A David Grossman nadie le va a contar cómo es la guerra

El autor israelí estaba escribiendo un libro sobre una madre que quiere impedir que su hijo muera en combate cuando el propio hijo cayó en el Líbano. Dos títulos conmovedores de un hombre que sostuvo sus convicciones. Este artículo reproduce el newsletter “Leer por leer”.

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El escritor David Grossman y
El escritor David Grossman y su hijo Uri.

¡Hola!

Gracias por estar nuevamente acá. Esta semana es ineludible pensar en lo que pasa en Israel y en Gaza. Para todo el mundo y quizás más para los muchos judíos argentinos —la argentina es la cuarta comunidad judía fuera de Israel—- que tenemos familia, amigos y recuerdos de juventud por allá.

Por eso, ya que lo mío es hablar de libros, no me puedo sacar de la cabeza al escritor israelí David Grossman y, en particular, dos de sus libros, La vida entera y Más allá del tiempo.

Grossman llegó al mundo en Jerusalén en 1954, apenas seis años después de la creación del Estado de Israel: es decir, es parte de la primera generación de israelíes, los que vivieron -—salvo la primera, en 1948—- todas las guerras de Israel. Nadie le va a contar cómo es eso.

Como escritor ganó un montón de premios literarios; el más importante quizás sea el Booker Prize (en 2017). Pero hay algo más que tenés que saber. Acá voy.

La vida partida

En 2006 Israel peleaba la Segunda Guerra del Líbano y entre los soldados que habían cruzado la frontera estaba Uri, el hijo de Grossman, que era sargento. Por esos días el escritor, junto a sus colegas Amos Oz y A.B. Yehoshua firmaron una solicitada en la que pedían que se hiciera un acuerdo y se terminaran los tiros.

No discutían causas ni derechos: “La acción militar, como tal, aparece ante nuestros ojos justificada desde un punto de vista ético y está de acuerdo con la ley internacional sobre la autodefensa”, decían. Pero igual sostenían que así no.

“No quiero decir nada de la guerra en la que has muerto. Nosotros, nuestra familia, ya la hemos perdido”

Grossman fue más lejos. En una conferencia de prensa, tras la solicitada, dijo que el Gobierno hacía las cosas mal y que se equivocaba si creía que “lo que no funciona con la fuerza, va a funcionar con más fuerza”.

No lo escucharon y los tanques israelíes entraron al Líbano. Unos días después, en uno de ellos, cayó Uri.

Pocos días después Grossman publicó un artículo: ¿Iba a revisar sus ideas? En carne viva, escribía: : “En estos momentos no quiero decir nada de la guerra en la que has muerto. Nosotros, nuestra familia, ya la hemos perdido. Israel hará su examen de conciencia, y nosotros nos encerraremos en nuestro dolor, rodeado de nuestros buenos amigos, arropados en el amor inmenso de tanta gente a la que, en su mayoría, no conocemos, y a la que agradezco su apoyo ilimitado”.

El escritor israelí David Grossman.
El escritor israelí David Grossman. (Getty)

Pero vale la pena ir un poco más atrás. En 2003, poco antes de que Uri entrara al Ejército, Grossman empezó a escribir una novela protagonizada por una mujer que tiene un hijo en el combate y sale a caminar por el país para no recibir, para que nunca lleguen a su puerta, los militares que avisan a la familia que un soldado murió.

La vida entera se llama la novela y en ella el chico ya terminó el Ejército pero estalla la guerra y quiere volver junto a sus compañeros. Entonces es la madre -—esa madre que después querrá detener la muerte—- la que lo lleva a la base. Lo hace en el taxi de Sami -—un conductor árabe con quien siempre viaja—- y allí lo deja.

- “Empecé a escribir el libro porque quería acompañar a Uri todo lo que pudiera”,- me dijo Grossman en 2012, cuando lo entrevisté en Buenos Aires.

