Hace unos años, en el programa Conversaciones en el laberinto -una serie del canal Encuentro sobre Jorge Luis Borges que conducía Claudia Piñeiro- el escritor Carlos Gamerro sostuvo que, contra lo que se suele suponer, el escritor argentino no era frío respecto de la política sino todo lo contrario: muy caliente. Lo decía, Gamerro, por el convencido antiperonismo del autor de El Aleph.
Pero tal vez también haya que pensar que ese calor está detrás de sus escritos sobre el Estado de Israel. Allí analizó, recordó, vio lo que pasaba y vislumbró lo que seguiría pasando.
“Cuando empezó la Guerra de los Seis Días, me acuerdo que el primer día yo no estaba seguro de la victoria, dudaba como todos acaso dudábamos en Buenos Aires, pero estaba seguro de mi fervor a la causa de Israel”, contó Borges en una entrevista publicada en 1971 en Tierra de Israel. Testimonios Argentinos.
El ya fallecido escritor Bernardo Ezequiel Koremblit -que dirigió la revista literaria Davar, de la Sociedad Hebraica Argentina- contó en la revista Sefardica que ese fervor de Borges se tradujo, no podía ser de otra manera, en palabras: “No ha de quedar omitido el recuerdo de la mañana en que Borges se nos apareció en nuestra alcazaba cultural de Hebraica, el tercer día de la Guerra de los Seis Días, diciendo por todo saludo al entrar en el cuarto: “¡Viva la Patria!”. Llevaba, para publicar, un poema.
Cuenta Koremblit: “Con la voz emocionada, resistiéndose a sentarse, rechazando el café, comenzó a decir los estremecedores endecasílabos del célebre soneto: Quién me dirá si estás en el perdido/ laberinto de ríos seculares/ de mi sangre, Israel? ¿Quién los lugares/ que mi sangre y tu sangre han recorrido? / No importa. Sé que estás en el sagrado/ libro que abarca el tiempo y que la historia/ del rojo Adán restaca y la memoria/ y la agonía del Crucificado. / En ese libro estás, que es el espejo/ de cada rostro que sobre él se inclina/ y del rostro de Dios, que en su complejo/ y arduo cristal, terrible se adivina. / Salve, Israel, que guardas la muralla/ de Dios, en la pasión de tu batalla”.
“Un poema que escribí en esos días refleja tal angustia”, contaría Borges más tarde. “Luego le siguió otro poema, posterior a la victoria israelí, en el cual ya entendía que Israel venció y se salvó, con todo lo que ello implica”.
En ese primer poema, Borges ya muestra algunas de las ideas que seguiría desarrollando: un pueblo antiguo, el vínculo de ese pueblo con uno de los libros que considera fundantes de la civilización occidental -la Biblia- y ese presente de batallas.
Después del triunfo israelí, Koremblit había quedado en ir a la casa de Borges a buscar otro poema pero el escritor se le adelantó y volvió a aparecer en la redacción de Davar. Llevaba estos versos.
Un hombre encarcelado y hechizado, /un hombre condenado a ser la serpiente/ que guarda un oro infame, /un hombre condenado a ser Shylock/ un hombre que se inclina sobre la tierra/ y que sabe que estuvo en el Paraíso,/ un hombre viejo y ciego que ha de romper/las columnas del templo, /un rostro condenado a ser una máscara,/ un hombre que ha pesar de los nombres/ es Spinoza y el Baal Shem y los cabalistas,/ un hombre que es el Libro,/ una boca que alaba desde el abismo/ la justicia del firmamento,/ un procurador o un dentista/ que dialogó con Dios en una montaña,/ un hombre condenado a ser el escarnio,/ la abominación, el judío, / un hombre lapidado, incendiado/ y ahogado en cámaras letales, un hombre que se obstina en ser inmortal/ y que ahora ha vuelto a su batalla, /a la violenta luz de la victoria, /hermoso como un león al mediodía.
