Suele tomarse a la revuelta de Stonewall, ocurrida un 28 de junio de 1969, en Nueva York, como un parteaguas para los derechos de la comunidad LGBT+, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo occidental. Pero, con los años, ese hecho contribuyó a la idea de que, antes de esa revuelta, las personas queer llevaban vidas miserables y marginales, sin espacios propios en la compleja trama citadina.
Pero, mucho antes de Stonewall, ya desde fines del siglo XIX, Nueva York contaba con una efervescente vida queer que, al contrario de lo que podría pensarse, no era tan subterránea ni tan invisible, como cuenta el catedrático e historiador estadounidense George Chauncey en su monumental investigación, Nueva York gay. Género, cultura urbana y conformación del mundo gay masculino (1890-1940).
Editado por Prometeo, este extenso trabajo ahonda en una etapa olvidada, eclipsada ante la llegada de la Segunda Guerra Mundial (que lo cambiaría todo) y los movimientos que llegarían décadas más tarde. Pero antes, según afirma el autor, “un universo gay masculino altamente visible, sumamente complejo y continuamente cambiante tomó forma en la ciudad de New York. Ese universo incluía varios enclaves barriales gay, fiestas y otros eventos sociales ampliamente publicitados y una multiplicidad de establecimientos comerciales donde se reunían los hombres gays”.
¿Qué pasó con ese universo? ¿Por qué “retrocedió” ante la llegada de la Segunda Guerra Mundial y tuvo que esperar varias décadas opresivas para volver a aflorar ya desde la consigna del Orgullo? ¿Cuáles eran los lugares y métodos de socialización gay en los albores del siglo XX? ¿Qué códigos secretos existían? ¿Qué pasaba con la puja entre género, sexualidad e identidad en aquel entonces? Todo esto y mas en las casi 600 páginas de Nueva York gay.
Así empieza “Nueva York gay”
Prólogo, por Pablo Ben
En el medio siglo comprendido entre 1890 y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, un universo gay masculino altamente visible, sumamente complejo y continuamente cambiante tomó forma en la ciudad de New York. Ese universo incluía varios enclaves barriales gay, fiestas y otros eventos sociales ampliamente publicitados y una multiplicidad de establecimientos comerciales donde se reunían los hombres gays, desde tabernas, bares y antros clandestinos hasta cafeterías baratas y restaurantes elegantes.
Los hombres que participaron de ese universo forjaron una cultura distintiva con su propio lenguaje y costumbres, sus propias tradiciones y narrativas populares, sus propios héroes y heroínas. Organizaban concursos de belleza para hombres en Coney Island y galas drag en Harlem; actuaban en los espectáculos de bares gays de Greenwich Village y en espacios turísticos de Times Square.
Los escritores y artistas gays produjeron una ráfaga de literatura y teatro gay durante los años veinte y a comienzos de los treinta; diversos agentes culturales gays organizaban eventos culturales que apoyaban y estimulaban la creación de lazos comunitarios entre los varones gays y alimentaban su identidad como grupo. Algunos hombres gays estuvieron involucrados en relaciones monógamas de largo plazo a las que llamaban matrimonios; otros participaban de un submundo sexual amplio que para comienzos de siglo incluía áreas “de levante” muy conocidas, tales como parques y calles de la ciudad, saunas gays, y tabernas con habitaciones traseras donde los hombres se encontraban para tener sexo.
El universo gay que floreció antes de la Segunda Guerra Mundial ha sido olvidado casi en su totalidad por la memoria popular y los historiadores profesionales lo han pasado por alto; es como si no hubiera existido. Este libro procura recuperar ese universo para la historia, delinear su geografía y recapturar su cultura y políticas. Al hacerlo, desafía tres mitos muy difundidos sobre la historia gay previa al auge del movimiento gay; los denomino el mito del aislamiento, el mito de la invisibilidad y el mito de la internalización.
