“Negroni solo. Añade 50 ml de ginebra, 25 ml de Campari y 25 ml de vemú dulce a una coctelera llena de hielo. Cuela sobre una copa y decora con una rodaja de naranja. Siéntate. Bébetelo. Ahora el sol está en tu estómago.”
Todos conocemos a Stanley Tucci.
Corrijo.
Todos amamos a Stanley Tucci.
Algunos quizás no sepan de memoria su nombre pero, seguro, todos conocen su cara.
Lo vieron y admiraron en El Diablo viste a la moda, donde se ponía en la piel del querido y, durante una cena (¡spoiler alert!), traicionado hombre de confianza de la malévola Meryl Streep. También junto a ella (amigos en la vida real) se lucía como el esposo -en la ficción- de la célebre cocinera Julia Child que hizo historia en la televisión estadounidense con sus programas de cocina.
Tucci también actuó en Los Juegos del Hambre por lo lo que ya podríamos encontrar un patrón de conducta.
Cena, hambre, cónyuge de Julia Child… la carrera cinematográfica de Stanley Tucci está ligada a la comida.
Pero lo que más resalta esta (hasta aquí) caprichosa coincidencia es la película que pensó, protagonizó y actuó en 1996… la que hizo que su cara comenzara a ser conocida: la hermosa y adorable Big Night (lectoras y lectores…de pie).
El film contaba la historia de dos hermanos (Primo y Secondo) que habían llegado a New York buscando el gran sueño americano. Intentaban conseguirlo al frente de un pequeño restaurante italiano que, cada noche, languidecía por falta de nuevos clientes.
La película, como La Fiesta de Babette, La edad de la Inocencia y Como agua para chocolate, quedó en las retinas y papilas gustativas de los que aman por igual el celuloide y los carbohidratos.
Pero, más allá de cómo son sus personajes de ficción, lo que nos trae acá es la verdadera personalidad del querido Stan.
Porque lo que muestra en su vida real es un incorruptible amor a la comida y la forma de preparar recetas italianas.
Además de las asiduas publicaciones e historias en su perfil de Instagram que giran, casi inevitablemente, en torno a comidas y bebidas, Stanley Tucci ya se había dado el gusto de escribir dos libros de recetas.
Pero ahora se animó a algo mayor: contar sus sesenta y tres años de existencia desde lo que fue oliendo, deseando, comiendo y bebiendo.
Eso, nada menos, hace en el imperdible Sabor. Mi vida a través de la comida.
Las primeras imágenes que nos transmite el libro nos transportan a la New York de la década del sesenta. Tucci cuenta su infancia como descendiente de una familia calabresa que (¡cómo no¡) hacía de la comida el tema más trascendental de su existencia. Mientras sus compañeritos de colegio llevaban en su vianda sandwichitos de mantequilla de maní, la “lonchera” armada por su mamá contenía “un huevo revuelto, patatas fritas y pimientos dulces salteados entre dos rodajas de pan italiano”, “sándwich de berenjenas a la parmesana” o “sándwich de albóndigas con ragú”. Cada día, algo distinto sobrante de la opípara cena de la noche anterior.
Tanta variedad y elaboración hicieron del niño Stan un refinado catador y (digamos todo) un pequeño malcriado que, cada tanto se quejaba ante su madre por el menú del día.
La sabia mamma terminaba la discusión con una pregunta letal que, sabía, le permitía ganarla: “Por qué no vas a la casa de los vecinos y les preguntás qué van a comer ellos esta noche?”.
No es original decir que la pasta y su forma de prepararla correctamente son parte importante del libro como, por ejemplo, la simplísima receta de la Pasta con aglio e olio.
“Saltea 3 dientes de ajo en 4 cucharadas de aceite de oliva hasta que hayan dorado ligeramente. Cuece 500 g de espaguetis hasta que estén al dente.
Escurre los espaguetis y mézclalos con el aceite y el ajo.
Añade sal, pimienta y pimentón a gusto.
El queso está prohibido.”
En las 300 páginas que el lector devora con la misma fruición que cuando hinca el diente en un plato de Fettucine con ragú a la bolognesa, Tucci cuenta con un tono cordial, amable y levemente irónico, historias personales o vinculadas a algunas de sus películas más conocidas. Es capaz de no querer recordar el argumento de una de las casi 150 películas en las que actuó pero sí de contar, minuciosamente, qué ser servía en el catering de cada filmación.
Así de fanático culinario es y así sostiene en la introduccón de su último libro.
“La comida me interesa más que el mundo de la interpretación, lo que queda patente en algunos de mis trabajos más recientes”
Las anécdotas protagonizadas tanto por anónimos vecinos neoyorquinos como por celebridades de Hollywood, se van mezclando con recetas de platos y tragos. Como Tucci cree que marcaron su vida, generosamente nos las deja como legado.
Sus bebidas preferidas son el Negroni (como leímos al comienzo de esta nota) y el Martini, definido alguna vez como “el elixir de la tranquilidad”.
Con sólo un poco de hielo, vermú seco, ginebra, aceitunas y un toque de limón, Stanley enseña el paso a paso que consiste en mezclar, batir, enfriar el vaso y, fundamentalmente, las últimas dos acciones: “bébetelo y conviértete en una persona nueva”.
Tucci da la vida por un Martini como la escritora Dorothy Parker que alguna vez sostuvo:
“Me gusta tomarme un Martini.
Dos, como mucho.
