Cristina García habló de “Mapas difusos”, segunda parte de su éxito “Soñar en cubano”, y acaso su última novela

Hace 30 años, aquel best seller contó las divisiones y los matices entre una familia de Cuba tras la revolución. Los nietos de la matriarca Celia son ahora los protagonistas, en un mundo post-Unión Soviética, en una diáspora cada día más habitual para más países

Hace tres décadas Soñar en cubano, la primera novela de Cristina García, fue un best seller en América Latina y en Estados Unidos, donde la autora se ha criado desde que, cuando tenía dos años, sus padres emigraron desde Cuba. Poco antes la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética habían comenzado a impactar en la isla por la suspensión de la ayuda financiera, que causaría el Periodo Especial —años de hambre— y la ola migratoria de los balseros.

El libro contaba con gran sencillez y empatía la historia de una familia dividida por la revolución, una experiencia que trasciende la isla y hasta la época: en cualquier punto del planeta y también hoy mismo hay familias divididas por la política. Con personajes en Cuba y en Estados Unidos, la historia se tejía a lo largo de tres generaciones de mujeres, con amores apasionados, nostalgias silenciosas, rutinas aceptadas y el asombroso modo en que los hijos renuevan las perspectivas sobre el mundo.

Desde Soñar en cubano Cristina García hizo una carrera como escritora, pero nunca volvió a la familia Del Pino. Hasta ahora: con Mapas difusos Celia del Pino vuelve, ya nonagenaria, y sus nietos, esparcidos por el mundo, parte de la diáspora de más de dos millones de cubanos, ocupan el centro del escenario. Y, curiosamente, García cree que así como aquel primer libro inauguró su escritura, este puede ser el último, el que cierre su producción literaria.

Celia, que en las últimas páginas de Soñar en cubano entra al mar sin que se supiera si salía o no, reaparece, sana y salva, en Mapas difusos. “Dejé aquel final ambiguo, y a lo largo de los años la gente me preguntaba qué había pasado con Celia. ¿Volvió flotando a la orilla? ¿La recogieron los guardacostas?”, contó a Infobae, en videollamada desde su casa en California. “Y yo no lo sabía. Así pasaron 25, 27 años. Un día un joven director de teatro me preguntó si estaría interesada en adaptar la novela para una obra de teatro”.

Cristina García, la escritora estadounidense y cubana, sigue la diáspora cubana en la generación más reciente. (Gary L. Aguilar)

García volvió a leer su libro, “cosa que no había hecho literalmente desde entonces”, dijo, desde aquel 1992 de la publicación original. “Y entonces me picó la curiosidad. ¿Celia murió? ¿O no murió? Y al mismo tiempo que iba haciendo la adaptación me imaginaba lo que había sucedido a Ivanito, a Pilar, a la loca de Lourdes”, enumeró a los protagonistas de la historia. “Y luego tuve la increíble experiencia de verlos cobrar vida ante mis ojos, con actores que a veces decían: ‘Bueno, no creo que mi personaje hiciera esto’. Me alcanzó una gran ola de flexibilidad. Y entonces pensé que me gustaría volver a ellos”.

—¿Abordó Mapas difusos con un plan, o fue siguiendo su imaginación a medida que escribía los capítulos?

—Nunca tuve un gran plan. Pero Celia me hizo sentir la presión del tiempo: ya tenía 90 años. Escribí muchas de las partes que protagoniza ella, como su reunión con su antiguo amante español. Ella era la matriarca, el nexo: todos salen de ella, todas las identidades y todas la patologías se remontan a ella. Y luego comencé a trabajar los otros personajes, releyendo Soñar en cubano para imaginar cuál pudo haber sido la trayectoria de Pilar, por ejemplo. Fui tomando los personajes de a uno, como una hebra, y luego intenté hilarlos. En el hilado surgieron cosas, otras escenas u otras preocupaciones. Al final uno intenta que el tejido parezca uniforme, sin costuras, pero eso lo juzgarán los demás.

—¿Cómo trabajó las distintas perspectivas sobre la revolución cubana que tienen las distintas generaciones, algo que ha sucedido en la historia cubana realmente?

—Depende de cuán lejos está uno de 1959. Yo nací en 1958 y vine a los Estados Unidos muy pequeña, mi perspectiva es muy diferente de alguien que, por ejemplo, pasó su infancia en la isla y emigró a los 12 años. Y tampoco la emigración ha sido uniforme: depende de dónde se instaló la gente. Si tú te instalaste en Miami, es casi un invernadero, una comunidad cubana, al menos en la superficie. Pero si creciste en Nueva York, como yo, no eras más que una de muchos inmigrantes, no eras nada especial. Para mí cruzar la puerta de mi casa era entrar en la Cuba de la década de 1950. Pero cada día en la calle me esperaba el enorme mundo de Nueva York, que básicamente contradecía todo lo que sucedía en casa. Así aprendí a hacer malabarismos entre culturas.

