Abrasha Rotenberg tiene 97 años. Fito Páez, que ya anda por los 60, sabe que en esos 97 Abrasha vio, pensó y sintió muchas cosas. Rotenberg, padre de la actriz Cecilia Roth, fue su suegro durante años y es el abuelo de su hijo Martín.
Es también autor del libro El moscovita desesperado, que, editado por el sello Hugo Benjamín, compila cuentos en los que, dirá Páez, aparece el verdadero estado del arte y se ve a un intelectual al que no le interesa mostrarse bajo esa etiqueta. Se ve a un padre, a un amante, a un abuelo y a un amigo, y a un hombre que vio el estalinismo y la dictadura argentina de cerca.
Páez escribió sobre El moscovita desesperado, el último libro de Rotenberg, que publicó otros como La amenaza y Última carta de Moscú. Infobae Leamos comparte a continuación ese texto que escribió el autor de El amor después del amor sobre uno de los últimos libros que lo conmovieron.
Rotenberg según Páez
Antes que nada, nombrar la idea de la desesperación en el título de un libro es un acierto definitivo. No solo en los filmes o en los cuentos y novelas o en el medio de una balacera, o colgados de una soga a miles de metros de altura, o perdidos en el medio del océano, se encuentra este sentimiento, dueño de muy mala prensa en las mentes biempensantes de todos los tiempos.
La desesperación es central en las personas que nos dedicamos a esto. Da dimensión del humor, del dolor y del ridículo de todo el asunto. O sea, que el título El moscovita desesperado nos prepara excelentemente para todo lo que vamos a leer en este libro de aventuras con ribetes cinematográficos y altas dosis de comedia.
Me asombra la capacidad de Abrasha para deslumbrar en cada una de sus intervenciones literarias. Aunque es inevitable señalar el aura, el plus amateur que lo circunda. Ese desparpajo propio del verdadero arte. La irrupción del absurdo y lo extraordinario en el momento menos oportuno. Cuando lo imprevisto se vuelve imprescindible, en boca de Gerardo Gandini.
Este libro, que podría ser una bitácora de vida, se manifiesta con la liviandad que otorga el implacable paso del tiempo. Y una fuerte impronta de cultura rock, también hay que decirlo, transmutada aquí en una fuente de alegría refrescante en la que parte de la juventud que circula por el mundo en estos días debería mojar las patas más a menudo y desacartonar tanto neoconservadurismo algorítmico que rige el pulso de sus vidas, tan propensas a una falta de curiosidad por todo lo que no sean ellos mismos. Hecho ciertamente alarmante.
Aquí, por el contrario, todo es curiosidad, deriva, incertidumbre, riesgo y golpes súbitos de genio. La tendencia al final feliz y al abandono de las cosas que nos hacen mal transforma a Abrasha Rotemberg en un pájaro. En busca de nuevos horizontes y nuevos y buenos aires que nos permitan avisorar desde el espacio abierto otras ciudades y encontrarse con nuevos destinos no asignados.
Hay una crítica mordaz hacia ciertos sectores de la intelectualidad universal. Donde el propio autor, posiblemente, nos ponga al tanto de sus altos niveles de neurosis mientras debate, vive y narra. Mientras percibe a algunos héroes o caudillos de diferentes épocas como personas carentes. Y allí encuentra la falla. La disfunción central. El error atávico.
El autor se detiene microscópicamente en el lacaniano hiper valorado, al tanto de las últimas informaciones sobre la influencia del acto fallido que produce el inconsciente sobre nuestras palabras, que no se está enterando de lo que está pasando en una situación X, de posible sencilla resolución. O en Stalin, secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética reducido a un asesino despiadado y hábil perseguidor convertido en todo lo que ¿supuestamente detestaba? Aquí separado de sus condiciones románticas de comunista puro.
