Tres ensayos para una teoría sexual es el texto en el que Sigmund Freud presenta de manera completa sus tesis sobre la sexualidad infantil. Publicado en 1905, es considerado un mojón clave porque introduce los cimientos sobre los que se construye el edificio del psicoanálisis.
Tres ensayos para una teoría sexual
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Para Freud, la sexualidad infantil es, junto con los sueños, su descubrimiento más importante. Le permite fundar una teoría sobre los orígenes del sujeto, a caballo entre lo psíquico y lo somático, explicar las causas de los malestares anímicos y proponer un método de tratamiento de las neurosis dirigido a la reconstrucción del mundo perdido de la infancia.
Sigmund Freud no toleró críticas al argumento de la determinación causal de la sexualidad infantil y fue una de las razones de la disputa –y posterior separación- con su discípulo favorito, el psiquiatra suizo Carl Jung. Pero, además, el médico vienés consideraba que sus ideas sobre la sexualidad infantil eran profundamente originales y, aunque no utiliza este término, podríamos incluso decir revolucionarias porque cuestionaban el status quo establecido que regulaba las relaciones entre las personas en la sociedad pacata de la Europa decimonónica.
De este modo, Freud señala que sus aportes sobre la sexualidad infantil no podían ser evaluados en el mismo plano que otras contribuciones científicas porque la sexualidad de los niños era un tema que generaba un profundo rechazo y resistencia emocional. Y, por lo tanto, tomó conciencia –dice Freud- “de pertenecer así a aquellos que han turbado el sueño del mundo”.
¿Fueron sus ideas sobre la sexualidad infantil tan disruptivas como Freud nos sugiere? El filósofo francés Michael Foucault es contundente con su respuesta en el primer tomo de la Historia de la sexualidad publicado en 1976. En el volumen La voluntad de saber sostiene que, en contra del sentido común establecido sobre la represión de la sexualidad en la época victoriana, asistimos a la construcción de una enorme maquinaria dirigida a producir discursos verdaderos sobre el sexo.
El padre del psicoanálisis formaría parte de este amplio entramado compuesto por médicos, educadores y juristas que, tomando como modelo la práctica de la confesión cristiana, desarrollarían en el siglo XIX, una ciencia de la sexualidad. Más que ocultar, dice Foucault, asistimos desde hace dos siglos a una explosión discursiva a propósito del sexo que nos mueve a hablar todo el tiempo, provocando el placer de saber, de exponer y descubrir la verdad del sexo convirtiéndolo en el secreto que nos individualiza y define.
“Aberraciones”
Veamos qué dice Freud. Para empezar, unas breves referencias sobre el texto. Se publicó por primera vez en castellano en 1922 como Una teoría sexual, traducido por López Ballesteros, y fue objeto de seis reediciones por parte de Freud. Según James Strachey, el responsable de la traducción de las obras completas de Freud al inglés, es una de las obras en las que el autor introdujo más modificaciones y agregados. Señalamos esto para destacar que sus hipótesis sobre la sexualidad infantil no constituyen un argumento unívoco sino que cambiaron de la mano de la introducción de nuevos desarrollos teóricos del psicoanálisis como la teoría de la libido, el narcisismo y el dualismo pulsional.
La sexualidad humana se divide en dos tiempos, la primera infancia y la pubertad, interrumpidos por el período de latencia donde se construyen los diques anímicos contra la sexualidad infantil: la vergüenza, el asco y la moral.
El texto está estructurado en tres partes. La primera se dedica a un recorrido detallado de las aberraciones sexuales que comienza con la inversión sexual, continúa con las perversiones descriptas como transgresiones anatómicas, en las que incluye desde el beso hasta el sexo anal y el fetichismo, y las “demoras en relaciones intermediarias con el objeto sexual”, entre las que destaca el sadismo y el masoquismo. Menciona también el comercio sexual con animales y el abuso sexual de niños.
