Juana Repetto fue una de las primeras celebridades argentinas en mostrar públicamente el “lado B” de la maternidad. A través de sus redes sociales, en las que cuenta con más de 1,5 millones de seguidores, se animó a mostrar otra cara -conocida por muchos pero admitida por pocos- sobre lo que ella llama, con humor, “maternidark”.
“Había soñado toda mi vida con tener a ese bebé en brazos, había soñado por meses el parto que logré tener, estábamos los dos sanos, mi familia me acompañaba, todo venía como el sueño lo indicaba, pero yo... no me sentía bien emocionalmente y eso me daba muchísima culpa. Y no tengo dudas de cuánto mejor lo hubiese pasado si alguien me hubiera dicho: ‘No estás sola’”, escribe en su nuevo libro, No estás fallada. Un manual sin filtros para abordar la maternidark.
Editado por Planeta, en este libro Juana Repetto responde, con la ayuda de algunas de las más destacadas profesionales en maternidad de distintas áreas, las dudas más frecuentes que llegan en los primeros años de tus hijos desde su experiencia como “madre soltera” y con otros tipos de familias no “típicas”.
“Después de un durísimo puerperio, en el que no me sentí tan feliz, más bien sentía mucha angustia y miedo, -escribe ‘Juanita’ Repetto- me di cuenta de cuánto más liviano y menos duro hubiese sido si yo hubiese escuchado a alguien que me dijera: ‘Juana, es normal sentirse así. No sos la peor mujer del mundo por llorar de angustia a pesar de tener a tu bebé que tanto deseaste en brazos y supersaludable. Por tener miles de miedos, algunos incluso irracionales’”.
En la introducción, que puede leerse a continuación, la autora se define a sí misma como “una niña criada entre camarines, bambalinas y estudios de televisión”. Para quienes no saben, la actriz, comediante y bailarina de tap argentina -cuyo trabajo “prefe, principal y más intenso” es maternar- es hija de Reina Reech y Nicolás Repetto, así como nieta de la reconocida vedete y cantante argentina Ámbar La Fox.
Así empieza “No estás fallada”, de Juana Repetto
Introducción
Mi nombre es Juana, fui una niña criada entre camarines, bambalinas y estudios de televisión. Soy nieta de Ámbar La Fox, quien fue una reconocidísima vedete y cantante argentina, de la época en la que los artistas eran pocos y multifacéticos. Hizo teatro de revista, giras internacionales en las que patinaba sobre hielo, comedias musicales como Chicago, por ejemplo, y así podría seguir... Soy hija de una actriz y bailarina, también multifacética, que tuvo lo que yo considero su época de oro con el rubro infantil, y de un padre periodista y productor, que es considerado uno de los conductores más importantes del país.
Tranqui mi infancia, ¿no?
Con sus partes más complejas y todo lo disfruté muchísimo: para mí no había mejor plan que acompañar a mi papá a sus programas de televisión y correr por los pasillos del canal, o ir con mi mamá al teatro y bailar todas las coreografías en bambalinas e incluso subirme con ella al escenario. Le suplicaba que me dejara participar de sus shows y sus videoclips; cuando lo hacía era la niña más feliz del universo.
Todavía recuerdo como si fuese hoy, esos estadios llenos de miles de niños aclamando a mi madre, gritando su nombre, cantando sus canciones y luego esperándola en la salida; yo la acompañaba en sus brazos mientras miles de niños intentaban tocarle la mano, pedirle un autógrafo y algún que otro privilegiado que en ese momento tenía cámara, pedirle una foto. También recuerdo el no poder ir a pasear a un shopping con mi padre, porque no podíamos caminar dos metros sin que lo frenaran para saludarlo o pedirle un autógrafo. En ese momento no era opción ir a lugares públicos con ellos porque no se podía caminar.
Todo lo que respecta a mis mapadres durante mi infancia fue bastante puertas adentro, salvo cuando viajábamos. Debo decir que siempre buscaron la manera de hacerme disfrutar: visitas al campo, Uruguay, la nieve con papá, all inclusive con mamá.