Natalia Delgado, Eric Esquivel-Gutiérrez y Steve Ortiz en la puesta en escena de "Soñar en cubano", adaptada por Cristina García y dirigida por Gary Graves (Cheshire Isaacs)

Si la experiencia de mis sus padres hubiera sido un incendio, García habría recibido las cenizas en el aire, que le habrían dado ardor en la garganta y miedo, y le ensuciaría la ropa, de lo que acaso tendría un recuerdo sin haberlo vivido, de tanto escuchar hablar del tema. Para su hija, en cambio, ser cubana se asocia con algo cultural: es su abuela arreglándole el pelo con secador y cepillos, aun para ir a hacer las compras, porque las mujeres cubanas sólo salen de la casa arregladas.

“Es algo que se desvanece con el tiempo, a medida que nos enfrentamos a otros acontecimientos”, analizó García. “La generación de mi hija está más preocupada por el cambio climático y la ecología, por ejemplo, que por la identidad. Hay toda una panoplia de pertenencias posibles”.

—La cartografía borrosa es un tema muy cubano: un par de generaciones vieron dibujitos animados de Europa del Este, estudiaron en el bloque socialista o tuvieron familias soviético-cubanas. ¿Cómo eligió los lugares donde vivirían los nietos de Celia?

—Esa fue la cuestión más candente a la hora de escribir: cómo iba a hilar eficazmente esta historia sin que se confundieran los lugares de los personajes. Aunque en mi opinión sus raíces estaban muy entrelazadas en la superficie, parecían vivir eventos muy dispares. ¿Cómo estaban conectados, cómo se filtraban en toda la familia, en sus relaciones y sus esfuerzos y sus viajes? Aunque sus vidas y experiencias individuales fueran muy diferentes, traté de buscar puntos en común.

Eligió a Ivanito/La Ivanita como el personaje al que de alguna manera seguir: el relato va y vuelve a su casa de Berlín, donde es lingüista de día y drag queen de noche. En su salida de Cuba, forzada por su tía Pilar, había pasado por América del Sur, por México, por los Estados Unidos, y luego había ido a Moscú para instalarse, finalmente, en Berlín. “Él tenía la mayor cantidad de dislocaciones”, explicó García. Además, ella había pasado una temporada en Berlín, mientras trabajaba en su libro Here In Berlin, el anterior a Mapas difusos: conocía bien el territorio.

Cristina García publicó también "Las hermanas Agüero" y "Las caras de la suerte", entre otros títulos.

“Y Berlín es, sin duda, uno de los muchos centros del mundo”, agregó. Por lo cual La Ivanita, “el centro de esta galaxia”, quedaba muy bien allí. “A pesar de que inicialmente hubo una gran explosión, todo el mundo salió hacia fuera, su presencia en Berlín resultó una especie de centro, cuya historia tenía reverberaciones en todas las historias del resto”.

—Si en Soñar en cubano las cartas de Celia a su amante van puntuando la historia, en Mapas difusos ese papel lo cumplen las fotos de Pilar. ¿Cómo y por qué las eligió?

—Pilar recibió las cartas de Celia como un legado, y sabía que eso era su herencia. Así que creo que ese papel le correspondía a ella, y que ella debía continuar como en una carrera de relevos. Creo que también le dio la oportunidad, como a Celia, de ganar una intimidad mayor, de tener algunos flashbacks que no entorpecieran la narración, para tomarse un respiro y mirar un poco hacia atrás. Y como Pilar era una artista plástica, me pareció lógico que se tratara de algo visual. Algunas de esas historias son inventadas pero otras vienen de mi propia vida, porque Pilar es una especie de alter ego mío.

—Antes mencionó que Mapas difusos podría ser su última novela. ¿Por qué?

—Creo que sí. Puede ser. Ahora mismo estoy pensando en algo, pero no es un final redondo como empezar con Soñar en cubano y acabar con Mapas difusos. ¡Y seguir sin dar todas las respuestas! A veces me parece que tengo que dejar de escribir para tener tiempo de contemplar otras posibilidades. No me refiero a otra carrera, sólo a ser una humilde aficionada a otra cosa. Ayer mismo, por ejemplo, me apunté a una clase de avistamiento de aves en la universidad pública local. He vivido como si el mundo fuera en gran parte invisible para mí. Parte de mí siente que he estado descargando todas las aventuras en mis personajes, mientras me quedaba aquí sentada, escribiendo. Bueno, tal vez es hora de que Cristina tenga una aventura.

El primer libro de Cristina García, "Soñar en cubano", fue un best seller en América Latina y Estados Unidos.

Quién es Cristina García

♦ Nació en La Habana, en 1958, y emigró a Estados Unidos a los dos años y medio, llevada por sus padres.

♦ Creció en la ciudad de Nueva York, haciendo equilibrio entre dos culturas: la de la ciudad cosmopolita, en inglés, al salir de su casa, y la de su hogar, en castellano, cubana.

♦ Escribe en inglés, vive en California.