Hasta acá, en la presentación de este primer ensayo, Freud se comporta como otros médicos de la época que compartían el interés en consolidar una nueva disciplina, la ciencia de la sexualidad. Entre ellos, podemos mencionar a Richard von Krafft-Eving, psiquiatra alemán, autor de la primera compilación moderna sobre las perversiones, Psicopatía del sexo, en 1886 y Havelock Ellis, quien publicó en Filadelfia, entre 1897 y 1910, seis volúmenes de sus Estudios sobre la psicología del sexo, postulando la importancia de la sexualidad como motor de la vida y en los que describe una amplia variedad de prácticas sexuales.
Lo novedoso
Lo más novedoso de la propuesta freudiana se despliega en el segundo ensayo: La sexualidad infantil. En la discusión contemporánea sobre las causas de la perversión -¿innatas o producto de las experiencias vividas?- Freud reformula el abordaje del problema acercando el lente a la sexualidad de los niños para afirmar que es allí donde encontraremos la respuesta a los enigmas que plantean las perversiones y las neurosis.
Describe la sexualidad infantil como autoerótica (su objeto se encuentra en el propio cuerpo) y las pulsiones como parciales. Es decir, la búsqueda del placer sexual se produce en distintas zonas del cuerpo (oral, anal) y con variedad de fines (ver, tocar, exhibir, apoderar). Descubre en el niño una disposición perversa polimorfa oscurecida por la acción de la amnesia infantil que oculta las fuentes originales de la sexualidad pero no sus efectos.
La sexualidad humana se divide en dos tiempos, la primera infancia y la pubertad, interrumpidos por el período de latencia donde se construyen los diques anímicos contra la sexualidad infantil: la vergüenza, el asco y la moral.
De este modo, Freud cuestiona ciertas creencias establecidas proponiendo que la disposición perversa es un dato originario y universal de la pulsión sexual humana y, por lo tanto, aquello que necesita ser explicado es precisamente, la “normalidad” sexual.
No se trata de interpretar las conductas perversas en tanto desviaciones de un modelo de sexualidad normal sino, por el contrario, el hecho de partir de la perversión como el dato inicial de la sexualidad, nos lleva a preguntarnos acerca del estatuto de realidad de una posible sexualidad normal.
Desde la lógica de Freud, para acceder a su madurez sexual la mujer tiene que reprimir su virilidad infantil.
De este proceso de normalización de la sexualidad se ocupará en el tercer ensayo: La metamorfosis de la pubertad. Freud describe cómo, en esta etapa, la sexualidad autoerótica encuentra el objeto sexual y las pulsiones parciales, antes independientes y múltiples, se unifican en la prosecución del placer genital. Y aquí empiezan los problemas.
Si el segundo ensayo introduce una perspectiva innovadora para pensar el recorrido de la sexualidad asumiendo la disposición perversa como condición universal de la pulsión, en el tercer ensayo Freud vuelve sobre sus pasos para introducir proposiciones arriesgadas sobre la sexualidad femenina, desde una mirada masculina que se viste con los ropajes de la nueva ciencia del inconsciente.
Dado que la nueva meta sexual de la pubertad –pensada desde la lógica de la procreación- asigna a los dos sexos funciones diferentes, los caminos se separan. Si bien Freud reconoce que sus investigaciones parten de la exploración de la vida amorosa del hombre porque la de la mujer “permanece envuelta en una oscuridad todavía impenetrable”, esto no le impide afirmar que, para comprender cómo la niña se convierte en mujer, mientras el hombre avanza y la mujer “involuciona”, el placer erógeno del clítoris se transfiere a la vagina. Vale la pena citar la imagen a la que recurre Freud para dar cuenta de la función que le corresponde al clítoris, “como un haz de ramas resinosas puede emplearse para encender una leña de combustión más difícil”, en la vida sexual de la mujer adulta.