Después de tres, acabo debajo de la mesa.
Después de cuatro acabo debajo de mi anfitrión”.
Otras recetas imperdibles son, obviamente, la de varias pastas que Tucci fue probando en sus viajes por su madre patria. Todas explicadas de manera sencilla en las que se nota una extrema devoción por las palabras utilizadas.
No es difícil imaginarlo babeando mientras escribía este libro.
Sin embargo, en Sabor… no sólo hay alegría.
También, al tratarse de una biografía, momentos de angustia y tristeza como cuando cuenta el fallecimiento de su primera esposa y, sobre todo, cuando revela que, hace menos de cuatro años, le diagnosticaron (a él) un cáncer.
Como no podía ser de otra manera, esta historia dramática está cruzada, también, por el tema gastronómico.
Así como en La Revolución es un sueño eterno, el gran Andrés Rivera contaba los últimos días del prócer nacional Juan José Castelli y la paradoja de que “el gran orador de la revolución” sufriera por un mortal cáncer de lengua, Tucci confirma todos sus temores cuando un oncólogo le comunicó que los dolores que lo aquejaban hacía un tiempo se debían a un tumor en la lengua que no se podía operar.
A partir de ese momento, comenzó un tratamiento/calvario que se agravaba por la impotencia que Tucci sentía por no poder comer ni oler alimentos sin sentirse mal.
Pero (¡otra vez spoiler alert, pero con final felíz!) tras dos años de rayos y cuidados el gran Stanley Tucci se recuperó para seguir brillando en la pantalla y, lógicamente, frente a las hornallas.
De sus tiempos de convalecencia también nos deja recetas, como una versión de la tradicional Pasta e Fagioli (pasta y porotos) que pudo por fin degustar cuando la quimioterapia pasó a ser un recuerdo.
En la mencionada Big Night” (lectores, por favor… ¡búsquenla y háganse el favor de disfrutarla!) el hermano mayor (Primo) decide que, durante una noche especial, va a cocinar algo que casi nunca prepara en su restaurante.
Es una receta tradicional pero extraña… que por la cantidad de ingredientes, pasos y horas que demanda se convierte en una tortura sólo justificada por la explosión de sabores al momento de comerla.
Se trata del Timpano, bomba de tiempo para ser ingerida por entre 12 y 16 personas después de haber dado de cuenta de antipasti, pasta y carnes.
Más allá de su momento cinematográfico, esta receta brilla en el libro ya que Stanley cuenta que es una costumbre familiar real que se realizaba durante cada Navidad en su hogar.
En su preparación participaban varios integrantes del clan Tucci y, por la tensión que se generaba en cada Nochebuena, el actor y sus pacientes dos esposas quedaban siempre al borde del divorcio.
Para tener una noción de cómo es el famoso Timpano basta revelar que una especie de semiesfera de masa rellena con pasta seca (ziti al dente), albóndigas, casi un kilo de trocitos de salame genovés, otro tanto de cubos de provolone, una docena de huevos duros y un ragú generado junto a las albóndigas. Casi un acto de barbarie culinaria si no fuera porque el lector daría un brazo con tal de probarla a medida que Tucci cuenta el paso a paso.
Las historias del libro, por cercanas, emocionan.
Y hacen que un famoso actor de películas muy masivas confiese: “Nunca hubiera imaginado que mi pasión por la comida llegaría a eclipsar lo que sentía por la profesión que había elegido… La comida no sólo me alimenta sino que me enriquece. Mente, cuerpo y alma. Lo es todo”.
Sabor. Mi vida a través de la comida -editado por Neo Cook- es una maratón de sensaciones, una hermosa evocación de las costumbres familiares que mantienen las tradiciones italianas en otro continente, una finísima reflexión sobre las relaciones humanas y una fiesta para leer de un tirón.
* Agradecemos a Gourmand Place, librería especializada en gastronomía. IG: gourmandplaceargentina /gourmandplace.com.ar.
Quién es Stanley Tucci
♦ Nació el 11 de noviembre de 1960 en Peekskill, Nueva York, Estados Unidos. Es hijo de Stanley Tucci, un profesor de arte, y Joan Tropiano, una secretaria y escritora.
♦ Estudió interpretación en la State University of New York y debutó en el cine en 1985 con la película “El honor de Prizzi”. Desde entonces, ha participado en más de 100 películas y series de televisión, tanto como actor como director, productor y guionista.
♦ Algunas de sus películas más conocidas son “Camino a la perdición”, “La terminal”, “El diablo viste de Prada”, “The Lovely Bones”, “Los juegos del hambre” y “Spotlight”. Ha sido nominado al Óscar como mejor actor de reparto por “The Lovely Bones” y ha ganado dos premios Emmy y dos Globos de Oro por sus actuaciones en televisión.
♦ También ha escrito varios libros, entre ellos “The Tucci Cookbook” y “The Tucci Table”, que recogen sus recetas familiares de cocina italiana. Además, ha publicado un libro de memorias titulado “Sabor. Mi vida a través de la comida”, en el que relata su pasión por la gastronomía y su experiencia con el cáncer.
♦ Está casado desde 2012 con Felicity Blunt, hermana de la actriz Emily Blunt, con quien tiene dos hijos. Anteriormente estuvo casado con Kathryn Spath-Tucci, con quien tuvo tres hijos y quien falleció en 2009 por cáncer de mama. Actualmente reside en Londres, Inglaterra.