“Lo nuestro”, de Enrique Llamas, un viaje a la España del 92, entre la ilusión y el desengaño

La más reciente novela del joven escritor español se adentra en el lado oculto de la España que albergó los Juegos Olímpicos de Barcelona

Los Reyes de España, Juan Carlos y Sofía, saludaban a su llegada a la tribuna de personalidades, durante la inauguración de los Juegos de la XXV Olimpiada en Barcelona, el 25 de julio de 1992. EFE/yv/Archivo

1992 está marcado en la historia reciente de España como el año en que se llevaron a cabo los Juegos Olímpicos de Barcelona y llenó de optimismo e ilusión cada pasaje de la ciudad condal. Era una época en que las esperanzas y los sueños se alzaban como estandartes de un país en vía de transformación. Sin embargo, detrás de toda esta fachada de aparente progreso, las sombras de los inescrupulosos y los corruptos se expandían a su antojo. Sus engaños marcarían a toda una generación.

Hacia ese lado de la historia se fija, justamente, el escritor Enrique Llamas en su más reciente novela, Lo nuestro, un retrato preciso y sensible de aquel sueño colectivo que, con el tiempo, se desmoronó.

La historia gira en torno a tres jóvenes: Clara, Polo y Jaime. Clara, a sus catorce años, decide escapar de su hogar en las afueras de Madrid para vivir de cerca los Juegos Olímpicos y cumplir su sueño de conocer a su heroína, Arantxa Sánchez Vicario, la famosa tenista española. Polo, un periodista de 31 años, cubre los Juegos convencido de que su futuro profesional será brillante, mientras que su compañero de piso, Jaime, se embarca en lo que cree que es el inicio de su vida adulta. Sin embargo, como suele ocurrir en las aventuras de juventud, sus planes cargados de ilusiones se convierten en una carrera de obstáculos que los hará madurar y enfrentar la dura realidad.

El libro nos muestra una España donde todo parecía posible, pero que ocultaba una realidad más compleja. Llamas se enfoca en la ilusión y el desengaño que caracterizaron aquel periodo, representados de manera inmejorable por el palco de autoridades que presidía la ceremonia de inauguración.

En Lo nuestro nos encontramos con una España que, en retrospectiva, podría considerarse falsa. Muchos de los líderes de la época, desde el rey Juan Carlos hasta la propia Arantxa Sánchez Vicario, engañaron al país con promesas de prosperidad que se materializaron principalmente en sus cuentas bancarias. El fraude fiscal se convirtió en una triste herencia de aquel acontecimiento que dejó una huella imborrable en la historia de España.

Esta pieza de Enrique Llamas nos plantea una pregunta fundamental: ¿Es España el país que sus ciudadanos quisieron que fuera?

La presencia simbólica de Arantxa Sánchez Vicario en la novela es un acierto por parte del autor. La tenista, que alcanzó la cima deportiva y luego sufrió un rápido declive, sirve como un ejemplo perfecto de lo que sucedió en España en ese período. Representa la ambición, el talento y la lucha, pero también la caída en desgracia debido a problemas fiscales, conflictos familiares y relaciones personales. Su figura ejemplifica de manera elocuente los altibajos que experimentó España en los años 90.

Lo nuestro también aborda el mundo del periodismo, destacando cómo los periodistas vivieron aquellos Juegos Olímpicos, un período que consideraron uno de los mejores momentos de sus vidas. Sin embargo, revela la competencia feroz, las trampas cibernéticas y las difíciles condiciones laborales que marcaron la evolución del periodismo en ese período.

Enrique Llamas ya ha explorado en sus obras anteriores contextos históricos que no vivió en carne propia, como la movida madrileña y los últimos coletazos del franquismo. Su más reciente trabajo de ficción se suma a esta exploración de épocas pasadas, ofreciendo una mirada aguda y sensible sobre un momento crucial.

Sobre el autor: Enrique Llamas

El escritor español Enrique Llamas, autor de "Lo nuestro". (AdN Novelas).

♦ Nació en Zamora en 1989 y a los diecisiete años se trasladó a Madrid, donde reside actualmente.

♦ Tras formarse en el mundo de la radio en programas de contenido cultural, se ha especializado en el mundo de la comunicación de las artes visuales, sector en el que lleva trabajando desde hace más de una década.

