Poco imaginaba Marcelo Birmajer, cuando publicó La remera del Che y otros cuentos políticamente incorrectos, que pocas semanas después el mapa político de la Argentina cambiaría en forma radical con la irrupción de los libertarios.
Sin embargo, y aunque Birmajer no simpatiza con los libertarios, es difícil negar que este nuevo libro ayuda a entender el cambio de época. Los clichés del progresismo aparecen satirizados con brillantez en estos relatos, sin por eso caer en los clichés simétricamente opuestos que están de moda.
Quizá la sensibilidad política de Birmajer sea hoy la imposible, la inhallable, la desaparecida: la que persigue libertad y también justicia, prosperidad y también caridad. Habría que remitirse a otro libro que habla mucho de libertad, de servidumbre y del precio de las cosas, pero más antiguo que los de Friedman o Hayek, me refiero a la Torá. Después de todo, la Escritura tiene un nombre para aquellos que persiguen aquellas cosas: son los justos.
“A mí morir por amor me parece indigno”
¿Y cómo piensan los justos? Hay pistas en el libro de Birmajer, y también en la conversación que sigue.
-Esta frase de tu libro me gustó mucho: “No se puede amar la libertad, se vive la libertad, se aprecia la libertad. No es pasional, es vital. Las pasiones pueden oprimirnos, la libertad puede ser solitaria, insatisfactoria, a la intemperie, pero es la libertad. ¿Qué tiene de bueno la libertad, si puede ser insatisfactoria y también una intemperie?”
-Todas las alternativas son peores. Y es cierto que en esa respuesta no hay un cálculo matemático de cuál es la mejor forma de vida, porque es imposible hacerlo. Uno escucha todo el tiempo de individuos que mueren por amor y lo consideran una muerte digna. A mí morir por amor me parece indigno. Por supuesto, no estoy hablando de defender la vida de la persona amada, sino de matarte por amor o de languidecer por amor hasta la muerte. Como Romeo y Julieta, por ejemplo.
- ¿No hay nada por lo que valga la pena morir?
-Sólo por los hijos y por la propia vida, si está siendo amenazada. Lo único peor que la violencia es someterte a la violencia. Lo único peor que matar es dejarte matar. Pero eso entra dentro del criterio de libertad. Y la libertad no sólo es insatisfactoria: en muchas circunstancias es francamente angustiante. Es reconocer que actuás según tu criterio, que la responsabilidad de tus circunstancias en buena medida es tuya.
-En el primer cuento del libro vos contraponés la actitud del Che, que para escapar de la rutina se va a hacer la revolución, con el heroísmo discreto del que se resigna a levantarse temprano, llevar a sus hijos al colegio, etcétera. ¿Esa es tu ética?
-Es como lo acabás de enumerar, efectivamente. El Che Guevara era un hombre de clase alta, con un excelente pasar, que podría haber participado de cualquier compromiso cívico en Argentina y decidió, por aventurerismo, ir a matar gente a Cuba. El resultado es la dictadura más longeva del mundo hispanoparlante. Duró más que la de Franco. El único lugar de Latinoamérica donde se establecieron campos de reeducación para homosexuales. Y uno de los lugares más pobres del mundo hispanoparlante, junto con Haití.
-Un revolucionario te diría: bueno, pero construyeron algo. ¿Qué pueden construir los héroes cotidianos?
-Thomas Paine escribió un libro que se llama Sentido Común, que es, como lo indica el título, una defensa del hombre común. Este bar donde estamos conversando, la libertad que se respira en este Buenos Aires de imprevisto verano, la libertad que respirás en Nueva York, la que respirás en Roma, la construyeron hombres comunes que fueron a luchar contra el nazismo. No por una vocación utópica, sino para resguardar lo poco que tenían. No se podía eludir esa batalla. Y desde el 45 hasta hoy, ese tipo de personas construyó todo lo meritorio que tiene el mundo. Pero ese mundo libre se encontró hace poco puesto en jaque: esta vez no por el nazismo o el comunismo, sino por una pandemia, o más específicamente por aquellos que tomaron la pandemia como una buena ocasión para encerrar a la gente.
-Eso me lleva a otro cuento del libro, donde un tipo pregunta por qué se ve absurdamente obligado a usar barbijo frente a un mostrador, mientras que la gente que está sentada no tiene que llevarlo…
-La novela de Kafka, El Proceso, es la metáfora exacta de lo que vivimos durante la pandemia. Te acusaban de algo y no sabías de qué. Te acusaban de caminar. Literalmente te acusaban de respirar. Te acusaban de estudiar. Te acusaban de trabajar. Pienso en una de las pocas frases lúcidas, para mí, de Hannah Arendt, que está en Los orígenes del totalitarismo. A mí me resulta muy antipática ella como pensadora, y más todavía por su romance con Heidegger (N.de la R.: ella era judía y él, filonazi).