Así todos los personajes de estos cuentos están deliberadamente salidos de su eje. ¿Y quién no? Así se produce un disloque divertidísimo que hace que el libro sea un oasis en estos tiempos tan sin salida. ¡Como si la hubiera! No olvidar el axioma de axiomas de Woody Allen: “Tragedia más tiempo, da humor.”
Los intelectuales son los burgueses que tampoco han luchado en el campo de batalla. Salvo contadísimas excepciones. No hablo aquí de la historia reciente. Se ríen algunos amigos cuando les digo que me gusta pensar a Lucio V. Mansilla como un Borges con botas. El campo de las ideas no es el campo de batalla. Y el campo de batalla no solo es el de las guerras, en este libro. El campo de batalla es el campo de las pasiones y los errores que nos hacen humanos falibles, por naturaleza. Y ganar y perder contiendas. Algunas cotidianas, otras épicas.
Aquí nuestro héroe, Abrasha Rotemberg, se detiene en la observación minuciosa de algunos de los dilemas ideológicos en los que se ha visto envuelto en sus casi cien años de vida. Los cuenta con humor y con una rabia hoy transformada en sabiduría. En Moscú y en Buenos Aires. En Ginebra y en una París imaginaria. Él es un hombre que siempre supo que en todas las discusiones todos llevan algo de razón. Mas sabiendo de antemano que la razón es solo un pequeño veneno inyectado por la cultura en nuestros corazones que solo produce el inmediato adormecimiento de lo mejor de nosotros mismos. Que cuanto más jóvenes, más hormonas en ebullición y por ende menos tendencia a la reflexión y/o a escuchar al otro.
Desde el arranque del libro estuve al borde de desmayos de risa y de accesos de tos. Sufro estos episodios cuasi epilépticos cuando las cosas se salen de su curso y en el caso de nuestro estimado Abrasha sucede en los cinco cuentos de esta obra magistral inscripta en la historia grande de la literatura argentina. Me cuesta cada vez más establecer un sistema de jerarquización en estas cuestiones, pero es que cuando sucede algo extraordinario también hay que dejarlo inscripto en estos términos. Por lo menos para mi historia de la literatura argentina. Así evitamos los olimpos, hoy, por suerte en saludable extinción.
Abrasha es el intelectual que no intenta salvar el mundo. Ni siquiera explicarlo. Es un recopilador de culturas. De experiencias diversas. Es un intelectual aficionado, no por eso menos erudito, que se deleita contando historias. Dedicado a entretener al oyente desprevenido o a la incauta presa de un posible amor solo por el placer de ocupar la zona central de atención mientras desarrolla sus infinitas cualidades histriónicas y dramáticas. Así en los libros como en la vida.
Los números no escapan a sus intereses y sus personajes se derraman en conflictos financieros mientras vibran al pulso de cuestiones amorosas o amatorias que anidan o atraviesan sus desorientados corazones. Recordaba mientras leía El moscovita desesperado, y por definitiva antinomia, los tristes y geniales diarios de Sandor Marai del final de su vida junto a su última mujer en algún barrio desangelado de San Diego. El mundo está cambiando a mucha velocidad y el libro de Abrasha Rotemberg da pruebas fehacientes de ello.
Abrasha explota como un adolescente por los cuatro costados a sus 97 años. No se deja arrebatar por los embates del tiempo. Ni por la melancolía o la nostalgia. Tampoco es un maníaco negador. Es un hombre valiente que ha conseguido su fortuna de risas y anécdotas a fuerzas de vinos, ideas, lecturas y de algunas amistades sólidas y otras no tanto. De fracasos amorosos y financieros. Intentando ser el mejor esposo, padre y abuelo. Y de un amor, ya en otras dimensiones, que también se le hizo carne y luego espíritu y le permitió desde el más allá soltar estas páginas brillantes y divertidas para el placer de todos nosotros.
