parte de la fotografía que falta. La mujer vuelve con la imagen. Se ve a un hombre blanco, la mente detrás de una serie de asesinatos a sangre fría contra los osage.

El periodista no conocía la historia con la que sale ese día del museo en Oklahoma. Tampoco que fue uno de los primeros grandes casos del Federal Bureau of Investigation (FBI), ni que escribirá un libro, Los asesinos de la luna (Penguin Random House, 2017). Que en su investigación descubrirá nuevos crímenes, el verdadero alcance del terror. Que, inspirado por su libro, Martin Scorsese estrenará una película protagonizada por Leonardo Di Caprio, Lily Gladstone y Robert De Niro en 2023.

Una historia que pocos conocen

Para 1920 la tribu osage era considerada la comunidad per capita más rica de los Estados Unidos. En 1870 habían sido expulsados de sus tierras en Kansas y trasladados a una reserva, se creía que sin valor, en la región nororiental de Oklahoma. Unos años después se descubrió que la tribu estaba sobre uno de los yacimientos petrolíferos más grandes de los Estados Unidos. Para extraer el “oro negro” había que pagarles derechos sobre esas tierras, que los convirtieron en millonarios.

Hombres blancos eran designados “guardianes” de muchas de las fortunas osage, porque las leyes de la época consideraban que no todos los aborígenes eran capaces de administrarlas. Los miembros de la tribu no podían entonces acceder a su dinero sin un intermediario. Fue la estructura propicia para estafas, complots y una serie de crímenes contra los osage que en el medio oeste norteamericano se recuerda como el “Reino del terror”.

En ese mundo comienza el libro de Grann. El primer párrafo nos hace mirar a través de las praderas osage en Oklahoma. El segundo, nos habla de una desaparición que viene a romper con el paisaje:

“El 24 de mayo de 1921, Mollie Burkhart, con domicilio en el poblado de Gray Horse (Oklahoma), empezó a temer que algo le había ocurrido a Anna Brown, una de sus tres hermanas. Desde hacía tres días Anna, que contaba treinta y cuatro años, y era apenas un año mayor que Mollie, no daba señales de vida”.

Esas son las líneas con las que Grann presenta a la mujer alrededor de la que comenzará a contarnos la historia. Mollie Burkhart será también la protagonista en la película de Scorsese, interpretada por Lily Gladstone. Una osage rica, casada con un hombre blanco, Ernest Burkhart, Leonardo Di Caprio. A diferencia de Grann, que usa a Mollie como el vertíce desde el que unir los puntos de su investigación, el director de Hollywood elegirá la relación con Ernest, que además de marido es “tutor” de Mollie, como el corazón del film.

Scorsese en la premiere de
Scorsese en la premiere de su última película, en Los Ángeles. REUTERS/Mario Anzuoni

La hermana de Mollie, Anna, apareció muerta con un tiro en la nuca. Al poco tiempo la mamá de ambas, Lizzie, enfermó gravemente y terminó muriendo. Se sospecha que fue envenenada. No mucho después una tercera hermana, Rita, dormía junto a su marido Bill Smith cuando su casa explotó. Las fortunas de todas fueron heredadas por Mollie, que comenzó a temer por su vida. Otras muertes, todas osage, se comenzaron a suceder, junto con las de muchos de los que se proponían investigarlas.

La cifra oficial de muertos en el Reino del Terror había ascendido al menos a veinticuatro miembros de la tribu osage. Entre las víctimas se contaban dos hombres que habían colaborado en la investigación: un destacado ranchero osage a quien habían tirado escaleras abajo después de drogarlo; y otro al que mataron a tiros en Oklahoma City cuando se dirigía a una reunión para informar del caso a funcionarios estatales.

La noticia de los asesinatos empezó a correr. En un artículo titulado ‘La maldición de los osage’, la publicación de ámbito nacional Literary Digest informaba que los miembros de la tribu habían ‘muerto a balazos en pastizales solitarios, los habían apuñalado en su propio automóvil, envenenado para que murieran lentamente o les habían dinamitado la casa mientras dormían’. Más adelante, el artículo añadía: ‘A todo esto, la maldición continúa. Nadie sabe cómo acabará’. El pueblo más rico per cápita estaba convirtiéndose en el más asesinado del mundo, cuenta Grann.

