Creo haberme referido ya a las motivaciones –por lo general, poco claras–, que me llevan cada quincena a elegir el libro sobre el que escribiré. Esta vez en cambio, el motivo salta a la vista. La presencia del autor, (Jonathan Franzen, norteamericano, nacido en Illinois en 1959) en el FILBA que finalizó el domingo pasado, tuvo un eco enorme en los medios, solo equiparable a la del rumano Mircea Cartarescu, tal vez ya premio Nobel de Literatura 2023 cuando se lean estas líneas.
¿Por qué tanta bambolla alrededor de un autor seguramente no demasiado leído por la intelligentsia nacional? Porque suministró en las entrevistas respuestas concretas y vistosas, porque hizo pública su afición por la observación de aves que lo llevaría después de la escala porteña a recorrer el Iberá y Salta, porque emite opiniones sensatas sobre temas de actualidad -fue uno de los firmantes de la carta abierta presentada por muchos escritores protestando sobre los peligros de “clonación” de material a partir del uso de la inteligencia artificial- y porque evitó la usual demagógica referencia a Borges, Cortázar y otros popes de la literatura argentina a la que se sienten obligados los plumíferos que vienen de visita.
Pero esto no significa que su obra no merezca toda la consideración de lectores atentos y pacientes. Y digo “pacientes” porque sus novelas nunca tienen mucho menos de 700 páginas y requieren una lectura minuciosa.
Escuché por primera vez una charla de Franzen en un marco inolvidable: la inmensa carpa que cobija los actos más importantes en la FLIP, Feria Literaria de Paraty, en Brasil, hace muchos años. Paraty es una pequeña ciudad quedada en el tiempo, a mitad de camino entre Río de Janeiro y San Pablo, rodeada de montañas y con una costa espléndida: fue un puerto importante en los siglos XVII y XVIII durante la fiebre del oro en Brasil. Y desde hace veinte años, es sede de una Fiesta Literaria que dura cinco días y a la que acuden muchos importantes autores de todo el mundo.
Me sorprendió lo llano y claro de su discurso, la omnipresente presencia de los pájaros cuyo avistaje practica, y me quedé con ganas de leer un libro escrito por él.
Llegado de regreso a Buenos Aires, compré y devoré Las correcciones, su tercera novela (las dos primeras habían pasado totalmente desapercibidas, según él mismo confiesa), publicada en inglés en el 2001 y en castellano en 2002 por Seix Barral (las reediciones que actualmente se consiguen aparecieron con el sello de Salamandra, incluso una en su colección de bolsillo, mucho menos cara).
Nunca imaginé que el devenir de una familia norteamericana del Medio Oeste me atraparía de esa manera, en lo que también influyó la excelente traducción, un poco demasiado castiza pero en buena medida aceptable.
Una pareja ya mayor, (el padre ingeniero retirado del ferrocarril, la madre ama de casa obsesiva), conforma el núcleo. Y a su alrededor, tres hijos muy diferentes en estilos, profesiones y caracteres. La preocupación central de esa madre, Enid, es que toda la familia se reúna para celebrar la Navidad en el año en que transcurre la acción.
El paterfamilias padece un Parkinson avanzado, a causa del cual su “percepción de la realidad empieza a resquebrajarse”. Tendrá alucinaciones y pesadillas que reflejan sus temores más profundos. Los hijos irán demostrando patologías muy variadas: uno es un banquero exitoso, que tiene una desastrosa relación conyugal y cae en el alcohol. “Su vida entera estaba estructurada como corrección o enmienda a la de su padre”.
Otro es un profesor universitario que es despedido por entablar una relación con una alumna, y termina instalándose en una Lituania recientemente separada del poder soviético para emprender un negocio de dudosa legalidad con un conocido. Y Denise, la hija menor, es una exitosa chef con una vida erótica complicada.
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No espoileo nada al contar esto, porque lo central en esta voluminosa novela (672 páginas) es la narración, en tercera persona y “siguiendo la técnica del estilo libre indirecto”. En uno de los reportajes que le hicieron en Buenos Aires, reproducido por Agustina Larrea en su imprescindible columna de elDiarioAR, Franzen se manifiesta mejor convocado por los textos escritos en tercera persona. “La tercera persona es una de las grandes invenciones de la historia de la humanidad”, afirmó. La novela vendió más de cuatro millones de ejemplares en todo el mundo, obtuvo el National Book Award y fue finalista de los premios Pulitzer y Pen/Faulkner.
En tiempos de auge del streaming, uno la imagina como serie. Y efectivamente, hubo un intento de adaptación que iba a dirigir Noah Baumbach. “Hicieron un primer episodio que era muy malo. Un desastre”, declaró el autor a La Nación. Ahora, un nuevo productor ha adquirido los derechos y el propio autor escribió el plan y los guiones de los dos primeros episodios. Habrá que esperar.
No reflejaría totalmente lo que me atrapó en esta caudalosa narración si no mencionara al humor que tiñe algunas situaciones y réplicas, que son “pedazos de vida” sin dejar de tener belleza literaria.
Cortázar, al referirse a Paradiso, la enorme novela del cubano Lezama Lima, enfatizó que “era como el mar”. Las correcciones es también un mar, calmo, tipo Caribe, en el que la lectura fluye sin tropiezos.
Quién es Jonathan Franzen
♦ Nació en Chicago, Estados Unidos, en 1959.
♦ Entre sus libros se cuentan Las correcciones, Pureza y Libertad.
♦ Ganó el National Book Award con Las correcciones.