El mito del aislamiento contiene la idea de que la hostilidad antigay impidió el desarrollo de una subcultura gay amplia y forzó a los hombres gays a llevar vidas solitarias en las décadas previas al auge del movimiento de liberación gay. Tal como ha expresado recientemente un escritor y crítico excepcionalmente bien informado, la rebelión de Stonewall de 1969 no solo marcó el inicio del movimiento gay militante, sino que fue el evento crítico que desencadenó la vasta reconstitución de la sociedad gay: se abrieron bares, saunas, librerías y restaurantes gays; proliferaron los equipos gays de softball, periódicos, organizaciones políticas y coros gays. Surgieron grupos gays de todo tipo y al mismo tiempo emergieron los barrios gays en nuestras grandes ciudades y en varias más pequeñas también. Esto fue y es una vasta revolución social… una nueva comunidad consolidó su existencia en un lapso temporal sorprendentemente corto.
Este planteo se ha convertido en la idea más extendida por razones entendibles, ya que la vigilancia del universo gay antes de Stonewall era todavía más amplia y draconiana que lo que se cree comúnmente. Una batería de leyes criminalizaba el comportamiento estrictamente “sexual” de los varones gays, pero también sus esfuerzos para organizarse y hablar por sí mismos. La marginalización social dio a la policía y a los vigilantes populares una autoridad informal aún más amplia para acosar a estos hombres; cualquiera que fuera descubierto como homosexual corría el riesgo de perder el trabajo y el respeto social. Cada año, solo en la ciudad de Nueva York, arrestaban a cientos de hombres por violar estas leyes.
Pero las leyes se aplicaban apenas de manera irregular, y la indiferencias o la curiosidad –más que la hostilidad o el miedo– caracterizaron la respuesta de muchos neoyorquinos ante el universo gay durante una buena parte del medio siglo anterior a la guerra. Los varones gays tenían que tomar precauciones, pero, como otros sectores marginalizados, fueron capaces de construir esferas de relativa autonomía cultural en los intersticios de una ciudad gobernada por poderes hostiles. Forjaron un inmenso universo gay de entramados sociales superpuestos en las calles de la ciudad, en apartamentos privados, en saunas, cafeterías y bares, y celebraron la existencia de ese universo en eventos comunitarios celebrados con frecuencia, tales como las galas drag (o travestis) masivas que atraían a miles de participantes y espectadores en la década de 1920.
Para la década de 1890, los hombres gays habían consolidado el centro de la vida gay en el Bowery, y para la década de 1920, habían creado tres enclaves barriales gays distintos en Greenwich Village, Harlem y Times Square, cada uno con un carácter étnico y de clase distintivo, un estilo cultural particular y una reputación pública específica.
Algunos hombres rechazaban la cultura dominante del mundo gay y otros pasaban por ella solo de manera fugaz, pero en las vidas de muchos otros esa cultura cumplió un rol central. Además de ofrecer posibles encuentros sexuales, este mundo brindaba apoyo concreto en las negociaciones requeridas por la vida urbana, ya que muchas personas usaban sus círculos sociales gays para conseguir trabajos, apartamentos, romances y amistades cercanas. Los vínculos frecuentes y los lazos de mutua dependencia fomentaban la lealtad al interior de ese mundo, pero la cultura gay era todavía más importante por el apoyo emocional que les brindaba a estos hombres mientras desarrollaban valores e identidades significativamente distintos a los prescritos por la cultura dominante.
Dos neoyorquinos llevaron a cabo investigaciones sobre hombres de clase trabajadora presos en los años treinta y expresaron preocupación sobre los efectos que podía tener la participación de los varones gays en sociedades homosexuales. Esto se debía a que esas relaciones sociales creaban las condiciones de posibilidad para que los varones gays rechazaran las instrucciones de la cultura dominante y forjaran su propia cultura alternativa.
“El repliegue de los homosexuales, forzado o voluntario, hacia un universo propio tiende a bloquear su contacto con la realidad”, advertían en 1941, casi treinta años antes de que naciera el movimiento de liberación gay en Stonewall. “Promueve el sentimiento de solidaridad homosexual, y aleja a este grupo cada vez más de las costumbres convencionales (…) y confirma ese sentimiento de que han creado una comunidad adentro de una comunidad, con una vida propia especial y artificial”. Una vez que estos hombres descubrían el universo gay, sabían que no estaban solos.
El mito de la invisibilidad contiene la idea de que, aun si existía un mundo gay, se mantenía invisible y en consecuencia era difícil que los hombres gays aislados lo encontraran. Pero los varones gays eran figuras altamente visibles en la New York de comienzos del siglo XX, en parte gracias a que la vida gay estaba más integrada en la vida cotidiana de la ciudad en las décadas previas a la Segunda Guerra Mundial que en la posguerra, en cierta medida porque muchísimos hombres gays anunciaban con osadía su presencia a través del uso de corbatas rojas, cabellos desteñidos, y otras insignias de la homosexualidad de la época.