Fue una entrevista dura. Hablábamos en hebreo, lo que ya establecía cierta cercanía, a pesar de mi precario dominio del idioma. Yo sabía que Grossman todavía estaba escribiendo ese libro -—el de la madre que cuenta la vida del hijo desde sus primeros pasos—- cuando el timbre que sonó fue el suyo. Y él no había salido, recibió en la cara la muerte del hijo.

Para esa entrevista yo también había leído el libro que seguía, Más allá del tiempo, en que una pareja trata de aprender a vivir con la idea del hijo muerto.

Una de las frases de Más allá del tiempo me quedó grabada para siempre: “A él sin su no ser no puedo recordarlo ya”. El hijo es un hijo muerto, eso que pasó seguirá pasando para siempre. En el libro el hombre no se llama David, la mujer no se llama Michal -—como la esposa del escritor—- pero ¿cómo no pensar en ellos?

La charla anduvo entre lo literario y lo político, imposible que sea de otra manera con Grossman: sus libros no esquivan la política porque no hay cómo vivir en Israel y eludirla. Ese día hice las preguntas más difíciles de mi vida periodística.

El sacrificio de Isaac, pintado
El sacrificio de Isaac, pintado por Caravaggio.

Recordé que, en la Biblia, Dios ordena a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac. El hombre acepta, camina lentamente con el chico al lugar donde lo matará. En la Biblia Dios detiene el cuchillo unos instantes antes de que se clave porque la prueba de obediencia ya está cumplida. Algo de la historia bíblica -—llevar al hijo a la muerte por una causa superior—- creí ver en la elección de que fuera la propia madre la que acompañara al chico al Ejército. Entonces le dije:

-Se ve la alusión a la historia bíblica del sacrificio de Isaac. Imposible no pensar en esa reflexión, “estoy llevando a mi hijo a la muerte voluntariamente”.

Hablaba del personaje, claro. Pero él contestó que de verdad, de verdad, no creía que las palabras pudieran salvar a nadie, aunque sí, el libro intentaba acompañar a su hijo. Y me habló de la paz; el dolor no lo había vuelto un vengador sino que había acentuado su pacifismo. “Entre los israelíes hay muchos que piensan que nunca llegaremos a la paz. Que esa es la situación existencial que nos toca. Pienso que esa creencia es destructiva y es la que nos impide conseguir la paz.”

Entonces pregunté de nuevo:

-¿La paz no implica la aceptación de la derrota por parte de los palestinos? Como el chofer árabe de su libro, que fue dueño de tierras que ahora son un kibutz.

Me respondió que sí. Que sí. “Sí, a veces es necesario que alguien acepte su derrota. Hablamos de soluciones parciales, no de justicia absoluta. Justicia humana, de compromiso. Hay que acostumbrarse a las limitaciones de la realidad: los israelíes tienen que renunciar a algunas pretensiones territoriales y los palestinos tendrán que renunciar a algunos de sus deseos”.

Jerusalén. Donde nació David Grossman.
Jerusalén. Donde nació David Grossman.

Hay que tener las convicciones bien puestas para dejar de lado las declaraciones bravuconas, la retórica triunfalista y aún el discurso “buenista” y decir sí, hay que arreglar las cosas desde donde están ahora. Es una posición que seguramente se puede criticar por ambos lados y que exige construir un futuro que no es ideal ni perfecto. Renunciar, dice Grossman.

De ese escritor quería hablar, de esos libros.

En el primero, La vida entera -—publicado en 2008—-, la protagonista de Grossman trata de mostrarnos no sólo cómo creció, cuánto le costó caminar, quién era ese hijo cuya muerte trata de impedir sino que, además, va dando cuenta de cómo se vive y qué pasa en el país. Por ejemplo cuando Sami, el conductor árabe, usa a la madre de escudo para llevar a un chico palestino ilegal a recibir atención médica también clandestina e ilegal porque ¿cómo entrar al hospital con alguien no declarado? Juntos pasan una revisión policial: los lectores temblamos con ellos.