♦ Colabora habitualmente en diversos medios realizando entrevistas y escribiendo sobre literatura y teatro, y continúa muy ligado al ámbito universitario coordinando encuentros literarios entre escritores y estudiantes.

♦ Por su primera novela, Los Caín (AdN, 2018), recibió el premio Memorial Silverio Cañada al mejor debut de novela negra. Todos estábamos vivos (AdN, 2020), una historia de corte sentimental ambientada en los excesos de la movida madrileña, es su segunda obra. Ambas fueron nominadas al premio de la Crítica de Castilla y León.

Así empieza “Lo nuestro”

El joven príncipe hace su entrada.

Encabeza la comitiva final, la más esperada. Conlleva cierta sorpresa que sea el heredero quien vaya delante, quien porte la bandera de la nación. Una sorpresa entusiasta, una sorpresa que hace que a los presentes les crezca el pecho. Que se les contagie la sonrisa, la luz que irradia el heredero al trono. Tenía que ser él. No podía ser otro excepto él. Resulta evidente, natural, que sea él. Qué manera de medrar el orgullo de quien lo ve. Con su entrada, con su saludo, el hijo del rey parece consumar en ese momento el viaje —a veces lento, vertiginoso otras, pero siempre hacia adelante— que durante los últimos años ha acelerado a la nación hasta situarla a la altura de Occidente. Con su entrada demuestra no solo eso, sino que el futuro ha llegado. Lo corroboran los vítores, el vivaz revoloteo de los colores de la bandera allá donde se mire. Es él, y no la vanguardia teatral que hace unos momentos llenaba el campo, el verdadero regalo.

El séquito del heredero lo configuran los hombres y mujeres más preparados, más elásticos, más rápidos, más fuertes, más constantes y más jóvenes. No podía ser de otra manera, porque el joven príncipe también está entre ellos. Los más elásticos, rápidos, fuertes y constantes. Los más jóvenes.

Son solo unos minutos, pocos, y sin embargo suficientes: quedan grabados para siempre en la retina de quien es incluso demasiado pequeño como para llegar a entenderlo. La alegría es ensordecedora. Un zepelín corona el aire. El país termina en ese instante con todos sus complejos, esos que en los últimos años se han ido extinguiendo a base de trabajo y avances en ocasiones dolorosos. Todo lo justifica este momento. Se certifica que cualquier medida ha sido buena, acertada, porque —ahora sí— hemos pasado de escalar puestos a ser, en esta tarde de verano, el centro mismo del mundo.

El aire caliente, húmedo, llega a todos los rincones del planeta. El príncipe encarna la tradición y la modernidad, los valores de humanidad, de superación, de esfuerzo y resultado que hermanan a todos los deportes.

Gloria.

Arriba, las manos de los asistentes del palco de honor abrasan de tanto aplaudir. Pero se les olvida la quemazón; la imagen del joven príncipe diseña el milagro. Y aplauden más. Aplauden ahora a rabiar. Se levantan ante el grito de entusiasmo general porque ellos han demostrado que en esta nación, y en la nación que engloba a esta nación, son capaces de saltar por encima de las diferencias ideológicas, de las históricas, de los recuerdos dolorosos. Todo para traer el futuro ante los ojos del mundo.

Dulzura.

En el palco presidencial las sonrisas les desbordan las caras. Ellos son los responsables del avance. De la modernidad. De ser el centro del mundo. La popularidad de la que gozan solo la habían imaginado en sueños. Allí están don Juan Carlos de Borbón, doña Sofía de Grecia, Felipe González, Jordi Pujol, Pasqual Maragall, Juan Antonio Samaranch… No evitan saludar. Saben que el foco también está sobre ellos.

Esperanza nuestra.

La esperanza nuestra, piensan en el palco, está resuelta. Los demás, los de abajo, los que solo aplauden y no saludan, creen que ya está hecho, que este es el fin de la historia de España, que todo está logrado. Es esta muchedumbre la que, aunque no lo sepa, tendrá que buscar otras esperanzas cuando acabe la bonanza en los salones de sus casas, en las televisiones de los bares donde celebran que hoy se consagra un nuevo modelo de país. Desde el palco piensan que allí abajo hay unas expectativas ya cumplidas. Pero no es nuestra esperanza, barruntan, es la suya y ya caducará.

Y quizá pensaran eso arriba, desde el palco, hinchados de orgullo como pavos. O eso creemos ahora, años después, que pensaron.

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