Freud construye sus teorías a partir de la hipótesis –hoy discutida- de la bisexualidad originaria del ser humano. Sin embargo, la sexualidad infantil es masculina y activa para ambos sexos. El par de opuestos que describe la vida sexual infantil es la actividad versus la pasividad. Y obviamente la actividad es sinónimo de virilidad y la pasividad de femineidad. La diferencia entre la sexualidad femenina y la masculina se establece recién a partir de la pubertad.
Desde esta lógica, para acceder a su madurez sexual la mujer tiene que reprimir su virilidad infantil. Y encontramos acá un segundo problema, la arriesgada afirmación freudiana de la envidia del pene, como encrucijada del desarrollo normal femenino, que vertebrará sus trabajos posteriores sobre la constitución de la femineidad. Se abren dos caminos para la mujer: o la sexualidad normal se alía a la reproducción y transforma el deseo infantil de un pene en el deseo de un hijo o, si se rebela frente a este destino de la pulsión, esta transformación la conducirá a condenar su sexo, a la homosexualidad y/o al feminismo.
Discutiendo a Freud
En la historia del psicoanálisis encontramos que, a partir de la década del ‘20, algunas psicoanalistas mujeres –como Karen Horney- discutieron estas hipótesis freudianas sobre el desarrollo sexual femenino basadas en un modelo masculino establecido como normativo, pero fue recién con la segunda ola del feminismo de la década del ‘60 que se llevó a cabo un cuestionamiento a fondo de estas ideas fundadas en el desconocimiento y la negación del deseo femenino.
Para citar sólo uno de estos textos inaugurales, La mística femenina, publicado por la activista norteamericana Betty Friedan en 1963, denuncia los alcances de la divulgación de las ideas freudianas obsoletas sobre la sexualidad femenina y sus efectos de desvalorización, frustración y encierro subjetivo para las mujeres norteamericanas de la posguerra.
Al mismo tiempo, las investigaciones científicas sobre la sexualidad femenina terminarán por derribar las dos columnas que sostenían el edificio freudiano: la transferencia genital del clítoris a la vagina y la envidia del pene. Siguiendo las investigaciones de la historiadora Mari Jo Buhle sobre las relaciones entre el movimiento psicoanalítico y el feminismo a lo largo del siglo XX, Feminism and its Discontents, el trabajo de Albert Kinsey de 1953, El comportamiento sexual de las mujeres, confirmaba la elección del clítoris como sitio privilegiado de placer por parte de las mujeres adultas entrevistadas.
Sobre esta pista, dos investigadores de la sexualidad, William Masters y Virginia Johnson, dieron un paso más al proponer un estudio empírico para comprender la fisiología del orgasmo en condiciones de laboratorio. El resultado de este trabajo, La respuesta sexual humana, publicado en 1966 y basado en la observación de 10.000 orgasmos, derribó el mito del orgasmo vaginal demostrando que las mujeres experimentan un solo tipo de orgasmo y agregando como dato adicional, el descubrimiento de los orgasmos múltiples de las mujeres.
Podríamos decir entonces que Freud, a comienzos del siglo XX, colaboró con la renovación de los estudios sobre la sexualidad humana, cuestionando el presupuesto de una sexualidad natural predeterminada a cumplir con los fines de la reproducción.
En contraposición a esta creencia, introdujo la idea de que la “normalidad” sexual es el punto de llegada de un recorrido complejo articulado por las vicisitudes del placer. Los problemas surgen cuando Freud decide avanzar en la explicación de los procesos de normalización sexual, dando por hecho -desde la legitimidad que obtenía de su rol de hombre y de científico- hipótesis absolutamente especulativas sobre la sexualidad femenina.
Y, más allá de Freud, tal como han denunciado las feministas, estas hipótesis moldearon durante décadas la escucha psicoanalítica del deseo y, también, los modos de subjetivación de las mismas mujeres entrampadas en la búsqueda de satisfacción al servicio de un ideal ajeno e imposible.