Más allá del tiempo es un libro más conmovedor todavía. Está escrito en versos y también como teatro, entonces la respiración se va cortando en la lectura. Mejor: no hay que leer rápido algo así. Cuando dice por ejemplo: “Hace ya cinco años que no es más que un no y otro no”. Uri murió en 2006, el libro salió en 2012.. ¿cuándo lo escribió? ¿A los cinco años?

Quería hablar de los libros de Grossman pero ¿qué más voy a decir?

Los dejo con algunos subrayados

De “La vida entera”

1. (...) antes de las seis había corrido a llamar a su regimiento para suplicar que lo reclutaran.

2. ¿Qué he hecho? He llevado a Ofer a la guerra. Yo misma lo he llevado a la guerra. ¿Y si le pasa algo? ¿Y si nunca más vuelvo a tocarlo?

3. Por un instante los tres quedaron atrapados en medio del angustioso destello de aquella imagen: Ofer en lo alto de la escalera, el arma columpiándosele y el cargador sujeto al arma por medio de una goma; ella con su estúpido bolso de gamuza violeta, demasiado elegante, aborrecible incluso para un viaje como aquel; y Sami que, sin moverse de donde estaba, se iba encogiendo como si se fuera vaciando poco a poco.

4. Mañana tendría que haber estado brincando por entre las rocas de Galilea con su hijo menor, solo que ha habido un pequeño contratiempo.

5. (...) cuántas veces se había dirigido a la puerta tras oír el timbre diciéndose, ya está, todo ha terminado, mientras que ahora esa puerta iba a permanecer cerrada ante ellos un día, dos, una semana, dos semanas, de modo que la noticia no podría ser comunicada, porque para dar una noticia hacen falta siempre dos, pensó Ora, el que la comunica y el que la recibe, y esa noticia no va a encontrar quien la reciba y por eso no va a poder ser dada (...)

6. Yo aquí no me quedo, se repite, por intentar darse ánimos a sí misma, no pienso recibir esa noticia de ellos, y suelta una repentina y seca risita, ya está, decidido, se negará, será la primera objetora-de-noticia.

De “Más allá del tiempo”

1. En un instante fuimos arrojados/ al destierro. / llegaron por la noche, llamaron a nuestra puerta, dijeron: a tal y tal hora,/ en tal y tal lugar, vuestro hijo, esto y lo otro./ Enseguida tejieron/ una tupida red, la hora/ el minuto y el lugar exacto,/ pero la red tenía un agujero, ¿lo/ entiendes? La red,/ tan tupida, tenía/ por lo visto un agujero/ y nuestro hijo/ cayó/ al abismo.

2. (...) a él/ sin su no ser no puedo/ recordarlo ya.

3. Me levanté, te envolví/ en una manta,/ me agarraste la mano, me miraste/ a los ojos: el hombre/ y la mujer/ que un día fuimos/ inclinaron la cabeza/ en señal de despedida.

4. ¿Cómo vamos a llegarnos el uno al otro?, pensé/ aquella noche,/ ¿cómo vamos a apasionarnos?/ Si cuando te bese/ se me cortará la lengua/ con los pedazos de cristal/ de su nombre/ en tu boca.

5. En un instante fuimos arrojados/ al destierro. / Llegaron por la noche, llamaron a nuestra puerta,/ dijeron: a tal y tal hora,/ en tal y tal lugar, vuestro hijo,/ esto y lo otro. /Enseguida tejieron/ una tupida red, la hora,/ el minuto y el lugar exacto,/ pero la red tenía un agujero, ¿lo/ entiendes? La red,/ tan tupida, tenía/ por lo visto un agujero/ y nuestro hijo/ cayó/ al abismo.

Los dos libros los leí hace tiempo y ahora volví a ellos. Los recomiendo MUCHO, pero tené fuerte el corazón para leerlos porque vas a sentir el efecto.

Nos vemos en la próxima. Cualquier cosa me escribís a pkolesnicov@infobae.com.

Otras entregas de “Leer por leer” se pueden encontrar en este enlace.

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