-¿Entonces?
-En ese libro tiene una frase fabulosa que es: “Para los nazis el mandamiento era: matarás.” Bueno, en la pandemia se revirtieron los mandamientos de la clase media. Ahora los mandamientos eran: “no trabajarás, no estudiarás, no circularás libremente, no te reunirás...” Para colmo, cada vez más descubro que esos mandamientos no tenían relación alguna con protegerse del COVID. Nos convencieron usando nuestro punto débil, que es nuestra confianza en la ciencia. Nunca imaginamos que la ciencia se iba a convertir en superstición.
-Bueno, otra forma de decirlo sería que la superstición tomó a la ciencia como bandera. Porque no es científico postular una hipótesis sobre un virus, imponerla por la fuerza y no someterla a escrutinio, que es lo que se hizo.
-Fue anticientífico, sí. Ahí por primera vez la idea del “poder médico” tuvo resonancia para mí. Yo me encontraba con muchos médicos que se mostraban como mártires aunque, a diferencia de los demás, estaban autorizados a salir a trabajar. Que era algo que hubiéramos querido hacer muchos. Y en esa pose martiriológica ya había más que un mero estar sometido al poder: había una complicidad. De nuevo, la gran derrota del hombre sensato durante la pandemia fue que por primera vez la ciencia nos traicionó. Por supuesto, de la ciencia también vino la salvación, que fueron las vacunas. Pero en Estados Unidos estaba el señor Fauci y en otras democracias liberales había muchos “científicos” que recomendaban las restricciones draconianas. En mi libro doy varios ejemplos del absurdo ligado al barbijo. Por ejemplo, en el gimnasio podías hacer mancuernas sin barbijo, pero para caminar un metro desde las mancuernas hasta el ejercicio de la espalda, te lo tenías que poner. Y cuando llegabas al ejercicio del elástico, te lo podías volver a sacar. En el vestuario tenías que usar barbijo y en la pileta, con todos en el agua, te lo podías sacar. No hay ningún sanitarista que pueda decir que eso tiene lógica.
-Uno de tus personajes dice que durante la pandemia a la humanidad se le ocurrió una extraña idea: que puede exigir una salud perfecta en todo momento. Y visto así tiene razón: es raro exigir de golpe una salud perfecta, una vida sin peligro.
-Pensamos en la polio, que dejó a centenares de miles de personas paralizadas. Roosevelt es un ejemplo. El peligro era tan evidente que te quedabas encerrado en casa sin que nadie te lo mandara. En cambio, hubo al menos un centenar de líderes políticos que padecieron COVID a los que no les pasó nada. Sólo en Argentina hubo un centenar de celebridades que pasaron por el COVID sin ninguna secuela. Muchos publicaban fotos de su momento agónico y a los pocos días estaban haciendo deporte. Hubo gente que se murió, por supuesto. Pero a la mayoría no le pasó nada. Un periodista famoso decía: se me cae el pelo. Bueno, a mí se me cae el pelo desde los treinta años. A otro le dolían los dientes. ¿Y? A mí me duelen los dientes desde los doce años. Hubo gente que se deprimía o que se desconcentraba. Yo tengo un problema de desconcentración desde niño. La raza humana no es perfecta. Hay que sobrellevarlo y seguir trabajando. Porque si no trabajás te morís.
-¿Hay una relación entre esta visión tuya de la vida como algo que se debe aceptar como imperfecto y peligroso y tus posiciones políticas?
-Qué paradoja: empezamos esta entrevista diciendo que no hay que dar la vida por nada, excepto en defensa propia o por los seres amados. O para defender la vida en libertad, cuando está bajo amenaza armada. Que hay que buscar la serenidad, vivir con cierta discreción. Uno de mis personajes en Las nieves del tiempo dice: “No trates de vivir. No seas tan efusivo. Después de todo, no hay tanto”. Hay una famosa frase de Mafalda: “Prefiero un simple de los Beatles a un long-play de los Boston Pops.” Bueno, la vida es un long-play de los Boston Pops. No es un simple de los Beatles. De vez en cuando aparece una canción de los Beatles, pero en general es de los Boston Pops. Para la mayoría de nosotros. Para los Beatles no fue así, claro, y nos alegraron la vida. Los demás tenemos que vivir como podemos. Dicho esto, la naturaleza no es sabia. La naturaleza está contra nosotros. Nuestros propios instintos son misteriosos. Nos levantamos cada día pensando cómo no hacer daño. Ayudar, ya es casi imposible. Pero la vida es una aventura peligrosa. No porque uno sea temerario, sino porque caen piedras de los tejados, se caen los árboles, hay tsunamis, hay terremotos y la propia condición humana es peligrosa. Aceptar esa imperfección tiene, sí, una coincidencia directa con ideología liberal.
