Ursula K. Le Guin, la reina de la ciencia ficción, y su faceta menos explorada como cuentista

La referente de la ciencia ficción y la fantasía, que murió en 2018, escribió cuentos mientras publicaba sus famosas novelas como “Un mago de Terramar” y “La mano izquierda de la oscuridad”. “La consistencia es una virtud hasta que se vuelve molesta”, dijo en el prólogo de la antología.

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PORTLAND - July 5: Science Fiction Writer Ursula K. Le Guin poses for portrait in her house on July 5, 2001 in Portland, Oregon. (photo by Beth Gwinn/Getty Images)
PORTLAND - July 5: Science Fiction Writer Ursula K. Le Guin poses for portrait in her house on July 5, 2001 in Portland, Oregon. (photo by Beth Gwinn/Getty Images)

Ya no sé con qué símbolos se mostraba, pero hay un meme en el que se dice que si un poeta escribe una novela está bien, pero si un novelista escribe un poema es un desastre. El mejor ejemplo para el primer caso es Sylvia Plath y su inolvidable La campana de cristal. También viene a la memoria Cristina Peri Rossi, que escribió varias novelas, aunque ninguna tan memorable como su antología de poemas Detente, instante, eres tan bello.

El salto a otro género siempre es un riesgo: un poeta, acostumbrado a darle espesor a cada palabra y a cada verso, necesita pasar a un género que pide momentos livianos (¿quién decía que al lector hay que darle asientos cada tanto para descansar, que en una novela de trescientas páginas no todo puede ser intensidad?); el novelista que escribe poesía necesita entender que la palabra no siempre es transparente, que la intuición y el sonido le ganan al sentido.

Llevando la lógica a otras latitudes, ¿qué pasa si un novelista escribe cuentos? ¿Cómo hace alguien acostumbrado a las grandes historias y los despliegues extensos para contar un conflicto y mostrar a los personajes en no más de diez páginas? ¿Le ofrece posibilidades nuevas?

En algunos casos se trata de exigencias del mercado: al escritor le piden que tire carne al asador con cierta frecuencia, y cuando ya no hay novelas en el cajón llega un punto en que recicla algunos comienzos fallidos, los convierte en cuentos y los publica. Cada vez está más aceptada la publicación de borradores encajonados –habría que ver si es igual de requerida su lectura–, por eso hay tantos libros con nombres como “Mis documentos”, “Archivos de Word”, “Borradores del celu” y similares.

Pero hay otros casos, sin duda de menor frecuencia, donde el escritor escribe y publica cuentos en paralelo a su carrera de novelista. Es el caso de Ursula K. Le Guin, que falleció en 2018, y su compilación Lo irreal y lo real (Minotauro).

Una maestra de la ciencia ficción

Le Guin es conocida por ser una pieza clave de la ciencia ficción y la fantasía en Estados Unidos, en las décadas del 60 y 70, un momento en que la literatura de género estaba dominada por varones de la generación anterior como Isaac Asimov y Bradbury, por mencionar los más famosos. Si bien hubo algunas novelas y relatos previos, Le Guin llamó la atención con Un mago de Terramar (1968), saga de fantasía que sigue la tónica de El señor de los anillos y prefigura a Harry Potter, a tal punto que los fanáticos de Le Guin siguen esperando que J.K Rowling reconozca la influencia, por no decir el plagio.

Además de un primer prestigio, Le Guin se encontró con que su literatura apuntaba a dos públicos: el del fantasy y ciencia ficción por un lado, y por otro lado el feminismo, cada uno con sus demandas. Mientras los lectores del género leían fascinados las Historias de Terramar, el feminismo le reclamaba que el héroe era varón y que las pocas mujeres que había ocupaban un rol subalterno en la trama. Recién en su siguiente novela, La mano izquierda de la oscuridad, la autora trató explícitamente temas de género. Para eso inventó una raza andrógina que solo podía tener relaciones sexuales una vez al mes, sin saber si le iba a tocar ser mujer o varón.