“Hay mucha gente, incluyéndome, que no sabía que esto había pasado”, decía Grann durante una de las entrevistas que dio en 2017 tras la publicación del libro. El periodista trabajó no solo con archivos sino también viajando a Oklahoma a buscar a los descendientes de víctimas y también de los asesinos, que todavía vivían en esas tierras. “Todavía viven en los mismos barrios de Oklahoma, uno al lado del otro, con sus destinos entrelazados, lo que en muchos sentidos es la historia de Estados Unidos”, decía.

Ernest y Mollie Burkhart, los
Ernest y Mollie Burkhart, los personajes interpretados por Di Caprio y Gladstone.

El autor divide el libro en tres crónicas. La primera es “La mujer marcada” y se centra en Mollie Burkhart. La segunda será “Un hombre racional” y entrará en escena Tom White, el brazo en Oklahoma de un incipiente FBI que está al mando de John Edgar Hoover, el primer director de la agencia de investigación. Líneas invisibles entre la realidad y la ficción hacen que en 2011 haya sido también Di Caprio quien interpretó a Hoover en el film J. Edgar, dirigido por Clint Eastwood.

“Un día de verano de 1925, Tom White, agente especial a cargo de la sucursal del Bureau of Investigation en Houston, recibió una orden urgente del cuartel general en Washington, D.C. El nuevo jefe, J.Edgar Hoover, deseaba hablar con él enseguida, y cara a cara. White se apresuró a hacer el equipaje. Hoover exigía que el personal de su agencia llevara traje oscuro, una corbata poco llamativa y zapatos negros bien lustrados. Quería que sus hombres fueran de un tipo de norteamericano en concreto: raza blanca, profesional, pinta de abogado. Cada semana inventaba nuevas normas -cosas que añadir a su decálogo-, y White se puso su sombrero de cowboy con aire retador”, describe el libro de Grann.

White es un agente de la ley de la vieja escuela. Había sido parte de los Rangers de Texas hacia el cambio de siglo y gran parte de su vida la había pasado a caballo por la frontera, siguiendo la pista de fugitivos, asesinos y ladrones. A pesar de no tener formación académica como agente, era un gran investigador y fue el hombre de Hoover en Oklahoma. En el libro es la pieza fundamental para descubrir las relaciones, en algunos casos inesperadas, detrás de los crímenes osage. El único que logró llegar hasta esos que se creían intocables y habían desatado una matanza por los dólares del petróleo en esas tierras.

“Para distinguir los hechos de las habladurías en los informes del Bureau, White optó por un enfoque sencillo pero elegante: tratar de corroborar metódicamente la coartada de todos los sospechosos. Ya lo decía Sherlock Holmes: ‘Cuando uno ha eliminado lo imposible, el resto, por improbable que sea, tiene que ser la verdad’”.

Una imagen de "Los asesinos
Una imagen de "Los asesinos de la luna", el libro de Grann.

Es White el que logró unir los cabos, hacer hablar a los testigos y llevar a los protagonistas menos pensados frente a un tribunal.

“Al poco rato, el teléfono lo despertó. White, temiendo que alguna otra cosa hubiera ido mal (que Blackie Thompson se les hubiera escapado, por ejemplo), levantó el auricular y lo que oyó fue la voz de uno de sus agentes. El tono era de urgencia:

—Burkhart está dispuesto a hablar—dijo—. Pero no quiere contárnoslo a nosotros. Dice que ha de ser a ti”.

Al manejo de influencias, los sobornos y el poder, se viene a sumar un rasgo de época que atraviesa el libro en general y el proceso de juicio por los asesinatos en particular.

Grann lo cuenta así en su libro: “Había una pregunta que el juez, los fiscales y la defensa nunca formulaban pero que era fundamental para el proceso: ¿un jurado formado por doce hombres de raza blanca castigaría a otro blanco por castigar a un indio americano? Como observó un periodista escéptico, ‘La postura de un colono ganadero respecto a los indios de pura raza (…) es bien conocida’. Un miembro destacado de la tribu osage lo expresó con más contundencia: ‘Una pregunta me ronda por la cabeza, y es si este jurado está deliberando sobre un asesinato o no; lo que tienen que decidir es si el hecho de que un blanco mate a un osage es asesinato …o simple crueldad contra los animales.

Periodismo de investigación

Después de las dos primeras crónicas, centradas en Mollie Burkhart y Tom White, la tercera, titulada “El periodista”, pone los reflectores sobre el propio Grann. Y es que el escritor, durante los cinco años que le llevó el libro, vino a descubrir durante su investigación crímenes, antecedentes y hasta posibles asesinos que escaparon al radar de Hoover, White y el resto del FBI. La última parte del libro descubre los verdaderos alcances del “Reino del terror”.