Evidentemente esa vida me gustaba porque desde que recuerdo les pedía que me dejaran ir a audicionar para trabajar en alguno de los programas infantiles que veía por TV, era mi sueño máximo, pero ellos me insistían en que primero tenía que estudiar y yo allí iba. Tomaba clases de baile, de comedia musical, de teatro y todo lo que se les ocurra, pero mientras tanto seguía insistiendo con que quería trabajar, tanto es así que acordamos que a los quince podría probar suerte.
Como se imaginarán, todo esto que les conté me ha dado visibilidad innata, por así decirlo. La gente de cierta generación me conoce desde que nací, o desde antes incluso. Para cuando finalmente llegó el momento tan esperado, había una puerta enorme que ya estaba abierta. Pero ojo, que te ayude a entrar no quiere decir que sea fácil sostenerlo ni hacerte un lugar.
Cuesta mucho más que se valore el laburo, siempre está el que prácticamente sin analizar lo que estás haciendo, juzga, y quienes están buscando el error con la lupa porque “llegaste por ser hija de”. Como si por ser hija de gente del medio no pudieras tener talento. No me fue fácil lidiar con eso, muchas veces hasta me lo creí a pesar del estudio, de haber conseguido trabajos audicionando, de haber tenido muchos NO y otros SÍ. Uno solo sabe cómo llegó hasta donde llegó y todo lo que le costó.
De todos modos, el camino fue hermoso y positivo. Llegué a actuar en obras de teatro superprestigiosas, con actrices que han trabajado con mi abuela; podrán imaginar el honor que fue para mí. También con directores superprestigiosos y tantas cosas de las que estoy orgullosa y agradecida porque me trajeron hasta aquí.
Esto me dio un reconocimiento propio, que alcanzó mi mayor exposición con la aparición de las redes sociales. Esta herramienta es la que me permite mostrar mi realidad y no solo el lado que quizá vemos o veíamos en su momento en revistas o en una entrevista en TV. También debo admitir que fue lo que mayor aceptación me brindó: la Juana real, en su casa con los cables a la vista, sin maquillar, despeinada, con los juguetes desparramados y también tantas otras cosas más profundas que de a poco me fui atreviendo a compartir.
Esto generó mucha empatía con otras mujeres, a las que nadie les había hablado de la maternidad cruda, cruel. Nadie mostraba en las revistas a mamás poco felices, llorando, colapsadas, manifestando no estar en el momento más feliz de sus vidas a pesar de tener en brazos a su tesoro más preciado. Y yo después de un durísimo puerperio, en el que no me sentí tan feliz, más bien sentía mucha angustia y miedo, me di cuenta de cuánto más liviano y menos duro hubiese sido si yo hubiese escuchado a alguien que me dijera: “Juana, es normal sentirse así. No sos la peor mujer del mundo por llorar de angustia a pesar de tener a tu bebé que tanto deseaste en brazos y supersaludable. Por tener miles de miedos, algunos incluso irracionales”.
Había soñado toda mi vida con tener a ese bebé en brazos, había soñado por meses el parto que logré tener, estábamos los dos sanos, mi familia me acompañaba, todo venía como el sueño lo indicaba, pero yo... no me sentía bien emocionalmente y eso me daba muchísima culpa. Y no tengo dudas de cuánto mejor lo hubiese pasado si alguien me hubiera dicho: “No estás sola”.
En principio se me abrió el camino haciendo gimnasia para embarazadas, donde conocí a muchas mujeres que tenían un montón de información, quizá no precisamente del tipo de crianza que yo luego elegí, pero sí de mucha conciencia acerca de los embarazos y nacimientos respetados.