♦ Su primera novela, Soñar en cubanol de 1992, fue nominada al National Book Award de Estados Unidos. Refleja la diversidad de sus influencias y trata los temas de la identidad y el desarraigo.

♦ Ha sido también periodista, autora de libros para niños y adolescentes y profesora de escritura creativa

♦ Otros de sus libros reconocidos son Las hermanas Agüero, Las caras de la suerte, Monkey Hunting y Here in Berlin.

♦ Ha recibido varios premios, entre ellos el Whiting Writers’ Award, que se otorga a talentos emergentes de ficción, no ficción, poesía y teatro

<br/><br/>Cómo escribe

Ya era pasada la medianoche y el público reclamaba la aparición de su diva. En Chez Schatzi, todos bailaban con quien quisieran. Esa noche había otra fiesta de “revelación”, un desfile flagrante de secretos. Bebidos y drogados, moviéndose al unísono, la vida era más atractiva. Por eso y más, la última Noche Vieja, cuando La Ivanita arrastró por el escenario un grillete incrustado con piedras preciosas, desató tal revuelta de gozo que se convirtió en la adoración de todo el Berlín nocturno.

Tras bambalinas, La Ivanita dio los toques finales a su maquillaje: delineado de ojos grueso, polvo iluminador, una pasadita de brillo rosa en los labios. Se ajustó la peluca y alisó los pliegues satinados de su vestido de época, sin tirantes. Los últimos cuatro meses había estado ensayando con una lista de reproducción los boleros más seductores de Olga Guillot:

Miénteme,

Te amaré toda la vida,

Total…

hasta que su sincronización labial fue impecable. Guillot, quien había cautivado a Cuba en los años cincuenta, era su última musa, una diva mitad judía, una genio de la gestualidad y el melodrama. Su voz salía ahora del tocadiscos, si tuado junto a un cuenco de cristal lleno de mandarinas.

La Ivanita se admiró en el espejo de cuerpo entero y marco dorado que había encontrado en el mercado de pulgas. Aunque el vendedor había hecho alarde de su linaje, ella regateó hasta bajarlo a veinte marcos. En la pared detrás de ella colgaba una reproducción de “Metrópolis”, el tríptico de Otto Dix, cuyo panel central se reflejaba espeluznante en el espejo. Entonces colocó tres caramelos y una copita de aguardiente en su pequeño altar de santería, que centelleaba por las velas votivas.

Un movimiento relámpago por encima del hombro desvió su atención. La Ivanita se volteó tan rápido que sus vértebras crujieron, y escudriñó entre la maraña de trajes brillantes donde ocasionalmente se escondían sus fans. Aspiraba a encontrar allí al bailarín ruso, con quien había disfrutado de una fugaz aventura años atrás, ¡tremendo hombre! ¡Ay! ¡Le dolían los testículos con solo pensar en él!

Cuando volvió a mirar al espejo, una pequeña turbulencia del tamaño del dedo pulgar, cual partícula de nube de tormenta, giraba en la esquina superior izquierda. El nubarrón en miniatura creció de forma tridimensional, lanzando diminutos relámpagos; entonces flotó directo hacia su línea de visión, como si retara a La Ivanita a desafiar su existencia. Del torbellino emergió su madre o, mejor dicho, su fantasma; abultada, soñolienta y envuelta en lo que parecía un paracaídas de la Segunda Guerra Mundial con hilo rojo deshilachado en los bordes.

La Ivanita quedó atónita. Intentó hablar, pero su garganta se cerró mientras su cuerpo temblaba. ¿Estaba alucinando? Su madre se movió poco a poco, dándose la vuelta para mostrar el disfraz. La Ivanita no sabía dónde poner la mirada en tanto los colores se mezclaban y giraban. Ella abrió la boca y emitió un sonido rasposo, como si intentara desgarrar la membrana fibrosa que separaba a los vivos de los muertos.

“La imaginación, como la memoria, puede transformar la mentira en verdad”, solía decir. ¿Era eso lo que estaba pasando? ¿Un osado reordenamiento de la realidad?

Antes de que La Ivanita pudiera pronunciar una palabra, su madre desapareció por el mismo nudo del universo del cual había surgido. Solo el perfume espectral de las gardenias delataba

que había ocurrido algo inusual.

Las primeras notas de “Miénteme”, de Guillot, resonaron en el teatro. La Ivanita estaba nerviosa, pero había trabajado muy duro como para cancelar el show. Corrió la cortina de cuero de su vestidor y avanzó hacia el proscenio con sus tacones de lentejuelas. El reflector transformó su deslumbrante vestido blanco en un azul aún más deslumbrante. El piano guardó silencio, respetuoso. Los camareros se quedaron inmóviles; las bandejas de plata, suspendidas; los cócteles extravagantes, paralizados en el aire. La Ivanita levantó los brazos y recibió con satisfacción el rugido de adoración de sus fans.

(Fragmento del primer capítulo de Mapas difusos)

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