La mano izquierda de la oscuridad, pese a introducir con cuarenta años de anticipación discusiones que recién ahora nos parecen cotidianas, como la fluidez de género y la identidad sexual, en ese momento fue criticada por varios sectores feministas porque los pronombres de seres neutros eran masculinos: ¿por qué alguien que no es hombre ni mujer debe llamarse con el prefijo “him”? Con los años Le Guin les dio la razón y admitió que el lenguaje también reproduce las relaciones de poder.

Y por otro lado, los lectores de género siempre buscan la fórmula: ¿cuánto puede alejarse la ciencia ficción de un mundo futurista, cuánto puede escapar el fantasy del mundo épico? No mucho más de lo que un policial puede alejarse del crimen y el enigma. En cualquier caso, algo quedó claro: el reconocimiento de los lectores y de la crítica viene acompañado de demandas y expectativas.

Un lugar que nadie mira demasiado

En varias de estas historias, como Hermanos y hermanas, donde un chico que trabaja en las minas de carbón tiene un accidente que lo deja al borde de la muerte, o Mano, copa, concha, en la que una periodista joven realiza una entrevista a los familiares de un profesor venerado, las historias se manejan dentro del marco realista, apuestas que los editores de ciencia ficción difícilmente habrían pedido en extensión para publicar en formato de novela. Al menos no a una autora de trayectoria en la ciencia ficción. Muchos de los cuentos de esta antología transcurren en Oregon, estado en el que vivió la autora casi toda su vida, y cuentan conflictos chicos, mínimos.

El cuento, al tratarse de un género supuestamente menor porque no vende como las novelas, puede convertirse en un lugar de experimentación para un novelista. Y para una escritora experta en construir mundos imaginarios como Le Guin, donde tres o cuatro novelas transcurren en el mismo continente ficticio con sus propias reglas y seres, nada más disruptivo y nada más liberador que situar sus historias en el mundo real. Quizás por eso el título de esta antología es, justamente, Lo irreal y lo real.

Ursula K. Le Guin recibió la Medalla de la National Book Foundation por la Contribución Distinguida a las Cartas de las Americas, en 2014 (Getty)
Ursula K. Le Guin recibió la Medalla de la National Book Foundation por la Contribución Distinguida a las Cartas de las Americas, en 2014 (Getty)

La autora aclara en la introducción que evitó “las historias ligadas a las novelas ambientadas en Gueden o Anarres y las que forman parte integral de los conjuntos de historias, donde las piezas están unidas por personajes, escenario y cronologías”. Dos renglones después sugiere la clave de todo: “La consistencia es una virtud hasta que se vuelve molesta”.

Un lector que no conoce la obra de Le Guin se llevaría una impresión poco justa con Lo irreal y lo real. Pensaría en una autora como Alice Munro, con su realismo y maestría en los cambios de puntos de vista, y no en una influyente figura de la ciencia ficción y el fantasy. Pero un lector que leyó Un mago de Terramar o novelas como La mano izquierda de la oscuridad va a encontrar, en cambio, libertad.

Sobre todo si pensamos que en un cuentista la libertad puede significar imperfección: las historias empiezan tarde, sobran personajes o terminan dos páginas después (en el caso de Sonámbulos se cuenta la historia de Ava, una mujer que al enterarse de que su marido mató a su hija decide fusilarlo y huye a Oregon, donde trabaja como empleada doméstica de un complejo turístico; esa información es dada al final, de golpe, como si fuese una anotación que la autora usó para no olvidarse de agregar a la historia).

Pero no importa, porque para historias perfectas ya existe Los desposeídos. El primer volumen de Lo real y lo irreal, donde predomina la primera mitad del título, es otro territorio inventado por la autora, un continente que también promueve la libertad, aunque en otro sentido: hay lugar para probar personajes, buscar tramas chicas que no justifican tantas páginas y, sobre todo, la libertad de no tener que escribir ciencia ficción.