Otra vez, Borges retomaba la historia del viejo Israel -ya no el Estado sino el pueblo judío-, recorría su historia -ahí están Adán y Eva, Sansón, los filósofos, la Biblia, Moisés, el nazismo- y llegaba al presente de un Israel combativo.
El autor, se sabe, siempre apeló a la contradicción entre hombres de letras y hombres de acción. En su propia familia, la biblioteca por un lado, el paterno, y las armas, el materno. Él, que imaginaba el Paraíso “bajo la especie de una biblioteca”, también hizo un culto del coraje. Aquí, hace de la historia del pueblo judío la de un solo hombre y va de la filosofía y el Libro -la Biblia- a la batalla, a la “violenta luz de la victoria”. La biblioteca y las armas, en un recorrido.
En 1969, Borges visitó Israel. Pero unos años había intercambiado algunas cartas David Ben Gurión, quien fuera Primer Ministro entre 1948 -la creación del Estado- y 1954. El investigador argentino Martín Hadis encontró esas cartas.
“Acaso usted no ignore la afinidad que siempre he sentido por su admirable pueblo. He estudiado con singular dedicación la mente de Espinoza, he aprendido el alemán en la obra de Heine, he procurado penetrar a través de las páginas de Buber y de Scholem en el orbe insondable de la cábala y de los Hasidim. Creo asimismo que más allá de los azares de la sangre, todos somos griegos y judíos”, le decía Borges a Ben Gurión en octubre de 1966.
De ahí saldría la invitación a visitar Israel. Borges escribiría luego: “A principios de 1969, pasé diez días muy emocionantes en Tel Aviv y Jerusalén como invitado del Gobierno de Israel. Volví con la convicción de haber estado en la más antigua y la más joven de las naciones, de haber venido de una tierra viva, alerta, a un rincón medio dormido del mundo”.
Después escribió otro poema, en el que vuelve a la Historia, esta vez para ir dejándola atrás. Esta es la Historia, dice, pero ¿hay nostalgia? Ahora que conoce el terreno advierte que el riesgo -el que él imaginaba- era trasladar a la nueva tierra a los judíos diaspóricos y extrañar una forma de ser que había quedado atrás. Pero, dice “la más antigua de las naciones es también la más joven”. Entonces, lo que hubo que hacer -lo deduce pero lo escribe omo un mandato bíblico, es olvidar las viejas lenguas, olvidar quién se ha sido y ser “un israelí, un soldado”. En Israel ve el reencuentro de judíos dispersos. Por eso: “Trabajará contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca”, dice. Nada de esto -Borges lo sabe- es gratis. Por eso advierte, como si estuviera mirando al futuro: “Una sola cosa te prometemos: /tu puesto en la batalla”.
Éste es el poema. Como los dos anteriores, integra el libro Elogio de la sombra.
Israel (1969)
Temí que en Israel acecharía
con dulzura insidiosa
la nostalgia que las diásporas seculares
acumularon como un triste tesoro
en las ciudades del infiel, en las juderías,
en los ocasos de la estepa, en los sueños,
la nostalgia de aquellos que te anhelaron,
Jerusalén, junto a las aguas de Babilonia,
¿Qué otra cosa eras, Israel, sino esa nostalgia,
sino esa voluntad de salvar,
entre las inconstantes formas del tiempo,
tu viejo libro mágico, tus liturgias,
tu soledad con Dios?
No así. La más antigua de las naciones
es también la más joven.
No has tentado a los nombres con jardines,
con el oro y su tedio
sino con el rigor, tierra última.
Israel les ha dicho sin palabras:
olvidarás quién eres.
Olvidarás al otro que dejaste.
Olvidarás quién fuiste en las tierras
que te dieron sus tardes y sus mañanas
y a las que no darás tu nostalgia.
Olvidarás la lengua de tus padres y aprenderás la lengua del Paraíso.
Serás un israelí, serás un soldado.
Edificarás la patria con ciénagas: la levantarás con desiertos.
Trabajará contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca.
Una sola cosa te prometemos:
tu puesto en la batalla.