De a poco, una cosa fue llevando a la otra: de la gimnasia a un curso de preparto, a la tribu de mujeres, a la consulta con la puericultora, al curso de crianza y de movimiento libre, a la alimentación. Así conocí saberes que son muy antiguos, aunque mucha gente crea que son una moda actual y pasajera. Saberes que fundamentan un tipo de crianza donde se prioriza SIEMPRE el bienestar del bebé, niña o niño, por sobre TODO. Donde el famoso “el nene se tiene que adaptar a tu vida” se te derrumbó en medio segundo.
Mi propósito con este libro es compartir la información que fui recolectando en cada etapa de mi historia con la maternidad, para que cada una pueda elegir y decidir cómo quiere vivir sus embarazos y maternidades viendo TODAS las posibilidades que tenemos. Desde el tipo de familia que deseamos formar (típica, monoparental, ensamblada, etc.), hasta qué tipo de nacimiento queremos para nuestros hijos y qué forma de criar. Les voy a ir compartiendo un poquitito de mi historia y vamos a charlar con los profesionales que me fueron guiando en cada una de las etapas para que puedan tener un pequeño manual de maternidad ahí al alcance de la mano cada vez que lo necesiten.
Mi familia monoparental: la búsqueda de mi primer embarazo
Soñé con la maternidad desde siempre: mis juegos de niña, mis intereses con otros niños, el vínculo con mi hermanito menor al que le llevo ocho años y luego con los hijos de mis amigas fue siempre desde el disfrute y un deseo enorme. Tanto es así, que desde adolescente siento el deseo de maternar y no particularmente soñando con la familia “tipo”, siempre fue un deseo muy mío, personal. No venía en relación con el vínculo con una pareja, no era el deseo de formar esa “familia tipo” que estábamos acostumbrados a ver. Tampoco imaginaba otro tipo de familia, no sabía que existieran las posibilidades de formarla de forma responsable, simplemente sentía el deseo.
Ya un poco más grande, después de algunas parejas frustradas empezó a aparecer la posibilidad más tangible de ser “madre soltera”. Pero seguía siendo un deseo inconsciente y bastante irresponsable. ¡Si quedo embarazada y se borran, yo feliz! Sentía y hasta con los más íntimos quizá hasta lo decía, pero no era algo que buscara. No me parecía la manera, por más fuerte que fuese el deseo, en mi interior sabía que no quería tener un hijo con un padre que lo abandonara, o que le diera pelota, pero sin haber tenido el deseo de tenerlo. Pero... lo menciono porque ya aparecía esa posibilidad en mi cabeza y sentía que podía ser mamá sola y hacerlo muy bien.
Con el paso del tiempo, algunas amigas mías ya tenían hijos, algunas con bebés chiquitos separadas, pudiendo solas el tiempo que les tocaba; yo siempre lista para cuidarlos cuando fuera necesario, en mi salsa, cosa que también me iba haciendo sentir más segura de poder hacerlo.
A los veintiséis años, compartí un trabajo con una actriz que siempre tuvo una mirada superespecial de la vida, a la que yo admiro como profesional y como persona. Su cabeza es espectacular, de una libertad y expansión que no se ven a menudo. Una mujer superlibre, sin prejuicios, que va siempre para adelante, diciendo y haciendo lo que siente y desea sin importarle la mirada del otro. Y ella, con dos niños, separada, me vio con su bebé; sabía de mi deseo y me dijo: “Hacelo, podés tener un hijo con un donante”. Yo no sabía que se hacían estos tratamientos en la Argentina, no sabía si era legal y menos aún si me alcanzaría la plata para hacerlo. Pero ahí fue donde hice el clic y me dije: ¡INVESTIGÁ!
Pocos días después le pedí a esta amiga el teléfono de su obstetra, ya que había sido superdiscreto con sus dos embarazos, y yo no quería que saliera a la luz que estaba haciendo esta búsqueda; aún no le había dicho a ninguna otra persona más que a ella. Ni a mi más íntima amiga, ni a mi familia, solo ella lo sabía. A quien, dicho sea de paso, le vuelvo a agradecer. Jamás olvidaré esa charla en la cocina.