Así empieza “Lo real y lo irreal” (Fragmento)

Hermanos y hermanas

El cantero herido yacía en una cama alta de hospital. No había recobrado la conciencia. Su silencio era grandioso y opresivo; el cuerpo estaba bajo una sábana que caía en rígidos pliegues, y su rostro se mostraba tan imperturbable como una piedra. La madre, como si se sintiera desafiada por ese silencio e indiferencia, habló en voz alta:

–¿Por qué lo hiciste? ¿Es que quieres morir antes que yo? ¡Miradlo, miradlo, mi hermosura, mi halcón, mi río, mi hijo!

Su dolor era jactancioso en sí mismo. Aprovechaba la ocasión como el ratón una migaja de queso. El silencio del hijo y los lamentos de la madre significaban lo mismo: que lo insoportable era bienvenido. El hijo menor se quedó de pie, escuchando. Lo hundían con aquel dolor tan grande como la vida. Inconsciente, sin ser capaz de oír nada, roto como un pedazo de tiza, ese cuerpo, su hermano, lo hundía con el peso de la carne, y quería huir para salvarse.

El hombre al que había salvado estaba a su lado, un tipo pequeño encorvado, de mediana edad, con el polvo de piedra caliza blanca incrustado en los nudillos. Él también estaba hundido.

–Me salvó la vida –le dijo a Stefan, algo aturdido, en busca de una explicación. Su voz era la voz monocorde de los sordos. –Sí, es lo que él haría –contestó Stefan–. Es lo que haría. Salió del hospital para almorzar. Todo el mundo le preguntó por su hermano.

–Vivirá –respondía Stefan.

Fue al León Blanco para almorzar y bebió demasiado.

–¿Lisiado? ¿Él? ¿Kostant? Vale que le cayeron un par de toneladas de piedra en la cara, pero eso no le hará daño, está hecho del mismo material. No nació, lo sacaron de una cantera. –Se rieron de él, como de costumbre–. Sacado de la cantera. Como a todos vosotros.

Salió del León Blanco, bajó por la calle Ardure, cuatro manzanas en dirección a las afueras del pueblo y siguió recto, en paralelo a las vías del tren, caminando hacia el nordeste medio kilómetro. El sol de mayo brillaba pequeño y grisáceo en lo alto. Bajo los pies había polvo y pequeñas malezas.

El karst, la llanura de piedra caliza, se movía con temblores diminutos a su alrededor por las oleadas de calor parecidas a las transparentes alas vibrantes de las moscas. Remotas y pequeñas, rígidas más allá de esa vibrante neblina grisácea, se alzaban las montañas. Había conocido las montañas desde lejos toda su vida, y dos veces las había visto de cerca, cuando tomó el tren a Brailava, una vez de ida, otra a la vuelta.

Sabía que estaban cubiertas de árboles, de abetos con raíces que se aferraban a las orillas de los arroyos y con ramas oscuras en la niebla que se cerraba y se abría en los barrancos de la montaña bajo la luz del amanecer mientras el tren pasaba ruidosamente, bajando por las pendientes verdes como un velo que cae

Quién es Ursula K. Le Guin

♦Nació en Berkley, Estados Unidos en 1929. Falleció en Portland, Estados Unidos, en 2018.

♦Fue escritora y una de las grandes referentes de la ciencia ficción y la fantasía, conocida por el aporte de sensibilidad femenina a estos géneros.

♦ Escribió veintiún novelas, once compilaciones de relatos, cuatro ensayos, doce novelas infantiles y seis poemarios y entre sus grandes obras se encuentran la saga Historias de Terramar, que incluye títulos como Un mago de Terramar (1968), Las tumbas de Atuan (1971) y La costa más lejana (1972), entre otras. En lo que se conoce como Novelas del ciclo Ekumen se encuentran El mundo de Rocannon (1966), Planeta de exilio (1966), La ciudad de las ilusiones (1967) y La mano izquierda de la oscuridad (1969).

♦ Recibió el Premio Hugo, el Premio Nebula, el Premio Locus y el Premio World Fantasy por su trabajo, además de la Medalla de la National Book Foundation por la Contribución Distinguida a las Cartas de las Americas y fue la primera mujer galardonada con el título de Gran Maestra por la Asociación de escritores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos.

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