Scorsese y Di Caprio en
Scorsese y Di Caprio en el rodaje de "Los asesnos de la luna" (Cortesía de Apple).

En uno de sus viajes desde Nueva York a Gray Horse, Grann cuenta por ejemplo cuando conoce a Margie Burkhart, la nieta de Mollie y de Ernest, hija de James “Cowboy” Burkhart, uno de los dos hijos del matrimonio. Una descendiente directa de la historia que él estaba escribiendo. Y que le revelaría partes nunca contadas de ese rompecabezas a destiempo al que iba dándole forma un siglo después de los asesinatos.

Entonces ella mencionó algo que yo no había visto en ninguno de los archivos del FBI. Su padre le había explicado que el día de la explosión él, su hermana y Mollie tenían pensado pasar la noche en casa de los Smith, pero a Cowboy le dolían mucho los oídos y al final se habían quedado en casa- ‘Por eso se salvaron —dijo Margie—. Cosas del destino’. Tardé un poco en asimilar lo que eso suponía. ‘Mi padre tuvo que vivir sabiendo que su propio padre había intentado matarle’, dijo Margie”, narra el periodista.

Grann logra demostrar en la tercera parte de su libro que el “Reino del terror” no había sido de cinco años, entre 1921 y 1926, como se creía cuando el FBI cerró su investigación. El periodista entrecruzó documentos y testimonios que le permitieron ampliar ese rango a más de una década. Dio con al menos un asesinato contra la comunidad osage movido por la fiebre del oro negro en 1919 y otras muertes que se extendían incluso hasta 1931. Crímenes que “jamás fueron investigados, ni registrados siquiera como homicidios”.

Hollywood, los “osage” y el FBI

Martin Scorsese no es el primero que en los últimos cien años vio en los asesinatos ocurridos en la nación osage una gran historia que contar. Sin embargo la mayoría de esas producciones ponían el foco sobre el FBI, protagonista de incontables series y películas a lo largo de los años, y no sobre la tribu americana. En algunos pasajes a lo largo de las 318 páginas de Los asesinos de la luna se mencionan varios de esos antecedentes.

Tom White, el hombre del
Tom White, el hombre del FBI en Oklahoma, y J.Edgar Hoover, el histórico titular de ese organismo dedicado a la investigación.

“En 1932 el Bureau empezó a colaborar con el programa radiofónico The Lucky Strike Hour haciendo adaptaciones de algunos casos. Los asesinatos de los indios osage fue uno de los primeros episodios.”, cuenta Grann y deja entrever una intención deliberada de poner al FBI como un grupo de investigación de elite también desde los medios, llegando incluso a pedirle a uno de sus agentes que escriba algunas escenas de ficción para mostrar a los productores.

El mismo Tom White, ese cowboy a destiempo devenido en detective y que fue clave para la investigación en Oklahoma, se mostró dispuesto a dar detalles de la investigación a Hollywood. Pero Hoover, por 50 años director del FBI, tenía claro quién debía ser la única estrella. White incluso intentó algunos años después publicar un libro sobre el caso y le pidió a su ex jefe, el único de los otros miembros fundadores del Bureau que seguía con vida, que lo prologara. Pero ninguna de las dos cosas ocurrió.

“A finales de los años cincuenta White se enteró de que en Hollywood iban a rodar una película, The FBI Story (FBI contra el imperio del crimen), con James Stewart en el papel de azote de criminales, y que habría un segmento dedicado a los asesinatos osage. White le mandó una carta a Hoover sugiriendo que al director o a los guionistas de la película quizás les interesaría hablar con él. ‘Yo podría darles información, ya que conozco el caso de principio a fin’, decía White. Hoover contestó que lo tendría ‘en cuenta, por descontado’, pero White no supo nada más del asunto. La película se estrenó en 1959 y Hoover hacía un cameo, lo que contribuyó a ensalzarlo todavía más en el imaginario colectivo”.

Ahora Scorsese llega a la pantalla grande con una película basada en el libro de Grann. “Lo que estoy descubriendo es que siempre hay algo por aprender; de hecho, todo está por aprender, pero no vas y dices: ‘voy a aprender’, ocurre mientras lo estás haciendo”, dijo el cineasta en una mesa redonda de periodistas en Nueva York durante la presentación de la película que le llevó seis años de principio a fin y que dura tres horas y media.

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