-Me quedé con tu mención de antes a Hannah Arendt. ¿Por qué a veces las Hannah Arendt tienen que elegir a Heidegger? ¿Por qué elegir al enemigo?
-Es el placer del sometimiento, que es el exacto opuesto al padecimiento de la libertad. Y nadie lo padece más que los hombres buenos. El hombre bueno que acepta el padecimiento de la libertad y que no interviene de manera coercitiva en las decisiones del otro tiene que soportar desengaños, tiene que soportar la soledad, tiene que aceptar la frustración, la resignación. Por ejemplo, el hombre bueno jamás diría que en el amor y en la guerra todo vale. También en el amor y en la guerra hay reglas y hay que respetarlas.
-Dame, si podés, un ejemplo de una regla en el amor y una en la guerra.
-Cuando alguien te dice que no quiere estar más con vos, te tenés que ir a tu casa. Inmediatamente. Sin tardar un minuto. Y esa regla, los malvados, que son muchos, no la respetan. Dicen: en el amor todo vale. No, no vale.
-¿Y en la era de los escraches esa regla se viola?
-Sí, por supuesto. Hay muchos escraches relacionados con despechos amorosos. Que es una paradoja, porque persiguen como acosador al que abandona. Se penaliza la indiferencia. Se penaliza el dejar de amar. Y yo, en contraste, creo que la virilidad, si es que existe, es aceptar que te abandonen. Para el hombre, ¿no? Aceptar que te abandonen, que no te quieren más. Que no vale todo. Que te tenés que quedar solo. ¿Por qué te tenés que quedar solo? Porque vos sí estabas enamorado de esa persona. Y la aceptación de la libertad mutua requiere soledad.
-Es uno de los sufrimientos de la libertad.
-Exacto. Pero la libertad es mutua, ¿no es cierto? Vos no podés ser libre oprimiendo a otro.
-En otro cuento, El coro, se habla del lado más abiertamente fascista del peronismo. ¿Por qué en la Argentina se sigue confundiendo al peronismo con una forma de izquierda?
-Cada vez más -fuera de la socialdemocracia- la izquierda se transformó en una entelequia epistemológica de la misma vaporosidad que el peronismo. ¿Qué es la izquierda? ¿A qué llamamos izquierda? ¿A qué llamamos izquierda? ¿A Pol Pot? ¿A Mao? ¿A las Brigadas Rojas? ¿A Castro? ¿A Daniel Ortega? ¿A Zelaya de Honduras? ¿Quién es la izquierda? ¿Noriega? ¿El dictador panameño? ¿Quién es la izquierda del Partido Comunista Argentino? ¿Miriam Bregman? ¿Gabriel Solano? ¿Bodart? ¿Belligoni? ¿Grabois? ¿Quién es la izquierda? Son las personas que más atentan contra el progreso. Tienen un correlato directo con la ultraderecha. La ultraderecha, podemos determinarlo, es el nazismo. Y no es casual que uno de los antecedentes del nazismo sea El capital de Marx. Ahí Marx habla contra los judíos. Usa la circuncisión como una metáfora del mal, tal como él lo entiende, que es el capitalismo. Lo mismo en La cuestión judía. Y ahí hay una alianza totalitaria entre la así denominada izquierda, que acabamos de enumerar, y el nazismo, contra los judíos. En la izquierda totalitaria, el antisemitismo se autodenomina antisionismo. Es el intento de exterminio del Estado de Israel.
-Borges dijo que si la Argentina hubiera elegido como libro nacional el Facundo, en lugar del Martín Fierro, nos hubiera ido mejor. Hoy pensaba que esos dos libros, aunque Borges los presenta como opuestos, tienen algo en común: tratan de la libertad. Está la libertad de Sarmiento, que es la libertad política, y la libertad de Martín Fierro, que es individual. ¿Cuál elegís vos?
-Se complementan. Incluso en un sistema político funcional y saludable siempre existirá el hecho irrefutable de que hay ideas que no podemos compartir con nadie. Y de que estamos solos en medio del campo como Fierro. Sin rancho, sin china y sin herencia: a la intemperie. Fierro es un antihéroe, que nos refleja en ciertos momentos de nuestras vidas. Durante la pandemia fue, ante la imposibilidad de enfrentarte a la muchedumbre y a las autoridades, la actitud de esa señora que fue a tomar sol. Sarita fue nuestro Martín Fierro: una mujer que nos representó a todos, porque fue a buscar el sol.
Quién es Marcelo Birmajer
♦ Nació en Buenos Aires en 1966.
♦ Es coautor del guion cinematográfico El abrazo partido (Daniel Burman, 2001), por el que fue galardonado con el Oso de Plata en el Festival de Berlín.
♦ Algunas de sus obras más conocidas son Un crimen secundario (1992), El alma al diablo (1994), Historias de hombres casados (1999), Tres mosqueteros (2001), El túnel de los pájaros muertos (2000) y El club de las necrológicas (2013).