Los hombres gays se reunían en las mismas esquinas y en muchas de las mismas tabernas y salones de baile que otros hombres de clase trabajadora, participaban en los mismos espacios que otros bohemios, y alquilaban los mismos salones para sus fiestas, bailes elegantes y eventos escénicos que otros sectores de la juventud. “Nuestras calles y playas están rebasadas de (…) maricas”, declaraba un neoyorquino en 1918 (Shepherd, 1918: 242, 245), y las personas heterosexuales también veían a homosexuales en bares clandestinos, tiendas y pensiones. Leían sobre ellos en los periódicos, veían sus espectáculos en espacios nocturnos y los encontraban retratados en casi todos los escenarios de vodevil y burlesque, así como en muchas películas.
En efecto, muchos neoyorquinos veían las manifestaciones más dramáticas de la subcultura gay como parte del espectáculo que definía el carácter distintivo de su ciudad. Los turistas visitaban el Bowery, Greenwich Village y Harlem en parte para conocer los espacios habituales de los hombres gays. A comienzos de la década de 1930, en el punto álgido de la fascinación popular por la cultura gay, literalmente miles de ellos participaban de las galas drag de la ciudad para curiosear a las drag queens que allí se exhibían, y los periódicos llenaban sus páginas con ilustraciones de los vestidos más sensacionales.
Las drag queens que desfilaban en esos bailes y los hombres homosexuales afeminados, usualmente llamados “maricas” [fairies], que lograban lucirse con extravagancia incluso cuando vestían traje y corbata eran los representantes más visibles de la vida gay y cumplían un rol más central en el universo gay de los años previos a la guerra que ahora. Pero aunque ellos hacían que ciertas partes del mundo gay fueran visibles para los ajenos, otro sector aún mayor permanecía invisible. Dados los riesgos que corrían los hombres gays, la mayoría escondía su homosexualidad de sus colegas, parientes y vecinos heterosexuales, así como de la policía.
Sin embargo, aunque estaban forzados a esconderse de la cultura dominante, no se escondían de los otros varones gays. Los hombres gays desarrollaron un sistema altamente sofisticado de códigos subculturales –códigos de vestimenta, modos de hablar y estilos– que les permitía reconocerse en las calles, en los espacios de trabajo y en bares y fiestas, y llevar a cabo intrincadas conversaciones cuyo significado codificado era ininteligible para las personas potencialmente hostiles que estuvieran alrededor. La necesidad misma de tales códigos se plantea con frecuencia (y con razón), evidencia hasta qué punto era necesario esconderse para los hombres gays.
Pero la elaboración de tales códigos también indica la extraordinaria resiliencia de los hombres que vivían bajo esas restricciones y su éxito para comunicarse entre sí a pesar de todo. Incluso aquellos sectores del universo gay que eran invisibles para la sociedad dominante eran visibles para los propios varones gays.
El mito de la internalización contiene la idea de que los hombres gays internalizaron de manera acrítica el punto de vista de la cultura dominante que los calificaba de enfermos, pervertidos e inmorales, y que ese desprecio por sí mismos los llevó a aceptar la vigilancia desplegada sobre sus vidas en lugar de ofrecerle resistencia. Como enunció uno de los más perceptivos críticos sociales gay, “Cuando escondíamos nuestra homosexualidad en el pasado, no solo lo hacíamos por miedo a la presión social, sino sobre todo por un desprecio por nosotros mismos profundamente internalizado (…) que imperaba. Los homosexuales mismos resistieron por mucho tiempo la idea de ser distintos a otras personas de alguna manera” (Altman, 1982:3).
Pero muchos hombres gays celebraron su diferencia respecto de la norma, y algunos de ellos se organizaron para resistir la vigilancia antigay.
Quién es George Chauncey
♦ Nació en Estados Unidos en 1954.
♦ Es historiador y catedrático de la Universidad de Yale.
♦ Escribió libros como Nueva York gay y ¿Por qué matrimonio?
♦ Recibió galardones como la Beca Guggenheim y el Brudner Prize.