Aquí Abrasha derrama su veta Wildeana y se deja ver como un aventurero de pocos años a quien lo único que le interesa es volver a intentar vivir otros grandes amores, mas sin jamás perder de vista a esa mostra con la guadaña entre sus manos que él presiente cerca. De más está decir que no importa la edad del infortunado. Sino pregúntenle al pelado fanático del fitness que todas las mañanas presto a sus carreras en los parques de Palermo se reía cuando yo volvía de la calle con más cervezas para seguir la juerga y me decía siempre tan arrogante: “Qué linda mañanita vamos a pasar hoy, así no vamos a llegar muy lejos”.
Yo sonreía y subía hasta el sexto piso donde todo seguiría hasta entrado bien el mediodía entre pianos, cigarros, sustancias y alcoholes varios. Una tarde bajo el ascensor del edificio donde vivíamos con Cecilia rumbo a la sala de ensayo y el portero del edificio me dice: “¿Se enteró lo que le paso al pelado del cuarto?”. No respondí. “Se le cayó una maceta en la cabeza desde un quinto piso en la otra cuadra. Se murió”. En fin, historias más, historias menos, seguimos adelante. La vida, siempre insólita.
Por ultimo y centro nuclear del libro: la memoria entendida también como un eje descentrado de las legislaciones. Memoria y justicia son palabras poderosas y necesarias. Solo que la justicia no termina de completar la complejísima idea de la memoria per se. Ahora sí, en el territorio de nuestra historia reciente.
Entonces: está bien enterrar a nuestros muertos y que las lápidas digan los nombres correctos. Está bien el Nunca Más. Está bien la búsqueda de los cuerpos aún desaparecidos. Están bien las condenas a los criminales por los robos de los niños, el secuestro y la tortura bajo el régimen del terrorismo de Estado. Está bien lo inscripto en el alma de cada uno de nosotros a través del muchas veces impreciso sistema de recuerdos y de pruebas empíricas y científicas.
LIBRO ABRASHA
Ahora, afuera de lo que consideramos justicia, también está bien repensar la memoria como un artefacto inútil destruido total o parcialmente por algún padecimiento desconocido (los estudios de Tucheskopf o el mal de Alzheimer) que borra todos los sistemas aprendidos en nuestra experiencia vital. ¿De que habrá servido tanta acumulación de datos a fin de cuentas?
Entender también la memoria bajo el prisma de la ilusión. De la reconstrucción personal de cada hecho de nuestras vidas suspendidas bajo el caleidoscopio de la más severa subjetividad. ¿Quién podría afirmar que Primo Levi no fue tentado por sus sentimientos en algún momento de sus brillantes escritos de su cautiverio en el campo de concentración de Monowitz?
Y pensar la memoria en los tiempos solares tambien, cuando la raza humana y las galaxias como las conocemos hayan desaparecido por siempre de la memoria matrix de un dios frio e improbable. De eso se trata, tangencialmente también, esta última maravilla de Abrasha Rotemberg. Un hombre que por los motivos que fueran, rompió amarras y entiende que el paso del tiempo es una manifestación delirante de una existencia misteriosa y posiblemente irrelevante. Y aquí da cuenta de esos efectos. Con humor, con altas cumbres de suspense, con un nada velado erotismo, con desvergüenza, con fuerza punk y una extraordinaria capacidad para validar la reinvención del deseo como único camino hacia la plenitud.
Por ultimo y sin querer spoilear los invito a un desafío o a una futura encuesta inevitable. La pregunta es: “¿Quién tiene el mejor final? ¿Some like is hot, el extraordinario filme de Billy Wilder, o el remate de El moscovita desesperado, de Abrasha Rotemberg?
Quién es Abrasha Rotenberg
♦ Nació en Teofipol, Ucrania, en 1926. Es contador público, empresario, escritor y periodista.
♦ Fue co-fundador de la revista Primera Plana y de los periódicos La Opinión y Nueva Sion
♦ Es padre de Cecilia Roth y Ariel Rot.
♦ Entre sus libros se cuentan La amenaza y El moscovita desesperado.